X Encuentro Internacional de ADHILAC. junio 2011. Santo Domingo. Discurso de Sergio Guerra Vilaboy

Discurso pronunciado en el Acto de Apertura

Palacio de Bellas Artes de Santo Domingo. República Dominicana

Fotos: Carolina Crisorio


Discurso pronunciado por el Dr. Sergio Guerra Vilaboy:

Sr Presidente de la República Dominicana Leonel Fernández Reyna
Sra Primera Dama Margarita Cedeño de Fernández
Sr. Mateo Aquino Febrillet,  Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo
Miembros de la Presidencia de este ActoEstimados colegas
Amigas y amigos todos

Esta tarde, tras largos meses de intensa preparación, tenemos la satisfacción de inaugurar el X Encuentro Internacional de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC), que fuera convocado en nuestro anterior congreso de Santa Marta, celebrado en Colombia, en mayo de 2010.

La idea de hacer este Encuentro internacional de historiadores en la República Dominicana, y dedicarlo al tema de Las revoluciones en la historia de América Latina y el Caribe siglo XX, corresponde al Presidente Leonel Fernández Reyna, quien nos ha brindado todo su respaldo y apoyo personal para el desenvolvimiento exitoso de este congreso.

Con anterioridad, el propio Presidente Fernández nos compulsó a organizar, con el concurso de la ADHILAC, otras dos reuniones internacionales de historiadores en esta hermosa capital dominicana. Me refiero al seminario internacional Repensar la Independencia desde el Caribe en el bicentenario de la revolución española, 1808-2008, en octubre de 2008, y el coloquio internacional Relaciones de los Estados con el gran Caribe (1870-1945), en junio de 2010, ambos, como este, organizados junto con la Cátedra Juan Bosch de la Universidad de La Habana, que dirige el profesor Luis Céspedes, y la Academia Dominicana de la Historia, que entonces presidía el destacado historiador dominicano Emilio Cordero Michel.

Desde su nacimiento en México en 1974, cuando fue fundada por un representativo grupo de historiadores, sociólogos y otros cientistas sociales latinoamericanos, muchos de ellos exiliados en ese país, la ADHILAC –que hoy cuenta con más de tres mil asociados- se ha orientado a promover el desarrollo de los estudios históricos, mejorar las comunicaciones, contactos y las propias condiciones de trabajo de los historiadores latinoamericanos y latinoamericanistas, para lo cual periódicamente organiza congresos y talleres científicos, ciclos de conferencias, y edita libros y publicaciones periódicas en papel y formato digital. Tal como establecen nuestros estatutos, la ADHILAC ha impulsado la docencia y la investigación de la historia latinoamericana y caribeña y apoyado las mejores causas de este continente, abogando, por la defensa de los valores nacionales de nuestros pueblos, su soberanía, la autodeterminación y la integración.

Todos los congresos y diferentes talleres y seminarios internacionales organizados por la ADHILAC, sobre palpitantes temas de la historia de nuestro continente, como los últimos realizados en Cádiz, noviembre de 2009, Quito, agosto de 2010 y La Habana, noviembre de 2010, han arrojado, sin duda alguna, fructíferos resultados. En ellos se han recogido, a través de ponencias y discusiones, las mejores experiencias de los investigadores y profesores latinoamericanistas, cuyo esfuerzo intelectual ha cobrado una nueva y más amplia perspectiva.

Nuestras reuniones también han contribuido al desarrollo de la historiografía latinoamericana contemporánea, que se ha enriquecido con el esfuerzo coordinado de los científicos sociales vinculados a nuestra Asociación. Pero, sobre todo, los Encuentros Internacionales de ADHILAC se han constituido en un amplio foro de análisis y diálogo sobre los grandes problemas de la historia latinoamericana y caribeña, facilitando una profunda y lúcida reflexión sobre sus tradiciones, realidades y perspectivas.

En sus casi cuatro décadas de existencia, la ADHILAC ha efectuado diez grandes congresos internacionales, (México, 1974 y 1994), Venezuela (1978 y 2007), Ecuador (1981), Cuba (1983), Brasil (1990), España (2001), Colombia (2010) –a los que deben sumarse muchos otros, de carácter regional o local dedicado a diferentes temas-  sobre la base de un extraordinario esfuerzo económico y humano de sus organizadores, que ha permitido reunir a centenares de historiadores latinoamericanistas para evaluar el nivel científico de las investigaciones y la docencia en los países de Nuestra América. En todos estos cónclaves se ha debatido importantes problemas relacionados con la historiografía de América Latina y el Caribe, lo que ha contribuido al estímulo de la investigación histórica y su difusión.

Como muchos de ustedes ya conocen, tenemos previsto realizar, en septiembre de 2014, el XI Congreso de la ADHILAC en Austria, a propósito del bicentenario del congreso de Viena, para valorar sus repercusiones para América Latina y el Caribe, así como en las relaciones internacionales. También estoy autorizado a informar que ya estamos en los preparativos de un gran coloquio internacional sobre el papel del Estado en la historia de América Latina y el Caribe, con el apoyo del presidente Fernando Lugo y su gobierno, que pretendemos celebrar en Asunción, Paraguay, previo a la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado que tendrá lugar en la capital paraguaya a fines de octubre de este año. Además, otros encuentros internacionales de la asociación están previstos en 2012 y 2013 en Bogotá y Quito.

El tema de las revoluciones en la historia de América Latina siglo XX, al que está dedicado este X Congreso de ADHILAC,  que inauguramos en la República Dominicana, pudiera parecerle a algunos obsoleto o pasado de moda, ante la extraordinaria difusión del pensamiento posmoderno y sus cuestionamientos al propio concepto de revolución. Para los que así piensan, la caída del muro de Berlín y la crisis del socialismo fue una confirmación de estas tesis, así como del supuesto “fin de la historia”.

Nada más lejos de la realidad. La propia imposición de la globalización neoliberal, que ha generado una crisis económica sin precedentes que afecta a toda la humanidad, ha conformado nuevas relaciones de dominación que, sin duda, incuban los gérmenes de revoluciones emergentes, aun cuando sean, por su propia naturaleza, imposibles de predecir con exactitud. Los acontecimientos que a diario sacuden al planeta y, muy en particular a nuestro propio continente en tiempos muy recientes, demuestran que las revoluciones no han envejecido o han sido desterradas para siempre del escenario, sino que, por el contrario, están latentes, pues reaparecen y modifican el curso de la historia en los momentos más inesperados.

Desde los tiempos de Simón Bolívar, la historia de América Latina ha estado signada por las revoluciones. Muy cerca de aquí, en 1791, estalló la Revolución Haitiana que condujo, mediante profundas transformaciones sociales, a la independencia de este territorio caribeño, abriendo el ciclo de la emancipación de Nuestra América. Durante los siglos XIX y XX otras revoluciones estremecieron al hemisferio y provocaron inesperados giros en la historia de los países de América Latina y el Caribe, marcando con su impronta el destino de sus pueblos. Aunque la historia no puede reducirse a las revoluciones, sin duda estos procesos, triunfantes, fracasados o incompletos, constituyen momentos cruciales y decisivos que han determinado en gran medida el derrotero de nuestro continente.

Así ocurrió, por ejemplo, con el acontecimiento histórico que conmemoramos hoy en la República Dominicana. Hace 52 años, el 14 de junio de 1959, se produjo el sorpresivo aterrizaje en Constanza de una expedición antitrujillista, seguida unos días después por desembarcos navales por las playas de Maimón y Estero Hondo, dirigidas por el Movimiento de Liberación Dominicana (MLD), que perseguía iniciar la revolución contra la dictadura de Trujillo. Los expedicionarios, exiliados dominicanos y combatientes de otros países, habían salido del oriente de Cuba bajo el comando de Enrique Jiménez Moya. Aunque los casi dos centenares de jóvenes combatientes fueron masacrados por los efectivos del dictador Trujillo y sólo unos pocos lograron sobrevivir a la brutal represión, entre ellos el comandante cubano de la Sierra Maestra Delio Gómez Ochoa, aquella heroica acción generó el movimiento revolucionario denominado 14 de junio y  abrió un proceso de luchas populares que alcanzaría su punto culminante con la Revolución de Abril de 1965, frustrada por la intervención militar de Estados Unidos en Santo Domingo.

La Revolución Dominicana de Abril de 1965, junto a la Revolución Mexicana de 1910, la Guatemalteca de 1944, la Boliviana de 1952, la Cubana de 1959 y la Sandinista de 1979, como otras del siglo XX que analizaremos y debatiremos en este X Encuentro Internacional de la ADHILAC, constituyen acontecimientos excepcionales en la historia, que estallaron de forma violenta, con amplio respaldo popular, cuando no había otra alternativa para el cambio.

Por eso las revoluciones sociales se proponen transformar el injusto régimen vigente, para resolver tareas impostergables y problemas apremiantes que incumben a toda la nación. Cuando logran triunfar, lo que no siempre ocurre, no se limitan a la simple modificación de un gobierno, sino que dan nacimiento a un nuevo orden, que transforma en profundidad las condiciones y relaciones de toda la sociedad. Como sabemos, Carlos Marx incluso consideró a la revolución como la locomotora de la historia, aunque autores más contemporáneos, como Walter Benjamín, han advertido que tal vez las cosas sean diferentes y las revoluciones sólo sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, jala el freno de emergencia.

El estudio del tema de las revoluciones al que está dedicado este X Congreso Internacional de la ADHILAC, como otros de la atribulada y apasionante historia de Nuestra América, debe permitirnos a nosotros, historiadores latinoamericanos y caribeños, así como latinoamericanistas de otras partes del planeta, partir de la realidad de este continente para con nuestro conocimiento científico, como abogara el querido historiador brasileño, ya desaparecido, José Roberto do Amaral Lapa, uno de los fundadores de ADHILAC, podamos de alguna manera contribuir a que sean incluidas en la historia, y tratadas con dignidad y respeto, las multitudes de miserables, de menores abandonados, de mujeres, indios y negros, junto a otros sectores discriminados, que claman en las puertas de la historia y en las puertas de los historiadores. Ese reclamo que sopla como un viento fuerte sobre nuestros sueños seculares, por la ética y contra la corrupción, contra la alianza del crimen organizado con el narcotráfico y el clamor por los derechos humanos y la justicia social, es el llamado que la ADHILAC también debe escuchar, pues ella es una de las voces por la que habla la Historia.

No puedo terminar mi intervención sin agradecer, una vez más, a todas las personas e instituciones de la República Dominicana, en particular a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y a la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE) y, de manera muy especial al Presidente Leonel Fernández Reyna, por facilitar la realización de este X Encuentro Internacional de la ADHILAC al que acudimos más de un centenar de historiadores latinoamericanistas procedentes de Argentina, Austria, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, India, México, Paraguay, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela. Las excelentes condiciones creadas en esta ciudad, que de forma tan cálida nos acoge, sin duda nos permitirán desarrollar con éxito nuestro trabajo académico, centrado en el rescate de la memoria y del papel de las revoluciones en la historia de nuestros pueblos y naciones.

Muchas gracias
Sergio Guerra Vilaboy

Santo Domingo, 14 de junio de 2011

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