Breve Historia del Brasil
Alberto Prieto y Sergio Guerra
La Habana, 1991
El movimiento del padre Cicero en Ceará
Antonio das mortes. Deus e o diabo na terra do sol (1964). Film de Glauber Rocha (1938-1981)
El movimiento campesino que tuvo por centro a Juazeiro –del norte-, se distingue del Canudos porque los anhelos de rendición social de los desesperados sertanejos fueron desviados de su curso natural por el padre Cicero, en provecho de los intereses de los grandes hacendados y “coroneles” de Ceará.
Casi en la misma época en que Canudos era destruido sin compasión por la cólera gubernamental, florecía en Ceará otro movimiento religioso, aunque sin la independencia y el contenido social de aquel. Era dirigido por un sacerdote católico, Romao Batista, el padre Cicero, aliado de los “coroneles” de la localidad y venerado por miles de infelices campesinos pobres.
A fines de la década del 90 la popularidad del padre Cicero crecía sin parar desde que se radicó en Juazeiro, donde prestaba a los sertanejos, servicios religiosos gratuitos y brindaba otros favores a la población. No tardó en propagarse la noticia de que el padre Cicero realizaba milagros, lo que atrajo a más feligreses fanáticos. Los supuestos milagros enfrentaron al padre Cicero con la jerarquía de la Iglesia, por lo que viajó a Roma y se entrevistó con el Papa (1898).
De regreso al Vaticano, su influencia sobre las masas campesinas creció, al extremo que el padre Cicero fue electo prefecto de Juazeiro y pudo actuar de mediador (octubre de 1911) en el tradicional conflicto de los “coroneles” de la zona. Su labor comprometió a los acaudalados hacendados a ofrecerse mutua protección y a garantizar la permanencia en el poder estadual del jefe liberal Antonio Nogueira Accioly. El servicio prestado a la oligarquía de Ceará le abrió al padre Cicero las puertas de la posesión de apreciados bienes terrenales.
Por eso cuando en 1913 la política de “Salvación” del presidente Rodrigues da Fonseca provocó la caída del gobierno de Accioly, sustituido por el coronel Franco Rabelo, el padre Cicero reaccionó violentamente. Con su apoyo y el de los “coroneles” de Ceará, apareció un “gobernador” rebelde, Floro Bartolomeu da Costa, que estableció su sede en Juazeiro. Cuando en diciembre de 1913 Rabelo intentó liquidar esa dualidad de poderes, miles de campesinos y cangaceiros, siguiendo órdenes del padre Cicero, ocupación Crato (24 de enero de 1914) y después pusieron sitio a Fortaleza, capital oficial del estado. La rebelión campesina alentada por el padre Cicero y los fazendeiros obligó a una transacción entre las partes que consolidó el dominio de los “coroneles” en Ceará. Se cuenta que al morir en 1934 el padre Cicero era el hacendado más rico de Camiri.
Insurrección de los marinos en la bahía de Guanabara
El sertao y los centros fabriles no fueron los únicos lugares donde se manifestó la efervescencia social durante la República Velha, pues esta también repercutió en el seno de las fuerzas armadas. Quizás el ejemplo más ilustrativo fue el levantamiento de los marinos en la bahía de Guanabara.
Todo comenzó con el descontento creado entre los alistados por los castigos corporales que desde la época imperial se aplicaban en la armada. Como sus reclamos no fueron escuchados por la oficialidad, los marinos pasaron a conspirar. La noche del 22 de noviembre de 1910 la revuelta estalló en los barcos de guerra surtos en la bahía de Guanabara. Uno de los rebeldes, Joao Candido, el almirante negro, asumió el mando del acorazado Minas Geraes, tras dar muerte a su capitán y varios oficiales. En otros tres buques la insurrección también tuvo éxito. Con estos recursos, los marinos amenazaron con bombardear la capital si no eran aceptadas sus modestas demandas: abolición de los castigos corporales, aumento de sueldo y creación de un sistema educacional en la armada.
Sin fuerzas suficientes para contener la rebelión –vitoreada desde el litoral por la población humilde de Río de Janeiro-, el gobierno del general Rodrigues da Fonseca tuvo que ceder. Los castigos corporales fueron suprimidos y amnistiados los participantes en la ocupación de los acorazados. Sin embargo, las autoridades se valieron de diferentes subterfugios legales para cumplir sus promesas, y arrestaron después a 22 marinos.
Los rumores sobre más detenciones despertaron de nuevo la intranquilidad en la armada. El 9 de diciembre los marinos se volvieron a insurreccionar. Pero en esta oportunidad el movimiento tuvo un completo fracaso, y los rebeldes se rindieron bajo el fuego del ejército y una parte de la propia escuadra. En los combates murieron decenas de marinos, y fueron arrestados los sobrevivientes. A algunos de los prisioneros los fusilaron, acusados de insubordinación, mientras otros eran confinados al Amazonas. El virtual líder del levantamiento, Joao Candido, fue encerrado en una mazmorra de la IIha das Cabras, donde permaneció hasta noviembre de 1912.
Luchas por la tierra en el Contestado
Sin duda la más importante rebelión campesina de la República Velha fue la que tuvo por teatro al Contestado, en el extremo sur del país, entre 1912 y 1915. Esta lucha por la tierra llegó a involucrar a unos 50 000 campesinos. Al igual que sucedió en Canudos, en el levantamiento de los trabajadores rurales del Contestado se mezclaban las reivindicaciones sociales con el fanatismo religioso, aunque era un movimiento mucho más generalizado que aquel, pues los campesinos llegaron a dominar una extensa zona de miles de kilómetros cuadrados y amenazaron incluso con invadir Río de Janeiro.
El problema comenzó a gestarse con el traslado hacia los estados meridionales de miles de campesinos y trabajadores, atraídos por las oportunidades de empleo creadas con la expansión del cultivo de la yerba mate y la construcción del ferrocarril de Sao Paulo a Río Grande do Sul. La inesperada valoración de la tierra provocó que los “coroneles” y las compañías colonizadoras que operaban en la región comenzaron a expulsar a los campesinos de sus tierras o de aquellas que libremente habían ocupado. Los desalojos se multiplicaron por el Contestado pues no existía una definida jurisdicción estatal, ya que era una zona fronteriza reclamada por los gobiernos de Santa Catarina y Paraná.
Desesperados, ávidos de tierra y hambrientos, los campesinos y obreros sin trabajo encontraron consuelo a sus penalidades en las prédicas religiosas –mezcla de catolicismo y creencias sertanejas- que desde 1882 vertía un anciano curandero llamado Joao María, el monje. Su desinteresada labor lo convirtió a los ojos de los infelices campesinos, en un ser mítico, por lo que el morir se esparció la leyenda de su resurrección.
Hacia 1911 apareció por el sertao sureño a otro personaje que se decía hermano del desaparecido Joao María, el cual heredó la fama y los métodos de su antecesor, valiéndose la reputación de Santo. El nuevo monje se dedicó a recorrer los estados de Paraná y Santa Catarina, prometiendo a sus seguidores bienes materiales y salvación eterna. Como preámbulo de su bíblico reino milenario, este Joao María organizaba por el sertao campamentos o villas santas, para esperar pacientemente el regreso al trono del rey portugués Sebastiao.
En octubre de 1912 el centro de la actividad de Joao María se encontraba en el municipio de Curitibanes, en Santa Catarina. Asustado por la cantidad de prosélitos que se acercaban al territorio, el perfecto solicitó tropas al gobierno estadual, que expulsaron a Joao María y sus seguidores a Campo de Iraní en Paraná. Para sacarlos de este sitio las autoridades del estado movilizaron unos 500 hombres, que nada pudieron contra la tenaz resistencia de miles de sertanejos que se negaban a ser desalojados otra vez.
Para evitar la repetición de los trágicos sucesos de Canudos, el gobierno federal no vaciló en descargar toda su fuerza sobre las villas santas del Contestado. Por entonces el movimiento tenía su sede en Taquaracu, ahora bajo la dirección de un tercer Joao María, Euzebio Ferreira dos Santos, que aseguraba recibir revelaciones de Dios. El ataque de los efectivos gubernamentales, el 20 de diciembre de 1913, obligó a los sertanejos a huir más al interior y establecer la villa santa en Caragoatá. Una acción punitiva del ejército, el 9 de mayo de 1914, los hizo trasladarse a Tamanduá.
Para aplastar al movimiento campesino del Contestado, el gobierno presidido por Rodríguez da Fonseca envió entonces al general Frederico de Mesquita –distinguido en la represión de Canudos- junto con 1 500 soldados. Su fracaso provocó que fuera despachado el general Setembrino de Carvalho con unos 6 000 hombres. Este gigantesco despliegue militar, más el empleo de aviones –por primera vez se utilizaban en Brasil para apoyar operaciones terrestres-, permitió a las fuerzas gubernamentales quebrar las defensas organizadas del Contestado –encabezadas por Aleixo Goncalves y Antonio Tavares- entre fines de 1914 y 1915.
Avances en la sustitución de importaciones
Desde 1880 la industria brasileña crecía en forma lenta pero constante impulsada por la existencia de un mercado interno en expansión. A partir del 1907, cuando el café generaba ganancias que no podían ser utilizadas en las plantaciones –por las restricciones contempladas en el Convenio de Taubate-, algunos sectores de la burguesía exportadora invirtieron en la industria. Se calcula que a principios de siglo la mitad de los obreros laboraban en fábricas que pertenecían a cafetaleros. También en los períodos de crisis de los comerciantes importadores-como Matarzzo, Nami Jafet y Klabin – se aventuraban a producir en el país determinados artículos. La creación de cierto capital “excedente “, unido a una abundante mano de obra calificda- compuesta en gran parte por inmigrantes -, permitió un sostenido avance industrial. La política crediticia del Estado y los aranceles proteccionistas también contribuyeron a ese resultado. Vale la pena recordar que ya en 1980 el ministro Rui Barbosa había hecho aprobar una tarifa aduanera que gravó entre un 45 y un 60 % sobre su valor a unos 300 artículos de importación. En consecuencia se fundaron unas 450 fábricas entre ese año y 1895.
Antes de la caída del imperio ya operaba un dinámico grupo de industriales en Río de Janeiro encabezados por Amaro Cavalcanti, Alcindo Guanabara Serdedelo Correia. Perjudicados por la competencia de las manufacturas extranjera, los industriales cariocas atacaban el liberalismo económico que solo favorecía a la agricultura de exportación. En 1882 fundaron la Asociación Industrial, que dio a conocer un manifiesto en donde afirmaban que la industria era el único renglón de la economía capacitado para hacer verdaderamente independiente al país.
A pesar de todas las dificultades, la industria creció entre los intersticios dejados por las mercancías importadas. Se estima que hacia 1907 ya existían 3 258 establecimientos fabriles. El 33% ubicado en Río de Janeiro, 16% en Sao Paulo, 14% en Río Grande Do Sul y el resto en otras zonas.
La Primera Guerra Mundial, y la consecuente desorganización del comercio a escala Internacional, actuó a favor del desarrollo industrial. La guerra submarina decretada por Alemania y la orientación bélica de la economía europea y norteamericana, tuvo por resultado separar transitoriamente a Brasil de sus suministradores internacionales. La coyuntura estimuló la ampliación de la industria ligera, sobre todo de textiles, con la consiguiente proliferación de grupos burgueses y pequeño-burgueses. Era la conocida política de sustitución de importaciones. Ya en 1920 había unas 13 569 fábricas funcionando, de las cuales 5 940 fueron instaladas en el período de 1915 a 1919. En esta época –el país tenía unos 30 millones de habitantes-, la industria brasileña encabezada ya por Sao Paulo, ocupaba a más de 300 000 obreros.
Concluido el conflicto mundial, la industria europea se fue reponiendo y ya 1925 había alcanzado los niveles de producción de 1914, mientras la norteamericana no cesaba de ampliarse. La terminación de un clima internacional favorable al desarrollo de la producción fabril vino aparejado con el aumento de la inversión extranjera –sobre todo yanqui- en la esfera de los servicios y en determinadas actividades industriales. Entre 1919 y 1930 se establecieron en el país unas 16 empresas norteamericanas, como la Electric Bond Share. Atención especial puso el capital extranjero en la congelación de carnes. Grades frigoríficos fueron construidos en Sao Paulo y Río Grande do Sul, pertenecientes a consorcios imperialistas como la Wilson, Swift y Armour.
Por añadidura, desde 1924 la elevación excesiva de la deuda externa, motivada por el financiamiento del café, condujo al gobierno a adoptar una política deflacionaria y de valorización de mil reis, lo cual afectó sensiblemente el ritmo de crecimiento industrial. Era paradójico que esa misma industria dependiera para su desarrollo de la expansión de la agricultura de exportación, pues por esa vía se obtenían las divisas necesarias para la compra de equipos y materias primas. Estas condiciones creaban un círculo vicioso del que la industria brasileña no podía escapar.
La estructura fabril, por otro lado, contribuía a acentuar la dependencia externa. El grueso de la producción industrial (85,% ) correspondía a artículos de uso y consumo –textiles, alimentos, ropa, bebidas y calzado– frente a un 14, 6% que representaba el denominado por Marx, Sector I, o sea los bienes de producción. Tal composición estaba determinada, en gran medida , porque la industria ligera requería de una tecnología mucha más simple y menores volúmenes de capital que la pesada, lo que también imposibilitaba la ruptura de la dependencia al condicionar la producción nacional a materias primas importadas.
LAS GRANDES HUELGAS OBRERAS DE 1917-1920
A partir de la Primera. Guerra Mundial las condiciones de vida de los obreros empeoraron considerablemente. A pesar de la significativa expansión industrial, el costo de la vida se elevó de 1914 a 1916 en un 16% mientras en el mismo lapso los salarios solo aumentaron en un ridículo 1%. La inflación galopante y el crecimiento de las exportaciones agropecuarias –arroz, frijoles, carnes y azúcar –hacia el mercado europeo, desorganizado por la conflagración, disminuyó la oferta interna de alimentos encareció los precios y agravó la situación económica de los trabajadores.
La falta de reglamentación laboral y el desempleo otorgaban una absoluta inmunidad a los patrones, que pagaban salarios de miseria. Estimulados por la triunfante Revolución de Octubre, los trabajadores brasileños impulsaron una gran oleada huelguista que conmovió hasta los cimientos al Estado oligárquico. Solo entre 1917 y 1920 ocurrieron 150 huelgas en Sao Paulo, 84 en Río de Janeiro y 46 en el resto del país. De todas ellas la más importante fue la huelga general de Sao Paulo en 1917 -la mayor de todo el período de la República Velha que abarcó a más de 50 000 obreros.
En junio de 1917 un grupo de trabajadores de la fábrica textil de Rodolfo Crespí, en el barrio de Mooca (Sao Paulo), presentó a la administración un pliego de demandas a nombre de los 2 000 sindicalizados, donde exigían un aumento salarial –hacía mas de 10 años que estos no eran reajustados entre un 20% y un 25% y la suspensión del plan para prolongar la jornada nocturna de trabajo. El rechazo patronal determinó el paro de la industria. Entre los días 10 y 15 de junio se realizaron huelgas de solidaridad en otros establecimientos de Sao Paulo, las cuales fueron combatidas por las fuerzas gubernamentales.
En respuesta a la terquedad de la burguesía y a las detenciones y violencias perpetradas por la policía, la huelga se extendió a las empresas de Nami Jafet, José Haider, J. Schneider. Mauricio Scheman , G Bom Retiro y otras. El número de huelguistas pasó de 5 000 mientras el sindicato de los textileros llamaba a boicotear la empresa Crespi.
Aunque el 6 de julio la fábrica de Jafet cedió a las demandas obreras, los sucesos de los días siguientes renovaron el espíritus de lucha de los días 8 y 9 se produjeron choques callejeros entre los huelguistas y la policía. En uso de esos encuentros perdió la vida el zapatero Antonio Martines. Su sepelio se convirtió en una nueva protesta proletaria, se sumaron al movimiento tipógrafos, obreros metalúrgicos, de la construcción y otros. El 10 los sindicatos agrupados en la Comisión de Defensa Proletaria –creada en agosto de 1914 y dirigida por los anarcosindicalistas Edgar Laurenothp, Antonio Duarte Candeias, Gigi Damianin, Antón Malipiniski y José Sermento Marqués– dieron a conocer un manifiesto, redactado por Everardo Días, en el cual hacían un llamado a la solidaridad de los soldados, que encontró eco en algunos batallones.
A la gran movilización de efectivos de la policía, el ejército y la marina, los obreros replicaron con la ocupación de las calles, barricadas y el paro total en la ciudad entre los días 12 y 15 de julio. La huelga, entre tanto, se había extendido al interior del estado, así como hacia Río de Janeiro, Minas Geraes, Pernambuco y Paraná.
La fuerza del movimiento obrero obligó a los patrones a aceptar las exigencias proletarias. El 18 de julio la huelga general de Sao Paulo terminó con la promesa de aumentos salariales, reglamentación del trabajo femenino e infantil, reducción de la jornada laboral y liberación de los huelguistas presos. A pesar de ello, la acción represiva estatal se descargó más tarde a través de la expulsión de los dirigentes extranjeros y el asesinato de los nacionales.
El éxito obtenido en Sao Paulo alentó los sueños de los anarcosindicalistas para derrumbar al Estado opresor. El 15 de noviembre de 1918, más de 40 líderes sindicales de izquierda concibieron un proyecto de insurrección armada, para lo cual se constituyó un comité revolucionario en Río de Janeiro. Aunque el complot fue descubierto por agentes policiales y arrestados sus promotores, el movimiento estalló de todos modos el día 18. los trabajadores asaltaron depósitos de armas y cuarteles de policía y levantaron barricadas en el distrito obrero de San Cristóbal. A pesar de que los trabajadores de Niteroi, Petrópolis y la capital abandonaron las labores, la rebelión fue aplastada. Los sindicatos quedaron prohibidos y 58 personas procesadas. Entre ellos figuraban los sindicalistas revolucionarios Astrojildo Pereira, Agripino Nazaré, Alvaro Palmeira, José da Costa Pimienta y Manuel de Castro.
Otros síntomas del auge de las luchas obreras bajo orientación anarquista fueron las grandes huelgas que se organizaron en junio de 1919 en porto Alegre, Recife, Niteroi y Sao Paulo. Cuatro meses después estalló, en esta última ciudad, otro paro iniciado por los trabajadores de la compañía eléctrica, que reclamaban aumento de salario. A la huelga se adhirieron los obreros metalúrgicos, textiles y de la construcción de Sao Paulo y del puerto de Santos. Movimientos semejantes se registraron en Bahía, entre los trabajadores ferroviarios en 1920.
Las grandes huelgas del período 1917-1920 resquebrajaron el prestigio anarquista en el movimiento obrero organizado. En estas contiendas clasistas se reveló en toda su magnitud la incapacidad teórica, política y práctica de los líderes sindicalistas para dirigir el proceso revolucionario y derrocar el sistema capitalista.
Por su parte, las clases dominantes trataron de contrarrestar el avance del movimiento obrero no sólo con la represión. En los años siguientes el gobierno hizo ciertas concesiones. Formalmente se declaró la jornada de ocho horas, se elevó el salario para una serie de oficios y se dictaron leyes de fiscalización sobre el trabajo femenino e infantil y otras de seguridad social. Además, en marzo de 1921, se integró la llamada Confederación Sindical Cooperativa del Brasil, la cual encuadró en una sola organización a patrones y obreros como fórmula de conciliación de clases.
Primeros pasos del Partido Comunista
La Revolución Socialista de Octubre estremeció a la clase trabajadora brasileña. Las organizaciones y sindicatos anarquistas no fueron ajenos al entusiasmo despertado entre los obreros y otras capas sociales por el triunfo de los bolcheviques. Muchos anarquistas interpretaron aquellos sucesos como inicio de la revolución libertaria mundial. En enero de 1918 varios grupos ácratas y sindicalistas dieron a la publicidad un folleto en defensa de la revolución soviética. El 1ro de mayo de ese año, se celebró un mitin obrero en Río de Janeiro –organizado por la unión de trabajadores de esa ciudad-, en saludo a la Rusia de Lenin. Por su parte, el semanario Spartacus de Río de Janeiro publicó en agosto de 1919 el mensaje de Lenin a los trabajadores norteamericanos mientras La Hora Social de Pernambuco reproducía el texto de la primera constitución soviética. Alba Rosa, semanario en lengua italiana editado en Sao Paulo, publicó el 1ro de marzo de 1919 un artículo de Lenin. Otros muchos ejemplos podrían ser mencionados. Paralelamente se organizaban mítines, debates, actos públicos y conferencias que, de una u otra manera, encomiaban los trascendentales acontecimientos de Rusia.
El movimiento en apoyo de la revolución bolchevique contribuyó directamente al desarrollo ideológico del proletariado brasileño. A la luz de Octubre se produjo un proceso de esclarecimiento que sirvió para delimitar el campo entre los anarquistas recalcitrantes y los sindicalistas revolucionarios. Algunos grupos ácratas dejaron de expresar su apoyo a la Rusia soviética tan pronto comprendieron su verdadero significado. Pero un sector importante de sindicalistas de izquierda, defensores de posiciones clasistas, radicales y antiimperialistas, que evolucionaban al socialismo científico, comenzaron a ser denominados anarco-bolcheviques. Entre ellos se destacaban Astrojildo Pereira, Everardo Días, Edgar Laurenothp, José da Costa Pimienta tuvo lugar durante el III Congreso Obrero en 1920.
Fue en el clima, creado por la profunda crisis ideológica del anarquismo y el sindicalismo y del auge experimentado por el movimiento obrero, que se inició el trabajo de un sector radical de los sindicalistas revolucionarios y de algunos intelectuales progresistas, encaminado a la creación de un partido marxista-leninista en Brasil. El primer trecho en esa dirección se recorrió entre 1918 y 1921 con la formación en varias ciudades de agrupaciones y centros comunistas.
Todo parece indicar que la primera organización de este tipo apareció en 1918 en la ciudad de Porto Alegre (Río Grande do Sul) con el nombre de Liga Comunista de la Liberación. Encabezada por Isaac Alexlord, el grupo llegó a editar un periódico que divulgaba obras de los clásicos del marxismo, entre ellas el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. En la misma ciudad se creó en 1919 la Unión Marxista, lidereada por Abilio de Nequete y José Lima, antecesora de la futura Agrupación Comunista de Porto Alegre (1921). En Recife actuaba un círculo de estudios marxistas, dirigido por Cristiano Cordero y Rudolfo Coutinho y en Cruzeiro el que dirigía Hermageneo Silva.
Para conseguir su ingreso en la internacional de Moscú, un pequeño grupo de sindicalistas de izquierda, encabezado por Antonio Canelas, se plateó en 1919 la creación de un “Partido Comunista”. Una declaración análoga hicieron los comités libertarios de Sao Paulo y otras regiones. En definitiva se celebró en la capital, en junio de 1919, una reunión a la que acudieron 22 delegados de 6 estados. Así nació el Partido Comunista de 1919, organización típicamente ácrata, cuyo nombre reflejaba, sin embargo, el poderoso impacto que la Revolución de Octubre había tenido entre los anarquistas brasileños. Con un carácter parecido funcionaban los grupos Zumbi, Spartacus, la Liga Comunista de Mujeres y otros.
Los que más cerca se hallaban del marxismo eran los integrantes de la Agrupación Comunista de Río de Janeiro, muchos de los cuales procedían de las filas del sindicalismo revolucionario. La célula, compuesta por 12 personas, se había formado el 7 de noviembre de 1921 y entre sus miembros se encontraban Astrojildo Pereira, Octavio Ganado, Manuel Cenden y Joaquim Barbosa, los que se habían dado a la tarea de crear un auténtico Partido Comunista, conforme a las normas y principios de la III Internacional. Con ese fin establecieron contacto con los grupos de Sao Paulo, Santos, Recife y otras ciudades. Un importante lugar ocupó en ese proceso unionista la revista Movimiento Comunista, editada desde enero de 1922 por los marxistas de Río de Janeiro.
A mediados de febrero de ese año, por iniciativa de las organizaciones de Porto Alegre y Río de Janeiro, se convocó a un congreso de las agrupaciones comunistas del Brasil. La reunión se efectuó los días 25, 26 y 27 de marzo en las ciudades de Río de Janeiro y Niteroi. En ella participaron Abilio de Nequete, Astrojildo Pereira, Cristiano Cordeiro, Hermogeneo Silva, José da Costa Pimienta, Joaquim Barbosa, José Elías da Silva, Luis Peres y Manuel Cenden. En esa ocasión se constituyó el Partido Comunista del Brasil (PCB), más adelante denominado Partido Comunista Brasileño. Astrojildo Pereira fue elegido secretario general y Antonio Canelas representante del partido ante el IV Congreso de la III Internacional.
Los primeros pasos del partido fueron difíciles, ilegalizado por el gobierno cuando estalló la rebelión militar de Sao Paulo en ese mismo 1922. En mayo de 1925 se reunió el II Congreso del PCB y comenzó la publicación de su órgano A Clase Operaria. Casi dos años después, la propaganda comunista se amplía con la edición en Río de Janerio del vespertino A Naçao, que circuló legalmente entre el 3 de enero y el 11 de agosto de 1927. Su propietario era el periodista Leonidas Resende, un intelectual positivista, ganado por el marxismo cuando estaba preso por su oposición al gobierno de Artur da Silva Bernardes. A fines de 1926 Resende puso su diario a disposición de la dirección nacional del PCB. Fue en sus páginas donde se dio a conocer, el 5 de enero de 1927, una Carta Abierta del Partido Comunista dirigida a varias organizaciones políticas y a dos intelectuales progresistas – Mauricio de Lacerda y Azevedo Lima – proponiéndoles la formación de un Bloque Obrero – con una plataforma democrática y antiimperialista – para las elecciones estaduales del 24 de febrero. Era el germen del futuro Bloque Obrero Campesino, que alcanzaría proyección nacional poco más de un año después. Por su parte el Bloque Obrero, guiado pr Pereira, Resende, Cordeiro y Azevedo Lima, se anotó su primer triunfo, en octubre de 1928, con la elección de dos representantes al Consejo Municipal del Distrito Federal. La no aceptación por el gobierno de esos delegados, vencedores por la votación popular, ocasionó airadas protestas de las masas.
El avance de la influencia del PCB donde más se reflejó fue en los medios obreros. En abril de 1927 se efectuó un Congreso Obrero Sindical, que bajo la dirección de los comunistas, organizó federaciones regionales de trabajadores en todos los estados, como base de la Confederación General del Trabajo (CGT) con sede en Río de Janeiro.
A fines de 1928 y principios de 1929 el Partido Comunista realizó su III Congreso, en el cual se reafirmó la línea de continuar el trabajo político en los sindicatos obreros y de utilizar también el parlamento burgués como tribuna para el quehacer revolucionario. Por esa razón, en los comicios de marzo de 1930, el Bloque Obrero Campesino postuló sus candidatos al Congreso Federal y a la primera magistratura – inicialmente la nominación se le ofreció al líder tenentista Luiz Carlos Prestes – a sabiendas de que en el sistema electoral oligárquico del “café con leche” no había cabida para los representantes del proletariado.
Orígenes del tenentismo
Casi simultáneamente el proceso de fundación del Partido Comunista, la República Velha entraba en un agudo período de inestabilidad que se unió a las graves consecuencias de la depresión de postguerra. La desastrosa situación económica y social del país, la corrupción del gobierno y el auge revolucionario mundial hincado en 1917 con la crisis general del capitalismo, despertaron e impulsaron el descontento no solo de las masas trabajadoras, sino también de sectores no proletarios entre los que sobresalían estudiantes, intelectuales y jóvenes oficiales del ejército. Fueron estos últimos, representando los intereses de al emergente pequeña burguesía y de la burguesía nacional, los que hincaron el levantamiento revolucionario contra la vieja República que dio origen al tenentismo, movimiento militar que dejó una profunda huella en la historia contemporánea de Brasil.
La formación ideológica de esos jóvenes oficiales –en su mayoría de extracción pequeñoburguesa– se había efectuado en la Escuela del Realengo, situada en Río de Janiero. En ese centro se le inculcaba a los cadetes la idea de que la misión del ejército era servir a la nación mediante un alto grado de profesionalismo, a diferencia de las antiguas teorías positivistas de la Escuela de la Praia Vermelha, que estimulaban la politización de los militares. Los egresados de la Escuela del Realengo se encontraban en estrecho contacto con los alistados, y sufrían, al igual que los trabajadores y campesinos, los efectos de la difícil situación económica y de los turbios manejos de la oligarquía. Por esa razón, el sentimiento “apolítico” de los tenientes y capitanes poco a poco fue reemplazado por una furiosa oposición al gobierno, ansias de cambios en la vida del país y el progreso de la nación. Entre las primeras demandas valorizadas por los tenientes estaba la lucha contra la corrupción gubernamental y la no utilización del ejército en querellas interoligárquicas.
En 1918 Rodrigues Alves fue electo presidente por segunda vez. Al morir unos meses después –y tras el breve interinato del vice Delfín Moreira-, el régimen de “café con leche” impuso en el poder (julio de 1919) al paraibano Epitacio Pessoa con la sola oposición del eterno contrincante Rui Barbosa. El gobierno de Pessoa se distinguió por su política conservadora y tuvo que enfrentar las repercusiones de la depresión capitalista de postguerra. Durante su mandato Pessoa se ganó la enemistad del ejército –entre otras cosas porque desde la caída del Imperio se constituyó, por primera vez, un gabinete solo con civiles – y de diversos sectores de la burguesía, contrariados por su negativa a continuar los subsidios al café y favorecer el desarrollo industrial.
En medio de una fuerte crisis política, la disputa por la sucesión de Pessoa devino el principio del fin de la vieja república. Las oligarquías de Sao Paulo y Minas Geraes, indicaron en este ocasión como candidato al mineiro Artur do Silva Bernardes. Contra esa postulación se irguió un amplio frente opositor denominado Reacción Republicana, que presentó como aspirante a la presidencia al político carioca Nilo Pecanha. La coalición estaba compuesta por el Partido Republicano de Río Grande do Sul –encabezado por Borges de Medeiros– los seguidores del mariscal Rodrigues da Fonseca y los grupos dominantes en los estados de Bahía, Pernambuco y Río de Janeiro. La Reacción Republicana realizó una campaña “a la americana”, con derroche de propaganda, desfiles, carteles, mítines y giras electorales. A pesar de esgrimir una plataforma liberaloide y moralizante, enfilada contra la corrupción gubernamental, la coalición fue derrotada por la maquinaria de votos del “café con leche”. Para desprestigiar al presidente electo, sus adversarios publicaron en el periódico Correio da Manha una carta apócrifa en la que Bernardes injuriaba al ejército y ponía en duda sus aptitudes militares. La misiva produjo un verdadero escándalo en las filas castrenses, incluso algunas unidades se sublevaron y creó una atmósfera insurreccional entre la joven oficialidad.
El detonante definitivo fue el cierre del club militar y el arresto por 24 horas de su director, el mariscal Hermes Rodrigues da Fonseca, acusado de intervenir indebidamente en la política pernambucana, con la intención de impedir el triunfo en ese estado de familiares y amigos del presidente Pessoa. En la madrugada del 5 de julio de 1922 un grupo de jóvenes oficiales que deseaban impedir el acceso al poder de Bernardes, bajo el mando del capitán Hermes Rodrigues da Fonseca, hijo del Mariscal, tomó el fuerte de Copacabana y la Escuela Militar del Realengo. La rebelión pronto se extendió a otras unidades de Río de Janeiro y sus arrabales y repercutió incluso en Minar Geraes.
Al día siguiente el gobierno, apoyado con fuerzas de la marina y la aviación y respaldado por todos los grupos oligárquicos –entre ellos la derrotada Reacción Republicana-, inició el contrataque. La última resistencia la hizo un decidido grupo de 17 oficiales, dirigidos por el teniente Antonio Siquiera Campos –el capitán Da Fonseca había sido hecho prisionero al intentar parlamentar-, dispuestos a combatir hasta la muerte. Esos hombres dejaron el fuerte y con la adhesión de un civil marcharon por las calles de la playa de Copacabana en busca de las tropas del gobierno, levaban jirones de la bandera nacional prendidos en sus uniformes. En la lucha todos murieron, excepto dos tenientes que resultaron heridos: Siquiera Campos y Eduardo Gomes.
Entretanto las tropas sublevadas en Minas Geraes, guiadas por el coronel Clodoaldo da Fonseca, que avanzaban sobre la capital en apoyo de la rebelión carioca, se rindieron el 13 de julio al enterarse del fracaso de la sublevación. Entre sus oficiales se encontraba Joaquim Távara, futuro líder de la segunda insurrección tenentista.
Como consecuencia de la derrota, muchos jóvenes oficiales fueron detenidos y procesados. Casi 1 000 cadetes fueron expulsados de la Escuela Militar y decenas de tenientes fueron trasladados como castigo a guarniciones lejanas.
La rebelión militar de Sao Paulo y la marcha de la columna Prestes
El gobierno de Bernardes (1922-1926) se inició con represalias a sus opositores civiles y militares. Se vengó del candidato de la Reacción Republicana, Pecanha, mediante la intervención federal en el estado de Río de Janeiro. Aunque no pudo hacer lo mismo en Río Grande do Sul, allí alentó el levantamiento de 1923 encabezado por la Alianza para la Liberación, de Joaquím Francisco de Assis Brasil, en contra del prolongado “reinado”-más de 20 años- de Borges de Medeiros. Bajo los auspicios del general Setembrino de Carvalho se llevaron a cabo negociaciones de paz que culminaron en el tratado de Piedras Altas, el cual permitía la continuación del gobierno de Borges de Medeiros a cambio de prohibir la reelección presidencial en el estado.
Para completar la obra reaccionaria de su predecesor –quien había dictado leyes anticomunistas-, Bernardes realizó una forma constitucional que restringió aún más las garantías individuales y aumentó las facultades del gobierno federal y el rigor de las penas dictadas por el poder judicial. Por otro lado, la tercer valorización del café agravó la penosa situación de los trabajadores; al duplicarse entre 1921 y 1923 el costo de la vida.
En ese cargado ambiente estalló la otra rebelión tenentista. Al conmemorarse el II Aniversario de la sublevación de Copacabana, el 5 de julio de 1924, los oficiales jóvenes volvieron a sublevarse, pero esta vez en las guarniciones de Sao Paulo. El movimiento era encabezado por los hermanos Joaquim Juares Távora. Eduardo Gómez, Octavio Guimaraes, César de Cuna Cruz, Enrique R. Hall may y otros oficiales. En el complot también estaban involucrados el comandante caballería Miguel Costa y el general retirado Isidoro Días Lopes.
El 10 de julio los rebeldes dieron a conocer un Manifiesto Revolucionario, en el cual abogaban por la formación de un gobierno provisional, la elección de una constituyente y la realización de una serie de reformas políticas y jurídicas como el voto secreto y la prohibición de la reelección presidencial. El programa tenentista revelaba las insuficiencias ideológicas y las limitaciones de clases de los jóvenes oficiales, que daban la espalda a los dramáticos problemas sociales del país, pues concebían la lucha exclusivamente en términos de simples cambios superestructurales. Estaban convencidos de que la fuente de los males no era el injusto sistema económico social, sino la perversión del mecanismo estatal por un gobierno corrupto.
Pero el movimiento tenentista no era homogéneo como se demostró por la acción de algunos oficiales del Amazonas, precursores de la corriente radical que cobraría fuerzas después de 1927. En ese estado un grupo de tenientes, encabezados por Alfredo A. Ribeiro Junior, tomó el poder y constituyó un Consejo Gubernativo que duró 30 días. Durante ese lapso, confiscaron los bienes de comerciantes especuladores, expropiaron un matadero inglés, obligaron a los ricos a pagar impuestos y adoptaron otras medidas de contenido popular.
Entretanto en Sao Paulo los combates se generalizaban por toda la ciudad, lo que obligó al general Abilio de Noronha a rendirse mientras el presidente estadual, Carlos de Campos, huía. Durante más de 20 días Sao Paulo estuvo en poder de los 6 000 soldados sublevados, a pesar de la pérdida de su jefe el capitán Joaquim Távora. Cuando 30 000 efectivos gubernamentales con el apoyo de tanques, intentaron cerrar el cerco a la ciudad, el general Lopes decidió (27 de julio) retirarse por tren a las zonas boscosas del occidente de Paraná, en espera de que se repitieran los alzamientos militares en otras partes de Brasil. En ese lugar se sostuvieron peleando durante siete meses, rodeados por fuerzas varias veces superiores. Aunque la rebelión de la armada fracasó –solo un barco fue ocupado por los rebeldes (7 de noviembre) y llevado a Uruguay por su capitán Hercolino Cascardo-, en Paraná se le unieron las tropas sublevadas el 29 de octubre en Río Grande do Sul, a las órdenes de un desconocido capitán de 26 años : Luiz Carlos Prestes.
Acosados por las fuerzas gubernamentales, el general. Lopes desistió de su plan de continuar en Paraná con una inútil guerra de posiciones y prefirió marchar al exilio en busca de recursos. A partir de ese momento se impuso la tesis de Prestes, quien sostenía la táctica de hacer una guerra móvil. Su objetivo era recorrer y sublevar el sertao, atrayendo la atención del ejército para permitir la insurrección de las restantes guarniciones comprometidas y derrocar al gobierno.
A fines de abril de 1925, con poco más de 1 000 hombres. Se puso en marcha la legendaria Columna Prestes. Tras atravesar el territorio paraguayo –gracias a una hábil maniobra diversionista del teniente Desisdedit Liola- las rebeldes irrumpieron en el Matto Grosso (3 de mayo). Fue en estos intricados parajes donde se produjo la reorganización de las fuerzas paulistas y gauchas en un solo contingente, dirigido por Miguel Costa y Prestes, la columna se dividió en cuatro destacamentos, comandados por Osvaldo Cordeiro de Farias, Joao Alberto Lins de Barros, Djalma Soares Dutras y Siquiera Campos. Otros oficiales que también formaban parte de la jefatura eran Juares Távora, Paulo Kruger, Italo Landucci, Manuel Alvos de Lira, Ary Salgado Freire y el civil Lourenco Moreira Lima.
Del Matto Grosso, atravesando la parte meridional de Goiás, los columnistas pasaron al occidente de Minas Geraes. De nuevo en Goiás (12 de septiembre), y perseguidos de cerca por los efectivos gubernamentales del mayor Bertholdo Klinger, auxiliados por bandas del sertao movilizados por los “coroneles” siguieron su ruta a Maranhao Piaui. Durante el recorrido se apoderaron por varios días del pueblo de Porto Nacional.
En Piaui permanecieron hasta el 22 de enero de 1926, pues allí encontraron apoyo popular gracias a que la columna tenía por práctica quemar los libros de deudas de los campesinos y liberar a los presos políticos. También durante esa etapa los rebeldes perdieron a dos de sus oficiales, Kruger, y Távora, capturados por fuerzas del gobierno.
Después de Piaui pasaron a Ceará, donde hallaron una situación diametralmente opuesta a la que habían dejado atrás. Azuzados por el padre Cicero y los “coroneles” miles de sertanejos fanáticos -encabezados por Floro Bartolomeu de Costa– cayeron encima de la columna, la que logró escabullirse en virtud de su gran movilidad y al empleo de la táctica guerrillera de presentar solo pequeños combates.
Procurando acercarse a las unidades acantonadas en el litoral –tenían noticias infundadas sobre nuevas sublevaciones militares-, la columna avanzó por Río Grande do Norte y se presentó en Paraiba, donde tuvo que enfrentar una obstinada oposición por parte de las bandas armadas por los “coroneles”. En Pernambuco, la inesperada muerte del teniente Cleto Campelo- había salido en busca de contactos- obligó a continuar hacia Bahía y Minas Geraes, de donde retornaron luego a Bahía y Pernambuco.
El 30 de julio de 1926, cuando la columna operaba por el empobrecido nordeste, se tomó la determinación de abandonar el país. Los tenentistas estaban convencidos de lo absurdo de una lucha –terminaba el período presidencial de Bernardes- que no encontraba adeptos en la población sertao –la columna carecía de un programa de reivindicaciones sociales que ofrecer a los campesinos- ni en las guarniciones militares. Además entre los rebeldes comenzaban a notarse síntomas de agotamiento e indisciplina. Por eso el 3 de febrero de 1917, luego de atravesar nuevamente a Piaui, Bahía, Goiás y Matto Grosso, los 620 hombres de la columna Prestes se internaron en Bolivia. El destacamento de Siquiera Campos, separado desde octubre de 1926 para proteger la retirada, se adentró en Paraguay el 23 de marzo de 1927.
La marcha de la invicta columna Prestes terminó tras recorrer, a caballo o a pie, 13 estados –más de 26 000 kilómetros- y de celebrar decenas de combates victoriosos contra las fuerzas regulares y bandas de cangaceiros guiados por 18 generales. Incapacitados para incorporar a las masas populares a un movimiento que se mantenía en los estrechos límites castrenses, sin inscribir en su lucha las reivindicaciones económicas y sociales de las clases oprimidas, la columna estaba condenadla fracaso. Pero el recorrido sirvió para que muchos tenentistas, conmovidos por la terrible miseria del campo, se radicalizaran y adoptaran posteriormente un programa más avanzado. Con todas sus limitaciones, la columna Prestes fue la primera manifestación concreta de la lucha del pueblo brasileño por la libertad, la independencia nacional, el progreso social.
Ocaso de la república oligárquica
Las causas del movimiento de 1930 hay que buscarlas en la estancada estructura económica y social de la República Velha, controlada por la oligarquía cafetalera. Los últimos soportes de ese anticuado sistema de dominación fueron retirados por la gran crisis capitalista de 1929, combinada con la que ya afectaba al principal producto de exportación de Brasil: el café. Desde la terminación de la Primera Guerra Mundial era visible la progresiva crisis de la agricultura brasileña –una economía monoproductora, erosionada por la disminución constante del precio del café- que solo en parte era amortiguada en virtud del financiamiento externo obtenido en casas bancarias europeas y norteamericanas. Ese ajustado mecanismo se vino abajo de la noche a la mañana por la gran depresión capitalista mundial, cuyas repercusiones fueron muy graves en Brasil. La brutal contracción de los mercados cafetaleros hizo descender el precio del producto en un 57%. Las reservas monetarias se redujeron y con ellas el presupuesto estatal, lo que desequilibró la economía con la siguiente devalorización del mil reis. En los puertos se almacenaron los stocks de café sin salida, que obligaron a los arruinados cosecheros a hipotecar o vender sus propiedades. La crisis también afectaba a los demás productos de exportación, con lo cual disminuían las posibilidades de importar alimentos, manufacturas y equipos.
Las empresas extranjeras –en 1929 tenían una inversión, sobre todo en valores cotizables, de más de 3 000 millones de dólares: 1 413 inglés y 476 norteamericano- tuvieron que restringir sus créditos, con lo cual se derrumbó la tradicional política de valorización del café. La firma inglesa Lazard Brothers –que desde 1924 dominaba el Instituto del Café de Sao Paulo- trató de defender el precio por lo que ordenó la destrucción de 20 millones de libras del producto. Sin embargo, todo era inútil.
En estas condiciones la miseria de las masas se acrecentó. El salario de los trabajadores disminuyó entre un 50 y un 60 %. Miles de obreros quedaron sin empleo, lo cual creó una explosiva situación social. Fue en esa circunstancia que una importante figura surgida en el seno de las clases dominantes, como resultado de disensiones interoligárquicas, provocó el desplome de la vieja república.
La última componenda electoral del esquema del “café con leche” se había realizado en 1926, al ascender al gobierno el exgobernador de Sao Paulo, Washington Luiz Pereira de Souza. Al acercarse el término de su mandato, el presidente retiró su apoyo al sucesor lógico, el gobernador de Minas Geraes Antonio Carlos de Andrade, miembro de la prominente familia de los Andrade e Silva. Con la nominación del presidente paulista Julio Prestes, Washington Luiz rompía el tradicional reparto del poder entre los estados de Minas Geraes y Sao Paulo.
El primero en oponerse a la maniobra gubernamental fue el propio perjudicado, Antonio Carlos Andrade, quien entonces se dedicó a verterbrar un frente opositor. Así en junio de 1929 se organizó la Alianza Liberal, que postuló al próspero latifundista Getulio Dornelles Vargas –gobernador de Río Grande do Sul- como su candidato a la primera magistratura, acompañado en la boleta por el adecuado político paraibano Joao Pessoa. La fórmula electoral contaba con el apoyo de los mayores partidos del Río Grande do Sul –Alianza para la Liberación y el Republicano- y del viejo caudillo Borges de Medeiros. La Alianza Liberal agrupaba no solo a la oligarquía de Río Grande do Sul, sino también a las clases dominantes de Minas Geraes y Paraiba, así como al Partido Democrático, escindido del Partido Republicano paulista.
El programa de la Alianza Liberal –expuesto por Vargas el 2 de enero de 1930 en la Explanada do Castelo- contenía muchos postulados incluidos en anteriores plataformas electorales de los partidos oligárquicos, aunque también recogía otros bastante novedosos para la época. Entre estos últimos se destacaba su insistencia en determinadas reformas: reglamentaciones laborales, necesidad de determinadas leyes sociales, voto y amnistía a los participantes en las revueltas de 1922 y 1924. Planteaba además combatir la valorización del café –recuérdese que los productores de carnes y arroz de Río Grande do Sul, los de algodón y cacao del nordeste, así como la burguesía industrial, se quejaban del abandono gubernamental- y atentaba a otras ramas –carbón y hierro- mediante una mayor participación del Estado en la economía. Era evidente que estas promesas recogían, de una u otra forma, el sentir de la mayoría de los tenentistas y las aspiraciones de las capas medias y de sectores burgueses relegados, como el industrial.
La campaña electoral de la Alianza Liberal se desplegó por todo el país al grito de “¡Queremos Getulio!”, pero una vez más la maquinaria gubernamental se impuso en los comicios del 1ro de marzo de 1930 con el fraude y su control sobre 17 estados.
Aunque las clases dominantes, temerosas de un estallido revolucionario, terminaron poniéndose de acuerdo tras bambalinas, los miembros más jóvenes de la oligarquía: el mineiro Virgilio de Melo Franco y los gauchos Joao Neves da Fontoura, Osvaldo Arranha, Batista Luzardo y Lindolfo Collor, no estuvieron de acuerdo y decidieron impedir el acceso al poder de Julio Prestes. Para lograr sus propósitos, establecieron contactos con destacados miembros del tenentismo, entre ellos Juares Távora, Joao Alberto Lins, Siquiera Campos, Estilac Leal y otros jóvenes oficiales –como Juracy Magalhaes y Agildo Barata- en servicio activo. Invitado por Joao Alberto y Siqueira Campos –que a ese fin viajaron a Buenos Aires, este último pereció en un accidente al regreso- a dirigir la sublevación armada, Luis Carlos Prestes se negó, argumentando que todo el complot no era más que una farsa urdida por la oligarquía y que esa no era revolución esperada por sus compañeros de armas de la columna. La evolución hacia la izquierda de Prestes se había iniciado poco antes, cuando a fines de diciembre de 1927 sostuvo en Puerto Suárez (Bolivia) una entrevista con el líder comunista Astrojildo Pereira, que lo inició entonces en el marxismo. En mayo de 1930 Prestes dio a conocer un manifiesto, considerado la ruptura pública con la proyectada revuelta armada burguesa y su abrazo al marxismo, donde propugnaba la necesidad de una verdadera y profunda revolución nacionalista y democrática. Dos meses después creaba la Liga de Acción Revolucionaria.
El asesinato de Joao Pessoa el 26 de julio de 1930, a consecuencia de las luchas intestinas entre los grupos dominantes de Paraiba, ocurrido en el momento en que estaban avanzados los preparativos insurreccionales y cuando el país era afectado por los efectos más agudos de la gran crisis económica capitalista, precipitó los acontecimientos.
El 3 de octubre tropas gauchas, a las órdenes del teniente coronel Pedro A. Goes Monteiro, iniciaron la sublevación de Río Grande do Sul. Mientras estas fuerzas avanzaban sobre la capital, la rebelión se extendía al resto de los estados, en los cuales, después de una desganada resistencia, caían uno tras otro los gobernadores. El día 24 una Junta Militar, dirigida por el general Augusto Tasso Fragoso, depuso al presidente Washington Luiz. Luego de prolongadas negociaciones, el 3 de noviembre Getulio de Río de Janeiro.
Anterior (Ver)
Siguiente (Ver)
Publicado por ADHILAC Internacional © www.adhilac.com.ar
Si Ud. desea asociarse de acuerdo a los Estatutos de ADHILAC (ver) complete el siguiente formulario (ver)
E-mail: info@adhilac.com.ar
Twitter: @AdhilacInfo