Manuel Galich: el verbo de la Revolución Guatemalteca

Por Sergio Guerra Vilaboy

El guatemalteco Manuel Galich López (1913-1984) ya era muy conocido cuando se estableció en Cuba en 1962, después de obtener el Premio Casa de las Américas el año anterior con su obra de teatro El Pescado Indigesto. Se había dado a conocer como dramaturgo desde fines de los años treinta con piezas como Papa Natas, el Canciller Cadejo o Entre cuatro Paredes, en las que se valía de una fina ironía y el juego de palabras. Desde su exilio en la Argentina sus piezas de teatro afinaron su filo político, ganando en lo satírico y en la denuncia social, a la vez que incorporaba innovaciones conceptuales, formales y temáticas. Combinando la tragedia y la comedia, creó admirables diálogos y situaciones de marcada proyección antimperialista y revolucionaria como puede apreciarse en El tren amarillo, drama del Caribe en tres actos (1955), Prohibido para menores (1956), La trata o El campanólogo (1959), El último cargo (1964), Mr. Tenor y yo (1975) y Teatrinos (1979).

Manuel Galich por Juan David 1953

Desde que estudiaba derecho en la Universidad de San Carlos de Guatemala, Galich sobresalió por su oposición al régimen de Jorge Ubico, lo que lo obligó a exiliarse en El Salvador, acontecimientos que relata en Del pánico al ataque (1949). Tras la caída de la dictadura, Galich, apodado el Verbo de la Revolución, devino figura de primer plano. Ocupó altas responsabilidades, desde Presidente del Congreso Nacional y Ministro de Educación del presidente Juan José Arévalo hasta Canciller durante el mandato de Jacobo Arbenz, de quien también fue embajador en Argentina y Uruguay. En esta misión diplomática le sorprendió la invasión contrarrevolucionaria a Guatemala, preparada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y que denunciara en Por qué lucha Guatemala. Arévalo y Arbenz: dos hombres contra un imperio (1956).

En Cuba, se convirtió en figura central de la Casa de las Américas y fue también el primer profesor de Historia de América en la recién fundada Escuela de Historia de la Universidad de La Habana (1962), materia que impartió por más de dos décadas, ofreciendo en sus cursos y conferencias una visión renovada del devenir continental, salpicado con sus simpáticas anécdotas. Recién graduado de esta carrera, tuve la suerte de tenerlo de profesor en los seminarios que dirigía para los jóvenes docentes de Historia de América, que integraríamos desde 1974, bajo su impronta intelectual, el departamento homónimo en la Universidad de La Habana. A esa época corresponden sus textos Mapa hablado de la América Latina en el año del Moncada (1973), El libro precolombino (La Habana, 1974) y Nuestros Primeros Padres (1979), que conservo con su cariñosa dedicatoria.

Manuel Galich y el presidente Jacobo Arbenz

Recuerdo las muchas ocasiones que compartimos, como en las inolvidables sesiones del Congreso sobre el Pensamiento Político Latinoamericano en Caracas, al conmemorarse el bicentenario del nacimiento del Libertador. Tampoco puedo olvidar aquella esplendida noche de agosto de 1983, en el balcón de su casa en La Puntilla, cuando tuvo la generosidad de comentarme página por página, durante varias horas, paladeando tragos de ron, mi pequeño libro sobre la historia de Guatemala acabado de terminar.

Nuestra última conversación tuvo lugar en su despacho de la Casa de las Américas pocos días antes de su repentina enfermedad. Hablamos de los resultados de un tribunal de categorías docentes en la que una colega no había salido bien, de su próximo curso en la Licenciatura en Historia y del libro que escribía sobre la historia de los pueblos centroamericanos, que quedó inconcluso. En reconocimiento a este hombre excepcional de Nuestra América, poco antes de su fallecimiento, el 30 de agosto de 1984, la Universidad de La Habana le concedió el título de Profesor Emérito, que Manuel Galich aceptó en formidable discurso improvisado en el Aula Magna.

Fuente: www.informefracto.com – 24 de junio de 2019

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