Doscientos años de la independencia de Perú

Sergio Guerra Vilaboy

La toma de posesión del maestro Pedro Castillo como presidente del Perú este 28 de julio, en medio de una profunda crisis nacional, coincide con el bicentenario de la proclamación de la independencia de este país por José de San Martín, quién también debió enfrentar enormes desafíos. El general rioplatense había conseguido en apenas once meses, tras su desembarco en Pisco (agosto de 1820), apoderarse con su ejército, casi sin combatir, del litoral norte y el centro del territorio peruano, baluarte del colonialismo español.

Como ya referimos en Informe Fracto, el virrey José de La Serna, después de abandonar Lima se refugió en la Sierra, donde las condiciones, desde Jauja hasta el Alto Perú, eran más favorables para una resistencia prolongada. La retirada realista, que incluyó mantener la fortaleza de El Callao, posibilitó la entrada en Lima de San Martín la noche del 12 de julio, a caballo y sin escolta, antes de que se completara el ingreso de su ejército iniciado tres días antes. Para tranquilidad de la aristocracia limeña, que temía el asalto de las montoneras indígenas y criollas, San Martín ordenó a los jefes de las guerrillas, entre ellos el salteño Isidoro Villar y el curaca Nanivilca, que “se abstengan de entrar en ella, y alterar el orden público”.

En la barroca sede virreinal, San Martín reunió el 15 de julio al cabildo limeño para firmar el Acta de Independencia. Trece días después, la declaración fue proclamada en la plaza Mayor de Lima ante miembros del ayuntamiento, del claustro de la Universidad de San Marcos, las corporaciones religiosas, jefes militares, los oidores y representantes de la nobleza indígena. Ante miles de personas, mientras se escuchaban los repiques de las campanas y salvas de artillería, San Martín enarboló la flamante bandera peruana.

A propuesta de sus oficiales, el 3 de agosto el máximo jefe patriota aceptó el poder ejecutivo como Protector de la Libertad del Perú, convencido de “los males que ha ocasionado la convocatoria intempestiva de congresos, cuando aún subsistían los enemigos”. Inclinado a establecer la monarquía en Perú, San Martín enviaría después una delegación al Viejo Continente para ofrecer el trono a un príncipe europeo. Con ello pretendía ganarse el apoyo de la rancia aristocracia peruana y evitar un enfrentamiento armado con los realistas, que quintuplicaban sus efectivos militares.

El proyecto monárquico de San Martín para Perú no sólo estaba en concordancia con las tendencias prevalecientes en el Río de la Plata, sino también con los consejos de su ministro Bernardo Monteagudo, que había fundado la Sociedad Patriótica de Lima al considerar inviable un gobierno democrático‑republicano en una sociedad de tan abismales diferenciales clasistas y étnicas. También el Protector validó los títulos nobiliarios de 46 marqueses y 35 condes, porque “la nobleza peruana tiene sus timbres, y justo es que los conserve“, aprobó la creación de la Orden del Sol, para completar una posible corte real con altos oficiales suyos, imbuidos de prerrogativas vitalicias y hereditarias.

A pesar de estas concesiones a la clase dominante, en agosto de 1821 el Protector dispuso la supresión de la mita, el tributo y cualquier tipo de trabajo forzado de los pueblos originarios, junto con la libertad de los hijos de los más de cuarenta mil esclavos negros que laboraban en las plantaciones esparcidas por la costa. La fundamentación de este último decreto es la mejor prueba de los intentos del general San Martín por conciliar sus anhelos de reformas sociales con los intereses de la elite peruana, que terminarían llevándolo a un callejón sin salida:  ”Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy mirada como un efecto permutable, y sujeto a los cálculos de un tráfico criminal; los hombres han comprado a los hombres, y no se han avergonzado de degradar la familia a que pertenecen, vendiéndose a otros. Yo no trato, sin embargo, de atacar de un golpe este antiguo abuso; es preciso que el tiempo mismo que lo ha sancionado lo destruya; pero yo sería responsable a mi conciencia pública y a mis sentimientos privados, si no preparase para lo sucesivo esta piadosa reforma, conciliando por ahora el interés de los propietarios con el voto de la razón y de la naturaleza.”

Fuente: www.informefracto.com – 27 de julio de 2021

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