Francia, 1792
El nombre de Miranda fue incluido en el Arco del Triunfo en París
Del General Miranda a Pétion, Alcalde de París,
Primer Presidente de la Convención Nacional.
Valenciennes, 26 de octubre de 1792
Año 1º de la República
(No me lea hasta que V. tenga veinte minutos libres, ya que es importante que V. lo lea todo)
Mi querido y digno amigo:
V. se habrá extrañado, quizás, de no haber recibido mis noticias desde que tuve el placer de escribirle por conducto de nuestro común amigo, el General en Jefe, señor Dumouriez. El caso es que mi salud ha estado un poco quebrantada, hasta este momento en que me siento lo bastante restablecido como para tomar el mando de la segunda División del Ejército, que el General en Jefe ha tenido a bien confiarme.
En fin, nuestra vanguardia ha entrado con éxito en territorio enemigo [Bélgica], y el resto del ejército entrará pasado mañana… Nuestros planes para echar al enemigo e invadir los Países Bajos Austríacos son a menudo y juiciosamente combinados, por lo que parece, por nuestro digno General Dumouriez quien, como tuve ya el honor de decir a V., toma todas las disposiciones él mismo… pero, ¿es que los demás Cuerpos, que deben cooperar juntos, cumplirán su deber y actuarán con unidad? ¡He aquí lo que temo!
Para probar a V. que mi temor no es del todo infundado, he aquí una copia de la carta impertinente que uno de los que deben esencialmente cooperar, acaba de escribir al señor Dumouriez, quien, sin embargo, no ha querido notificarla al Ministro de la Guerra, creyendo que con su moderación llevará a estos oficiales a su deber, sacrificando su tonta vanidad al interés público. Es con la mayor dificultad que he podido obtener esta copia, rogando a V. no se la muestre a nadie, y que le envío únicamente para convencer a V. de la necesidad absoluta en que estamos de tener un rango o autoridad militar superior, situada en algún lugar, que remedie todas estas disputas y enredos que podrían muy bien acabar por arruinar la cosa pública… En fin, haga V. lo que considere mejor, y ya le he dicho bastante sobre este mismo tema en otras ocasiones.
Pasemos a otra cosa. El General Dumouriez me ha dicho que V. pensaba enviar una fuerza contra España, y que con este motivo querían que yo regresara a París, etc. Es materia muy delicada sobre la cual me atrevo a solicitar la palabra, con preferencia a todo lo demás, antes de que V. emprenda la menor cosa. Primero, porque tengo que informar a V. hasta qué punto había llegado Inglaterra, que trató el asunto conmigo, como agente de América del Sur, en pro de su independencia y libertad, durante estos últimos tres años. Segundo, cuáles eran las disposiciones de América del Norte con respecto a la misma empresa. Tercero, los medios eficaces que yo había preparado en Italia con algunos jesuitas americanos, convertidos en hombres ilustrados y en enemigos implacables de España. Cuarto, doce años de fatigas, de viajes y meditaciones sobre el mismo tema, me dan una especie de derecho que reclamo con alguna confianza.
Este mismo motivo es, además, la causa principal (como tuve el honor de decirle a V. en su tiempo) por el que prefería establecerme en Francia y ser un ciudadano francés, a toda otra ventaja que yo pudiera obtener en América del Norte, en Rusia o incluso en Inglaterra. Sobre este punto, puedo prestar servicios esenciales a la República y hacer al mismo tiempo la felicidad de mi Patria, que es el colmo de la felicidad humana. Así pues, V. no debe dudar de mi completa abnegación por una y otra cosa… No conozco sino dos deberes en mi situación actual, el primero para con Francia, como un miembro legítimo de la nación y un servidor fiel de la República, a la cual he hecho un juramento inviolable; el segundo, para con mi pobre Patria accidental, que de lejos me tiende la mano y me muestra las cadenas con las que gime desgraciadamente bajo el despotismo más cruel e infame. Esta idea desgarra mi corazón cada vez que pienso en ella… pero no pierdo la esperanza. ¡Animo hombres virtuosos y bienhechores de la humanidad; la posteridad os bendecirá eternamente!
Me parece como de buen augurio en este momento la singularidad siguiente: el año 1785, cuando viajé por Prusia, etc., España y Francia, que veían con muy malos ojos mis “principios” y mis ideas, informados por el señor La Fayette que yo debía pasar por París, de regreso a Inglaterra, me habían preparado mi alojamiento en La Bastilla, con la complicidad del señor de Aranda, Montmorin, Floridablanca y Luis XVI… Fracasaron completamente… y he aquí que el primero está en Spandau, el otro sobre el precipicio, el otro decapitado en el Châtelet, el cuarto en el Castillo o bastilla de Segovia y el último en el Temple, mientras que este Miranda está, la espada en la mano, en los Ejércitos de la Libertad. Es ésta una reflexión que yo hubiera hecho ya al señor La Fayette, si su situación le permitiese recibirla. Por lo demás, amigo mío, ruego a V. no hacer comentarios, por razones de orden diverso y de las cuales la República pueda sacar mejor partido de mis débiles conocimientos. Mi abnegación es completa y muy sincera.
A propósito de legislación, estoy muy contento de ver que el demagogo Robespierre ha caído en el olvido donde debiera haber estado siempre, por el bien de la cosa pública a la que ha hecho ya bastante daño. Pero veo con indignación que V. tiene que sufrir que otros más infames todavía, tales como Marat, Cha…, etc., difamen a los hombres virtuosos, a la nación y a la Convención Nacional impunemente. Recuerde V. que por una igual negligencia la última Asamblea Legislativa se envileció ante los ojos de la nación y de Europa hasta el punto de reducir casi a cero su autoridad. El Comité de Legislación me parece estar muy bien compuesto, ¡y sus nueve miembros poseen más conocimientos sobre esta importante materia que quizás todo el resto de los hombres juntos!
Le recomiendo una cosa de mi parte, sabio legislador, ¡y son las mujeres! ¿Por qué, en un gobierno democrático, la mitad de los individuos no está directa o indirectamente representada, mientras que ellas están igualmente sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres han hecho a su voluntad? ¿Por qué, al menos, no se les consulta sobre las leyes que les atañen más directamente como son las del matrimonio, divorcio, educación de los hijos, etc.?
Confieso a V. que todas estas cosas me parecen usurpaciones irritantes y muy dignas de ser tomadas en consideración por nuestros sabios legisladores. Si yo tuviera aquí mis papeles, encontraría algunas observaciones que he hecho sobre este mismo tema, hablando de ello con algunos legisladores de América y de Europa, que nunca me dieron ninguna razón satisfactoria, habiendo convenido en su mayoría de la injusticia, etc.
En fin, mi querido amigo, no esté tan silencioso, envíe una palabra de vez en cuando, ello alegra infinito mi pura amistad y son sensaciones muy agradables. Mis respetuosos saludos a la señora Pétion, al pequeño y a todos nuestros amigos. Le abrazo y soy con afecto inviolable.
Suyo,
Miranda
Archivos Nacionales de Francia
F/7 /4774 Policía General
Traducido del francés.
Transcripción de Gloria Heriquez Uzcategui y Miren J. Basterra. Academia Nacional del Historia. Venezuela
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