El rapto de Panamá

Sergio Guerra Vilaboy

Fue en Panamá donde se aplicó por primera vez la tristemente célebre política estadounidense del big sitck o del garrote. Este pequeño territorio centroamericano, conquistado por España y perteneciente desde 1821 a Colombia, había disfrutado en toda su historia de dos momentos de esplendor económico: el primero durante la existencia del sistema de flotas (1561-1748) y el segundo asociado a la comunicación interna de Estados Unidos a mediados del siglo XIX.

Después de la Guerra Hispano-Cubano–Norteamericana de 1898, el interés de Washington por una vía interoceánica se reactivó por estrategia comercial y militar, al adquirir posesiones en el Pacífico y tener crecientes negocios con China y los países latinoamericanos con costas al oeste del continente. Desde 1881 había comenzado la construcción de un canal en Panamá bajo la dirección de Ferdinand de Lesseps, el artífice del de Suez, aunque la compleja obra estaba detenida por problemas financieros, la enorme mortalidad causada por la fiebre amarilla y el desnivel de los océanos, no previsto en el proyecto original.

El 19 de junio de 1902, tras ser desechada la alternativa de Nicaragua, el presidente Theodore Roosevelt tramitó la compra de la obra francesa interrumpida y obtuvo del gobierno colombiano garantías exclusivas sobre la futura vía canalera. Estos derechos quedaron estampados en el Tratado Hay-Herrán, del 22 de enero de 1903, que entregaba a Estados Unidos, por el resto del siglo, una franja de tierras de diez kilómetros de ancho. Pero el documento no fue ratificado por el congreso de Bogotá, con el argumento de que lesionaba su soberanía y no se recibía una adecuada compensación.

Ante el inesperado obstáculo, Estados Unidos propició la separación de Panamá, aprovechando el interés existente por el canal. El congelamiento del tratado Hay-Herrán por Colombia era una desgracia para la empobrecida economía panameña, que podría resucitar la alternativa de Nicaragua. Eso explica que Estados Unidos pudiera aprovechar las legítimas aspiraciones emancipadoras del pueblo panameño.

Los arraigados sentimientos nacionales de Panamá se habían afianzado a lo largo del siglo XIX y, sobre todo, a consecuencia de la mortífera Guerra de los Mil Días (1899-1903) en Colombia. Los istmeños, que habían perdido su autonomía en 1886, apoyaron la causa liberal colombiana para recuperar ese estatus, aunque en Panamá la contienda adquirió un marcado carácter social con las demandas agraristas enarboladas por los cholos del guerrillero Victoriano Lorenzo.

Tras la ejecución de este líder popular en Chiriquí, el 15 de mayo de 1903, Estados Unidos pudo seguir adelante con sus planes. El 3 de noviembre de ese año, con la protección de la escuadra norteamericana –que impidió el desembarco de tropas colombianas-, se proclamó la independencia de Panamá, reconocida al día siguiente por Washington. Dos semanas después, se firmó el Tratado Hay-Bunau Varilla, que enajenaba la soberanía de la naciente república sobre la zona canalera, a la vez que se pagaba a la empresa francesa representada por Philippe Bunau Varilla, su principal accionista.

A continuación, mediante el farisaico convenio Taft de diciembre de ese año, Panamá quedó convertido en un verdadero protectorado norteamericano, con una constitución (1904) que permitía la intervención militar de Estados Unidos en su territorio, siguiendo la pauta de la enmienda Platt aplicada a Cuba tres años antes. Se había consumado el Rapto de Panamá, título de un esclarecedor libro del periodista argentino Gregorio Selser.  

El canal fue inaugurado finalmente en 1914, tras resolverse los problemas financieros, de diseño y de salubridad -esto último gracias al descubrimiento del agente trasmisor de la fiebre amarilla por el cubano Carlos J. Finlay- que habían hecho fracasar el proyecto francés. La obra ingeniera reportó a Estados Unidos ganancias colosales y sus bases militares en la zona del canal se convertirían en un arma de control sobre todo el continente; hasta que el territorio secuestrado tuvo que ser finalmente devuelto a Panamá, gracias a la tesonera campaña del general Omar Torrijos, que la había convertido en una causa anticolonialista de toda Nuestra América.

Fuente: www.informefracto.com – 17 de julio de 2020

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