Los indoblegables mapuches

Por Sergio Guerra Vilaboy

Entre las noticias que llegan sobre las impresionantes manifestaciones populares en Chile, que no se han apaciguado ni con la Covid 19, sobresalen las airadas protestas mapuches contra las injusticias cometidas a este legendario pueblo originario de Nuestra América. La heroica resistencia de los también llamados araucanos comenzó a resonar en los albores de la conquista de América, cuando las huestes de Diego de Almagro, seguidas después por las de Pedro de Valdivia, invadieron la tierra austral.  

En el valle del Mapocho, Valdivia fundó el 12 de febrero de 1541 la villa de Santiago de Chile, capital de la llamada Nueva Extremadura, de la que se proclamó Gobernador. Sin embargo, la nueva colonia no nació en un lecho de rosas, pues los mapuches esparcidos en la región entre el valle de Aconcagua y la isla de Chiloé se enfrentaron sin tregua a los ávidos conquistadores españoles.

A fines de ese mismo año se desató la primera gran ofensiva araucana encabezada por Michimalonco, que logró destruir Santiago. La precaria situación de los conquistadores obligó a los primeros colonos a trabajar la tierra para sobrevivir. Pero el arribo de refuerzos permitió a los españoles avanzar hacia el sur y fundar la villa de Concepción (1550), junto a la desembocadura del Bio bío. La penetración europea intensificó la resistencia de los pueblos originarios, amenazados con ser expulsados de sus propias tierras, aniquilados o esclavizados. 

En un movimiento defensivo, varias tribus se unieron a un valeroso guerrero llamado Caupolicán o Kalfulikan, en mapudungún, la lengua mapuche. A este se sumó Lautaro, que había vivido entre los españoles y conocía sus tácticas militares. En enero de 1554, Lautaro infligió una sensible derrota a la hueste conquistadora en Tucapel, batalla que perdió al propio Valdivia, su jefe máximo, muerto empalado.

La tenaz lucha de los pueblos originarios continuó, aunque la traición hizo caer, en abril de 1557, a Lautaro, y en febrero de 1558, a Caupolicán, cuyas heroicidades sirvieron de tema al famoso poema épico La Araucana (1569-1592). Compuesto en el propio escenario de la guerra por el conquistador español Alonso de Ercilla, su propósito original era exaltar “el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles”, pero terminó siendo un canto de admiración a los mapuches, cuyas hazañas y elogios a Caupolicán, Lautaro, Galvarino, Rengo, Tucapel, los convirtieron en los verdaderos protagonistas de la historia.

Ercilla denominó aquella contienda Guerra del Arauco y a sus héroes los araucanos, palabra procedente del quechua, donde significa rebelde (auka), pues los incas ya habían sido contenidos por los mapuches en el río Maule. En esa misma arteria también fueron detenidos durante largo tiempo los invasores europeos por los araucanos, que ya utilizaban caballos y manejaban arcabuces. A fines del siglo XVI una sublevación generalizada amenazó la presencia hispana en Chile –fueron destruidas todas las villas españolas al sur del Bio-bío-, en la que perdió la vida el propio Gobernador Martín García Oñez de Loyola en la batalla de Curalaba (1598).

En 1665 la Corona española se vio obligada a dejar en paz a los mapuches, firmando con ellos varios acuerdos o “parlamentos”, ampliados en 1773 al reconocerse la autonomía de la Araucanía, con el río Bio-bío de frontera con la Capitanía General de Chile. Fue precisamente en los siglos XVII y XVIII que tribus araucanas cruzaron los Andes y se mezclaron con los pueblos originarios de las Pampas y la Patagonia, entre ellos los tehuelches, pampas y ranqueles. Con el mapusugún como lengua común, a los dos lados del extremo sur de la cordillera andina, se fue conformando una especie de nación mapuche independiente llamada Wallmapu.

En la década de 1820, cuando esa integración de los pueblos originarios iba tomando cuerpo, los patriotas criollos, para conseguir que los mapuches dejaran de apoyar a los realistas, les reconocieron sus derechos ancestrales sobre el extremo meridional y la autonomía, lo que fue clave para la derrota de España. Formadas las repúblicas de Chile y Argentina, sus respectivas elites pronto reanudarían la hostilidad a los mapuches hasta llegar a cometer un verdadero genocidio, maquillado con los eufemismos de “pacificación” de la Araucanía y la “conquista del desierto”, temas de nuestra próxima nota de Madre América.

Fuente: www.informefracto.com – 22 de mayo de 2020

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