Haití histórico en la mirada de Carpentier

Por René Villaboy

Alejo Carpentier, (1904-1980) uno de los más importantes exponentes de las letras hispanoamericanas, visitó Haití en el año de 1943. Lo hizo acompañar su esposa Lilia Esteban, y juntos recorrieron las poéticas ruinas del Palacio de Sans Souci y la imponente fortaleza de la Ciudadela Laferriere. Aquel encuentro con los efectos de la primera revolución social de América- encabezada por miles esclavos y sus descendientes- deslumbró al gran cubano Carpentier de manera extraordinaria. Fue ese viaje el que lo motivó a investigar y luego dar vida a una de sus novelas más célebres, El Reino de este mundo (1949). Obra donde recreó los avatares de la revolución haitiana y su evolución posterior a 1804, y en la que introdujo un concepto muy original para la teoría literaria latinoamericana y caribeña. Lo Real Maravilloso fue la definición con que Carpentier categorizó a esa simbiosis de veracidad y fantasía que atraviesa a casi todos los procesos históricos y culturales en nuestra área.

Uno de esos sucesos realmaravilloso que se generó en el proceso de la revolución haitiana, y que  impresionó al también autor del Siglo de las Luces, fue la existencia en la parte norte de Haití de un singular y sui generis sistema monárquico. El 19 de marzo de 1811, Henri Christhope, uno de los líderes negros del apoteósico levantamiento de los eslavos de 1791, devenido general y lugarteniente de Toussaint Louverture, se hizo coronar como Henri I. Dando comienzo así a un “imperio” que con absolutismo y opulencia logró sobrevivir hasta 1820. 

Los orígenes del imperio de Henri I se remontan a la inestabilidad política que sobrevivió al triunfo sobre los franceses y -peor aún- a la proclamación de Haití, el 1 de enero de 1804. Los grupos hegemónicos gestados a partir del empoderamiento de los ejércitos anticoloniales y de una tácita alianza interracial y clasista, regresaron a sus contradicciones ancestrales en cuanto se concretó el nuevo estado independiente. Divididos en forma y sobre todo en contenido, las rivalidades entre los “triunfadores” negros y mulatos laceraron de manera profunda la vida política haitiana bajo el mando fundador de Jean Jacques Dessalines. El héroe de la Batalla de Vertieres y padre de la independencia, fue iniciador de un sistema político ambiguo que intentó conjugar monarquía y república, democracia y autoritarismo, civilismo y militarismo, en una sola persona y en las instituciones que estaban su mando. De este modo, el impulsor de una novedosa reforma agraria y del nacionalismo haitiano fue el primer emperador caribeño, consagrado sobre el poder de las armas como Jacobo I en octubre de 1804. Amparado en una constitución que se aprobó en 1805-tan compleja como el propio régimen posrevolucionario-Dessalines y sus prácticas políticas incrementaron la oposición y el descontento de varios sectores. El autoritarismo descarnado, la apertura haitiana a las causas revolucionarias del continente, y las implicaciones de una política económica oscilante llevaron al primer emperador a un levantamiento social y a una guerra civil que llegó a su punto máximo con el asesinato de Jacobo I en 1806.

El territorio haitiano quedó entonces dispuesto para su fraccionamiento. Sólo unos meses después, el otrora Saint Domingue quedó dividido en dos estados: en la región Sur, una república mulata encabezada por Alexander Petion.  Y en la parte Norte se constituyó desde 1807 el Estado de Haití dirigido por Henri Christhope, reconocido como presidente y generalísimo de los ejércitos.  Los documentos y basamentos legales del nuevo régimen de Christhope retomaron múltiples elementos de la tradición jurídica revolucionaria emprendida desde 1791. Por ello, mientras se ratificó la abolición de la esclavitud y la garantía de la propiedad, se estableció un jefe de estado vitalicio y se reconoció la religión católica como oficial. Al mismo tiempo, el nuevo estado dio continuidad al régimen de plantación bajo la obligatoriedad laboral y con supervisión del estado a través del ejército.

Sentada estas bases, Christhope pudo ir transitando hacia una monarquía absoluta muy original. Proclamada, como ya se dijo, en marzo de 1811. Enrique I, se construyó una singular corte integrada por sus hijos, familiares y altos cargos militares todos de origen africano. Una nobleza donde otorgó títulos y honores a mujeres y hombres que pretendían olvidar el toque de tambores y el legado de Mackandal. Christhope estableció un rígido sistema de trabajo, y se construyó una amplia red de palacios, fortalezas, espacios de recreo o de defensa que dieron sustento simbólico y reproducción cultural a una corona de origen vudú, pero conínfulas francesas. Esa fue la singularidad de Henri I, en cierto modo histriónica pero que arrastró a la explotación y a la muerte a cientos de sus compatriotas.

La emancipación social enarbolada desde el siglo XVIII por los haitianos se enfrentó a ese ensayo de reino trasndominador que empotró Christhope. Los conflictos con su vecina y liberal república parda del Sur, su ascendente impopularidad después de su despotismo descarnado, las conspiraciones que se sucedían en su contra, y tal vez la maravillosa invasión francesa que nunca llegó, llevaron al singular monarca a terminar su vida. Lo hizo con la misma mística que trastocó toda su gestión, y en medio de una rebelión militar se suicidó con el disparo de una bala de plata. Esa fue la historia que cautivó a un genial novelista para narrar los reales y maravillosos imperios de Haití.  

Fuente: Informe Fracto. www.informefracto.com – 18 de marzo de 2020

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