CRÓNICA DE LA REVOLUCIÓN DE MAYO XV. Carta XII

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Buenos Aires, 31 de mayo de 1810

Mi apreciado amigo: Ni es cierto del todo, ni es falso del todo, lo que con respecto a mí le ha escrito a usted el señor Cura R… Poniéndose él en el término medio de la sensatez y de la prudencia habría encontrado las razones que yo he tenido para no simpatizar con los sucesos de la semana pasada, y para creer que hubiera sido mucho mejor coordinar las necesidades del tiempo con la concurrencia y cooperación de las autoridades legítimas que han sido derrocadas. No desconozco, como usted sabe, que los sucesos de España, y las nuevas emergencias que han alterado las cosas en este país desde el año seis, complicadas con los disturbios de Montevideo y con la asonada del año pasado, habían traído un conflicto que ya no podía evitarse; y que era de todo punto necesario hacer una grande variación en el orden de nuestro gobierno. A mi modo de ver, la marcha que debía haberse adoptado era haber creado una regencia del virreinato, de tres personajes, presidida por el virrey; y ponerle un consejo de estado de quince o veinte miembros tomados de lo principal entre los vecinos de mayor prestigio, del estado civil, del militar y del clero, que hubiese asumido la soberanía en representación del rey; y prepararnos así para cuando él sea repuesto a su legítimo trono, y exigir entonces la creación de una monarquía bajo régimen libre, en la cabeza de uno de los príncipes de la casa real de España, en todo con el régimen que había calculado el conde de Aranda, y que como bien sabemos contenía el pensamiento de una gran parte de los hombres de Estado de la península.

Tengo la idea de que la lucha heroica que sostienen los españoles contra el insolente invasor que los oprime ha de triunfar, y que ha de traer por consecuencia el establecimiento de una monarquía libre, con cortes y cuerpos intermedios que moderarán el despotismo monárquico que ha regido hasta aquí. Entonces habríamos podido optar entre seguir formando parte de la nación española, con el envío de nuestros diputados a esas cortes, o la separación cordial como monarquía independiente, y aliada por los vínculos de la familia reinante, del idioma y de la nacionalidad; para entrar así con calma y con moderación en el camino de los cambios y adelantos que nos hubiera ido trazando el tiempo y la experiencia.

Ya usted ve pues que le han dado ideas injustas sobre mi modo de pensar; y que tan lejos de ser adversario del establecimiento de un gobierno interior y soberano en este virreinato, habría estado con sus amigos de usted si hubiesen tomado otro camino. Lo que ellos han hecho es un trastorno tan profundo en todo lo que era y debía ser este país, que, para mí, han abierto una brecha funesta en el orden social; en la que no vamos a cosechar sino catástrofes, guerras civiles, odios de los unos contra los otros, confusión de ideas, proyectos sin asiento seguro, innovaciones de cada día, atropellamiento de derechos sagrados, rivalidades mezquinas: gobiernos sin respetabilidad y un caos por último que será el complemento de la ruina porque acabaremos devorándonos unos a otros, y cayendo por fin en manos de un poder extranjero, del inglés quizás, que barrerá de esta tierra nuestra lengua, nuestra religión y nuestras familias. Yo sé, que por ahí dicen, que mi modo de pensar proviene de la jerarquía elevada de que goza mi familia en España y en el país, que suponen que todo esto me contraría porque tenía ya asegurado un obispado pingüe en el interior. Todo pudiera ser, porque aunque no me doy cuenta de que los intereses personales tengan ese grande influjo sobre mis ideas, a nadie le es mandado mirar las cosas y los sucesos de su país, con independencia de la posición que ocupa en él. Lo que sí le puedo decir a usted es que si llegara yo a ver que había estado engañado, y viera al país estatuido con un gobierno serio, prudente y fuerte contra el desorden, confesaré ingenuamente mi error, y aceptaré la independencia nacional con amor y devoción, pero yo quiero el orden, la seguridad y la libertad, antes que la independencia; y por desgracia veo que cualesquiera que sean las fuerzas con que se pretende que todo esto se hace por conservar la integridad de estos dominios al Rey Fernando VII, y a la España, todo eso es mentira evidente; y nos echamos en la independencia, sin haber pensado cómo vamos a consolidar un gobierno que la salve, que era lo primero. Y quiera Dios, mi amigo, que después de habernos hecho criminales contra el orden establecido, no acabemos por ser vencidos y castigados como réprobos y rebeldes. Entonces los entusiastas y los tibios hemos de caer bajo el mismo azote; y ya usted verá que de entre los primeros, han de salir los traidores y los tránsfugas.

No tenemos costumbres políticas, con lo sucedido perdemos toda idea de disciplina, no tenemos hombres consagrados en el respeto público que nos dirijan. Todo lo nuevo va a salir del alboroto público y del apuro del momento. Como dice muy bien Cañete «el gobierno de América ha sido puramente derivativo, y se ha mantenido sólo por el favor de los empleos y de las gracias particulares que se esperaban de los funcionarios; y sólo el poder armado del soberano ha contenido la osadía de las manos rebeldes que han dejado de obrar antes a pesar suyo». Ahora parecen estar triunfantes, y yo me abismo al pensar en lo que harán bajo las leyes inflexibles de la necesidad y de la lucha a muerte en que hemos entrado; roto el muelle real que daba impulso a esta máquina, se ha de desconcertar todo su movimiento.

¿Cuándo, en qué forma y por quiénes se habrá de constituir el magisterio que correspondería a la soberanía americana, o a la de este virreinato? ¿Nos consentirán esta situación los otros virreyes? Claro es que no: luego vamos a la guerra civil, y emprendemos una aventura desesperada contra el resto del país y contra la España, que será apoyada dentro de poco por todas las potencias que la ayuden a librarse de Napoleón.

La prueba más palpable que usted tiene de esto es la conducta y los procederes de la Junta. Un primer paso es una expedición militar contra Córdoba, donde se ha concentrado el poder de los jefes leales al orden atacado por la innovación del 25 del corriente. Esa expedición es ya un atentado en sí misma: se lo he dicho ayer a Rivadavia y a López, que vinieron a traerme la carta de usted y que quisieron convencerme de que yo había hecho mal en no votar con ellos el 22 y retirarme del Cabildo. El empleo de las armas contra los magistrados legítimos del país es cosa muy grave. Vencerán o serán vencidos les dije. Si lo primero, ustedes tienen que ir, que ir, que ir hasta el fin del inundo, porque la empresa no tiene término mientras haya españoles en América y en España. No se hagan ustedes ilusiones: la tarea es eterna y quizás de un siglo. Si ustedes son vencidos serán castigados como rebeldes y traidores. -Estamos dispuestos a todo, me contestaron.-Así será, les dije, pero es que ustedes no piensan en la suerte fatal de las familias y del vecindario inocente: ustedes no piensan en el gobierno de exterminio, de venganzas y de sospechas que tiene que crearse hasta exterminar todo germen de rebelión; y si ustedes vencen tienen que hacer lo mismo, destruir fortunas, sacrificar hombres, dar batallas, perseguir, vigilar siempre, y después de eso no queda lugar ninguno para ese gobierno libre que ustedes van buscando. Me contestaron que yo exageraba, porque no había visto de cerca el entusiasmo y el temple del pueblo. López me dijo: todas las revoluciones traen algunas de esas consecuencias que usted apunta, y que yo también temo; pero cuando los pueblos que las hacen son fuertes y saben triunfar, hacen respetar su gobierno; y cuando esas revoluciones se hacen con un fin claro de conseguir la libertad, la victoria da la libertad para todos y también da gobiernos justos para todos. Es más o menos lo que usted me dice; y yo no lo negaría si el principio y el fin estuvieran tan próximos entre sí como ustedes lo ven; y mientras tanto lo que a mí me alarma es el intermedio que lo separa, y los horrores y catástrofes de que lo veo erizado el intermedio.

Y de no, vea usted esa expedición armada que marcha al interior: al primer paso, la revolución del 25 se ha encontrado sin más salida que la guerra. Ha querido reunir un Congreso Soberano de Diputados de las Provincias del virreinato para que vengan a la Capital a establecer la forma de gobierno que se considere más conveniente. Pero como nuestros pueblos no saben elegir, ni tienen medios de elegir, ni formas, ni garantías para elegir, se tropieza con la cuestión formidable de que si los Diputados vienen electos bajo el mando de los que gobiernan desde Córdoba a La Paz, vendrá una inmensa mayoría que responderá al señor Cisneros y que tratará en el Congreso Soberano, como a traidores y rebeldes a todos los autores y actores de esta revolución. ¿Cómo hacer?

…Mandar una expedición armada para que quite gobernantes enemigos y ponga gobernantes amigos. Bajo éstos la elección será de amigos, y todos estarán de acuerdo con la revolución. Pero ¿dónde queda la libertad?… Queda como antes, porque en medio de la guerra civil no se puede elegir, ni cabe esa libertad con la que la Junta cohonesta su expedición.

¡Y más todavía! Lo que el acta del 25 estableció fue que los Diputados viniesen a establecer la forma del gobierno nuevo en un Congreso, es decir, formando un cuerpo constituyente y deliberante como el de la Asamblea Constituyente de la Revolución francesa; pero, como a pesar de todo, la Junta desconfía de que las provincias participen de las ideas y propósitos que aquí dominan, la Junta ha cambiado prudentemente, por no decir otra cosa (y con razón) el texto del acta del 25; y establece en una circular del 27, cuya copia he visto, que los Diputados se han de incorporar a la Junta conforme vayan llegando, para sofocar así en su seno toda resistencia y prevenir el escándalo que producirían las divergencias de un debate público. Yo presumo que si se juntan esos Diputados, nacerá al instante la discordia. Cañete ya lo ha dicho: ¿qué capital y qué provincia se han de llevar el gobierno a su casa; y quién ha de tener bajo su mano la capital y el gobierno del resto? De todos modos, un gobierno como el que se va a formar por esa circular del 27, cuya copia he visto, es un gobierno sin formas y sin garantías: un Directorio colectivo, del que poco a poco han de ir saliendo los unos y entrando otros a gobernar al empuje de la intriga y de las rivalidades.

Todo esto se habría salvado a mi modo de ver creando una Regencia y un Consejo de Estado. El señor Cisneros no estaba distante de estas ideas. Podría haberse tratado de todo esto con calma; y se hubiera completado y coordinado el sistema. Pero todo ha sido inútil: un empujón lo ha volcado todo y ríase usted de cuentos: ya no hay más alternativa que la República independiente o la contrarrevolución.
Sin embargo, le repito que no me tenga por adversario inflexible de los acontecimientos. En la situación de mi espíritu, prefiero la República a la contrarrevolución. Lo tengo por imposible, no veo cómo la van ustedes a hacer aventuradísima en las condiciones actuales del mundo y del país. Pero le repito a usted que si la hacen, y que si la veo gobernada por hombres de responsabilidad y de carácter para hacerla respetar, me reconciliaré con ella, y la he de servir. Si me retiré del Cabildo en la noche del 22, sin votar, fue porque todo lo que vi me desanimó. Llevaban la voz hombres sin experiencia y sin un adarme de juicio propio en esto de los negocios de Estado. Me parecían ciegos echados a correr con el país a cuestas entre barrancas y precipicios.
Antes de escribirle a usted en el tono en que lo hago, le pedí a López que fuese a referirle a Moreno, el compromiso en que usted me ha puesto de escribirle, y no le preguntase si corría yo riesgo en hacerlo con franqueza, y de acuerdo con mi modo de ver los sucesos, puesto que a él y a todos sus amigos les consta que si no pienso como ellos teóricamente, no pueden tampoco tenerme por enemigo, ni como actor, en cosa alguna que no sea el servicio asiduo de mi curato. Me ha contestado por medio de López, palabras muy lisonjeras autorizándome para escribirle a usted como mejor me plazca; pero aconsejándome que por ahora no escriba en el mismo sentido a nadie más: de lo que yo me guardaré bien; porque, mi amigo, no creo que tarden los actos de represión y de rigor contra algunos oidores y contra el mismo Cisneros; y no crea usted que los repruebo, porque se van a presentar como necesidades imperiosas e ineludibles de la política nueva. Apruebo la resolución que usted tiene de salir de Canelones: esa campaña va a entrar en grandes sacudimientos, y como usted dice bien, hay por allí muchos facinerosos. A mí me conviene que usted se venga. Su entusiasmo me servirá de protección para todo evento, pues usted tranquilizará a sus amigos haciéndoles comprender que mi abstención no es hostil ni contraria para ellos; y quizás sea usted quien me lleve de la mano hasta que las nuevas cosas se congracien conmigo, o yo con ellas; pues daría no sé qué, por no tener razón en mis aprensiones.

Me parece que le han exagerado mucho a usted el valor de la réplica que nuestro amigo Passo le dio al señor Villota. Fue hábil, no hay duda, pero como raciocinio político y jurídico, fue muy frágil. Hizo mucha impresión, porque dio forma aparente a las pasiones y al entusiasmo de la multitud. El fiscal Villota argumentaba con razón que no era legítimo el cambio radical de las autoridades instituidas por solo acto del vecindario de la capital; y que éste debía limitarse a la convocación de los demás pueblos del virreinato, para que los Diputados deliberasen y resolviesen. Este raciocinio no admitía ni duda ni contradicción justificada. Passo procuró rebatirlo, invocando el caso de urgencia, con la teoría jurídica del «negotiorum gestor». Buenos Aires, dijo, que es la hermana mayor de esas provincias y vecindarios, cuyos derechos se invoca, se encuentra de improviso con que todo el gobierno de la monarquía se ha derrumbado en derredor suyo. No hay rey, no hay sucesor, no hay nación española. Todo el territorio europeo está ocupado por el enemigo: una sola ciudad española, atrabancada y circunscripta a las orillas del mar, es la única que se defiende en agonías, sitiada y por lo visto sin esperanzas de salvarse. Su plebe entregada a la anarquía del desorden y de la indisciplina por su propia situación extrema, desconoce y destituye a la Junta de Gobierno que se había dado la Nación; y erige a su antojo una Regencia pretendiendo que esta entidad local sea la soberana de América. ¿Por qué se le niega a Buenos Aires que es cabeza del virreinato, lo que se le quiere conceder a Cádiz que no es cabeza de nada? ¿Por qué no ha hecho Cádiz lo que hace Buenos Aires? ¿Por qué no ha proclamado que el gobierno de los restos de la monarquía, debe trasladarse al lugar donde esos restos están vivos, libres y organizados; y por qué se ha declarado que Cádiz debe quedar sujeto como dependencia subalterna de la Regencia o al Gobierno soberano que se erija en América que es la parte viva y libre que queda de toda la monarquía? ¿Por qué no ha declarado que las Cortes del reino se junten y funcionen en Buenos Aires, así como Buenos Aires convoca a todas las demás provincias del virreinato para proveer a lo que reclaman las circunstancias, la salvación y la integridad de los dominios del Río de la Plata? ¿Pues qué, un puerto de mercaderes es acaso sucesor nato del Rey y de la monarquía de España y de las Indias?

Con más razón y derecho podemos nosotros reclamarlo en nuestra propia tierra y para nuestra tierra, que al fin es más España que ese pueblo reducido y anarquizado. Yo no niego que el cambio es grande y profundo; y por lo mismo ha sido preciso emprenderlo en un momento en que no hay como demorar el resultado. El pueblo está agitado, convulsionado, no hay autoridad ni fuerza que pueda reducirlo a la dependencia de Cádiz. Nos encontramos en medio de un tremendo conflicto; no hay tiempo de llamar y de reunir las otras partes del virreinato, es menester salvarnos; y todo esto muestra que no tenemos más remedio que obrar por nuestra cuenta y obtener una garantía previa para los justos derechos que se invocan; a fin de que los demás miembros del virreinato gocen de ella para declarar su voluntad. ¿A quién le puede corresponder esta actitud si no es al hermano mayor que vela por los derechos y por los intereses de la familia?

Estoy muy lejos de negarle a usted (le repito) lo hábil y lo bien combinado de esta arenga en los momentos en que se hizo. Por la menor reflexión convence de su fragilidad; porque se supone lo que no se sabe ni se prueba, y es que el cambio, el proceder o el negocio sea apetecido por los ausentes, y que sea evidente su utilidad para ellos. Por lo pronto el cambio es la guerra civil, y el poder armado de la capital en marcha contra las autoridades establecidas en el interior. ¿Lo desean ellas… Se supone… pero es que hay presunción jurídica cuando se trata de mudar gobiernos; y no es la demolición del bien común, sino su conservación y su salvación, lo que funda el caso excepcionalísimo del mandato oficioso y del gestor inautorizado. Suponer que los pueblos del interior son enemigos de sus gobernantes, porque Buenos Aires no quiere mantener a los suyos, es gratuito. Lo mejor hubiera sido ser franco, dejarse de hipocresías, y decir claramente: hacemos una revolución, y pretendemos llevarla adelante por las armas; porque al fin y a la postre es la verdad; pero esta verdad es a mi juicio tan grave y peligrosa, que me desanima para estar con ustedes a pesar de que le protesto a usted que en mi corazón les deseo el triunfo venga lo que viniere, porque lo contrario traerá una serie de atrocidades y de ruinas, de luto y desolación, de que por desgracia no nos faltan terribles ejemplos en la historia de las revoluciones prematuras y desgraciadas. Lo que me aterra es que no veo ni generales, ni pueblos, ni hombres de Estado capaces de sacar con bien la ardua empresa en que nos hemos metido. Moreno es demasiado apasionado y voluntarioso: sería un terrible dictador para un conflicto supremo; pero Dios libre a los pueblos de que lo sea, y a él mismo también por honra de su nombre, porque es hombre excesivo y temerario; pero en las condiciones en que se halla se hará imposible y tardará en ser separado. Saavedra es hombre de más juicio y de mejor sentido práctico. Lo prueba la moderación de los propósitos con que se ha mostrado el 23 y 21, aceptando parte en el gobierno presidido por el virrey: término medio entre la rebelión manifiesta y la justa necesidad de un cambio prudente en la organización del gobierno requerido por su estado actual de las cosas. Los exaltados lo han coartado, y lo han arrastrado al fin en su sentido de revuelta exagerada. Yo creo que hizo mal en ceder, y que les ha de pesar, a él y a ellos, porque no se dan cuenta de adonde van. ¿Y generales?… mejor es callar. El día en que ustedes tengan todo eso que les falta, como se lo pido a Dios en las preces diarias de mi sagrario, se tranquilizará mi conciencia perturbada; y tal vez pueda demostrarles a ustedes que son sinceros mis temores y mis votos por el bien del país, como no lo ha de dudar usted de este su leal amigo y colega (1).

NOTA:
(1) En esta carta se ha roto un pedazo de papel donde quizá estaban algunas iniciales: así que es difícil colegir a quién puede atribuírsela.

Vicente Fidel López:  Crónica de la Revolución de Mayo. Buenos Aires. Editorial El Quijote. 1945.

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