BREVE HISTORIA DEL BRASIL IX. A. Prieto y S. Guerra

Breve Historia del Brasil

Alberto Prieto y Sergio Guerra
La Habana, 1991

Izquierda: Movimiento integralis-ta. Rama femenina.

El fascismo, la Alianza Nacional Libertadora y la sublevación comunista de 1935

A mediados de la década del 30 se observó a nivel internacional un sostenido avance del fascismo, que incrementó sus fuerzas en Italia y Portugal, por el ascenso de Hitler al poder en Alemania y en las graves dificultades que afrontaba el gobierno republicano español.

Estos acontecimientos tuvieron eco en Brasil, donde existía un campo fértil para el arraigo de las ideas reaccionarias, en virtud de la agudización de los conflictos de clases. Con el propósito de detener el auge del movimiento de masas y aplastar las luchas obreras, los sectores derechistas de la pequeña burguesía comenzaron a acariciar los proyectos esgrimidos por los fascistas europeos. La primera organización de importancia que apareció fue la Legión Mineira, fundada en Belo Horizonte, Minas Geraes, el 27 de julio de 1931, por Francisco Campos, Gustavo Capanema y Amaro Lanari, la cual realizaba manifestaciones al estilo de los seguidores de Mussolini. Por entonces algunos conocidos intelectuales y políticos brasileños, como Plinio Salgado, Santiago Dantas, Helio Vianna y Augusto Federico Schmidt, no ocultaban sus simpatías con esa ideología y hacían planes para instaurar un Gran Consejo Fascista con los líderes del movimiento de 1930.

Sin dudas la organización fascista más influyente en el país fue la Acción Integralista Brasileña, estructurada por el escritor Plinio Salgado en octubre de 1932. Sus miembros defendían la concepción reaccionaria del “estado integral”, de carácter autoritario, nacionalista y profundamente anticomunista. Según los integralistas, la dirección del gobierno correspondía a las “élites esclarecidas”, encargadas de estabilizar el país, impulsar la economía e impedir cualquier tipo de protesta obrera. Los prosélitos de Plinio Salgado, imitando a los partidos fascistas europeos, usaban camisas verdes y un brazal, en el cual se exhibía la letra sigma –que hacía las veces de la cruz gamada-, saludaban al modo nazi y esgrimían el lema de: Dios, Patria y Familia. La base social de los integralistas se encontraba en las capas medias, insatisfechas con el dominio oligárquico y preocupadas por la magnitud de las luchas populares, lo que explica que llegaran a tener cerca de medio millón de seguidores, sobre todo en Río Grande do Sul, Sao Paulo, Río de Janeiro, Minas Geraes y Ceará.

El peligro fascista no solo se manifestaba por el progreso de las organizaciones derechistas, sino también por el incremento de la actividad de la Alemania nazi y sus agentes. Por esos años Hitler iniciaba una poderosa ofensiva comercial –acompañada de una sostenida propaganda fascista-, que debía permitir la creación de una zona de influencia germana en la América del Sur. El sueño nazi era organizar un nuevo Reich con su centro en Brasil, que se extendería por los estados vecinos. Para lograr sus propósitos, los nazis incrementaban sus relaciones con las fuerzas internas adictas –Acción Integralista-, y agrupaban a los alemanes y sus descendientes radicados en el país en el Partido Nacional Socialista (SDAP), la Juventud Hitleriana y otras organizaciones fascistas.

Simultáneamente crecían los vínculos económicos  y comerciales entre Alemania  y el gobierno de Vargas. Un ejemplo fue la  visita de una misión  comercial  nazi,  encabezada por Otto Kiep,  en noviembre de 1934.  En esa oportunidad se firmó un acuerdo  comercial basado  en el trueque  de materias primas  brasileñas  por medios de producción  fabricados por el Reich, mediante  la utilización  de la divisa  llamada  marco aski. De esta forma  Brasil llegó  a ocupar el décimo  lugar en el  comercio exterior alemán. En 1937 el 24,9% de las mercancías  desembarcadas  en puertos brasileños  provenía de Alemania  nazi –los estados Unidos  estaban en segundo  puesto con 22,9% -.A la vez el Reich era el segundo comprador de los productos  brasileños (19,6%), pues los norteamericanos  conservaban el primer lugar (34,3%).En forma paralela comenzó  a operar en 6 ciudades  del país  el Banco Alemán  Trasatlántico, junto con una gran  empresa germana –la Condor – que llegó  a dominar  el  transporte  aéreo en toda la América  del Sur.

El avance fascista a escala internacional , así  como en la vida  internas de Brasil más, el incremento   de las tendencia  autoritarias  del  gobierno condujeron  a la formación de un amplio frente  de masas. Con el fin  de detener  la ofensiva  reaccionaria  nació el 30 de marzo de 1935,  la Alianza  Nacional  Libertadora (ANL), que con un programa  democrático y  antiimperialista atrajo a comunista, intelectuales  progresistas, militares patriotas  y otros revolucionarios  como Mauricio Lacerda, Aleguar Bastos,Joao Mangabeira, Caío Prado Junior y el Teniente Agildo Barata.  La dirigía el excapitán. Hercolino  Cascardo y el presidente  de honor  era Luis Carlos Prestes, el  Caballero  de la esperanza. Prestes había regresado  clandestinamente  a fines de 1934, tras permanecer  varios años  en la Unión Soviética. Por entonces ya era un destacado  militante  comunista -el periódico del PCB: A Classe  Operaría  había dado a conocer  su admisión al partido en agosto de 1934-  y pertenecía  al Comité Ejecutivo  de la Comintern en su carácter de “héroe popular  nacional”. Por la misma época  también entraron a Brasil para fortalecer el trabajo partidista,  conocidos  líderes del movimiento comunista  internacional  como el belga  León  Jules  Valleé el  alemán  Arthur Ewert (Harry Berger), el argentino Rodolfo Ghioldi y el norteamericano Allen Barron.

El programa de la ANL ganó pronto millares de adeptos entre la población trabajadora. La plataforma del frente popular se fundamentaba en los siguientes principios: supresión definitiva del pago de las deudas imperialistas; nacionalización inmediata de las empresas extranjeras; protección de los pequeños y medianos propietarios; repartos agrarios en beneficio de los campesinos y trabajadores rurales; ampliación de las libertades y derechos democráticos y establecimiento de un gobierno del pueblo. Por eso en menos de dos meses, 50 000 personas se inscribieron en el frente solo en Río de Janeiro y se formaron 1 600 núcleos de la ANL en todo el país, con un total de más de 400 000 afiliados, mientras se efectuaban combativas manifestaciones y actos revolucionarios.

En mayo de 1935, en virtud de un acuerdo entre el PCB y la Alianza Nacional Libertadora, se organizó la Confederación Sindical Unitaria del Brasil, que sustituyó a la anterior central clandestina de los trabajadores brasileños, la CGT, que había dirigido las grandes huelgas proletarias de 1931 y 1932.

El 5 de julio de 1935, Luiz Carlos Prestes, principal líder de la ANL, en un acto en conmemoración del decimotercer aniversario de los sucesos de Copacabana, acusó al presidente Vargas de incumplir el ideario tenentista. En esa ocasión Prestes llamó al establecimiento de una nueva sociedad al grito de:”¡Abajo el fascismo! ¡Abajo el gobierno odioso de Vargas! ¡Por un gobierno popular nacional revolucionario! ¡Todo el poder a la Alianza Nacional Libertadora!”

La burguesía entendió que los planes de la ANL rebosaban las simples reivindicaciones antifascistas y, asustada ante la magnitud del movimiento popular, pasó a la ofensiva. El 11 de julio, Vargas aplicó una llamada ley de seguridad nacional, clausuró los locales de la ANL y disolvió otras organizaciones democráticas como la Unión femenina del Brasil, la alianza por Pan, Tierra y Libertad, la Confederación  Sindical Unitaria y la Federación de los Marítimos, a pesar de las protestas de los diputados de la Alianza Nacional Libertadora.

En esa coyuntura las facciones de izquierda de la ANL, en la que denominaban los comunistas, optaron por pasar a la lucha armada para derrocar al régimen varguista y establecer un gobierno revolucionario antiimperialista. La insurrección, sin embargo, fue un completo fracaso. Cuatro días antes de la fecha acordada, el 23 de noviembre de 1935, se inició la revuelta en Natal (Río Grande do Norte) de los sargentos, cabos y soldados. Tras varias horas de intenso combate, los rebeldes se impusieron y entregaron el poder a un Comité Revolucionario de la ciudad, que logró sostenerse durante tres días, mientras el gobernador del estado y demás autoridades corrían a refugiarse en el consulado chileno. El gobierno popular de Natal estaba encabezado por los funcionarios Lauro Cortes y José Macedo, el zapatero José Braxedes de Andrade, el estudiante Joao Batista Galvao, el líder comunista Giocondo Días y el sargento Quintino C. De Barros.

El segundo alzamiento revolucionario ocurrió en Pernambuco. Aquí lo dirigía el teniente Silo Soares de Meireles. El día 24 el movimiento comenzó en los cuarteles de Recife con el asalto de grupos de civiles a las estaciones de policía. Entre los jefes de sublevación estaban los oficiales Lamartine Coutinho Correira de Oliveira y Roberto Bomilcar Besouchet y el sargento Gregorio Becerra. Ya el 26 la lucha terminaba en Recife, y era también dominado el levantamiento en Olinda y Natal.

El tercer y más importante pronunciamiento fue el de Río de Janeiro. Cuando ya la sublevación había sido aplastada en el nordeste estalló la lucha en la capital. El eje de la conspiración era el III Regimiento de Infantería, acantonado en la Praia Vermelha –donde estuviera hasta 1904 la escuela militar-, y la academia de aviación del ejército, en la cual existía una pujante infiltración comunista en el cuerpo de oficiales, orientada por el capitán Agildo Barata y el teniente Leivas Otero. El 26 de noviembre la bandera roja fue enarbolada en el III Regimiento, los rebeldes lograron controlar la unidad. Pero la ofensiva contrarrevolucionaria no se hizo esperar. Los soldados oficiales insubordinados fueron cañoneados sin compasión por los efectivos gubernamentales comandados por Eurico Gaspar Dutra. Tras varias horas de heroica resistencia, el III Regimiento tuvo que rendirse. Por su parte, la sublevación en la escuela de aviación comenzó el día 27 en los cuarteles de los oficiales, bajo la dirección del capitán Sócrates Goncalves da Silva, y terminó cuando los rebeldes fueron masacrados, al intentar ocupar los hángares de los aviones, por las fuerzas del teniente coronel Eduardo Gomes.

Heredero de los métodos golpistas del tenentismo, el putch comunista de 1935 se frustró por su insuficiente preparación y la mala coordinación entre los militares y las organizaciones populares. El fracaso de la intentona revolucionaria de la izquierda del ANL facilitó los planes de Vargas destinados a acentuar los rasgos autoritarios y represivos de su gobierno. Miles de ciudadanos y decenas de oficiales fueron detenidos. El propio Luiz Carlos Prestes –junto a otros dirigentes del PCB y la ANL- fue encarcelado durante casi 10 años. Más trágico fue el final de su esposa, Olga Benario, de origen alemán, la cual, pese a estar embarazada, fue entregada a la Gestapo nazi, que la condenó a morir en un campo de concentración.

El golpe de Estado 1937

A mediados de 1936 la represión había liquidado a las principales organizaciones democráticas y progresistas, lo cual posibilitó un nuevo repunte de los partidos tradicionales, reagrupados con vistas a las elecciones presidenciales de 1938. Así el Partido Constitucionalistas de Sao Paulo –surgido a partir del Democrático- y el Republicano Mineiro, se unieron a los seguidores de Flores da Cunha, gobernador del Río Grande do Sul, y a otros partidos oligárquicos, como el del Río de Janeiro y otros estados, para respaldar la candidatura del paulista Armando de Sales Oliveira. De esa manera apareció en la palestra pública la Unión Democrática Brasileña (UDB), que presentó un programa electoral de corte conservador con la intención de restablecer la perdida autonomía estadual.

Por su parte, el Partido Republicano, con el apoyo del Libertador de Río Grande do Sul, del gobierno de Minas Geraes y la mayoría de la oligarquía del nordeste, postuló al intelectual paraibano José Américo de Almeida. Avalada además con el respaldo tenentista y con el aparente consentimiento de Varas, la plataforma política de este candidato estaba adornada de llamativos postulados nacionalistas y reformistas. La tercera opción electoral era la de Acción Integralista Brasileña, la cual nominó a su “fürer” Plinio Salgado.

Las perspectivas de los comicios y la correlación de fuerzas en pugna creaba un cuadro político muy parecido  al del 1930, que ponía en riesgo la modernización y la estabilidad conservadora establecidas por el presidente y sus allegados. Por otro lado, el propio Vargas no estaba totalmente satisfecho con las alternativas ofrecidas por los candidatos y tampoco con la imposibilidad de reelegirse. Por eso comenzó a urdir una asonada militar con la complicidad del ministro de guerra. Eurico Gaspar Dutra, el jefe de estado mayor Goes Monteiro y el de la policía Filinto Müller. Para completar los planes .golpistas, Vargas encomendó a Francisco Campos, conocido simpatizante del nazisfacismo, la tarea de confeccionar una constitución autoritaria y centralista, que garantizara la prolongación del régimen, permitiera controlar el auge de los movimientos populares y contener la agresividad de los grupos de derecha. El proyecto constitucional de Campos fue aprobado por una comisión secreta integrada por políticos y militares de confianza del presidente, entre ellos Benedito Valadares, Goes Monteiro y Plinio Salgado.

A principios de 1937, como parte de la escalada golpista urdida por el gobierno, Vargas separó de sus cargos a varios altos oficiales constitucionalistas con mando de tropas en zonas estratégicas. Con tales métodos, el presidente se aseguró la adhesión incondicional de la cúpula militar y de los principales gobernadores estaduales.

La atmósfera propicia para la asonada fue preparada en septiembre con la divulgación en la prensa de una falsa conspiración comunista para ocupar el poder: el Plan Cohen. El supuesto proyecto revolucionario, elaborado en realidad por los integralistas, proporcionó a Vargas el pretexto que necesitaba para declarar el estado de guerra interno (1ro de octubre), con la finalidad de salvar al país de las “garras del comunismo”.

Por último, el 10 de noviembre de 1937, con la activa colaboración de los integralistas, convertidos en verdaderas tropas de asalto , Vargas clausuró el Congreso, cerró los locales de los partidos políticos y destituyó a los gobernadores opuestos al autogolpe, entre ellos Flores da Cunha, Carlos Lima Cavalcanti y Juracy Magalhaes. Esa noche el flamante dictador anunció por la radio el contenido de la nueva constitución, mediante la cual se instauraba el denominado Estado Novo.

El Estado Novo

El llamado nuevo Estado, regido por una constitución semifascista –inspirada en los modelos de Portugal y la Polonia de Pilsudski- significó la implantación en Brasil de un sistema dictatorial, autoritario y centralista, que hacía énfasis en su proyección nacionalista y en el rescate de los valores del país. El Congreso Federal, las cámaras estaduales y los gobiernos locales, que habían quedado disueltos tras el golpe de Estado, dejaron definitivamente de funcionar –aunque la carta magna de 1937 contemplaba su restablecimiento en unos comicios que nunca se convocaron-, y se atribuyeron poderes excepcionales al presidente de la república. El nuevo régimen mantuvo el estado de emergencia y suprimió las principales libertades ciudadanas y garantías individuales, aún cuando la constitución de 1937 las escogía formalmente. La propia ley fundamental liquidó de un plumazo la autonomía de los estados, por lo que desaparecieron las barreras arancelarias internas y las banderas de cada uno de ellos. Además se preveía la creación de un Consejo Económico y Social que, como su nombre indica, estaba destinado a atender centralmente estos asuntos. A pesar de todos sus acápites completamente negativos, sobre todo en materia de libertades civiles y derechos democráticos, la carta de 1937 dio cima a la línea nacionalista, iniciada tres años antes, en lo referido al papel del Estado en la explotación de las riquezas naturales y en cuanto a la prioridad laboral de los brasileños por sobre los extranjeros.

Sin duda la cara más negra del Estado Novo fue la de encuadrar al movimiento  obrero –mediante una serie de leyes que fueron consolidadas en mayo de 1943-, en una estructura burocrática, extraída de la Carta del Trabajo de Mussolini (1927), y concebida con la intención de transformar las combativas organizaciones obreras en sindicatos de patrones y empleados, que fomentarán la colaboración de clases y sirvieran de pilares al régimen varguista. Por eso se canceló el registro de sindicatos independientes y se disolvieron las directivas elegidas libremente por los trabajadores, que fueron reemplazadas con líderes designados por el gobierno: los pelegos. A las organizaciones proletarias  se les prohibieron las huelgas a realizar cualquier tipo de protesta, así como firmar contratos colectivos de trabajo y se redujo la gestión sindical a simples actividades recreativas y de asistencia social. En 1939 un decreto presidencial estableció la existencia de un sindicato único por categoría profesional –con derecho a imponer cotizaciones y reglamentos obligatorios-, que impidió la agrupación de obreros por centros de trabajo. Los sindicatos por oficios fueron reunidos en federaciones y estas, a su vez, en siete grandes confederaciones nacionales, sin poder integrarse en una sola central obrera y tampoco afiliarse a organismos internacionales. Además, en la estructura sindical del Estado Novo los trabajadores tenían de contraparte a entidades patronales y quedaban totalmente surbordinados  al ministerio de trabajo y a los órganos de “justicia laboral”. Este depurado sistema reaccionario estaba encaminado a mellar el filo de las organizaciones obreras, con vistas a impedir las acciones reivindicativas y las luchas revolucionarias de los trabajadores.

Con objetivos parecidos, el Estado Novo concibió la estructuración de los alumnos de la enseñanza secundaria y superior, para lo cual se fundó en 1937 la Unión Nacional de Estudiantes (UNE).

Paralelamente a estos diferentes mecanismos  de control y represión, instaurados sobre la sociedad por la constitución de 1937 y demás decretos del Estado Novo, se creó un aparato oficial de censura, denominado Departamento de Prensa y propaganda –en portugués: DIP-, el cual, bajo la dirección de Lourival Fontes, estaba encargado de revisar todo lo que se divulgaba por los diferentes medios de comunicación y de hacer campaña a favor del gobierno. Debido a su labor, entre1939 y 1945, decenas de diarios, revistas, películas y programas radiales fueron censurados. Una parte importante de la gestión  del DIP radicaba en presentar a Vargas como el “padre de los pobres”, por sus leyes de beneficiencia social- pensiones, elevación del salario mínimo, etc.- y gracias al bajo nivel de conciencia de clases del joven proletariado brasileño, que desde 1930 se nutría fundamentalmente de campesinos que huían del empobrecidos sertao.

Otras disposiciones del gobierno de Vargas, tras el golpe de Estado de 1937, fueron la designación de nuevas autoridades en los distintos cargos públicos y la clausura de todos los partidos. En virtud de aquella política se nombraron nuevos interventores  en los estados, sobre todo en los que se había manifestado cierta resistencia, como los de Río de Janeiro y Sao Paulo, donde se designó a Ernani de Amaral Peixoto, yerno de Vargas, y a Ademar de barros. Por el decreto ley fechado el 2 de diciembre de 1937, se hizo extensiva la represión oficial a la totalidad de las agrupaciones políticas, incluida la Acción Integralista, pues como sostenían los autores intelectuales de esta disposición, Francisco Campos, Azevedo Amaral y Francisco José de Oliveira, el único partido admisible era el del Estado.

El desplante gubernamental y la imposibilidad de alcanzar el poder exasperó a los fascistas brasileños, quienes se habían equivocado al creer que Vargas era un remedo de Hindenburg y Plinio Salgado otro Hitler. La clausura de los clubes integralistas dio inicio a los choques con la policía, aparecieron entonces por primera vez los sanguinarios escuadrones de la muerte. A principios de 1938 el enfrentamiento entre los integralistas y el gobierno era total. Finalmente, el 11 de mayo de ese año, los fascistas brasileños tomaron por asalto el Ministerio de Marina, la Radio Mayrink Veiga y atacaron el Palacio de Guanabara, donde estuvieron a punto de apresar a Vargas y su familia. Tras cinco horas de intenso tiroteo, los integralistas fueron derrotados por la oportuna reacción del general Dutra, arrestados y fusilados los principales involucrados en el pustch. Otros comprometidos con la intentona fascista tuvieron mejor suerte, pues simplemente los expulsaron del país. Ese fue el iliterario de Armando Sales de Oliveira, del expresidente Artur Bernardes, de Octavio Mangabeira –exministro de Washington Luiz-, del almirante Euclides de Figueiredo, del general Bertoldo Klinger y del frustrado “führer” Plinio Salgado.

Derivados de estos sucesos, las relaciones germano-brasileñas se afectaron debido a la comprobada complicidad de la embajada nazi. Por si esto fuera poco, en junio los órganos de seguridad brasileños descubrieron otro complot fascista, en el cual estaban involucrados cientos de residentes alemanes, disgustados con la política nacionalista del gobierno en los medios de comunicación y la enseñanza. Muchos de los conspiradores encontraron refugio en la legación nazi de Río de Janeiro, por lo que el 30 de septiembre, en un arranque de ira Vargas declaró persona no grata al representante del Reich, Kart Ritter. Estos hechos explican –junto con la reconversión bélica de la economía alemana- la apreciable disminución del comercio entre los dos países, pues en represalia los nazis exigieron el pago en divisas por sus mercancías y restringieron las compras de café.

El desesperado levantamiento integralista no fue suficiente para impedir la consolidación del Estado Novo, gracias al apoyo que recibió del grueso de la oligarquía brasileña, la burguesía industrial y ciertos sectores de las capas medias, satisfechos con la estabilidad política alcanzada, la “paz social” y la reanimación económica. La oligarquía había sido neutralizada por Vargas al respetar la gran propiedad rural –solo el 3% de los hacendados poseían el 60% de la tierra cultivable- y apoyar la exportación de los tradicionales productos agropecuarios. Por su parte, los industriales, reunidos en la Confederación Industrial Brasileña encabezada por Roberto C. Simonsen, estaban complacidos al recibir del Estado Novo oportunidades de toda índole para ampliar el campo de sus negocios, mientras la pequeña burguesía era contentada con empleos bien remunerados gracias a las dilatadas funciones del aparato estatal.

La dictadura getulista logró construir su principal base de apoyo en las Fuerzas Armadas, de cuyas filas salían los cuadros que dirigían los ministerios, empresas y demás organismos del Estado. En cierta forma, ello era una secuela más de la crisis de los años 30, que no solo había liquidado la hegemonía de la oligarquía cafetalera en un momento en que los restantes sectores sociales –y específicamente la burguesía industrial- aún no estaban en condiciones de ocupar totalmente el poder. De ahí el creciente predominio del Estado en la economía y el papel de árbitro entre las clases dominantes desempeñado con éxito por Vargas.

Desarrollo del capitalismo de Estado

La coyuntura económica internacional fue un factor adicional que contribuyó a cimentar la dictadura getulista. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial los precios del café y las materias primas subieron extraordinariamente, mientras la creciente orientación bélica de la industria europea y norteamericana creaba posibilidades hasta entonces insospechadas para el aumento y diversificación de la producción brasileña. Ello permitió que se ampliara o fundaran fábricas de papel y celulosa, de motores de camiones y de aviación, de cemento, material ferroviario, aluminio, vidrios, máquinas de coser, productos químicos y bienes de consumo. El centro de ese brote industrial era Sao Paulo, que ya en 1938 concentraba el 60% de la actividad fabril del país, atrayendo a miles de trabajadores y campesinos de otros estados –solo en la década del 40, por ejemplo, 116 000 personas dejaron Ceará y 600 000 Minas Geraes- que se radicaban en la periferia de la ciudad y dieron  origen a las tristemente célebres favelas o villas miseria.

El crecimiento industrial estaba avalado por el constante apoyo del Estado Novo, el cual posibilitaba la acumulación privada de capital con créditos –en esta época se sustituyó (1942) el mil reis por el cruzeiro como moneda oficial-, aranceles, control de precios y salarios, exenciones fiscales y por la orientación dada a la política cambiaría. Para respaldar la actividad de la burguesía industrial. Vargas implantó la práctica de fundar empresas estatales en sectores claves de la economía –acero, energía, transporte, etc.-, los cuales no eran atractivos para los capitalistas privados –requerían una gran inversión y dejaban pocas ganancias- o tenían una importancia estratégica para la seguridad del país. Así surgieron un sinnúmero de instituciones y órganos estatales, entre los cuales pueden mencionarse por su trascendencia el Consejo Nacional del Petróleo (1938) –encargado, desde mayo de 1939, del transporte, la refinación y la distribución de hidrocarburos-, la Compañía Nacional Siderúrgica (1942) y los entes ferrocarrileros, de navegación y de extracción de minerales. Estas empresas rescataron para el patrimonio nacional toda una serie de áreas de la economía que habían sido enajenadas al capital extranjero –en particular concesiones  para explorar minas y fuentes de energía- o sectores que eran  operadas por este, tales como bancos, transportes públicos e instalaciones portuarias. Algunas de las compañías nacionalizadas se adquirieron con las divisas acumuladas en Europa – especialmente en Inglaterra-, gracias a que el conflicto mundial creaba una balanza de pagos favorable a Brasil.

Con seguridad los dos proyectos de desarrollo más ambiciosos promovidos por el Capitalismo de Estado instaurado por Vargas, correspondieron a la compañía minera del valle del Río Doce y a los altos hornos de Volta Redonda. La primera se estructuró al recuperarse los yacimientos de hierro  ingleses y norteamericanos del valle del Río Doce –en manos de la Itabira Iron y del magnate yanqui Percival Farquhar- en virtud de lo dispuesto en los códigos de Minas y Aguas de 1954 y en el más acabado de 1938, así como en lo estipulado en el artículo 144 de la constitución de 1937. por su lado, la Siderurgia Nacional de Volta Redonda, enclavada en el estado de Río de Janeiro, destinada a aprovechar loas ricas reservas de hierro y carbón del país, se instaló con el financiamiento del  EXIMBANK norteamericano –tras algunos tanteos con la firma alemana Krupp- y de pequeños capitales privados brasileños, con el plan de producir en su primera etapa (1946) unas 300 000 toneladas anuales.

A la par el Estado organizó una red de entes estatales o autarquías –llegaron a 38-, con la función de regular los precios, favorecer el consumo de productos nacionales o dirigir la labor de ciertas empresas. Su finalidad era vertebrar un sector estatal de la economía que hiciera autosuficiente al país y disminuyera la dependencia foránea. De esta manera los antiguos departamentos o institutos del café, azúcar, alcohol, así como ciertas empresas de transporte, navegación, centros de estadística o enseñanza, fueron transformados en autarquías.

Con el propósito de unificar el aparato administrativo y fiscal de los estados con el federal, el gobierno de Vargas creó el Departamento Administrativo de Servicio Público (DASP), destinado también a fiscalizar la actividad de los diversos organismos gubernamentales.

La gran beneficiada con las transformaciones económicas del Estado Novo fue la industria. En 1940 los bienes de capital ya representaban el 38% del total de la producción fabril y tres años después los tejidos ocupaban el 13% de las exportaciones brasileñas. Por entonces existían más de 600 000 obreros industriales, cuando la población total del país sobrepasaba los 40 millones de habitantes. A pesar de los indudables éxitos de la política desarrollista del régimen de Vargas, el sector externo continuó proporcionando las principales entradas al  fisco estatal –a través de las ventas de café, algodón y minerales-, con las cuales se adquirían las materias primas y maquinarias que consumía la industria.

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