La memoria de los vencidos

Por Sergio Guerra Vilaboy

De la historia de los pueblos indígenas americanos, contada por ellos mismos antes de la invasión de los europeos, sólo disponemos en Mesoamérica de algunos textos tallados en piedra o escritos en largos papeles de amate. Estos últimos son los códices, elaborados por los tlacuilos en forma de acordeón, la mayor parte destruidos durante el holocausto de la conquista.

También se conocen algunos testimonios orales aborígenes recogidos por los primeros cronistas y misioneros, en el propio siglo XVI, aunque los más exactos eran los vertidos por los quipucamayos del Tahuantinsuyo, que se valían de los quipus, un complejo recurso nemotécnico de cuerdas anudadas. Sobre estos testimonios escribió Bartolomé de Las Casas: “Tenían en ello tal orden para que no se olvidasenque se instruían en las antigüedades cuatro o cinco, y quizá más, por lo que oficio de historiadores usaban, refiriéndoles todos los géneros de cosas que pertenecían a la historia, y aquéllas tomabanlas en la memoria y hacínaselas recitar, y si el uno de alguna cosa no se acordaba, los otros se la enmendaban y acordaban.

El relato de tlacuilos y quipucamayos respondía a los intereses de los grupos dominantes en las sociedades andinas y mesoamericanas, las más desarrolladas del continente. Sus historias eran esencialmente dinásticas, para legitimar el poder de la teocracia y encumbrados jefes militares, vinculándolos a mitos y deidades, en los que se mezclaban elementos fantásticos y hechos verídicos. En el imperio incaico, por ejemplo, los quipucamayos borraron de su memoria a los pueblos sometidos, con el propósito de que sólo trascendiera una imagen de la antigüedad andina hecha al gusto de los victoriosos gobernantes quechuas.

Lo mismo hicieron los tlacuilos, por ejemplo, con el relato de los jefes aztecas Itzcóatl y Tlacaélel, después de expandir su territorio tras la victoria de 1428 sobre Azcapotzalco, según se desprende del siguiente texto de Códice Matritense de los informantes de Bernardino de Sahagún: “Se guardaba su historia. Pero, entonces fue quemada: cuando reinó Itzcóatl, en México. Se tomó una resolución, los señores mexicas dijeron: no conviene que toda la gente conozca las pinturas. Los que están sujetos, se echarán a perder y andará torcida la tierra, porque allí se guarda mucha mentira, y muchos en ellas han sido tenidos por dioses.”

La historia autóctona de los pueblos originarios, que el mexicano Miguel León Portilla reuniera, con textos anónimos salvados de la hoguera, en su clásico Visión de los Vencidos (1959), era muy diferente a la ofrecida por los invasores ibéricos, obsesionados por el triunfo de la corona española y la evangelización de los territorios americanos. A pesar de la contaminación introducida por estos últimos al transcribir algunos testimonios indígenas en sus obras, esos relatos primigenios constituyen la imagen más fidedigna llegadas a nosotros –al margen de posteriores descubrimientos arqueológicos y antropológicos-de las concepciones de la historia y el devenir de los propios pueblos originarios, continuada en los siglos XVI y XVII por cronistas aborígenes y mestizos como Tezozómoc, Ixtlilxóchitl, Chimalpahin, Pachacuti, Guamán Poma o el Inca Garcilaso.

Todos estos autores descendían de la derrotada clase dirigente del Tahuantinsuyo y Mesoamérica, que había pactado con los conquistadores. Valiéndose de viejos relatos y las propias vivencias familiares, ofrecieron una visión de la historia antigua acomodada a sus pretensiones. Sus genealogías y narraciones históricas, impregnados de las concepciones y estilos europeos, se proponían reivindicar el abolengo de sus antecesores y engrandecer el pasado de los pueblos originarios, para conseguir ciertos privilegios. Escritos por lo general en castellano, eran textos de pobre calidad literaria y difícil lectura, que defendían el punto de vista de los conquistadores, a los cuales ya estaban ligados sus intereses económicos. Entre las grandes excepciones figuran los Comentarios Reales (1609) del Inca Garcilaso, quien no sólo fue capaz de identificarse con la historia y sentimientos de sus antepasados, en una obra de elevada calidad literaria, sino también de crear un singular modo de expresión, que ha permitido valorarlo como el primer escritor propiamente hispanoamericano.

Fuente: www.informefracto.com – 22 de diciembre de 2020

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