A 57 años del asalto al Moncada. Sergio Guerra Vilaboy. 2010.

El proceso que marcó un antes y un después en la historia de Cuba

Entrev Tiempo Serg Guerra

La gesta revolucionaria contada por el prestigioso historiador Sergio Guerra Vilaboy, catedrático de la Universidad de la Habana

El 26 de julio de 1953 marca el inicio de la Revolución Cubana. Los orígenes del proceso revolucionario se remontan al frustrado intento de independencia de la isla a fines del siglo XIX. Como en el resto de Hispanoamérica, los primeros movimientos anticolonialistas se vertebraron entre 1808 y 1830, pero Cuba no alcanzó la emancipación por una confluencia de factores adversos, entre ellos, el auge que entonces experimentaba la plantación azucarera de base esclavista y la oposición de los Estados Unidos, que aspiraban a heredar a España en su dominio sobre la mayor de las Antillas.

A ello hay que añadir que la oligarquía cubana, beneficiada con oportunas concesiones económicas por parte de la monarquía borbónica, temía una repetición de los sucesos de 1791 en Haití.

Por eso la guerra de independencia de Cuba sólo estalló el 10 de octubre de 1868, encabezada por un hacendado de la región oriental, Carlos Manuel de Céspedes. Luego de diez años de tenaz contienda y del receso impuesto por el Pacto del Zanjón (1878), la lucha se reanudó el 24 de febrero de 1895 bajo la dirección de José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez. Cuando la victoria de los patriotas cubanos era ya inevitable, a pesar de la caída en combate de sus principales figuras (Martí, Maceo), los Estados Unidos declararon la guerra a España e intervinieron en el conflicto, lo que le permitió ocupar militarmente la isla de 1899 a 1902.

En esas circunstancias, y bajo una constante presión popular, una convención nacional reunida en La Habana aprobó la Constitución de 1901. Pero esta carta fundamental estableció una república castrada en el disfrute pleno de su soberanía por la Enmienda Platt –en vigor hasta mayo de 1934–, impuesta por el Congreso estadounidense como condición para dar acceso a los cubanos al gobierno de su propio país. Mediante este apéndice a la Constitución de 1901, los Estados Unidos se arrogaron el derecho de intervenir militarmente en la isla –lo que ocurrió por segunda vez de 1906 a 1909– y retener una estratégica porción del territorio nacional para establecer una base militar (Guantánamo) que aún ocupa, abriendo el proceso de subordinación de la isla a los intereses estadounidenses.

Desde principios del siglo XX, el capital de los EE UU, aprovechando las facilidades dadas primero por los gobiernos interventores de su país, después, por los sucesivos presidentes republicanos, invadió los principales sectores de la economía cubana. Así, las inversiones estadounidenses en Cuba, que en 1896 apenas ascendían a 50 millones de dólares, se elevaron a 160 millones en 1906, a 205 millones en 1911 y a 1200 millones en 1923, año en que ya controlaban más del 70% de la producción azucarera, principal renglón de la economía nacional.

La penetración económica de los Estados Unidos fue favorecida –tras la crisis de 1920-1921, que arruinó a una parte importante de la burguesía cubana– por los regímenes corruptos instalados en el país hasta 1959, los cuales facilitaron que las mejores tierras, fábricas, bancos, minas, medios de transporte y de comunicaciones, así como otras instalaciones de infraestructura, quedaran en manos estadounidenses. De este modo, entre 1902 y 1958, la economía de la isla se caracterizó por un crecimiento significativo pero deforme, así como por su absoluta dependencia de los intereses de Estados Unidos.


El dominio de Washington

El capital estadounidense, que en los 50 se incrementó en 250 millones de dólares más, para llegar a una cifra superior a mil millones de dólares en 1958, dominaba en ese año el 90% de los servicios de teléfonos y energía eléctrica, el 50% de los ferrocarriles, el 23% de las industrias y el 40% de la producción de azúcar, mientras las sucursales cubanas de bancos de los Estados Unidos controlaban un 25% de todos los depósitos bancarios. Ese significativo aumento del capital estadounidense estuvo dirigido, en lo fundamental, a los servicios públicos, al combustible y las manufacturas, retrocediendo en el deprimido sector del azúcar, pues 26 fábricas de ese producto fueron vendidas a capitalistas cubanos entre 1936 y 1958.

Sin embargo, los estadounidenses mantuvieron bajo su control el 38,4% de la capacidad de molida diaria de esa industria, siguieron empleando el 39,6% de la fuerza de trabajo y continuaron disponiendo del 51,6% de todas las tierras dedicadas al cultivo de la caña de azúcar. Si bien se hizo palpable el progreso material del país, el desarrollo económico fue unilateral, pues el sector azucarero se hipertrofió –y se estancó desde fines de los años veinte–, sin poder resolver las necesidades vitales del grueso de la población. En 1958, la renta per capita cubana que constituía la segunda de América Latina estaba prácticamente estancada desde 1947, a diferencia de los demás países de la región.


Situación del campesinado y la clase obrera

El censo agrícola de 1946 mostraba, por otro lado, el grado de concentración de la propiedad rural a que se había llegado en la isla: 114 entidades o personas, es decir menos del 0,1% del número total, eran dueños del 20,1% de la tierra, lo que aumentó hacia 1958 (27%). El 8% del total de las fincas comprendía el 71,1% del suelo, buena parte en manos de compañías estadounidenses como la United Fruit Company y el King’s Ranch. El 70% de la población campesina no poseía la tierra que trabajaba. Datos procedentes de otras fuentes señalan que sólo el 2% de los ganaderos controlaba 1,7 millones de reses, lo que representaba el 42,4% del total de la masa ganadera del país.

No obstante, Cuba era entonces, en el contexto latinoamericano, el país donde probablemente las relaciones capitalistas estaban más extendidas y los elementos feudales menos arraigados, y no existía tampoco una rancia aristocracia. El notable avance de las relaciones capitalistas, junto a las características uniformes del relieve de la isla facilitó la conformación de una población homogénea, sin minorías étnicas –lo que no excluye la existencia de una palpable discriminación racial–, lingüísticas o culturales. Incluso a cualquier rincón del territorio llegaban las emisoras de radio. Todo ello contribuyó a que la sociedad cubana fuera más “moderna” e integrada que las restantes de América Latina. Sin embargo, la clase obrera no era numerosa y estaba poco concentrada en industrias. Si se incluye a los trabajadores fabriles del azúcar, el proletariado cubano no llegaba al 25% de la fuerza de trabajo. Además, el 75% de las industrias existentes en 1954 empleaban menos de 10 obreros y sólo en 14 fábricas laboraban más de 500 trabajadores.

En la misma década, las estadísticas sobre desempleo indican que en varios meses del año, cuando recesaba la cosecha azucarera el número de desocupados alcanzaba a más de 650 mil personas, esto es, la tercera parte de la población cubana económicamente activa, de los cuales 450 mil eran desempleados permanentes. Sólo el 11% de la población rural consumía leche, el 4% carne, el 2% huevo, el 1% pescado. Su alimentación consistía casi exclusivamente de arroz, frijoles, frutos y raíces comestibles. Un 35% declaraba tener parásitos intestinales y sólo el 8% recibía atención médica. El 43% de los campesinos era analfabeto –el censo de 1953 daba para toda la isla un 22,3%– y el 44% nunca había asistido a la escuela. En comparación con el resto de América Latina, Cuba estaba en el duodécimo lugar en escolaridad de su población entre 5 y 24 años. Sólo un 3% de los graduados universitarios eran negros.

Polarización social y corrupción

Estas difíciles condiciones de vida contrastaban con las grandes construcciones suntuarias de La Habana –ciudad que concentraba aproximadamente el 25% de la población cubana–, plagada de mansiones, clubes aristocráticos, colegios selectos y clínicas privadas, para beneficio de los sectores privilegiados de la sociedad. La tendencia a la polarización social se acentuó en la década de 1950, como demuestra el hecho de que el 80% de todas las construcciones efectuadas en 1957 fueran viviendas de lujo, grandes hoteles y elegantes casinos.
La corrupción administrativa se había convertido en práctica normal de los funcionarios públicos. El presupuesto estatal estaba al servicio de los gobiernos de turno para el enriquecimiento personal y el sostenimiento de bandas gangsteriles adictas y de la maquinaria política de los partidos en el poder, mientras la miseria, la incultura y la insalubridad se enseñoreaban de toda la isla. A ello habría que sumar el crecimiento de la prostitución y el juego –por ejemplo, sólo en La Habana diariamente las apuestas ilegales llegaban a 266 mil dólares y 32 mil de estos iban a las autoridades sobornadas–, con marcada participación de la mafia estadounidense, así como la asfixiante penetración cultural de ese país a través de los principales medios de difusión masiva.

La dictadura

Para agravar estos problemas, el 10 de marzo de 1952 el general Fulgencio Batista, quien había sido una especie de “hombre fuerte” en la isla entre 1933 y 1944 y que gozaba de gran influencia en el ejército, dio un golpe de Estado incruento. La asonada castrense interrumpió el proceso electoral cuando apenas faltaban tres meses para los comicios presidenciales que se venían celebrando en forma regular desde la puesta en vigor de la Constitución de 1940.

Esta Carta Magna, bastante avanzada para su época –uno de sus acápites proscribía el latifundio y otro establecía la prioritaria función social de la propiedad, incluyendo en su texto derechos sociales y laborales–, fue sustituida: el dictador estableció unos espurios estatutos constitucionales. Batista, además, disolvió el Parlamento, destituyó las autoridades electivas provinciales y municipales que no se sometieron al mando castrense, pospuso las elecciones señaladas para el 1 de junio de 1952 y aumentó en más de una cuarta parte el sueldo de todos los militares, incluidos los soldados.

La llegada al poder de Batista significó un control estatal aún más férreo y antipopular, abriendo una etapa de terror, autoritarismo y entrega sin precedentes a los intereses estadounidenses. El establecimiento de un régimen de esta naturaleza en Cuba estaba no sólo relacionado con las ambiciones de una inescrupulosa camarilla militar vinculada a los Estados Unidos, sino también al clima macartista y de “guerra fría” que entonces imperaba a escala internacional.

Ante el deterioro de la situación económica, pues el país entraba nuevamente en una fase crítica después de la efímera bonanza azucarera provocada por la guerra de Corea, el gobierno de Batista se vio obligado, tras su llegada al poder, a no vender 1,5 millones de toneladas de azúcar, con vistas a facilitar la estabilización del mercado mundial. La caída de los precios de este producto entre 1952 y 1954 –que pasó de 7,41 centavos de dólar a 3,83– precipitó la recesión que padeció la economía de la isla desde el inicio de la dictadura. Esta situación condujo a un virtual agotamiento de los activos monetarios en divisas, que se redujeron de 532 millones de dólares en 1951 a sólo 77,4 millones de dólares en 1958, mientras el crecimiento de la economía en el mismo lapso era de sólo el 1,4% anual. Esto, unido al notable déficit en la balanza de pagos –179 millones de dólares sólo entre 1954 y 1956– obligó al gobierno a solicitar continuos retiros de parte de sus depósitos en el Fondo Monetario Internacional.

A contrapelo de su enorme impopularidad, Batista logró consolidarse en el poder gracias a la complicidad de la burguesía, los terratenientes y otros sectores –entre ellos, la corrompida dirigencia de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC)– y al abierto apoyo estadounidense, así como por la incapacidad de los partidos y líderes tradicionales de la oposición para vertebrar una resistencia seria.

Inicio de la Revolución: el 26 de julio de 1953

Ante la pasividad de los partidos tradicionales frente a la dictadura, se alzó desde muy temprano la alternativa de la lucha armada para derrocar el régimen batistiano e impulsar una solución radical a los grandes problemas de la sociedad cubana. Ya desde el mismo golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 se hicieron sentir con particular energía las protestas juveniles, que dirigía la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), las cuales incluso ocasionaron la muerte a un alumno de la Universidad de La Habana.

En definitiva, fue un abogado casi desconocido de 26 años, Fidel Castro –que aspiraba a representante a la Cámara por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) en las elecciones que debieron celebrarse en 1952–, el encargado de iniciar la insurrección popular contra la dictadura. Con un nutrido grupo de jóvenes –encabezados por Abel Santamaría, José Luis Tasende, Renato Guitart y Pedro Miret– casi todos trabajadores asalariados o desempleados de origen humilde, entrenados en forma clandestina, atacó el 26 de julio de 1953 las fortalezas de Bayamo y Santiago de Cuba, esta última considerada la segunda de la isla.

Fracasado el asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba, el centenar de hombres guiado personalmente por Fidel Castro, tras un breve combate, debió retirarse. Con un pequeño grupo de sus seguidores, el jefe revolucionario se replegó hacia las estribaciones de la Sierra Maestra, mientras más de 50 asaltantes que fueron capturados, o que se entregaron después del ataque, resultaron asesinados por el ejército, que sólo reportó en sus filas 11 muertos y 22 heridos. La presión de la opinión pública y la oportuna movilización de la prensa y las autoridades eclesiásticas salvó la vida del resto de los revolucionarios, entre los cuales se encontraba el propio Fidel y su hermano Raúl Castro.
Desde el 21 de septiembre de 1953, en el Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba, fueron juzgados 122 prisioneros, muchos de ellos sin vínculos con los sucesos del Moncada. Fidel Castro, condenado a 15 años de prisión –Raúl Castro fue sentenciado a 13 años y los demás asaltantes a penas que oscilaban entre 3 y 10 años de cárcel–, dio a conocer desde el reclusorio su famoso alegato de defensa titulado La historia me absolverá, devenido desde ese momento en el programa de la Revolución.

Este documento, de objetivos democráticos, sociales y nacionalistas, se convertiría en la base para concretar un amplio frente nacional contra la dictadura. Las medidas propuestas por Fidel Castro incluían la expropiación de todos los bienes adquiridos de manera fraudulenta durante los gobiernos anteriores. En La historia me absolverá se hablaba también de la necesidad de una reforma agraria y de la nacionalización de los monopolios estadounidenses que controlaban la electricidad y los teléfonos. Casi dos años después del asalto al cuartel Moncada, Fidel Castro y sus compañeros salieron de la cárcel favorecidos por una amnistía general dictada por el gobierno de Batista para intentar legitimar la reciente farsa electoral que había convalidado la dictadura, en noviembre de 1954. Muy pronto los moncadistas, como ya se los conocía, se vieron obligados a marchar al exilio ante el asfixiante clima represivo existente en Cuba. El propio líder del 26 de julio viajó a México al considerar que se le habían “cerrado al pueblo todas las puertas de la lucha cívica”.

Antes de partir, Fidel Castro dejó organizados a los sobrevivientes del Moncada y a nuevos partidarios en el Movimiento 26 de Julio (M-26-7). Entre los primeros dirigentes del M-26-7, figuraban además de Fidel y Raúl Castro, Pedro Miret, Jesús Montané, Armando Hart, Melba Hernández, Haydeé Santamaría, Antonio (Ñico) López y Faustino Pérez.

El primer manifiesto de la nueva organización fue dado a conocer en México el 8 de agosto de ese año. Denominado Manifiesto Número 1 del Movimiento 26 de Julio al Pueblo de Cuba, es considerado por Lionel Martin “un documento aún más radical que La Historia me Absolverá”, aunque se basaba en los mismos puntos del alegato de Fidel Castro en el juicio del Moncada. Prueba de ello es que en una de sus partes señalaba “A los que acusan a la revolución de perturbar la economía del país, les respondemos: para los guajiros (campesinos) que no tienen tierra no existe economía, para el millón de cubanos que están sin trabajo no existe economía, para los obreros ferrocarrileros, portuarios, azucareros, henequeneros, textileros, autobuseros y otros tantos a quienes Batista ha rebajado sus salarios despiadadamente no existe economía, y sólo existirá para todos ellos mediante una revolución justiciera que repartirá la tierra, movilizará las inmensas riquezas del país y nivelará las condiciones sociales poniendo coto al privilegio y la explotación.”

También hacía “un llamado sin ambages a la revolución” y entre sus propuestas incluía la reforma agraria, reducción de impuestos, restablecimiento de derechos laborales, participación de obreros y empleados en ganancias de las empresas, industrialización del país, amplio programa de construcción de viviendas y rebaja de sus alquileres, nacionalización de servicios básicos, desarrollo de la educación y la cultura, reforma al sistema judicial y confiscación de bienes malversados.

Fidel Castro hizo una intensa campaña de recaudación de recursos para financiar la futura expedición, en lo fundamental por los Estados Unidos. En cada sitio que visitaba fundaba clubes patrióticos como en Nueva York, Nueva Jersey, Bridgeport (Connecticut), Miami, Tampa, Cayo Hueso. Fue durante ese recorrido proselitista, el 30 de octubre de 1955, en Nueva York, cuando el líder moncadista declaró por primera vez: “Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año 1956 seremos libres o seremos mártires.”
En forma casi paralela, otro movimiento opositor, el Directorio Revolucionario (DR), constituido el 24 de febrero de 1956 por jóvenes pertenecientes a la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), se sumaba a la lucha armada contra la dictadura de Batista. El 31 de agosto de 1956 los líderes del M-26-7 y el Directorio, Fidel Castro y José Antonio Echeverría respectivamente, firmaban un pacto conocido como Carta de México. Aunque ambas organizaciones tenían diferentes concepciones de lucha, pues la primera priorizaba la actividad guerrillera y la segunda las acciones armadas en las ciudades, en el acuerdo, que tenía 19 puntos, decidieron coordinar sus acciones con el “propósito de derrocar la tiranía y llevar a cabo la revolución cubana”.


El desembarco del Granma

Unos meses después de estos significativos acuerdos, el 25 de noviembre de 1956, salió de México en el yate Granma la expedición organizada por Fidel Castro. La integraban 82 hombres –entre ellos el médico argentino Ernesto Guevara–, todos determinados a reanudar la lucha contra la dictadura batistiana. El arribo a la isla debía coincidir con la sublevación de la ciudad de Santiago de Cuba organizada por Frank País, nombrado “jefe nacional de acción” del M-26-7, quien en dos ocasiones había viajado a México para coordinar el levantamiento. Pero la sorpresiva rebelión de Santiago de Cuba se produjo el 30 de noviembre, dos días antes del desembarco del Granma. Tampoco tuvo suerte el grupo organizado por Celia Sánchez para esperar a los expedicionarios en la costa sur de la provincia de Oriente y facilitarles el desembarco.

La falta de sincronía y la persecución gubernamental llevaron a la dispersión de los expedicionarios tras el inesperado combate de Alegría de Pío (5 de diciembre); muchos de los cuales fueron asesinados por el ejército, entre ellos Juan Manuel Márquez, el segundo jefe de la expedición del Granma. De los 22 sobrevivientes, sólo 12 lograron inicialmente alcanzar la Sierra Maestra –entre ellos Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, Faustino Pérez y el Che Guevara–, gracias a la ayuda de los campesinos, previamente alertados por Celia Sánchez.

A pesar de los duros reveses y la exigua tropa, la guerrilla poco a poco se fue consolidando en la Sierra Maestra con la incorporación de nuevos combatientes y, gracias al apoyo de la población rural más pobre, refugiada en el macizo montañoso. El 17 de enero de 1957 el naciente Ejército Rebelde –formado por 18 expedicionarios y 14 campesinos mal armados– realizaba sus primeras acciones al atacar con éxito el pequeño cuartel de La Plata e imponerse, cinco días después, en el encuentro de Llanos del Infierno.

Al mes de estos combates, y cuando el régimen de Batista negaba la existencia de guerrillas en la Sierra Maestra, un afamado periodista del The New York Times, Herbert L. Matthews daba a conocer un reportaje sobre la reunión sostenida con Fidel Castro el 17 de febrero de 1957. La publicación de la entrevista de Matthews realizada en las intrincadas montañas orientales fue una efectiva propaganda en favor de los rebeldes, así como ocurriría después con los reportajes fílmicos de otros dos periodistas estadounidense –Robert Taber y un camarógrafo– trasmitidos por la cadena de televisión Columbia Broadcasting System (CBS) de los Estados Unidos.

La lucha armada en 1957

Entretanto, en la ciudad de La Habana, el 13 de marzo de 1957, el Directorio Revolucionario fracasaba al intentar ejecutar a Batista en el propio Palacio Presidencial. En la acción participaron unos 50 combatientes, en su mayoría jóvenes estudiantes universitarios, muchos de los cuales murieron en el intento. Al salir de la toma de una estación de radio, donde al mismo tiempo se daba a conocer la noticia de la supuesta muerte de Batista, cayó en combate con la policía en un costado de la Universidad de La Habana la máxima figura del Directorio, José Antonio Echeverría.
En la represión desatada en los días siguientes por el gobierno fueron asesinadas no sólo la mayor parte de la dirección del Directorio Revolucionario, sino incluso figuras políticas sin vínculos con la acción armada como el conocido político ortodoxo Pelayo Cuervo. Muchos de los dirigentes sobrevivientes del Directorio Revolucionario debieron abandonar el país. Otro grupo oposicionista perteneciente a la Organización Auténtica (OA), seguidores del ex presidente Carlos Prío, intentó repetir la epopeya del Granma en el yate Corinthya, procedente de los Estados Unidos, que desembarcó el 19 de mayo de 1957 por la Bahía de Cabónico al norte de la provincia de Oriente. Los 27 hombres de la expedición fueron sorprendidos por el ejército unos días después y 16 de ellos asesinados, incluido el propio jefe Calixto Sánchez White.

Mientras el Directorio y la Organización Auténtica sufrían estos duros reveses, las fuerzas comandadas por Fidel Castro en la Sierra Maestra conseguían nuevas victorias. El 28 de mayo de 1957 las guerrillas del M-26-7 se anotaban otro significativo triunfo en el combate de El Uvero. El 27 de julio el naciente Ejército Rebelde atacó también con éxito el cuartel ubicado en la fábrica de azúcar Estrada Palma, aunque tres días después caía asesinado Frank País en Santiago de Cuba, cuyo entierro devino en una protesta popular que paralizó durante varias horas la capital de la provincia de Oriente.

En el segundo semestre de 1957 el Ejército Rebelde, ya organizado en dos columnas –una comandada por Ernesto Che Guevara y la otra por el propio Fidel Castro– se impuso en una serie de combates. En esa coyuntura, el 5 de septiembre de ese año, estalló una sublevación de marinos en la base naval de Cienfuegos (Cayo Loco). La rebelión, dirigida por un grupo de oficiales jóvenes de la marina de guerra vinculados al M-26-7, permitió la ocupación de la ciudad de Cienfuegos por varias horas, aunque fue aplastada con un indiscriminado bombardeo del ejército y la aviación, que incluyó entre sus víctimas a centenares de muertos y heridos civiles.

El auge guerrillero y la política de los Estados Unidos

A principios de 1958 el Ejército Rebelde, cuyo número seguía incrementándose con la incorporación de miembros del M-26-7 y de campesinos de la zona, continuaba sus triunfos en la provincia de Oriente, lo que le permitió al Ejército Rebelde consolidar un área liberada en las estribaciones de la Sierra Maestra. En esta zona se fue organizando una sólida base logística que llegaría a tener hasta una emisora de radio. Además, una columna de unos 70 hombres, al mando del comandante Raúl Castro, abría el II Frente Oriental en la zona nordeste de la provincia de Oriente, mientras el comandante Juan Almeida, con 55 guerrilleros, inauguraba el III Frente en la región cercana a Santiago de Cuba.

Por su parte, el comandante Camilo Cienfuegos incursionaba exitosamente en los llanos del río Cauto y en las cercanías de Bayamo, y el Che Guevara extendía sus operaciones con otra columna al este del Pico Turquino. El control de la columna 1 de Fidel Castro ya era amplio sobre la Sierra Maestra. En la ciudad de La Habana, entre tanto, se producía una importante acción el 23 de febrero de 1958 cuando un comando del M-26-7 secuestraba al afamado automovilista argentino Juan Manuel Fangio, quien pretendía participar en una competencia deportiva convocada por Batista.

Por otra parte, en las primeras semanas de 1958 habían comenzado a operar en la región central de la isla, en la provincia de Las Villas, otros grupos guerrilleros. Uno de ellos fue organizado por el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, comandado ahora por Faure Chomón, su secretario general, llegado a Cuba en el yate Scapade. En la Sierra del Escambray ya operaban unos 40 guerrilleros comandados por Eloy Gutiérrez Menoyo. Pero los caminos de los combatientes ya establecidos y los recién llegados pronto se separaron, terminando por vertebrar dos organizaciones bien diferentes.

También a principios de 1958 los Estados Unidos decidieron, presionados por la opinión pública, adoptar medidas contra el cada vez más desprestigiado régimen de Batista. Con ese fin, el gobierno estadounidense decidió imponerle un embargo de armas, pretextando la violación del Acuerdo de Asistencia Mutua Militar que impedía utilizar los recursos entregados para la “defensa continental” en la represión interna.

El verdadero propósito de la disposición era presionar a Batista para que hiciera concesiones a la oposición burguesa y buscara una salida electoral que impidiera un triunfo revolucionario. La medida no implicaba el retiro de las misiones militares estadounidenses y sólo abarcaba las armas donadas a través del programa de Asistencia Militar. Por ese motivo no afectaba la adquisición selectiva, aunque obligó al dictador a comprar pertrechos en Gran Bretaña, Bélgica, Israel y República Dominicana, entre otras fuentes.

La impresionante cadena de victorias conseguidas por el Ejército Rebelde en los primeros meses de 1958 fue detenida momentáneamente por el fracaso de la huelga general convocada el 9 de abril de 1958 por el M-26-7. En la capital cubana la organización del 26 fue duramente golpeada y casi desarticulada, por lo que el centro de gravedad de la Revolución se trasladó en forma completa a la Sierra Maestra, pues Fidel Castro pasaría desde entonces a ostentar la máxima jefatura política y militar.


Derrota de la ofensiva militar gubernamental

El duro revés que significó la fallida huelga de abril trajo, entre sus consecuencias, un endurecimiento del régimen de Batista, que incluyó el lanzamiento, el 24 de mayo de 1958, de una poderosa ofensiva militar contra la Sierra Maestra, denominada Plan FF (Fin de Fidel o Fase Final).

Veinte días después, como parte de la puesta en marcha de esta estrategia gubernamental, que preveía la movilización de 12 mil efectivos, comenzó la batalla por llegar a la comandancia de La Plata en plena Sierra Maestra, que obligó a las fuerzas guerrilleras –estimadas en poco más de 300 hombres– a retroceder ante el empuje del ejército, muy superior en número y armamento.

Pero entre los días 25 y 30 de junio, en la batalla de Santo Domingo, el Ejército Rebelde emboscó a las fuerzas enemigas, logrando detener su ofensiva, lo que significó el viraje de las operaciones militares que tenían lugar en el teatro de la Sierra Maestra. Sin duda, el encuentro más importante fue el que tuvo lugar en la batalla del Jigüe, donde las tropas batistianas sufrieron un gran descalabro y todo un batallón se rindió a Fidel Castro. A este duro revés siguió unos días después el de Las Mercedes (30 de julio al 6 de agosto), que significó la derrota definitiva de la ofensiva de verano de la dictadura. Las bajas del ejército sumaban más del 10% de los efectivos gubernamentales, creándose las condiciones para volver a extender la guerra fuera de los marcos de la Sierra Maestra.

Invasión al occidente y triunfo de la Revolución

Tras la derrota de la ofensiva militar gubernamental, Fidel Castro decidió invadir el resto de la isla. Para ello despachó a fines de agosto dos columnas guerrilleras, una integrada por 80 hombres, comandados por Camilo Cienfuegos, con la intención de llegar al extremo occidental (Pinar del Río); y la otra, compuesta de 140 combatientes y a las órdenes de Che Guevara, que debería hacerse fuerte en la provincia central de Las Villas. A la vez, otros destacamentos comenzaban a operar en varias direcciones, mientras surgían brotes guerrilleros en todas las provincias del país.

Las dos columnas del Ejército Rebelde, comandadas por el Che y Camilo Cienfuegos, tras recorrer pantanos y llanuras sorteando el hostigamiento enemigo y muy adversas condiciones climáticas, alcanzaron el centro de la isla a principios de octubre de 1958.

A esa altura la ofensiva revolucionaria, iniciada el 12 de noviembre, era ya imparable ante la generalizada desmoralización enemiga, cuando el Ejército Rebelde sobrepasaba los 3000 hombres. El 30 de noviembre el propio Fidel Castro se imponía con su columna en la batalla de Guisa. Unos pocos días después, el 7 de diciembre, en un avión enviado por el gobierno de Venezuela con armas, entregadas por orden del almirante Wolfgang Larrazábal, llegó al territorio liberado en Oriente Manuel Urrutia, designado por el M-26-7 y otras organizaciones revolucionarias y partidos de oposición como presidente provisional. El 18 de diciembre en La Rinconada se llevó a cabo una reunión ampliada de la dirección del M-26-7 con el propósito de ir conformando el nuevo gobierno revolucionario presidido por Urrutia, que debería tomar posesión en Baire el 24 de febrero de 1959.

Sin duda, el punto culminante de la ofensiva rebelde se consiguió con la liberación por la columna del Che de la ciudad de Santa Clara, capital de la provincia central, así como por el sitio de Santiago de Cuba y Guantánamo establecido por las fuerzas de Fidel y Raúl Castro. Desde el 22 de diciembre, el jefe del Estado Mayor Conjunto de Batista, general Francisco Tabernilla Dolz, había informado en una reunión de los altos mandos militares “que consideraba perdida nuestra causa”, por lo que era necesario negociar con el Ejército Rebelde. En concordancia con estos planes, el 28 de diciembre, en las ruinas de una abandonada fábrica de azúcar, se produjo la entrevista del general Eulogio Cantillo, jefe de operaciones del ejército, con Fidel Castro, en la que se acordó que los militares se sublevarían contra Batista el 30 de diciembre e impedirían un golpe de Estado y la fuga del dictador. Como parte del acuerdo, el inminente ataque rebelde a Santiago de Cuba se aplazaría al concederse una tregua hasta el día 31.

Cantillo incumplió todo lo pactado con Fidel Castro. El 10 de enero de 1959, en horas de la madrugada, este general –nombrado por Batista antes de huir jefe supremo de todas las fuerzas armadas– no sólo permitió la huida del dictador y los principales personeros del régimen, sino que en contubernio con la embajada de los Estados Unidos nombró como presidente provisional al juez más antiguo del Tribunal Supremo. Pero este magistrado nunca podría ocupar el cargo.

En respuesta a la maniobra golpista, Fidel Castro lo desconoció, exigió la rendición incondicional de todas las fuerzas batistianas y convocó por radio a una huelga general nacional. En esas circunstancias, los planes fraguados apresuradamente por el alto mando militar y la embajada estadounidense para impedir el triunfo indiscutido de las fuerzas revolucionarias se esfumaron ante la total paralización del país. Ante el ultimátum rebelde, el jefe de la guarnición de Santiago de Cuba aceptó pasarse al Ejército Rebelde con los 5000 hombres acantonados en la ciudad. Esta oportuna acción evitó una sangrienta batalla por Santiago de Cuba y contribuyó a frustrar el golpe de estado en La Habana.

Sin asidero, fracasada la maniobra dirigida a crear un gobierno provisional en la capital, los acontecimientos se precipitaron. Ante el incontenible desborde popular en todo el país, el régimen militar se desplomó en cuestión de horas y los efectivos gubernamentales se rindieron a las columnas de Camilo Cienfuegos y el Che Guevara que hacían su entrada triunfal en La Habana.

La Revolución Cubana, iniciada el 26 de julio de 1953 con el ataque al Cuartel Moncada, había llegado al poder y se iniciaba una nueva etapa en la historia de Cuba y, en cierta forma, de toda América Latina.

Buenos Aires, 25 de julio de 2010.

Fuente:
http://tiempo.elargentino.com/notas/proceso-que-marco-antes-y-despues-historia-de-cuba

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