América Latina y la Independencia de Cuba V. Sergio Guerra Vilaboy

América Latina y la Independencia de Cuba

Sergio Guerra Vilaboy

PARTE II

Cuba mapa-2

La esperada gesta emancipadora cubana en definitiva estalló el 10 de octubre de 1868, después que Carlos Manuel de Céspedes proclamara en La Demajagua la independencia de la Mayor de las Antillas.  La Guerra de los Diez Años (1868-1878) coincidió con las transformaciones políticas y socioeconómicas que desde los comienzos de la segunda mitad del siglo XIX estremecían a una buena parte de los países latinoamericanos, lo que sin duda facilitó la activa solidaridad continental con la causa de Cuba; aunque de una manera un tanto diferente a como se había manifestado en el periodo de 1810 a 1825, cuando México y Colombia promovieron las principales tentativas emancipadoras.  En cambio, cuando la lucha cubana de liberación volvió a estallar en 1895, tras el receso impuesto por el Pacto del Zanjón de 1878, y se produjo su inesperado epílogo con la guerra entre Estados Unidos y España de 1898, la reacción latinoamericana fue muy diferente a la de etapas anteriores.

América Latina a mediados del siglo XIX

Las reformas liberales, como se denominó al proceso de liquidación de la herencia colonial desarrollado desde mediados del siglos XIX, dominaban el escenario latinoamericano cuando estalló en Cuba la Guerra de los Diez Años.  Esas transformaciones se habían iniciado con la revolución del medio siglo en Colombia (1849) y la de Ayutla en México (1854), compulsadas por el avance capitalista a escala internacional y el impacto de la oleada revolucionaria europea de 1848.  Las revoluciones liberales tuvieron en casi toda América Latina un definido carácter anticlerical y antifeudal, para hacer avanzar las relaciones de tipo burgués y establecer regímenes más democráticos, tras expulsar del poder a los sectores conservadores de las oligarquías nacionales.

La irradación por el Continente de las reformas liberales, dirigidas a completar las tareas inconclusas del ciclo independentista de 1810 a 1826, creó un clima muy favorable para la solidaridad hemisférica con los patriotas cubanos durante la Guerra de los Diez Años, sentimiento reforzado por las muy recientes aventuras de reconquista protagonizadas por España y Francia, a principios de los sesenta, aprovechando la coyuntura de la Guerra Civil (1861-1865) de Estados Unidos.

Uno de los primeros episodios de esta política intervencionista española en América Latina fue la firma del Tratado Mont-Almonte (1859) con las fuerzas conservadoras mexicanas sublevadas contra el Presidente Benito Juárez y la Constitución liberal de 1857, mediante el cual el gobierno de Madrid les suministró abundante ayuda militar y económica.  Después de la victoria juarista, España sumó sus efectivos navales a una especie de nueva Santa Alianza, como la denominó Carlos Marx, vertebrada con Francia e Inglaterra, que en diciembre de 1861 bloqueó el puerto de Veracruz –con 38 barcos artillados y cerca de 6 mil hombres– para doblegar al gobierno mexicano ante las reclamaciones financieras europeas.  Aunque la inconsulta decisión de Juan Prim permitió la retirada a tiempo del ejército hispano, la expedición tripartita devino en la antesala de la invasión francesa a México y del efímero Imperio (1864-1867) de Maximiliano de Habsburgo.  Casi simultáneamente se produjo la restauración de la dominación española en Santo Domingo (1862-1867), lo que estimuló el proyecto antinacional del dictador conservador Gabriel García Moreno para convertir al Ecuador en el llamado Reino Unido de los Andes bajo protectorado francés.(1)  A todas estas agresiones contra la soberanía de los países latinoamericanos se agregó, el 14 de abril de 1864, la inesperada ocupación por una flota española de las islas Chinchas del Perú, codiciadas por sus valiosos yacimientos de guano, lo que desató la contienda armada de España contra Chile, Perú, Bolivia y Ecuador, prolongada hasta 1866. (2)

En ese contexto se reanimaron los intentos latinoamericanos de unidad.  En noviembre de 1864 se reunió en Lima una Conferencia Internacional Americana –Estados Unidos no fue invitado– contra las intervenciones y agresiones francesas y españolas que contó con la participación de Perú, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela y El Salvador, así como Argentina y Guatemala en calidad de observadores.  Este cónclave aprobó cuatro tratados, entre ellos uno de Unión y Alianza.  En 1866 Colombia propuso la realización de otro encuentro continental que en definitiva no llegó a concretarse.(3)

Solidaridad continental con la Revolución Cubana (1868-1878)

La influencia determinante de todos estos hechos en la actitud de los gobiernos de América Latina hacia la guerra independentista de Cuba entre 1868 y 1878 puede ilustrarse con la posición adoptada por Chile.  Para hostilizar a España, enfrascada en su aventura colonialista contra los países latinoamericanos de la cuenca del Pacífico, el Ministro chileno de Relaciones Exteriores Alvaro Covarrubias dio a conocer un Manifiesto donde prometía contribuir a la liberación cubana.  Como prueba de ello, el Presidente Joaquín Pérez, que había impuesto a su mandato una orientación liberal, nombró el 30 de septiembre de 1865 a Benjamín Vicuña Mackenna como Agente Confidencial de Chile en Estados Unidos, encargado de conseguir apoyo para la guerra que su país sostenía con España y favorecer la emancipación de Cuba y Puerto Rico.(4)  Como el propio agente chileno escribiera a Juan Manuel Macías, el 10 de enero de 1866, en referencia a una posible expedición a Cuba:

ésa no sólo sería una empresa militar que ofrecería perspectiva de buen éxito, sino que como una combinación política daría gloria y prestijio [sic.] a las naciones que en ella tomaran parte, trayendo por consecuencia la independencia de un país que aspira a ella […] (5)

En cumplimiento de su misión, Vicuña Mackenna llegó a organizar un plan, en complicidad con los gobiernos de Perú y Venezuela, lidereados respectivamente por los liberales Mariano Ignacio Prado y Juan Crisóstomo Falcón, para formar un ejército conjunto que desalojara a los españoles de las Antillas, pero que fue abandonado al terminar el conflicto con España en 1866.  Uno de los factores que llevó a esta determinación fue la oposición del gobierno de Estados Unidos a que la planeada expedición libertadora saliera de su territorio, por lo que Vicuña Mackenna fue arrestado y procesado por violar las leyes norteamericanas de neutralidad.(6)

A pesar de que para esa fecha todas las intentonas españolas para restaurar su viejo imperio colonial habían fracasado –al igual que ocurrió en 1867 con la intromisión francesa en México–, dejaron como secuela un repunte del sentimiento anticolonialista en todo el Continente, lo que explica el espontáneo apoyo a Cuba ante las primeras noticias sobre la revolución de 1868.  Muchos gobiernos latinoamericanos, en manos entones de una generación de liberales reformistas, hicieron suya la causa cubana ofreciendo su respaldo político y ayuda material.

El latente conflicto entre España y los países sudamericanos de la vertiente del Pacífico, unido a los planes mencionados en favor de la independencia de Cuba promovidos con anterioridad por el gobierno de Chile a través de Vicuña Mackenna, explican que el Presidente cubano Carlos Manuel de Céspedes escribiera a su homólogo chileno desde su Cuartel General en Guáimaro el 9 de diciembre de 1868:

Ha llegado por fin el momento en que todos los cubanos despleguemos nuestro valor y nuestro entusiasmo para lanzar de nuestras playas la opresión y el despotismo del gobierno de España.  El 10 de octubre del presente año, después de haber soportado largo tiempo las persecusiones y arbitrariedades de los gobernantes españoles de esta Isla, me decidí a levantar en mi ingenio La Demajagua, jurisdicción de Manzanillo, la bandera tricolor de Cuba, acompañado de quinientos patriotas, decididos, amantes como yo, de la libertad y de la independencia de nuestra patria.

A ese grito mágico de libertad respondieron con frenesí todos los habitantes […] [y] formábamos a los diez días de pronunciados, un ejército de quince mil hombres, que había libertado cien leguas de territorio, con algunas ciudades importantes, y más de cien mil almas, y había derrotado sin armas y sin recursos todas las tropas españolas que vinieron a atacarnos […]

A los que como Vuestra Excelencia conocen la historia de la política observada por España con los pueblos de América que estaban bajo su odioso dominio, no hay para qué justificarles las causas que nos han obligado a pronunciarnos contra la opresión y la tiranía de un gobierno desmoralizado y sin conciencia.

Demasiado conocerá Vuestra Excelencia el rigor y el despotismo militar con que hemos sido gobernados los cubanos, para que no se interese a favor de nuestra revolución y de nuestros deseos de arrojar para siempre del continente americano a la dominación de España […] que es un centro peligroso de operaciones europeas a favor de las monarquías del Viejo Mundo, y una amenaza constante a la autonomía e independencia de los pueblos de América.(7)

En respuesta a la solicitud del Presidente cubano, el gobierno de Chile pidió a sus aliados en la contienda contra España que expresaran sus simpatías por los patriotas cubanos, solicitó a Estados Unidos presiones sobre Madrid para obligarla a aceptar la regulación de la guerra en Cuba y otorgó a los seguidores de Céspedes los derechos de beligerantes (30 de abril de 1869).  Por su parte el gobierno peruano también reconoció este derecho de los cubanos (12 de junio de 1869) al considerar que se trataba «de dos partes independientes que hacen la guerra con un fin político y que deben obrar y ser vistas por las demás naciones conforme a los principios de derecho internacional».  El documento oficial se expresaba en estos términos:

Artículo primero. El gobierno del Perú reconoce como beligerante al partido político que lucha por la libertad de Cuba.

Los ciudadanos, los buques y demás propiedades de Cuba que sirvan a la causa de la independencia serán reputados como amigos del Perú.(8)

Este decreto fue más allá del simple reconocimiento, pues desde entonces los consulados peruanos en todo el mundo quedaron autorizados para prestar protección y ayuda a los patriotas cubanos.  Unos semanas después, el 3O de mayo de 1869, se efectuó un acto en un gran teatro de Lima, presidido por el magistrado de la Corte Suprema Francisco Javier Mariátegui y otras personalidades peruanas, que devino en una manifestación popular de respaldo a la independencia de Cuba.  Frente al Palacio de Gobierno, el Presidente José Balta los recibió y aseguró que el Perú haría «en la cuestión cubana cuanto sea digno de la República».(9)  En consecuencia, el 13 de agosto de ese mismo año, el mandatario peruano promulgó un nuevo decreto cuyo artículo único reconocía «la independencia de la Isla de Cuba de la dominación española, como igualmente al Gobierno Republicano establecido en ella.»(10)  Con ello Perú se convirtió en el primer pais que reconoció la independencia de Cuba.

Por otra parte, el propio gobierno peruano solicitó en 1869 a Estados Unidos que no entregara a España treinta cañoneras que se construían en ese paìs, aunque Washington hizo caso omiso al pedido del Perú.  También se sabe que el agente cubano Ambrosio Valiente recibió unos 80 mil pesos del gobierno de Lima y voluntarios peruanos se inscribieron para ir a Cuba a luchar por su independencia.  El siguiente representante de los patriotas cubanos en Perú, Manuel Márquez Sterling, llegó a Lima cuando se encontraba en el poder el nuevo gobierno de Manuel Pardo, entre 1872 y 1876, quien lo recibió oficialmente y trató con las mayores consideraciones.  Pardo, para ayudar a los cubanos, nombró a varios de ellos como cónsules del Perú en distintos lugares del Continente.  En esta época dos diputados peruanos, Ricardo N. Espinosa y Nicanor Rodríguez, presentaron al Parlamento, el 8 de agosto de 1874, una moción para convocar en Lima un Congreso americanista que abogara por la independencia de Cuba y que se otorgase en el presupuesto un millón de soles para auxiliar a los cubanos.  Sin embargo, la difícil situación interna del Perú determinó que esta propuesta tuviera menor alcance: el Congreso promulgó una ley donando 200 mil soles en bonos de la deuda interior a los revolucionarios cubanos, destinado a adquirir armamento en el Perú que poseía el exPresidente Mariano Ignacio Prado y que daría lugar a la malograda expedición a Cuba del Uruguay.  En esta frustrada empresa, financiada por el gobierno peruano, estaban enrolados los hijos del exPresidente Prado, Leoncio, Grocio y Justo, y el Coronel Guillermo Gendron de Coligny, quienes quedaron varados en New York.  A pesar de todo, los hermanos Prado lograrían su propósito de ir a luchar por la independencia cubana.  (11)

El 10 de junio de 1869 el primer mandatario de Bolivia, Mariano Melgarejo, también reconoció por supremo decreto la beligerancia cubana, así como la legitimidad de sus poderes públicos organizados de manera provisoria, luego de manifestar sin tapujos admiración al partido republicano de Cuba y a su caudillo Céspedes. (12)  De esta manera, todos los países de la extinguida alianza antiespañola del Pacífico sudamericano –con la única excepción del Ecuador, regido hasta l875 por el dictador conservador García Moreno– se pronunciaron por el triunfo de la causa cubana desde su mismo principio.

Por otro lado, el gobierno de Benito Juárez, recién salido de la cruenta guerra de liberación contra los invasores franceses y sus aliados conservadores internos, dispuso la admisión en los puertos mexicanos a los buques con la bandera de Cuba, mientras la Cámara de diputados de la República autorizaba el reconocimiento de la beligerancia de los insurrectos cubanos, lo que fue sancionado por decreto del ejecutivo federal el 6 de abril de 1869. (13) Disposición similar fue adoptada por el Imperio del Brasil con fecha 11 de julio de 1869 y por el Congreso Nacional Constituyente de El Salvador en octubre de 1871.  Después del triunfo de la revolución liberal en Guatemala (1871), su jefe y artífice de una serie de reformas anticlericales, Justo Rufino Barrios, decretó el 6 de abril de 1875 el reconocimiento de «la República cubana como nación libre, soberana e independiente.» (14) El texto íntegro de esa disposición (número 139), que tenía como único precedente la emitida en 1869 por el gobierno del Perú, es el siguiente:

Considerando: Que desde el 10 de Octubre de 1868, el pueblo de Cuba declaró su independencia de la metrópoli española y se constituyó en República soberana; Que desde esa fecha hasta el presente, ha demostrado tener sobrados elementos para luchar contra el poder español que en vano se empeña en sojuzgarlo; Que la causa de la independencia de Cuba es evidentemente justa, porque todo pueblo tiene el derecho a constituirse en una nacionalidad, siempre que posea los medios de mantener su autonomía; Que en esa virtud el pueblo cubano ejercita hoy los mismos derechos de las colonias de América cuando se declararon independientes, lo que hace que la noble causa de aquel pueblo sea vista por las Repúblicas del Nuevo Mundo como propia y de un carácter eminentemente americano; y que, Por Tanto: El Gobierno de Guatemala desea dar una prueba de la simpatía que abriga por Cuba, y de que reconoce la justicia y el derecho que le asisten a ese pueblo heroico que tiene su mismo origen y cuyo Gobierno, legítimamente constituido, le ha abierto sus amistosas relaciones; Decreta:

Artículo lo. Que la República de Guatemala reconoce a la República Cubana, como nación libre, soberana e independiente.

Artículo 2o. En consecuencia, el Gobierno de Guatemala abrirá y cultivará con el de Cuba, Relaciones Oficiales.

Dado en Guatemala, a seis de abril de mil ochocientos setenta y cinco.

Justo Rufino Barrios, Presidente de la República de Guatemala.

Marco A. Soto, El Secretario de Relaciones Exteriores e Instrucción Pública.(15)

Importante apoyo dio a los cubanos insurrectos el gobierno de Venezuela, que no se limitó a reconocer el derecho beligerante de los cubanos (11 de mayo de 1869), sino que también proporcionó un considerable respaldo material y humano.  Su Presidente, el liberal Antonio Guzmán Blanco, autorizó sufragar expediciones armadas como la muy oportuna que llegó a Cuba –procedente de Puerto Cabello– el 21 de junio de 1871 en el vapor Virginius con más de sesenta combatientes venezolanos (la llamada Vanguardia Venezolana), numeroso parque y cincuenta burros equipados para acémilas.  Entre los expedicionarios figuraba el Mayor General venezolano Manuel María Garrido Páez, su hijo Manuel Garrido Flores, José María Aurrecoechea Irigoyen –estos dos últimos alcanzarían más tarde el grado de General en la insurrección cubana– y su hermano Enrique, quien llegaría a Coronel en el Ejército Libertador.(16)  La apreciable ayuda militar llegada de Venezuela contribuyó a mantener equipados a los insurrectos cubanos hasta que la vigilancia naval norteamericana y española bloqueó la Isla.

Una ayuda mayor brindó Colombia a los cubanos.  Desde 1869 el gobierno de Bogotá ofreció todo su respaldo al agente antillano Francisco Javier Cisneros, quien levantó en el Cauca un contingente de cerca de 300 colombianos, dispuestos a marchar a Cuba para combatir por la libertad de la isla caribeña. (17) Fruto de esta apreciable movilización popular, el 7 de enero de 187O desembarcó en las costas cubanas la expedición del barco Hornet, compuesta por 60 colombianos (la llamada Legión Colombiana) y 6 cubanos.(18)  En agradecimiento por este valioso respaldo, el Presidente de la República de Cuba en armas, Carlos Manuel de Céspedes, escribió el 18 de febrero de 1871 al representante cubano en Colombia:

Y en cuanto a lo que me dice Usted respecto a las simpatías que por nosotros demuestra Colombia y demás Repúblicas, que nos favorecen no puedo menos que expresarle la verdadera satisfacción que experimento por ello, lo propio que mis vivos reconocimientos hacia esos pueblos por quienes haré siempre votos al cielo por su prosperidad.

Los colombianos llegados últimamente en el Hornet han sido recibidos por nosotros, como lo serán todos los que vengan, como hermanos, no habiéndose hecho diferencia alguna entre ellos y los naturales; y si alguna diferencia o distinción ha habido, ha sido en obsequio de los que han venido a compartir con nosotros los trabajos y sufrimientos de la guerra.(19)

Poco después zarpó también del puerto colombiano de Colón (Panamá) otro buque expedicionario con la bandera de la estrella solitaria nombrado George B. Upton, conducido por el propio Francisco Javier Cisneros y llevando un cargamento de más de mil fusiles y dos decenas de combatientes.  Casi al mismo tiempo, el gobierno de Santos Gutiérrez sancionaba la ley que reconocía a los cubanos todos los derechos de beligerantes plasmados por regulaciones internacionales en guerra legítima (17 de marzo de 1870). (20) Por si estas contribuciones no fueran suficientes, en 1872 el Presidente de Colombia Manuel Murillo Toro, uno de los líderes liberales más prestigiosos de su generación, asumió la iniciativa de promover un concierto de las repúblicas americanas para conseguir la liberación de Cuba.  El 26 de septiembre de ese año, su Secretario de Relaciones Exteriores, Jil Colunje. circuló una nota diplomática en busca de un acuerdo continental para mediar en el conflicto hispano-cubano, el cual concitó el respaldo de varios países de América Latina.(21)  Sin embargo, la generosa gestión colombiana no prosperó por la resistencia de Estados Unidos a la independencia de Cuba, la misma que años atrás impidiera a Bolìvar consumar su obra de redención hemisférica.  Como señalò el 17 de septiembre de 1874 La Independencia, periódico cubano editado en New York, la propuesta del Presidente Murillo Toro fracasó debido a que la idea:

nació, por desgracia, con un germen de muerte desde el momento en que el Congreso debía reunirse en Washington, donde la significación de las repúblicas latino-americanas palidece ante la de las grandes potencias europeas allí representadas.  Esto era poner al Congreso bajo los auspicios del general Grant […] dar entrada a las prevenciones anticubanas del Secretario de Estado norteamericano Mr. Hamilton Fish y a su no disimulada parcialidad a favor de España y a no tener presente la política tradicional de este pais, opuesta siempre a la independencia de las Antillas.  Equivalía, en suma, a aceptar la legitimidad del derecho con que los Estados Unidos pretenden ser los únicos guardianes y ejecutores de la doctrina de Monroe, doctrina que, bajo la apariencia del más desinteresado americanismo, no ha favorecido jamás la independencia de ningún otro pueblo de América, sujetos todos, según ella, a ser absorbidos o dominados por la raza anglo-sajona, en virtud de la fatalidad del destino manifiesto.  Lo que había de suceder, sucediò: el Congreso americano se pasmó en Washington, bajo la influencia glacial de aquella atmòsfera […] (22)

El Presidente Murillo Toro no se retractó de sus intenciones y poco después consiguió que el Congreso colombiano autorizara un apoyo financiero a las familias cubanas emigradas, dinero en realidad destinado a sufragar nuevas expediciones militares a la isla.  Además, en la sesión de la Asamblea Nacional de Bogotá celebrada el 29 de abril de 1873 fue discutido un proyecto presidencial para armar a 20 mil hombres, en conjunto con Venezuela, que con el auxilio de las flotas de Perú y Chile, debería dirigirse a Cuba para romper el bloqueo español a los revolucionarios antillanos, propuesta rechazada por el Congreso colombiano debido a la postura asumida por los diputados conservadores y clericales.

Uno de los pasos más atrevidos en apoyo de Cuba provino del Presidente peruano Mariano Ignacio Prado, que en vísperas de ocupar por segunda vez la jefatura del estado había declarado: «Demos al mundo un hermoso ejemplo ayudando y auxiliando a nuestros hermanos de Cuba en sus sacrificios por la patria.»  (23) Por ello invitó, el 17 de octubre de 1876, al gobierno de la República de Cuba en armas a participar en el Congreso de Juriconsultos que se reuniría en Lima para intentar uniformar las legislaciones latinoamericanas.  En una de sus partes, la nota de invitación dirigida a los patriotas cubanos señalaba:

Para el gobierno del Perú, que hace largo tiempo reconoció la independencia de Cuba, ha entrado ya, esta importante fracción de la América, en el rol de los Estados soberanos; y, no obstante, las circunstancias en que se halla colocada esa nueva nacionalidad, por efecto de la heroica lucha que aún sostiene, cree de su deber convocarla, como tiene el honor de hacerlo por mi conducto, á tomar parte en la formación de ese Congreso […] (24)

Gracias al gesto peruano, en la integración de este foro, el 6 de diciembre de 1877, estuvo presente con plenos derechos el representante cubano Francisco de Paula Bravo, a pesar de la oposición del gobierno de la Argentina, entonces encabezado por Nicolás Avellaneda, bajo cuyo mandato se estaba desarrollando la «conquista del desierto», eufemismo que encubría el exterminio de la población indígena de la Patagonia.  En respuesta a las objeciones del Plenipotenciario argentino en este cónclave, José E. Uriburu. el delegado peruano replicó «que su gobierno, por haber reconocido la beligerancia de Cuba, no pudo menos de reconocer la independencia de la nueva república, ya por hallarse organizada políticamente, ya por el denuedo con que sostiene y defiende su causa más de nueve años». (25)

De esta forma, prácticamente con la casi solitaria excepción de Argentina, gobernada por los representantes de la oligarquía ganadera y bajo la temprana dependencia de los capitales británicos, los países de América Latina reconocieron, de una u otra manera, la independencia de Cuba o la beligerancia de los patriotas antillanos (fueron los casos de Colombia, Venezuela, México, Chile, Bolivia, Perú, Brasil, El Salvador y Guatemala), dieron protección diplomática y asilo seguro a los luchadores cubanos, otorgaron su respaldo material y político y ofrecieron su cooperación a planes hemisféricos para mediar en el conflicto, en medio de intensas campañas de prensa favorables a los insurrectos antillanos. Así lo sintetizó el procer puertorriqueño Ramón Emeterio Betances al referirse a la solidaridad latinoamericana con Cuba expresada hasta diciembre de 1872:

México abrió sus puertas a la bandera de la revolución; Colombia proclamó sus derechos; Venezuela armó sus buques; Haití los defendió victoriosamente; Bolivia, Ecuador, Chile afirmaron la beligerancia de los cubanos; El Salvador y el Perú reconocieron su independencia. (26)

Ello contrastaba con la posición del gobierno de Estados Unidos que no sólo se negaba a reconocer siquiera el derecho de beligerancia de los cubanos, sino que imponía una ley de «neutralidad» que objetivamente favorecía a España.  De esta manera, mientras los patriotas antillanos no podían comprar armas, ni organizar expediciones en territorio norteamericano, España podía adquirir en Estados Unidos todo el armamento que requiría en su condición de nación con plenos derechos.  Sobre esta peculiar política de neutralidad del gobierno norteamericano escribiría el Senador Lodge Henry Cabot en el periódico Patria el 9 de diciembre de 1896:

Mientras pudiera ser el deber de un poder neutral perseguir un buque, sospechoso de tener a bordo una expedición armada, del puerto del cual saliese esa expedición, no puede considerarse así el enviar buques a interceptar barcos en alta mar, donde no tenían jurisdicción.  Esto no es neutralidad sino tomar la defensa de un partido en la guerra.  Esto es precisamente lo que hizo nuestra presente Administración cuando mandò salir el «Raleigh» y el «Montgomery» a detener el «Hawkins» y capturarlo en alta mar.  Esto no era neutralidad, sino aliarse al gobierno de España y ayudarlo a aplastar la Revolución cubana. (27)

NOTAS

(1) Las referencias a este episodio en Leopoldo Benites: Ecuador: drama y paradoja, México, Fondo de Cultura Económica, 1950, pp. 219-220.

(2) Una muestra del clima colonialista existente entonces a nivel internacional lo constituyó la declaración del jefe de la escuadra española en el Pacífico sudamericano, General José Manuel Pareja, de que los gobiernos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos «habían manifestado al de España su aprobación a una política firme contra el Perú, no para atacar su soberanía, sino para hacer a los países hispanoamericanos respetuosos de los intereses extranjeros.»  Citado por Manuel Medina Castro: Estados Unidos y América Latina, siglo XIX, La Habana, Casa de las Amèricas, 1968, p. 202.

(3) Pelegrín Torras: «La América Latina y la Revolución del 68», en María Cristina Llerena [compiladora]: Sobre la guerra de los 10 años. 1868-1878, loc. cit., pp. 339-341.

(4) Emeterio S. Santovenia: Armonías y conflictos en torno a Cuba, op. cit., pp. 154-155.  Vicuña Mackenna declaró que su gobierno estaba dispuesto a apoyar la independencia antillana con buques corsarios, recursos y con la edición de un periódico (Voz de América, Organo político de las Repúblicas Hispanoamericanas y de las Antillas Españolas).  Incluso la edición del primero de mayo de 1866 de este periódico, que circulaba clandestinamente en Cuba, contenía un editorial titulado «¡A las armas, cubanos!».  Como parte de estos intentos, el 21 de diciembre de 1865 quedó constituída en New York la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico presidida por Juan Manuel Macías.  Más datos en Luis Fernández Marcané: La visión grandiosa de Vicuña Mackenna, La Habana, [s.e.], l943 y Enrique Orrego Vicuña: Vicuña Mackenna y la independencia de Cuba, La Habana, Academia de la Historia, 1951.

(5) Citado por Jorge Quintana: Indice de extranjeros en el Ejército Libertador de Cuba (1895-1898), La Habana, Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba, 1953, p. 349.

(6) También el gobierno de Estados Unidos apresó el barco chileno Meteoro, cuando se disponía a zarpar para las Antillas cargado de armas y hombres.  El General venezolano José Antonio Páez, entonces en New York, ofreció a los frustrados expedicionarios un audaz proyecto dirigido a asaltar un buque español y artillarlo para hacer la guerra a España.  Incluso existen versiones de que el Presidente peruano Mariano Ignacio Prado estuvo de todos modos dispuesto a llevar adelante, por su cuenta, la planeada expedición libertadora a Cuba en 1867, de la que en definitiva desistió.  Sobre este último aspecto véase Eladio Aguilera Rojas: Francisco Vicente Aguilera y la Revolución de Cuba de 1868, La Habana, La Moderna Poesía, 1909, t. II, p. 296.

(7) En Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo: Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1982, t. II, pp. 17-19.  Probablemente también esa gran influencia inicial chilena en la insurrección cubana explica que la bandera enarbolada por Céspedes el 10 de octubre de 1868 reprodujera la enseña nacional de Chile sólo modificando los colores.  Céspedes había alentado en Manzanillo un grupo de conspiradores ligados a los proyectos de Vicuña Mackenna.  En esa etapa los cubanos emigrados dibujaban un condor descendiendo sobre Cuba con la bandera chilena en sus garras.  Véase José Luciano Franco: «La lucha por la independencia de Cuba y los pueblos de la América nuestra», en María Cristina Llerena [compiladora]: Sobre la guerra de los 10 años. 1868-1878, loc. cit., p. 334 y Enrique Gay-Calbó: Los símbolos de la nación cubana, La Habana, Publicaciones de la Sociedad Colombista Panamericana, 1858, pp. 64-65.

(8) En Aleida Plasencia Moro: Actitud de las Naciones Americanas ante las guerras de independencia de Cuba, Tesis de Grado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de La Habana, 1956, p. 337.

(9) Citado por Gustavo Sotolongo: La participación del Perú en la Guerra de Cuba de los Diez Años, Lima, La Opinión Nacional, 1926, p. 16.

(10) Ibid., p. 17.

(11) Justo y Grocio finalmente se unieron a las fuerzas mambisas en la isla, mientras Leoncio, tras infructuosos intentos para obtener un buque y dedicarlo a hostilizar a las fuerzas españolas, realizó la hazaña de capturar el vapor peninsular Moctezuma, en noviembre de 1876.  Leoncio, entonces con 21 años y acompañado de sólo 10 hombres, mantuvo en jaque a la marina española empeñada en su captura hasta enero de 1877.  En esta fecha, ante la imposibilidad de obtener recursos para mantener el buque, sus tripulantes quemaron el Céspedes, nuevo nombre dado a la embarcación, frente a las costas de Nicaragua.  Leoncio Prado volvió entonces a New York a hacer campaña a favor de Cuba, hasta que la situación política en Perú lo obligó a regresar a su patria.  Por su lado, su hermano Grocio sirvió junto a Máximo Gómez hasta el término de la Guerra.  Véase César García del Pino: Leoncio Prado y la Revolución Cubana, La Habana, Editorial Orbe, 1980.

(12) Manuel Márquez Sterling, La diplomacia en Nuestra Historia, La Habana, Instituto del Libro, 1967, p. 80.

(13) Santovenia, Armonías […], op. cit., p. 176. Por ello México fue el primer país de América Latina en adoptar esta disposición.  En favor de la declaración laboró el secretario y yerno de Juárez, el cubano Pedro Santacilia.  En agradecimiento por este gesto solidario el Presidente cubano Céspedes escribió el 9 de junio de 1869 a Juárez: «Por una comunicación que el Ciudadano Pedro Santacilia […] ha llegado a conocimiento de este gobierno, que el gobierno general de esa República de que es usted Excelentísimo muy digno Presidente, ha acordado se reciba la bandera de Cuba en los puertos de la Nación […] Me es altamente satisfactorio que Méjico haya sido la primera Nación de América que hubiese manifestado así sus generosas simpatías a la causa de la independencia y libertad de Cuba.»  Tomado de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, loc. cit., t. II. p. 54.  En enero de 1876, Sebastián Lerdo de Tejada. sucesor del Benemérito de las Américas en la presidencia de México, prometió enviar a Cuba 200 oficiales y mil soldados, proyecto frustrado con la llegada de Porfirio Díaz al poder.  No obstante, este mandatario concedió a los cubanos cierta ayuda en armas y hombres.  Véase Eladio Aguilera Rojas: Francisco Vicente Aguilera y la Revolución de Cuba de 1868, La Habana, La Moderna Poesia, 1909, t. II, pp. 259-260 y 378.  Conviene añadir que entre los extranjeros distinguidos en la Guerra de los Diez Años figuraron los oficiales mexicanos José Inclán Risco, José Lino Fernández Coca –llegado a Cuba junto a otros mexicanos en la expedición del Perrit en mayo de 1869– y Gabriel González Galbán, que alcanzaron el grado de generales, siendo fusilado el primero por los españoles en Camagüey el 15 de junio de 1872.

(14) Citado por Ricaurte Soler: Idea y cuestión nacional latinoamericanas.  De la independencia a la emergencia del imperialismo, México, Siglo XXI, 1980, p. 186.  Véase también Carlos M. Tréllez: Biblioteca Histórica Cubana, Matanzas, Imprenta J. F. Oliver, 1924, p. 332.

(15) Tomado de América Nuestra. Una revista por la identidad, La Habana, Asociación por la Unidad de Nuestra América, marzo-abril de 1995, # 2.  Después de reproducir este decreto escribe José Martí, el 11 de mayo de 1875, en la Revista Universal de México: «Guatemala ha cumplido un deber, felicitemos y respetemos la conducta de la República vecina».  Citado por Alfonso Herrera Franyutti: Martí en México, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1996, p. 86

(16) Otros venezolanos que ostentaron el máximo grado militar en el Ejército Libertador fueron Salomé Hernández Hernández, José Miguel Barreto Pérez –llegado a Cuba en 1873 con la denominada Expedición Bolivariana en el segundo viaje del Virginius–, Cristóbal Acosta, Amado Manuit y Manuel González Flores.  En la Guerra del 95 alcanzó también el grado de General Pedro Alvárez Saavedra, quien durante la contienda de los Diez Años dirigiera en la Guaira la Sociedad Auxiliadora de Cuba Libre.  Véase René González Barrios: Almas sin fronteras. Generales extranjeros en el ejército Libertador, La Habana, Ediciones Verde Olivo, 1996, pp. 71-93 y de César García del Pino: «José María Aurrecoechea: El caraqueño general del Ejército Libertador», Revista de la Biblioteca Nacional «José Martí», La Habana, septiembre-diciembre de 1970.

(17) Una de las primeras gestiones a favor de los patriotas cubanos provino del diputado Carlos Holguín, quien promovió en el Congreso colombiano una ley destinada a la creación de una especie de frente común latinoamericano para gestionar ante España la emancipación de la isla caribeña, sin por ello descartar la posibilidad de organizar una movilización militar de respaldo.  Véase Santovenia: Armonías […], op. cit., p. 177.  En muestra de agradecimiento Carlos Manuel de Céspedes, Presidente de la República de Cuba en armas, le escribió a Holguín el 20 de febrero de 1871: «Las importantes resoluciones presentadas por usted en las Cámaras de Colombia respecto de nuestra Revolución están grabadas en los corazones de todos los cubanos que hoy pelean por la independencia de su país.  Tenga usted la bondad de aceptar por lo tanto la sincera expresión de gratitud que por mi conducto le envía la República Cubana que represento.»  Tomado de Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, loc. cit., t. II, p. 163.

(18) Más detalles en José Rogelio del Castillo: Autobiografía del General, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, l973, pp. 21-23.  Castillo Zúñiga era uno de los expedicionarios colombianos y llegó a alcanzar el grado de General en el Ejército Libertador de Cuba. También participó en la Guerra de 1895.   En ese mismo contingente llegó Francisco Mosquera, quien más tarde alcanzaría el grado de General en el ejército de su pais.  Avelino Rosas Córdova y Adolfo Peña Rodríguez fueron otros colombianos que ostentaron la máxima jerarquía militar cubana durante la guerra de 1895, entre muchos otros coterráneos que también se distinguieron en la lucha por la independencia de Cuba.  Más detalles en González Barrios, op. cit., pp. 55-71.

(19) Citado por Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, loc. cit., t. II, p. 158.

(20) En su artículo único el Congreso de los Estados Unidos de Colombia decretó: «La República de los Estados Unidos de Colombia reconoce a los patriotas de la isla de Cuba, en la guerra que sostienen para asegurar su independencia de la Nación española, todos los derechos de belijerantes sancionados por las leyes internacionales en guerra lejítima.» [sic.]  En Cuba-Colombia. Una historia común, op. cit., p. 142.

(21) Santovenia, op. cit., pp. 190-193.  El texto íntegro puede encontrarse en Correspondencia diplomática de la Delegación Cubana en New York, durante la Guerra de Independencia de 1895-1898, La Habana, Publicaciones del Archivo Nacional, 1943, t. II, pp. 115-117.  El documento exponìa la necesidad de una mediación panamericana en el conflicto hispano-cubano, calificaba la causa de Cuba como de todo el Continente, por lo que este no podía quedar impasible ante una contienda semejante a la librada anteriormente por las naciones de este hemisferio.  Este proyecto había obtenido el concurso de los gobiernos de México, Perú, Ecuador, Guatemala, Argentina, Chile y El Salvador.

(22) Tomado de Márquez Sterling, op. cit., p. 91.  El subrayado pertenece al original.

(23) Ibid., p. 88. El propio Prado ya había declarado: «La causa de Cuba es una causa santa, la causa de la redención americana.  Cuba es América y América es mi patria, y ¿qué no haría yo por América, qué no haría yo por mi patria?».  Citado por Sotolongo, op. cit., p. 40.

(24) Ibid., p. 162.

(25) En Ricaurte Soler, op. cit., p. 186.

(26) Ibid.  En realidad fueron Guatemala y Perú los países que reconocieron la independencia de Cuba y no El Salvador, que se limitó a la beligerancia.  Hay que precisar también que el gobierno argentino de Domingo F. Sarmiento aceptó en 1872 participar en el proyecto de mediación continental promovido por Colombia.  Después de concluída la contienda, varios paises de América Latina  (Honduras, México, Haití, Costa Rica, República Dominicana y Colombia) acogieron calurosamente a los cubanos.  Por ejemplo en Honduras  -país que brindaría una mayor ayuda a los cubanos en la guerra de 1895 que en la de 1868–, el gobierno liberal encabezado por Marco Aurelio Soto dio asilo a Máximo Gómez, Antonio Maceo y otros destacados patriotas, como también lo hiciera el de J. Rodríguez Zeledón en Costa Rica.  Ya en 1872 el gobierno hondureño había manifestado sus simpatías a la Revolución Cubana en carta dirigida al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, en respuesta a la convocatoria del ya mencionado Congreso americano.  En 1884 cuando los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo intentaron reanudar la lucha independentista, el Presidente hondureño Enrique Bográn les entregó dos mil quinientos pesos como anticipo de su contribución, mientras los gobiernos de Guatemala y Costa Rica daban su respaldo a ese proyecto revolucionario.  En República Dominicana, tierra natal de varios destacados generales (Máximo Gómez, Modesto Díaz, Dionisio Gil de la Rosa y los hermanos Marcano) y otros valiosos combatientes del Ejército Libertador –donde en 1875 la campaña a favor de Cuba alcanzara su climax, gracias a la incansable labor de los puertorriqueños Eugenio María de Hostos y Ramóm Emeterio Betances– el Presidente Gregorio Luperón ofreció también cálida hospitalidad a los exiliados cubanos.  Entre las dos guerras independentistas muchos patriotas cubanos encontraron asilo en Haití, constituyendose una importante colonia antillana en Cabo Haitiano.  Entre ellos figuraba Antonio Maceo.  El propio Martí encontró en Haiti, en 1893 y 1895, campo propicio para su campaña revolucionaria, al extremo que de allí partió la expedición que junto a Gómez lo llevaría a Cuba.

(27) Citado por Plasencia, op. cit., p. 154.  Al evaluar la postura de Francia, Inglaterra y Estados Unidos Martí escribió en mayo de 1875: «[…] no reconoceran esas grandes potencias la república de Cuba, sino cuando esté constituia: esas grandes naciones reconocen solamente los hechos consumados, por monstruosos que ellos sean […] y en cuanto a los Estados Unidos, sin hacer los cubanos un exagerado alarde de heroismo, han demostrado que para romper las cadenas que atan a la grande Antilla con España, se bastan y puede ser que sobren.»  Citado por Herrera Franyutti: Martí en México, loc. cit., p. 86. El subrayado en el original.

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