Por Sergio Guerra Vilaboy
El 4 de septiembre de 1970, en el cuarto intento (1952, 1958 y 1964), el socialista Salvador Allende ganó, con el 36,3% de los votos, las elecciones presidenciales de Chile con su propuesta de profundas transformaciones económicas-sociales y una política exterior independiente. Tenía el respaldo de la Unidad Popular, coalición organizada en 1969 por los partidos Comunista, Socialista, Radical y dos agrupaciones desprendidas de la Democracia Cristiana (DC): la Izquierda Cristiana (IC) y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU).
Para impedir su acceso a la primera magistratura, Estados Unidos hizo todo lo posible tras bambalinas, mientras la ultraderecha buscaba alternativas más violentas, como el asesinato del general René Schneider, jefe del ejército, negado a plegarse a las maniobras golpistas. Por su parte, la Democracia Cristiana, cuyo programa electoral era parecido al de Allende y corría el peligro de nuevas divisiones si impedía la investidura, validó en el Congreso la victoria electoral de Allende con este resultado: 153 diputados a favor y 35 por su principal oponente Jorge Alessandri.
Instalado en La Moneda desde el 4 de noviembre, Allende comenzó a cumplir su programa para disminuir el desempleo, redistribuir el ingreso y reanimar la actividad industrial. También inició la expropiación de latifundios, compra de bancos, adquisición de empresas monopólicas industriales (textiles, acero, cemento) y minerales (carbón, salitre), aprovechando los precedentes legales creados por la pálida reforma agraria del gobierno anterior y las disposiciones de la República Socialista de 1932. El entusiasmo despertado entre la población más humilde, cuando la economía crecía a un 8%, se tradujo en el éxito de la Unidad Popular en los comicios municipales de abril de 1971, en las que obtuvo la mitad de los votos.
Con la anuencia unánime del Congreso, Allende nacionalizó el cobre, reconociendo a los monopolios estadounidenses Anaconda y Kennecott una justa indemnización, que no se efectuó por los impuestos adeudados al fisco chileno. Ello provocó la airada reacción del gobierno de Richard Nixon, que impuso un descarnado boicot a Chile. A la ofensiva de Estados Unidos contra el gobierno popular, cuyos detalles han revelado documentos norteamericanos desclasificados, se sumó la campaña de la derecha, que utilizó todos los medios de comunicación a su disposición: 70% de la prensa escrita y 105 de las 115 emisoras de radio.
Esa redoblada hostilidad se expresó en cruzadas contra el “desabastecimiento” y la llamada “degradación de la democracia”; acompañadas de las ruidosas manifestaciones de la oposición y las primeras acciones criminales de bandas terroristas al estilo de “Patria y Libertad”, aprovechando las dificultades económicas surgidas con la abrupta caída del precio del cobre, principal producto de exportación del país. Fue en medio de los ataques de la derecha y las incomprensiones de un sector de la izquierda, que se produjo la visita del comandante Fidel Castro por tres semanas, para dar su apoyo al gobierno popular –las relaciones diplomáticas se habían reanudado en 1970-, convencido, como escribiera el Che Guevara, que Allende trataba “por otros medios de obtener lo mismo”.
Ante el aumento de los planes sediciosos, tras las masivas concentraciones del 4 de septiembre de 1972 en respaldo a la Unidad Popular, se formó un gabinete con representación sindical y militar, del que formó parte el general Carlos Prats, que logró revertir el paro de los transportistas. Entre noviembre de 1972 y marzo de 1973 lo más significativo fue el viaje del presidente Allende a México, la Unión Soviética y Cuba, así como su inolvidable discurso en las Naciones Unidas para denunciar las agresiones externas y reafirmar el derecho de los pueblos a recuperar y explotar sus recursos naturales.
Las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, en que la Unidad Popular salió fortalecida con el 44% de la votación, precipitaron los planes golpistas, camino abonado por las sucias maniobras que sacaron al general Carlos Prats del gobierno -sustituido en la jefatura del ejército por el traidor Augusto Pinochet-y el abortado tancazo del 29 de junio, preludio del trágico desenlace. Finalmente, el 11 de septiembre, ocurrió el golpe militar, en el que Allende, tras resistir el bombardeo de La Moneda, junto a un puñado de leales compañeros, se suicidó. El criminal régimen fascista se prolongó hasta 1990, cuando fue derrotado en las urnas, pero su malignidad perdura en la constitución aún vigente, contra la que se levanta hoy el pueblo chileno, en clara reivindicación del legado del presidente mártir.
Fuente: www.informefracto.com – 1 de septiembre de 2020
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