Vejaciones: una vieja historia. Salvador Morales

…la imagen de aquel marine encaramado sobre la estatua de José Martí…

Salvador E. Morales Pérez*

Estatua de José Martí, sita en el Parque Central de La Habana. Foto: Carolina Crisorio.

Vejar, profanar, ofender, humillar, escarnecer, maltratar, zaherir, agraviar, injuriar, ultrajar, denigrar, deprimir son verbos con un largo ejercicio de conjugaciones en las historias de opresión colonialista e imperialista. Constituyen los instrumentos apreciados para ejercer el tratamiento a una alteridad que se irrespetó en todos los sentidos que merece respeto otro ser humano por distinto que este sea. Constituyen parte orgánica del repertorio de actitudes y tratamientosdel conquistador sobre los dominados, sobre los sometidos a su férula y capricho. Mal-trato hacia quienes considera inferiores e inequiparables a su condición de ente superior. Es una mentalidad que se hace extensiva hacia todos sus medios de constituir una dominación ostensible, lo cual incluye a otros individuos que le sirven para ejercer la acción sometedora.

 

Estas ideas me vienen a la mente en los instantes en que está circulando profusamente por la prensa escrita, los noticieros televisivos y las pantallas de internet, un video en donde un cuarteto de soldados estadounidenses ubicados en Afghanistán, excretan sus orines sobre los cuerpos inertes de presuntos talibanes  afghanos. Desde luego – independientemente de si esos afghanos eran combatientes o no – las móviles imágenes han suscitado una multitud de reacciones y comentarios diversos. Desde las declaraciones oficiales del gobierno ocupante, Estados Unidos, como las de los adversarios Talibanes, pasando por un montón de condenas a la vituperable acción. Con este hecho, no puedo menos que recordar algunos otros episodios agraviantes cercanos a mi conocimiento personal y profesional. Son muchos, pero me viene al recuerdo una y otra vez – demandando cita – la imagen de aquel marine encaramado sobre la estatua de José Martí, sita en el Parque Central de La Habana, que fue captado por un fotógrafo cuando también dejaba salir sus orines de borracho sobre el mármol consagrado a la memoria de quien no sólo fue adalid revolucionario de Cuba. Tanta fue la indignación popular que el destacamento naval tuvo que salir apresuradamente. Como ahora, las disculpas oficiales no son capaces de borrar la vejación infligida.

 

Este es un caso de millares de actos lesivos recogidos por la historia. No nos vayamos muy atrás y citemos lo mínimo. Fray Bartolomé de las Casas, nos relató numerosos atropellos degradantes en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. No menos podemos encontrar durante la llamada conquista del oeste norteamericano, el despojo de los territorios en propiedad de los llamados “pieles rojas” – quienes adoptaron la costumbre inglesa de cortar cabelleras a los cadáveres. Multiplicados en la conquista europea de África y en la de los británicos en la India. Los soldados japoneses se distinguieron por horribles actos contra la población China antes y durante la segunda guerra mundial: tiene negra fama la Masacre de Nankín. Y como los nazis en los campos de concentración realizaron experimentos con seres humanos. No menos devastadoras al ser humano eran aquellas jaulas de tigre usadas por el régimen de Ngo Dim Diem en la isla de Con Son (Paulo Condor) en Viet Nam, donde el gran aliado – Estados Unidos – derramó en abundancia el “agente naranja” y las bombas de fósforo blanco y gasolina gelatinosa (napalm). Por último, traigo en mi memoria la ira – porque las acciones de esta naturaleza la despiertan – la estampa de un soldado gringo con la bota puesta sobre la cabeza de un cubano cuando la toma de Granada en los tiempos sombríos de Ronald Reagan.  Vejar para desmoralizar.  Como en Abu Graib y en la Base Naval de Guantánamo ocupada por Estados Unidos.

 

No de otra manera podemos ver estos complementos de la violencia bélica formal ajustada a convenciones que rara vez se cumplen correctamente — se ha convenido en categorizarlos desde 1864, en las llamadas Convenciones de Ginebra – han sido llamados crímenes de guerra: descritos como «violaciones de las leyes o costumbres de guerra, incluyendo crímenes contra civiles enemigos y combatientes enemigos». Es decir, atrocidades sobre las atrocidades, en un elevado nivel gratuito??? Es decir, con propósitos degradantes. Eso es lo recién ocurrido por enésima ocasión. ¿Crimen de guerra o crimen contra humanidad? Me gustaría llamarlo flagrante atentado contra la dignidad humana.

 

Bien se pueden culpar y condenar, degradar o encarcelar a quienes protagonizaron el acto profanante. O absolverlos, porque estaban borrachos, drogados o que tenían algún síndrome psicogenético que no sabía lo que hacían. Al mejor estilo de los juicios de La Ley y el Orden. Pero la cuestión merece una explicación menos inmediatista y más profunda y compleja.  La manida excusa de que son atrocidades cometidas por unidades o soldados indisciplinados no satisface de tanto uso. Estos fenómenos agresivos han sido una constante, un agravio injurioso sistemático, porque existen y se alimentan trasfondos ideológicos, patrones mentales y culturales que los generan y alimentan. Y es ahí donde debe buscarse y exhibirse y condenarse, de ser posible.

 

El lado oscuro, más oscuro, brutal, perverso y enfermizo de la naturaleza humana: el núcleo zoológico feroz de los seres humanos, no surge espontáneamente por obra y gracias de una malignidad congénita a cualquier homo sapiens. Emergen cuando se estimulan ciertas condiciones subyacentes en la cultura de la dominación. Para el caso actual que nos ocupa cómo no recordar las falsedades alegadas por el imperialismo encabezada por el pequeño George Busch como casus belli para desatar los bombardeos a Irak, con las tristes compañías que le sirvieron de caricaturesca comparsa: Tony Blair y José María Aznar. Tristes cómplices de la ignominia. Falsedades que bien pueden ser base para un juicio internacional.  Y cómo olvidar la reiterada excusa – controversial para no pocos investigadores – del terrorismo desatado por AlQaeda contra Estados Unidos. Tampoco olvidar  la presentación de los  musulmanes como alegres cortacabezas. Unos ejemplos elocuentes destinados a alimentar deliberadamente los prejuicios y el odio por decirlo brevemente. Una lluvia de verdades mal administradas y de medias verdades y la sazón mitos inmersos hacen un cóctel más peligroso que un preparado Molotoff. Estos incentivos ideológicos pueden desatar y avivar la cólera desde su manifestación menos agresiva hasta la furia asesina. Cualquier marine así motivado se siente un noble cruzado dispuesto a bien aplastar a los nietos de Saladino, a hacerles morder el polvo sin piedad.

 

Qué esperar de estos infelices seres a quienes se les viene repitiendo desde hace siglos descalificaciones, imprecaciones y estereotipos sobre los “bárbaros del sur”. Razas malditas. Los hijos de Cam o de cualquier otro desheredado de tiempos bíblicos o medievales. Ahora los ejecutores de tal injuria deben pagar su estupidez. De nada valdrán alegatos justificatorios. Con total impudicia algunos dirigentes políticos ufanos de atrabiliarios conceptos se han lanzado a defender a los chicos de la vejiga satisfecha. Qué bien que así lo hayan hecho. De esa manera es menos arduo invocar el reparto jerárquico de las causalidades y de la responsabilidad proporcional. Si usamos una imagen bélica – y obvio que están guerreando a miles de millas de sus hogares – ellos jalaron el gatillo de la ofensa, pero el arma, la pólvora y el plomo se lo pusieron en las manos estos fabricantes aprovechados del odio y de las aventuras letales.

NOTA:

*  Salvador E. Morales Pérez. Instituto de Investigaciones Históricas/UMSNH. México.

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