12 de febrero de 1817 – Bicentenario de la Batalla de Chacabuco – Sergio Guerra Vilaboy

El 12 de febrero de 1817, hace ahora doscientos años, el Ejército de los Andes se impuso a las fuerzas colonialistas de España en la batalla de Chacabuco, considerada con justicia como el principio del fin de la dominación española en Chile. La decisiva victoria de las armas patriotas fue la culminación de la lucha iniciada siete años atrás, durante la llamada Patria Vieja chilena, y fue, en gran medida, resultado de la incansable labor que desde 1814 venía realizando en la provincia de Cuyo el general rioplatense José de San Martín.

Arriba: San Martín en la batalla de Chacabuco. Autor: Pedro Subercaseaux

 

San Marín había nacido en Yapeyú, en el actual territorio argentino de Corrientes, el 25 de febrero de 1778. Hijo de padres castellanos, fue llevado de niño a España (1783) donde realizó sus primeros estudios e inició su carrera militar como cadete en el Regimiento de Murcia (1789). Luego participó en las campañas de África (Melilla, Orán), en la del Rosellón (Francia) y en las de Portugal (1801-1807). Sobresalió en la guerra de independencia española contra la ocupación napoleónica, en particular en el combate de Arjonilla y en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808), que le valió el ascenso a teniente coronel. También combatió en la batalla de Albuera, en Badajoz, en mayo de 1811, acción que no pudo impedir la casi ocupación total de España por los invasores franceses.

Arriba izquierda: San Martín

 

En esas circunstancias, San Martín decidió regresar a su tierra natal para apoyar la liberación continental. Salió de Cádiz en septiembre de ese año, ciudad donde se había iniciado en la Logia Caballeros Racionales, e hizo escala en Londres, donde trabó contactos con patriotas sudamericanos en la casa donde viviera Francisco de Miranda. Llegó a Buenos Aires en los primeros días de marzo de 1812, acompañado de un grupo de oficiales criollos y europeos. Dada su amplia experiencia  militar,  el   gobierno porteño  le encargó  la  organización  del Regimiento de Granaderos, con el que obtuvo después la victoria de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, sobre una expedición realista procedente de Montevideo.

 

Izquierda: Manuel Belgrano

A principios de 1814 debió sustituir al general Manuel Belgrano, derrotado en el Alto Perú, en la jefatura del Ejército del Norte. Pero en octubre de ese mismo año declinó ese cargo y obtuvo la gobernación de Cuyo, convencido de que la única manera de garantizar la independencia de la América del Sur era liberando el Virreinato del Perú, verdadero baluarte de la reacción realista y punta de lanza de las fuerzas contrarrevolucionarias. El territorio peruano, controlado por una rancia aristocracia criolla y una poderosa burocracia peninsular, ligadas al régimen colonial, dependía para su liberación de la actuación de fuerzas externas, tras la sangrienta derrota de la sublevación indígeno-mestiza de los Andes, encabezada por el curaca Pumacahua (1815) y un grupo de audaces patriotas criollos. Su estrategia para alcanzar la victoria definitiva sobre España en la América del Sur la reveló San Martín en carta a su amigo Nicolás Rodríguez Peña:

 

“La Patria no hará camino por este lado del Norte [o sea, el Alto Perú (hoy Bolivia), entonces parte del antiguo Virreinato del Río de la Plata (SGV)] que no sea una guerra puramente defensiva, y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta […]. Pensar en otra cosa es empeñarse en echar, al pozo de Ayrón, hombres y dinero. […]. Ya le he dicho a Usted mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar allí con los godos [esto es, los españoles (SGV)], apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina; aliando las fuerzas pasaremos por el mar a tomar a Lima; ese es el camino y no éste, mi amigo. Convénzase usted, que hasta que no estemos sobre Lima la guerra no se acabará.”

 

Gracias al apoyo del gobierno de Buenos Aires, reorganizado después de la declaración de independencia proclamada por el congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816, San Martín pudo llevar adelante sus audaces planes militares vertebrando en el campamento de Plumerillo, al pie de la cordillera de los Andes y en la misma frontera con la Capitanía General de Chile, un combativo contingente integrado por emigrados chilenos –escapados de la represión tras la caída de la Patria Vieja en 1814-, campesinos pobres del Norte rioplatense y esclavos liberados.

Izquierda: Manuel Rodriguez Erdoíza

A facilitar la ofensiva de San Martin sobre el vecino territorio austral contribuyeron las guerrillas de huasos mal armados que, dirigidos por Manuel Rodríguez,  mantuvieron  desde  1816  en  jaque  a  las  experimentadas  tropas realistas del capitán general Marcos del Pontt. En poco tiempo, los seguidores de Rodríguez  se  adueñaron  de  la  región  chilena  comprendida  entre  los  ríos Cachapoal  y  Maule  y  realizaron  exitosas  acciones  como  la  ocupación  de Melipilla el 3 de enero de 1817, donde apresaron a decenas de españoles y repartieron sus bienes entre los campesinos desposeídos.

 

Derecha: El británico William Brown.

Para aumentar la confusión enemiga, y casi a la par, la flota de Buenos Aires, comandada por el inglés William Brown, irrumpía por el litoral del Pacífico, tras cruzar el encrespado estrecho de Magallanes, para hostilizar a las guarniciones costeras y barcos realistas. Todos estos acontecimientos bélicos crearon el clima adecuado para la sorpresiva entrada de San Martín en Chile, acompañado por algo más de tres mil soldados bien entrenados.

Tras abandonar su cuartel general de Plumerillo, el 17 de enero de 1817, enarbolando la bandera azul celeste de las Provincias Unidas en Sudamérica, nombre del nuevo estado que sustituyó al antiguo Virreinato del Río de la Plata, emprendieron el penoso ascenso divididos en destacamentos que penetraron en la cordillera andina por varios puntos. Aunque fue necesario atravesar aldeas escarpadas y grandes alturas, transportando a lomo de mula hasta la artillería, la difícil operación fue coronada por el éxito. Libradas algunas escaramuzas con algunas fuerzas realistas que les salieron al paso y ocupada Talca, el Ejército de los Andes se reorganizó el 8 de febrero en el valle del Aconcagua, para enfrentar unos días después a los efectos realistas interpuestos por el brigadier español Rafael Maroto.

El aplastante triunfo patriota en las serranías de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, les permitió a los patriotas apoderarse de Santiago, Valparaíso y todo el centro-norte de Chile. Las desmoralizadas autoridades coloniales, encabezadas por el propio capitán general y el obispo de Santiago, huyeron en desbandada hacia la costa, con el propósito de embarcar hacia Perú, pero fueron capturados y remitidos como prisioneros al otro lado de la cordillera andina.

Izquierda: Bernardo de O’Higgins. Retrato anónimo. Londres 1798.

Reunido el cabildo de Santiago, este órgano escogió a Bernardo O´Higgins como Director Supremo del nuevo estado independiente, cargo que San Martín había declinado para consagrarse a la tarea de la liberación de Perú. Ante la imposibilidad de reunir un congreso nacional, en aquellas condiciones todavía difíciles, cuando los realistas se empañaban en resistir en el Sur y constantemente atacan los territorios liberados, O´Higgins organizó una consulta popular que lo avalara para firmar, el 1 de febrero de 1818, la solemne declaración de independencia de Chile.

Al mes siguiente, en el primer aniversario de la batalla de Chacabuco, el propio Director Supremo proclamó la independencia chilena y juró su primera constitución. Después del inesperado revés patriota de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818), San Martín logró consolidar la emancipación de Chile con la victoria de Maipú el 5 de abril de ese año. Unas semanas después, el 6 de mayo de 1818, O´Higgins daba prueba de su vocación integracionista, sedimentada con la sangre de chilenos e hispanoamericanos vertida en Chacabuco, no sólo dando su total apoyo para que San Martín organizara la expedición libertadora al Perú, sino también haciendo circular un Manifiesto llamando a “instituir una Gran Federación de Pueblos de América”.

Arriba: O’Higgins y la jura de la independencia de Chile. Pedro Subercaseaux

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