Injurias del tiempo

Primera nota

Jorge Nuñez Sánchez

Nubes sobre el Palacio de Gobierno. Quito. Ecuador. Foto: Carolina Crisorio (archivo)

Con esta expresión, usada por don Ricardo Palma en una de sus Tradiciones Peruanas, tituló mi colega Lorenzo Huertas Vallejos a un importante libro suyo sobre desastres naturales en la historia del Perú. Y tomo ese nombre para referirme a lo que hoy sucede en nuestro país, donde un muy fuerte invierno azota a las provincias de la Costa y ha causado ya grandes daños a la agricultura y a las poblaciones situadas en tierras bajas.

Pero si el fenómeno invernal ha sido fuerte y en algunos lugares incluso catastrófico, hallo que todavía peor ha sido el escándalo mediático levantado en torno a él. Periodistas bisoños, que desconocen la historia pasada, y medios informativos ávidos de escándalo, han levantado un avispero mayúsculo, encaminado, en gran medida, a vender más periódicos o ganar mayor sintonía.

Ante esto encuentro indispensable precisar que un invierno de esta categoría es un fenómeno cíclico, que se produce cada cierto tiempo y causa daños a la vida social, pero también produce beneficios. Los daños son, en general, consecuencia directa de nuestra imprevisión o de las alteraciones causadas por el hombre en la naturaleza, al clausurar drenajes naturales, canalizar ríos, cerrar cauces alternativos o construir viviendas en quebradas u orillas fluviales. Los beneficios, a su vez, nos llegan de modo inesperado y no solemos reconocerlos: se llenan humedales, se recuperan zonas deforestadas y aumenta la humedad remanente en el suelo, lo que en la Costa permite una mejor cosecha veraniega.

Recuerdo ahora una conversación mantenida, hace años, con una parienta mía de Babahoyo, quien me relataba el modo en que ella y sus hermanas, siendo niñas, se lanzaban a nadar en las calles de la ciudad, arrojándose desde el balcón de su casa. Solo que entonces no existían periodistas que anduviesen recogiendo las quejas de cada familia, a falta de mejores noticias que reseñar.

Fuente: El telegrafo, www.eltelegrafo.com.ec , 15 de marzo de 2013

Segunda Nota

Retomamos la temática de injurias del tiempo, esta vez para referirnos a las tormentas eléctricas y en especial a la que hizo malanochar a Quito el pasado martes 26 de marzo. Esa madrugada, durante cuarenta y cinco minutos, fuertes rayos y potentes truenos despertaron a los habitantes de Quito y los valles próximos con sus destellos de luz y sus consiguientes estruendos.

Según una persona, “parecía el fin del mundo”. Según otra, “parecía que se caía el cielo y los truenos sonaban igual a los bramidos de la Mama Tungurahua”. A eso se sumó la activación masiva de las alarmas de los vehículos, causada por los rayos. En síntesis, para muchos fue una noche de terror, dados los escandalosos efectos de esta tormenta, una de las mayores que se recuerden en la capital.

Según los técnicos del INAMHI, esta tormenta se originó en una masa de aire frío y húmedo que llegó desde el sur de Colombia y que se situó en el callejón interandino, donde interactuó con las masas de aire caliente que se elevaban del suelo, generadas por el fuerte sol de aquel día. Esto provocó fuertes lluvias en toda la Sierra y en el caso de Quito la lluvia fue tan fuerte que aquella noche cayeron en el sector de Iñaquito cuatro litros por metro cuadrado.

Las tormentas eléctricas se producen cuando masas de aire caliente y húmedo suben con velocidad desde la superficie soleada y chocan con capas o corrientes de aire frío, produciendo un fenómeno de rápida condensación y liberando grandes cantidades de energía electrostática. Eso se expresa en forma de lluvias, rayos y truenos.

A veces las tormentas tienen efectos colaterales, además del impacto sicológico que causan en la ciudadanía. Son muy frecuentes los derrumbes e inundaciones que traen aparejados y que afectan a la vida colectiva. Y muchas veces los rayos destruyen instalaciones eléctricas, producen cortes de energía y causan la muerte de personas y animales.

Son un fenómeno bastante común en la Sierra andina ecuatoriana, como lo muestran los registros climáticos y las notas de prensa. Pocos días atrás de esta tormenta hubo otra en Los Chillos y Tumbaco, la tarde del 22 de marzo.

Yendo hacia atrás, se recuerda la tormenta de la tarde del 25 de septiembre de 2012, que fue muy fuerte en el sur de Quito. Y la de la tarde del 17 de junio del mismo año, que tuvo como antecedente una mañana de mucho sol y como consecuencia varios cortes de energía en la capital.

También se recuerda una gran tormenta habida la noche del martes 14 de diciembre de 2010, que también alarmó a los quiteños por la fuerza de sus rayos y truenos, por su larga duración (una hora y cuarto) y por la cantidad de agua caída (entre 10 y 19 litros por metro cuadrado). De similar magnitud parece haber sido la tormenta del lunes 11 de noviembre de 2008, que también puso a temblar a los habitantes de la capital.

Como otras injurias del tiempo, las tormentas han dejado huella en la mentalidad y ritualidad colectivas. En busca de protección, los habitantes coloniales proclamaron a Santa Bárbara como su cuidadora y crearon una oración que se repite hasta hoy: “Santa Bárbara, doncella, líbrame de esta centella”.

Fuente: El telegrafo, www.eltelegrafo.com.ec , 4 de abril de 2013

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