América Latina y la Independencia de Cuba VII. Sergio Guerra Vilaboy

América Latina y la Independencia de Cuba

Sergio Guerra Vilaboy

La dominación imperialista en América Latina

onas-1 Pueblos originarios de la Patagonia. Fines del siglo XIX.

Otro aspecto importante a tomar en consideración al valorar la posición de América Latina ante la Revolución Cubana de 1895 y la Guerra de 1898 tiene que ver con el panorama político y socio-económico del Continente, muy distante al que prevalecía en las décadas del sesenta y setenta.  A fines del siglo XIX las reformas liberales estaban prácticamente agotadas en sus perspectivas de cambios revolucionarios, sin haber podido imponer a plenitud la formación capitalista.  Aunque casi todas las revoluciones liberales tuvieron un definido carácter anticlerical y antifeudal, sólo lograron cumplimentar a medias su papel impulsor de las transformaciones burguesas.  Si bien en todas partes se extendieron las relaciones capitalistas, avanzó el proceso de integración nacional, se instauró el derecho burgués frente a los privilegios y fueros del viejo régimen conservador y el monopolio territorial de la Iglesia fue quebrado –allí donde era realmente importante–, no obstante subsistió, e incluso en algún sentido se amplio, la explotación servil de la población aborigen y el predominio de la gran propiedad terrateniente. Limitado por su composición clasista –aguda debilidad socioeconómica de una burguesía orgánica–, en ninguna parte de América Latina las reformas liberales hicieron desaparecer el latifundio, sino que, por el contrario, beneficiaron a los terratenientes laicos a expensas de la gran propiedad eclesiástica –o las comunidades y territorios indígenas (Araucania, Patagonia, etc.)–, a la vez que los comerciantes se hacían también dueños de tierras, con lo cual se sentaron las bases para la ulterior integración a escala nacional de una poderosa oligarquía terrateniente burguesa, aliada al capital extranjero.  La venta de las propiedades eclesiásticas, la división de las tierras indígenas y el crecimiento sin precedentes de la economía exportadora (agropecuaria o minera) fueron, entre otros, factores que sirvieron de fundamento para ir liquidando las endémicas pugnas armadas entre liberales y conservadores.  La homogenización de las oligarquías nacionales, interesadas en aplicar sólo de manera parcial las relaciones de tipo burgués, facilitó el ascenso al poder desde fines del siglo XIX de los círculos más retrógrados del liberalismo latinoamericano, tras sacrificar al ala democrático-popular que había estado más ligada a la independencia de Cuba.  De esta forma se establecieron en casi todas partes regímenes de corte liberal-positivista al estilo de la dictadura de Porfirio Díaz en México o del sistema republicano elitista del «café con leche», implantado por los militares en Brasil después de la caída de la monarquía en 1889.  La República oligárquico-liberal así conformada, despojada de todo vestigio democrático, dominó la América Latina desde fines del siglo XIX en íntima asociación con el capítal extranjero, fenómeno relacionado con el tránsito del capitalismo premonopolista al imperialismo.  Algo de esta nueva dependencia en que habían ido cayendo los países latinoamericanos subyace en la siguiente evaluación de la situación mexicana que hace Nicolás Domínguez Cowan a Estrada Palma el 9 de septiembre de 1895:

Méjico sacudió el yugo de la opresora metrópoli, pero continúa sintiendo la presión del elemento español; la actual administración pública sostiene cordiales relaciones con la amenazada monarquía de don Alfonso XIII y el general Díaz volteando la vista hacia Washington, aguarda que el gabinete norteamericano de la nota que ha de resonar en los salones de los sucesores de Hernán Cortés. (40)
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Alfonso XIII, Rey de España

Actitud de los gobiernos latinoamericanos ante la revolución de 1895 y la guerra de 1898

Todo esto explica que la Revolución Cubana de 1895 no encontrara en América Latina la calurosa resonancia de 1868-1878.  En esta oportunidad ningún gobierno latinoamericano reconoció la beligerancia de los patriotas cubanos, a pesar de que en la mayoría de ellos se formaron clubes para hacer propaganda por la causa de Cuba y recoger fondos que enviaban a la sede del Partido Revolucionario Cubano en New York.  La posición extrema fue asumida otra vez por Argentina, presidida ahora por José E. Uriburu –el mismo individuo que como Plenipotenciario de su pais se opusiera a la presencia cubana en la conferencia internacional de Lima en 1877–, colocada abiertamente al lado de España, al permitir el reclutamiento de voluntarios para ayudar a su exmetrópoli y favorecer una colecta pública con vistas a la adquisición de un buque de guerra, el crucero Río de la Plata,(41) pues como ya había advertido Agüero en su informe al Delegado del 11 de abril de 1896 «la colonia española del Plata es muy numerosa, rica e influyente.» (42)  Y en carta posterior, del 22 de mayo de 1898, describe como sigue la postura de los principales países de la América del Sur:

Respecto a la cuestión cubana en Sud América le voy a dar una ligera reseña del estado de la opinión.     Brasil favorable a nosotros; pero no reconocerá –por ahora– pues imitará a los yankees en su última resolución.

Uruguay hostil a los yankees no reconocerá por las razones que el año pasado le expuse más las simpatías españolas y enemistad a los yankees.

Argentina y Chile hostiles a Washington hemos perdido mucho terreno y las simpatías a España aumentan cada dia.  La guerra entre ambos está sobre el tapete aún.

Perú-Bolivia-Ecuador francamente partidarios de España, tienen un arbitraje de la reina regente y por nada nos reconocerán hoy ni mañana.  En resumen no creo nos reconozca ningún pais latinoamericano, unos por simpatías españolas, otros por antipatías yankees y otros por apatía sempiterna. (43)

Por su parte, el Presidente conservador de Colombia Miguel Antonio Caro, a quién el agente cubano Joaquín Alsina atribuía «simpatías por España», (44) prohibió el 8 de noviembre de 1896 todos los programas de actividades públicas destinados a recaudar dinero para los revolucionarios cubanos, disposición que con algunos matices de hecho también adoptaron otros mandatarios latinoamericanos, entre ellos el venezolano Joaquín Crespo, el costarricense Rafael Iglesias, el mexicano Porfirio Díaz y el dominicano Ulises Heaureaux,(45) para acallar las constantes protestas de España.  A manera de ejemplo puede citarse la queja de Esteban Borrero sobre el clima adverso existente en Costa Rica:

No podemos aquí celebrar reuniones públicas; está terminantemente prohibido hacer colecta, y aun recibir con carácter público dádiva alguna para los fondos de la Revolución: nuestra reuniones son, en cierto modo, clandestinas, y estamos de toda suerte cohibidos, lo cual es desmoralizador a todas luces, pero se trabaja siempre. (46)

Paralelamente los congresos nacionales de Costa Rica, Colombia, Venezuela, Bolivia y Ecuador rechazaban o daban largas a las propuestas de algunos de sus diputados para reconocer la beligerancia cubana.  La falta de respaldo gubernamental de los países latinoamericanos llevó a Ulpiano Dellundé, otro de los activos representantes de la República de Cuba en el exterior, a sentenciar en carta a Gonzalo de Quesada del lO de agosto de 1895: «En particular tendremos ayuda de los haitianos, pues ellos contribuyen con dinero a nuestra causa; pero el gobierno no se atreve a hacer nada por temor a alguna complicación con España.» (47)  En este mismo sentido el Presidente del Estado del Salvador General Rafael A. Gutiérrez le escribió el 17 de mayo de 1898 a Esteban Borrero, el ya mencionado representante cubano en Costa Rica:

Siento mucho que me haya venido tan tarde su hermosa y fundada manifestación sobre el reconocimiento de la Independencia de Cuba, porque mis facultades como Presidente del Poder Ejecutivo no llegan ni pueden autorizarme a dar un paso tan trascendental, que traería consigo justas protestas y reclamaciones de España.

Protesto a V. que, como hispano americano, seguiré apoyando en mi carácter privado, todo lo que encamine al triunfo y consolidación de la República Cubana. (48)

Una completa valoración de los diversos factores que explican este escaso apoyo despertado por la revolución de 1895 en las naciones latinoamericanas lo brinda Márquez Sterling:

La bancarrota de la hacienda pública oprimía á las más; la conservación de buenas relaciones diplomáticas con España èrales casi siempre de imperiosa urgencia; el laborioso peninsular enriquecido en la América libre influía y pesaba enérgicamente en los poderes; y el espíritu americanista de mediados del siglo XIX encontrábase degenerado en los políticos que todo lo sacrifican á los intereses del momento y al bienestar de las oligarquías.  Los gobiernos, llevando una vida precaria, sin responder á los ideales de la emancipación misma, no interpretaban los sentimientos del pueblo hispanoamericano que, con frenético entusiasmo, aclamába á nuestros libertadores y era perseguido por sus mandatarios.  Cuando nosotros rompíamos el régimen colonial la mayoría de esos pueblos necesitaba destruir la dictadura nacida de las entrañas de su propio suelo […] (49)

Una honrosa excepción lo constituyó el gobierno de Eloy Alfaro en Ecuador, quien en 1895 había encabezado una tardía revolución liberal destinada a transformar su país en una nación laica al adoptar la separación Iglesia-Estado, la secularización de los bienes eclesiásticos y un régimen de libertades públicas y garantías ciudadanas.  Se sabe que Alfaro acarició la idea de enviar una expedición a Cuba, en cumplimiento de una oferta hecha en Costa Rica a Antonio Maceo y que llegó a dar instrucciones al Coronel León Valles Franco, considerado «más cubano que ecuatoriano», (50) para movilizar los efectivos necesarios.  Las dificultades insalvables que significaban el transporte de tropas desde el Pacífico al mar Caribe, al no poder utilizar el istmo de Panamá por la permanente hostilidad del gobierno conservador de Colombia, lo obligaron a desistir de este proyecto.  No obstante, el 19 de diciembre de 1895, Alfaro firmó una carta oficial a la Reina María Cristina, Regente de España, donde la exhortaba a aceptar la independencia de Cuba, que tiene el mérito histórico de constituir la única manifestación pública de un jefe de estado en favor de la Revolución cubana durante la Guerra de 1895.
Tomas Eloy Alfaro Delgado

Tomás Eloy Alfaro Delgado

Mi gobierno –-dice Alfaro–, ciñéndose a las leyes internacionales, guardará la neutralidad que ellas prescribieran; pero no se puede hacer el sordo al clamor de este pueblo anheloso de la terminación de la lucha; y debido a esto me hago el honor de dirigirme a V. M., como lo haría el hijo emancipado a la madre cariñosa, interponiendo los buenos oficios de la amistad para que V.M. en su sabiduría y guiada por sus humanitarios y nobles sentimientos –en cuanto de V.M. dependa– no excuse la adopción de los medios decorosos que devuelvan la paz a España y a Cuba.  (51)

Después lanzó la convocatoria de un Congreso continental, a inaugurarse en México –donde murió el convocado por Bolívar en Panamá– el 10 de agosto de 1896, para que allí se retomara el legado bolivariano mediante una agenda en la que estaba implícito el reconocimiento de la soberanía cubana.  El cónclave, como explicara el Presidente mexicano Porfirio Díaz, también se frustró «debido a circunstancias desfavorables, entre otras, algunas complicaciones de importantes Repúblicas americanas, especialmente de una, que no podía aceptar francamente la invitación circulada.» (52)

Pero el gobierno ecuatoriano tampoco pudo dar una respuesta afirmativa a las peticiones cubanas para el reconocimiento del gobierno en armas o al menos del derecho a la beligerancia de su Ejército Libertador.  Con amargura relata Arístides Agüero a Estrada Palma la respuesta del caudillo ecuatoriano a la formal solicitud en tal sentido formulada el 29 de septiembre de 1896 por el gobierno cubano:

La beligerancia no la puedo reconocer ahora –dijo Eloy Alfaro– no por miedo a España, ni por temor a ser el primero; acostumbro hacer de cabeza y no de cola, procedo con arreglo a mis convicciones y nada me importaría que otros me siguieran o no; creo utilísimo para el Ecuador romper con España, fui el 1o en tratar de ello y continuaré firme en esa creencia pues España nos dará fallo adverso; pero la situación interna no me permite dar paso alguno respecto de Cuba: hay preparada una revolución cuya bandera sería que yo comprometo con una quijotada los intereses ecuatorianos […] (53)

A contrapelo de la actitud timorata asumida por la inmensa mayorìa de los gobiernos del Continente hacia la Revolución Cubana, la solidaridad natural y masiva de los pueblos latinoamericanos fue un fenómeno palpable en 1895, tal como se había comportado ya durante toda la Guerra de los Diez Años.    Como señaló Alsina en una carta a Estrada Palma informándole sobre la situación de El Salvador, «el entusiasmo y simpatías que se experimentan por todas las clases sociales de este pueblo, en favor de Cuba, no han decrecido en nada […]» (54)  La diferencia abismal entre el respaldo obtenido por los patriotas cubanos en los pueblos latinoamericanos y el retraimiento de sus respectivos gobiernos fue reconocida con desaliento por el propio Delegado Plenipotenciario de la República de Cuba en armas cuando escribió:

Ahí [se refiere a Chile, (SGV)] al igual que las demás repúblicas hispano-americanas, obsérvase por regla general el contraste entre el pueblo que nos favorece y el Gobierno que permanece indiferente o impasible por acomodarse al molde de las socorridas convenciones internacionales.  Está fuera de duda que todos los pueblos de América simpatizan con los cubanos en su lucha por la independencia, pero no es menos cierto que hasta aquí los gobiernos hispano-americanos se han abstenido de dar alguna señal en favor nuestro. (55)

De esta manera, a diferencia de lo ocurrido cuando la Guerra de los Diez Años, en la gesta de 1895 ningún país de América Latina reconoció la beligerancia de los cubanos, ni dio su apoyo a expediciones a la isla.  Además, en esta ocasión, el clima político se mostró en general más favorable a España y los patriotas antillanos no obtuvieron la cobertura diplomática latinoamericana que esperaban, así como tampoco el apoyo económico recibido con anterioridad, llegándose al extremo de que algunos gobiernos del Continente prohibieron la propaganda cubana para evitar problemas con los representantes españoles.

Aunque la gesta emancipadora de Cuba gozó siempre del decidido respaldo de los pueblos de este hemisferio, la falta de reconocimiento gubernamental por parte de los países latinoamericanos durante la Guerra de 1895, unido a la virtual aceptación inglesa de la hegemonía norteamericana en la región, facilitaron los planes de Estados Unidos para intervenir en el conflicto hispano-cubano en 1898.  Con ello se le abrió al gobierno norteamericano la posibilidad de hacer realidad su viejo sueño de la «fruta madura» apoderándose de la isla de Cuba y a la vez conquistar los últimos vestigios del otrora gran imperio colonial español.

NOTAS

(38) Carta del 11 de junio de 1898 a Estrada Palma, Correspondencia […], op. cit., t. II, p. 144.

(39) Ibid., t. II, pp. 228 y 229.  También en Chile Nicolás Tanco encontró esa misma preocupación: «En este país prevalece mucho la idea, de la cual hacen su fuerte los españoles, de que Cuba independizada, o mejor dicho, que la actual revolución tiene por base de apoyo de parte de los Estados Unidos, la anexión de la isla; eso no lo aceptan ellos y miran la causa así de reojo, hablo de la gente del gobierno.»  Carta a Estrada Palma del 20 de enero de 1896.  En Primelles, op. cit., t. III, p. 152.

(40) Ibid., t. I, p. 23.  Por eso Rodolfo Menéndez, corresponsal de Estrada Palma en Mérida –la ciudad mexicana donde más simpatías despertó la causa cubana– escribió: «En mi concepto la República Mejicana, en lo general, simpatiza más con los españoles que con los cubanos».  Primelles, op. cit., t. I, p. 86.  Ese criterio era consecuencia de que desde 1896 el gobierno de Porfirio Díaz había asumido una política de neutralidad claramente favorable a España, que llegó al extremo de permitir que la colonia española enviara a Cuba un contingente armado y equipado, con más de 200 mulos, para apoyar al ejército colonialista.  No obstante, todo indica que con anterioridad, en agosto de 1894, Martí se entrevistó con el Presidente Díaz y obtuvo alguna ayuda financiera.  Esta versión en Alfonso Herrera Framyuti: «Josè Martí y Porfirio Díaz, 1894», Cuadernos Americanos, Nueva Epoca, México, UNAM, mayo-junio de 1991, # 27, p. 216.  Rafael Rojas avala también esta tesis y cita incluso un fragmento de una carta de Martí a Díaz, fechada el 23 de julio de 1894, donde el Apostol señala: «Trátase para los cubanos independientes, de impedir que la isla corrompida en manos de la nación de que México se tuvo también que separar, caiga, para desventura suya y peligro grande de los pueblos de origen español en América, bajo un dominio funesto a los pueblos americanos.»  Véase Rafael Rojas: «La política mexicana ante la guerra de independencia de Cuba (1895-1898)», Historia Mexicana, México, El Colegio de México, l996, # 4, p. 792.  También parece comprobado que hubo un encuentro secreto con Gonzalo de Quesada a mediados de 1896, como resultado del cual Díaz hizo saber a Madrid «que México consideraría un acto falso de amistad por parte de España que vendiese Cuba a los Estados Unidos, dada la situación geográfica de la Isla con relación a México.» En Gonzalo de Quesada y Miranda: Discursos leídos en la recepción del Dr. Gonzalo de Quesada y Miranda la noche del 7 de septiembre de 1939. (Una misión cubana a México en 1896), La Habana, Academia de la Historia, 1939, p. 23.  Este temor al expansionismo norteamericano llevó incluso al Presidente Díaz a acariciar un proyecto de anexión de Cuba a México entre 1896 y 1898.  Más detalles en Rojas, op. cit., pp. 794-805.

(41) Philip S. Foner: La Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana y el surgimiento del Imperialismo yanqui, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978, t. I, p. 182.  Incluso el hijo del exPresidente argentino en el periodo de 1892 a 1895 y futuro mandatario de su país, Roque Saénz Peña, se ofreció para pelear del lado de España al entrar Estados Unidos en la guerra (1898).  Véase Herminio Portell Vilá: Historia de la Guerra de Cuba y los Estados Unidos contra España, La Habana, Publicaciones de la Oficina del Historiador de la Ciudad, 1949, p. 136.

(42) Carta a Estrada Palma del 22 de mayo de 1898 en Correspondencia […], op. cit., t. II, pp. l5-16.  Sin duda un factor que contribuyó a fomentar un ambiente favorable a España fue la abundante presencia, desde la década de 1870, de inmigrantes españoles en los países del Cono Sur, particularmente Argentina y Uruguay, ya que en el resto de América Latina este fenómeno no fue tan masivo.  Así lo captó Nicolás Tanco en carta a Estrada Palma del 8 de marzo de 1896: «La Argentina por su parte no hará nada, pues hoy tiene en su territorio más de doscientos mil españoles inmigrantes y sus relaciones con la madre patria son muy cordiales […]»  El subrayado en el original.  En Primelles, op. cit., t. II, p. 154.  Al parecer el Paraguay fue la excepción en el Río de la Plata, pues aquí la prensa y la población se manifestaron abiertamente en favor de la causa cubana.  Véase Juan J. Remos: «Martí, el Paraguay y la Independencia de Cuba», Revista de la Biblioteca Nacional, La Habana, octubre-diciembre de 1953, # 4, pp. 47-53.

(43) Correspondencia […], op. cit., t. II, p. 145.  La especificidad del Brasil es aclarada por Agüero en carta anterior del 6 de agosto de 1897: «Durante el mes que llevo en Rio nada efectivo he podido obtener en sentido gubernativo […] los Ministros, Senadores y Diputados no tienen lugar para otra cosa que para sus luchas politiqueras y la revolución, los periodistas, etc., a todo responden «no tenemos espacio para nada pues nos absorbe la cuestión Canudos.»  Ibid., pp. 3-5.  Los subrayados son del original.

(44)  Carta del 10 de noviembre de 1895.  Ibid., p. 145.  El propio Presidente Caro confesaba sus temores de «que Cuba independiente caiga en poder de los negros o de los Estados Unidos.»  Ibid., p. 120.  No en balde, y pese a su amistad con el mandatario colombiano, Merchán sentenciaría: «¡Asì andan las cosas por esta tierra, que parece un fragmento de la España del siglo XVI!»  Ibid., p. 124.  Una moción presentada a la Cámara por el General liberal Rafael Uribe y Uribe el 20 de julio de 1896 para reconocer la beligerancia de los cubanos fue rechazada.  Indignado ante un Congreso que renegaba de su propia historia, Uribe presentó otra moción que ironicamente sentenciaba: «En consecuencia de la proposición que acaba de aprobarse [para rechazar la beligerancia de Cuba, (SGV)], la Cámara considera que fue un positivo error de los próceres de la Independencia haber roto los lazos de sujeción que ataban este país a la Metrópoli española y que por tanto el gobierno debe instaurar negociaciones a fin de volver la patria al estado de colonia.»  Citado por Aleida Plasencia, loc., cit., p. 293.

(45) No obstante, el 11 de abril de 1896 el Presidente «Lilís» Heaureaux había entregado al representante cubano en República Dominicana, Jaime Vidal, con carácter confidencial, un «Prospecto de un jurado internacional para poner término a la efusión de sangre en Cuba», pero que fue rechazado por el gobierno cubano en armas por no incluir el reconocimiento a la independencia de la isla.  El documento íntegro en Correspondencia […], op. cit., t. II, p. 155 y ss.  También se sabe que la expedición de Martí y Goméz, en abril de 1895, fue facilitada por el dinero suministrado por el mandatario dominicano.  Véase Rodríguez Demorizi, Maceo en Santo Domingo, Santiago, República Dominicana, Editorial El Diario, 1945, p. 143.  Por su parte el Presidente Rafael Iglesias permitió la salida de Costa Rica en 1895 de la expedición de Antonio Maceo y Flor Crombet, a la que además entregó armas y municiones.  Franco: «La lucha […]», loc. cit., p. 335.

(46) Ibid., p. 219.

(47) Ibid., p. 10.

(48)  Correspondencia […], op. cit., t. II, p. 243.  Como el salvadoreño Rafael A. Gutiérrez, otros mandatarios latinoamericanos también manifestaban en privado a los agentes cubanos sus simpatías personales por la lucha en Cuba, junto a su imposibilidad de brindar apoyo.  Las cartas de los representantes antillanos están llenas de este tipo de testimonio sobre los presidentes Nicolás de Piérola del Perú, S. Fernández Alonso de Bolivia, José Santos Zelaya de Nicaragua, Florvil Hyppolite de Haití, Ulíses Heaureaux de República Dominicana, Juan Lindolfo Cuestas de Uruguay, Miguel Antonio Caro de Colombia, Rafael Iglesias de Costa Rica e Ignacio Andrade de Venezuela.  Quizá el caso más connotado de doblez polìtica fue el del gobernante dominicano Heaureaux –en contraste con la definida actitud procubana de su antecesor Gregorio Luperón–, quien descarnadamente afirmaba: «España es mi esposa, pero Cuba es mi querida».  Citado por Emilio Rodríguez Demorizi: Maceo en Santo Domingo, op. cit., p. 152.

(49) Márquez Sterling, op. cit., p. 6.

(50) Carta de Miguel Albuquerque a Estrada Palma del 8 de noviembre de 1895.  En Primelles, op. cit., t. II, p. 163.  En 1894, en un encuentro entre Eloy Alfaro y Antonio Maceo en Costa Rica, el líder ecuatoriano había ofrecido enviar a Cuba un «crecido contingente» de nicaragüenses y colombianos, proyecto que Martí desestimó.  Véase Leonardo Griñán Peralta: Martí, líder político, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1970, p. 114.

(51) Tomado de Emeterio Santovenia: Eloy Alfaro y Cuba, La Habana. Imprenta El Siglo XX, 1929, pp. 143-145.  El propio Santovenia cita el siguiente fragmento de la carta de agradecimiento que por este gesto enviara Antonio Maceo, tras la exitosa invasión al occidente de la isla, cuando estaba acampado en zonas montañosas de Pinar del Río el 12 de junio de 1896: «Por la prensa española he sabido la parte que Ud., en cumplimiento de lo que un día me ofreció, ha tomado en pro de la causa cubana.  Reciba, por tan señalada prueba de amistad y de consecuencia, mis más expresivas gracias y las de este ejército.  Nuestros triunfos se suceden dia tras dia, haciéndome concebir las más halagüeñas esperanzas, dado que juzgo que hemos entrado en el período final de la campaña.»

(52) Citado por Medina Castro, op. cit., pp. 206-207.  El subrayado en el oríginal.

(53) Carta del 16 de marzo de 1897 en Correspondencia […], op. cit., t. II, p. 88.  El subrayado es del original.  A esa altura ya el Congreso ecuatoriano había rechazado por simple mayoría el proyecto de reconocimiento de la beligerancia cubana.

(54) Carta del 27 de agosto de 1896. Ibid., p. 184

(55) Párrafos de las cartas de Estrada Palma a Arístides Agüero del 16 de marzo de 1896 y a Juan Francisco O`Farril y Nicolás de Cárdenas del 3 de junio de 1896.  En Correspondencia […], op. cit., t. II, pp. 14 y 47.  Conclusiones parecidas sacó Márquez Sterling (Op. cit., p. 6): «La prensa, los elementos intelectuales, con raras excepciones, y la masa popular toda, desde Chihuahua hasta la Patagonia, aguardaban impacientes el término de nuestra contienda y la creación de la República de Cuba; y mientras á los delegados revolucionarios se les cerraban las puertas de los palacios presidenciales, en lo más íntimo y sano de la sociedad solían recoger alientos y á veces recursos para el último jalón de la lucha.»

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