América Latina y la Independencia de Cuba
Sergio Guerra Vilaboy
Búsqueda del apoyo de Bolívar
A pesar del adverso resultado de las gestiones realizadas en Colombia por la comisión de cubanos, poco después de este frustrado intento volvió a cobrar fuerza la idea de lograr una entrevista directa con Bolívar para ganarlo a la causa de la independencia antillana. José Agustín Arango, que de Caracas había pasado por Cuba –con el propósito de dar a conocer en la isla la necesidad de aplazar por un tiempo el movimiento revolucionario– y luego regresado a Estados Unidos, recibió aquí a mediados de 1824 la encomienda de los emigrados -entre los firmantes figuraban José Aniceto Iznaga, Agustín Arias, José R. Castellanos, Antonio Abad Iznaga, Agustín de Las Heras y José Ramón Betancourt- para buscar un encuentro con el propio Libertador con vistas a obtener su respaldo personal al proyecto emancipador. Al llegar a Puerto Cabello, acompañado de Agustín de Las Heras, hermano del ya fallecido Coronel cubano José Rafael de las Heras, quien se había distinguido al servicio de Bolívar, Arango se entrevistó con el General Páez. Fue a raíz de esta reunión con los dos emisarios cubanos que El León del Apure escribió a Bolívar en agosto de 1824:
Estoy seguro de no engañarme, en el concepto de que Ud. tardará muy poco en libertar al Perú, así que reciba los contingentes de tropas de Colombia, y entonces no nos queda otro padrastro que la Habana. Yo cuento que Ud. no hará otra cosa que voltear las bayonetas vencedoras en el Perú, en favor de aquella preciosa parte de nuestros hermanos, que gimen bajo el pesado yugo de los españoles, los únicos que sufren los enojos que les hemos causado repetidas veces y sobre quiénes recargan su odio y furor. Para ésto si cuente Ud. conmigo y cuente con 3 o 4,000 hombres de Venezuela, los más guapos, y que en un mes de recibidas las órdenes aquí estaremos en La Habana. Es este ofrecimiento tan cordial como todos los que le he hecho en toda mi vida. Excuso decirle a Ud. la necesidad que tenemos de dar este golpe: los Sres Arango y Heras, que acababan de llegar de La Habana, y que siguen cerca de Ud., el primero en clase de enviado, y el segundo ya empleado como hermano del difunto Coronel Heras, que Ud. apreció tanto; ambos informarán a Ud. del estado de la Isla y de los elementos que ella contiene para su libertad; no olvide pués este encargo, y no me haga el agravio de olvidarse de mi para esta empresa, en la que deseo tomar parte, aunque sea unicamente para acompañarle.(29)
Antes de partir a entrevistarse con Bolívar en Perú, Arango se encontró con el General Valero, que marchaba con tropas colombianas de refuerzo en la misma dirección. Valero agregó al cubano Arango a sus efectivos en calidad de secretario privado y así llegó a Lima, acompañado también de Las Heras, sumado a las tropas bolivarianas. Para solicitar la audiencia a Bolívar, Arango y Agustín de Las Heras le dirigieron una «Exposición de dos hijos de la Isla de Cuba a S. E. el Libertador de Colombia y del Perú», fechada en Lima el 25 de febrero de 1825, y que después circularía clandestinamente en la Isla, en la que señalaban:
La Isla de Cuba, señor EXcmo. que ha tenido la desgracia lamentable de parecer hasta hoy enemiga de las instituciones republicanas del Continente de la América del Sur por el Gobierno que la rige, tiene muchos hijos, o diremos la mayoridad que son dignos del nombre americano y que aman la libertad, no por instinto o por rutina, sino en conciencia y por un íntimo convencimiento, patriotas acendrados, dispuestos a defenderla con el brazo, el corazón y la vida, cuando les abra camino el término feliz de los sucesos de estas regiones ya desencadenadas, y cuando el destino toque la hora de fortuna de que el Angel Tutelar de Colombia y del Perú, usted mismo, se digne ampararlos en la protección por que suspiran.
El cielo y la naturaleza conserven a V.E., tanto como deseamos para que con su genio sublime y su espada mucho más fuerte que la de la fatalidad llegue a ser también el Libertador de Cubanacán y de la hermosa Isla de Puerto Rico, últimas reliquias de la dominación española en el Atlántico, de donde debe ser despedida para su total oprobio y maldad. Tenemos la honra de ser, señor, sus más atentos y humildes servidores y de ofrecerle todas nuestras consideraciones y respetos.(30)
En abril de 1825 Arango y Las Heras –quien después se uniría a la comitiva de Bolívar que marchó al Alto Perú– se entrevistaron con el Libertador en Lima, considerando que tras la victoria de Ayacucho había llegado la hora de la libertad para las Antillas españolas. En la conversación Bolívar reconoció que:
él tenía resuelto mucho antes esa misma medida de echar a los españoles de Cuba y Puerto Rico para extinguirlos completamente de toda la América; que así lo había ofrecido y empeñado su palabra al Coronel Heras (José Rafael), cubano, que había hecho grandes servicios en su clase a Colombia y muerto gloriosamente en el campo de batalla defendiendo su causa.(31)
Según se desprende de todas las informaciones disponibles, cuando Bolívar regresó a Lima, terminada la campaña del Perú, algo debía preparar, pues el General Soublette recibió una carta de Antonio José de Sucre, fechada en Potosí, donde señalaba:
Desde febrero he escrito al gobierno a ver si quiere que este ejército vaya a La Habana, puesto que ya no tenemos qué hacer aquí. Yo reuniré más de 7 000 soldados, sin contar con los que ha traído el general Valero.(32)
Pero las aspiraciones de Bolívar tuvieron que ser por el momento postergadas. Por un lado debido a las inesperadas complicaciones de la última etapa de la liberación del Perú y el Alto Perú y, por el otro, las arduas tareas de la organización de las nuevas naciones y los recién surgidos conatos de anarquía, todo lo cual lo obligó a dilatar su viejo anhelo de libertar a Cuba y Puerto Rico e imponer a España el reconocimiento de la independencia hispanoamericana.(33) No obstante, parece que en los primeros meses de 1825 por fin pudo Bolívar dar su aprobación a la empresa libertadora, contando con la ayuda de México y la activa participación de los emigrados cubanos. Según el testimonio de Izanaga:
Simón Bolívar, en su gran imaginación y en su gran ambición de guerrero emancipador, abrió el grandioso propósito de invadir con sus huestes a Cuba, y la geografía y la política le obligaban a darse la mano en las Antillas con las legiones de México, obedeciendo a las mismas urgentes e indeclinables necesidades que lo hicieron trasponer los Andes y unirse al ejército argentino-chileno en el litoral del Ecuador. Cuba era y tenía que ser, sobre todo, para Colombia y México lo que fué el Perú para el hemisferio del Sur; el punto de apoyo desde donde España, vencida pero no domada, intentaría la conquista de sus colonias. Colombia y México, por lo mismo, guiados por el instinto de conservación, reconocieron que tenían que luchar juntas, en los campos de Cuba y Puerto Rico. Bolívar en su exaltada fantasía, no limitaba su grandioso programa a la emancipación de las Antillas, fué más lejos y soñò hasta con invadir la misma España, para imponer por la fuerza el reconocimiento de la independencia de las nuevas repúblicas. (34)
El Ejército Unido colombo-mexicano «Protector de la Libertad Cubana»
Las primeras referencias a este ambicioso plan conjunto de Colombia y México, probablemente el que mayor concreción alcanzaría en todos estos años para lograr la liberación de Cuba y Puerto Rico, aparecen en una carta de Santander dirigida a Bolívar, fechada en Bogotá el 6 de junio de 1825, en la que, al parecer, solo inicialmente se pretendía el bloqueo de La Habana con la colaboración mexicana.
Tengo entre manos y muy reservado el proyecto de bloquear La Habana con una fuerte escuadra. Llevo tres objetos: l. ccoperar a la reducción de Ulúa, sobre lo cual estamos de acuerdo con el Gobierno mejicano, que paga los gastos; 2. encerrar a los españoles en la isla para que no se metan a hostilizar nuestras costas; y 3. contribuir a realzar la gloria y reputación de Colombia. No hablo de expedición formal, porque no podemos hacerla por sí solos, estando muy bien guarnecida la isla. Espero de Europa un navio de 74, que se llamará Bolívar, dos bergantines y dos fragatas de a 44, que todo lo tengo pagado; estos buques, reunidos a los que tenemos, acabarán con la escuadra española, y luego pueden ir una fragata y un buen bergantín o corbeta al Pacífico para que no sea preponderante la fuerza marítima de los otros Estados. Si el bloqueo no nos rinde la cuenta, pensaremos formalmente en Puerto Rico. Estoy autorizado por el Congreso para todo, que ha sido buena fortuna.(35)
Al parecer en las conversaciones sobre este plan sostenidas entre el Ministro colombiano Gual y el representante mexicano en Bogotá, José Anastasio Torrens, el primero manifestó interés por la anexión de Puerto Rico a Colombia, aduciendo que los habitantes de esa isla eran colombianos por inclinación, pero que Cuba quedaría en libertad de decidir su propio destino en caso de ser derrotada España. Con seguridad estos importantes acuerdos logrados entre los dos paises fueron también el resultado de las gestiones del propio Torrens, quien, preocupado con la posibilidad de que Colombia se lanzara sóla en la aventura antillana, en la nota reservada #4 a su gobierno, fechada el 28 de junio de 1825, había escrito:
Habiéndose celebrado en estos días una Junta de Gobierno en virtud de movimientos en Cuba, pasé a la Secretaría de Relaciones Exteriores con el fin de descubrir las miras de C. [olombia, (SGV)] sobre esta isla; a pocas palabras me dijo el señor Gual que se trata de los auxilios de marina prometidos a México, y que las atenciones del Perú han impedido prestar. Le hice saber entonces que tenía instrucciones para solicitarlos, ofrecer pago de los sueldos durante el tiempo de su servicio y combinar un plan de operaciones entre ambos gobiernos. El plan es que los gobiernos de México y Colombia declaren en estado de bloqueo no sólo a Ulúa sino también a La Habana y Cuba, que la marina cruce delante de estos dos puertos de la isla y desembarque mil colombianos que fortifiquen en un punto; de el cual no hagan incursión alguna antes bien proclamen que no ban [sic.] á forzar á los habitantes a tomar un partido contra su inclinación sino a auxiliarlos si quieren hacer su independencia: y si no limitarse a quitar los recursos a los españoles atacando su Comercio. Que reunido el Congreso de Panamá se debe proponer que las nuevas repúblicas levanten una marina para llevar la guerra á España (después de concluir con Cuba y Puerto Rico) cruzando en el Mediterráneo y haciendo desembarcos; añadió que sin este plan no es practicable el bloqueo de Ulúa, no habiendo en nuestras costas puertos donde se reparen los buques que sufran de un combate: que en el caso del plan irán al puerto guarnecido por los colombianos en Cuba.(36)
La participación de México en esta empresa libertadora tenía antecedentes que se remontaban a varios años atrás. Al parecer los primeros planes de cooperación militar entre México y Colombia surgieron cuando se suscribió entre los dos estados el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua el 3 de octubre de 1823. Fue en este contexto cuando Guadalupe Victoria, a la sazón Comandante General de Xalapa, con la estrecha colaboración del habanero Simón de Chávez, un renegado fraile betlemita, entonces Coronel del ejército de México, y un grupo de activos yorkinos, que se fundò en Puente de la República, en la provincia de Veracruz, el 30 de mayo de 1823, la organización de la Gran Legión del Aguila Negra. La sociedad estaba basada en un pacto secreto para combatir a los españoles y obtener «la libertad general de las Américas», por lo cual no tardaría en ramificarse en Cuba. (37) También se conoce que el 8 de junio de 1824 sus miembros volvieron a reunirse en la villa de Xalapa, presididos por el propio Simón de Chávez, para adoptar acuerdos antes de la partida del primer jefe o «Varón Fuerte», Guadalupe Victoria, en dirección a la capital de México.(38)
El 18 de agosto de 1824 el General mexicano Antonio López de Santa Anna, responsabilizado con la organización de una expedición para libertar a Cuba que se preparaba en Yucatán –entre cuyos jefes figuraba el habanero Francisco de Sentmanat, vinculado al grupo revolucionario de Filadelfia y apasionado seguidor de su antiguo maestro Félix Varela, quien en marzo de 1825 ya tenía 500 hombres en Campeche y dos o tres buques listos para atacar La Habana–, en misiva a su gobierno, aludía a una especie de división de las futuras operaciones militares con Colombia, en la que a este país correspondía atacar a Puerto Rico y a México Cuba. (39)
Antonio López de Santa Anna
Cumpliendo con el encargo del S. P. E. y con mi deseo de trabajar por el bien general he logrado ponerme en comunicación con personas respetables de la Isla de Cuba. Acabo de recibir una larga esposición, en que al favor de razones muy sabias se persuaden la necesidad y utilidad de la Independencia de dicha Isla respecto al continente Mejicano. Efectivamente la unión de ambos países nos procuraría la rendición del Castillo de San Juan de Ulúa, ahorrándonos los crecidos gastos de la guerra que mantenemos, y perjuicios irreparables que Veracruz esperimenta, y facilitaría la esplotación de nuestras minas, la esportación de nuestras producciones é importación de efectos estrangeros con ventajas inmensas, la creación de una marina, que es de primera consideración, y en una palabra, la promoción de todos los ramos de prosperidad pública.[sic] (40)
Además. el 4 de julio de 1825 se constituyó en México, en las casas del antiguo Convento de Belén y sala de sesiones de la sociedad lancasteriana, la «Junta Promotora de la Libertad Cubana» integrada por muchos antiguos conspiradores de los Soles y Rayos de Bolívar, exiliados en la tierra azteca, como José Teurbe Tolón y Antonio Abad Iznaga, junto a otros cubanos como Juan Domínguez, Pedro J. de Rojas, Juan Antonio de Uzueta, Roque de Lara, Antonio José Valdés, Miguel Machado y los hermanos Pedro y José Francisco Lemus. (41) En la sesión inaugural, donde actuó como Presidente el habanero Juan Antonio de Uzueta y de secretario José Fernández Velazco, se acordó:
todos los hijos y vecinos de la isla de Cuba que nos hallamos en Méjico, tomando en consideración la suerte fatal a que se hallan reducidos nuestros hermanos los habitantes de aquel rico suelo, por la bárbara dominación que los tiene oprimidos […]
Conociéndose que la opinión general de aquellos habitantes estaba manifestada repetidas veces, no sólo para hacer su independencia, sino hacerla con la ayuda de los mejicanos, con quienes se hallan identificados por todas las simpatías que pueden ligar a un pueblo con otro […] acordaron unánimemente suplir en Méjico lo que en la isla de Cuba no podían lograr, nombrando una Junta que con el nombre de Promotora de la Libertad Cubana trabaje, active y logre la realización de aquellas esperanzas, cerca del septimo gobierno de la federación en quien todos descansamos con entera confianza que conseguirá que el aguila de los aztecas remonte su vuelo majestuoso sobre la antigua Cubanacán […] (42)
Todo indica que frustradas entonces las gestiones en Colombia los cubanos depositaron todas sus esperanzas en México, donde se concentraron muchos exconspiradores de los Soles y Rayos de Bolívar, convencidos que la ansiada expedición libertadora partiría de Yucatán encabezada por los generales Antonio López de Santa Anna y Nicolás Bravo. (43) Con la finalidad de participar en estos preparativos, en septiembre de ese año arribó José María Heredia procedente de Estados Unidos y en octubre Miralla, acompañado desde Colombia por el Coronel veracruzano Ignacio Basadre, quien expresamente lo había ido a buscar a Bogotá, viaje de retorno financiado por el Ministro de México en aquel país José Anastasio Torrens. (44) Esa fue también la oportunidad en que el historiador cubano José Antonio Valdés, llegado a México en 1820 procedente de Buenos Aires, comenzó a editar el periódico Aguila Méxicana (1823-1826), órgano de los masones del rito de York y defensor del gobierno de Guadalupe Victoria, mientras El Indicador Federal daba a conocer las siguientes noticias supuestamente recogidas en Cuba:
hay mucho desorden, la genta habla ya de independencia abiertamente, las familias se están yendo sin saber la causa. Se espera a sus libertadores, mexicanos o colombianos: muchos guajiros se han ido a las costas, pues les habían asegurado que los expedicionarios estaban desembarcando la tropa y ellos iban a unírseles; otros se jactaban de que tienen sus caballos bien gordos y sus machetes bien afilados para que en cuanto lleguen sus hermanos los mexicanos o colombianos, se les admita en sus filas y morir si es menester por hacer libre a su patria. (45)
El 1 de septiembre la «Junta Promotora de la Libertad Cubana» envió un mensaje al Congreso mexicano firmado por algunos cubanos y personalidades de México (Antonio Abad Iznaga, Lorenzo Zabala, José Antonio Mozo, Joaquín Casares y Armas, Manuel Gual, José Antonio de Echavarri, José Teurbe y Antonio Valdés) para solicitar respaldo a la emancipación antillana, dado que unos meses atrás ese órgano legislativo no le había dado su aval. En algunas de sus partes el histórico documento señalaba:
Los individuos que suscriben, naturales de la isla de Cuba unos, y ciudadanos mejicanos otros, interesados todos en la felicidad de ambos países, se dirigen al Congreso general mejicano, llenos del sagrado entusiasmo que inspira el amor á la libertad, con la exposición siguiente:
Cuando por resultado de los heroicos esfuerzos de los americanos, todo el nuevo continente se ve libre en el dia de una dominación extranjera, y cuando especialmente los oprimidos pueblos por el español, han sacudido enteramente las cadenas de aquel bárbaro gobierno, la desgraciada isla de Cuba, porción importante y preciosa de la América, se halla en el dia encorvada bajo el yugo terrible de ese enemigo feroz de toda libertad. En estas circunstancias, los hijos de Cuba, unidos siempre en deseos con sus hermanos del continente, aislados en todos sentidos, no tienen otro recurso que, ó esperar de la nación mejicana ó colombiana su libertad, ó entregarse ellos mismos al desesperado partido de la insurrección, en medio de una población heterogénea que conduciría à resultados sumamente dudosos.(46)
Al parecer en octubre de 1825 el Presidente Victoria tenía casi lista la expedición en Yucatán: Santa Anna había puesto en práctica una leva entre los indígenas de Yucatán y fabricado incluso cientos de escalas para asaltar las fortalezas habaneras de El Morro y La Cabaña. Por eso el mandatario mexicano sólo aguardaba la llegada de unos buques que se construían en el extranjero, así como el traslado del batallón colombiano Girardot a Cartagena, misión encomendada por Bolívar al General puertorriqueño Valero, tras su exitoso desenvolvimiento en la conducción del sitio de El Callao, donde había contado en sus fuerzas a los cubanos Arango, como Auditor de Guerra del Ejército Unido, y a Pedro Pascasio Arias y Céspedes como Teniente Ayudante. En Cartagena la presencia de las fragatas Venezuela y Boyacà, la corbeta Ceres y los cañoneros Oreja y Bolívar indicaban la próxima partida de la expedición libertadora. (47) Además, el Presidente Victoria logró que el 26 de enero de 1826 los comités de Guerra y Asuntos constitucionales del Senado mexicano aprobaran la siguiente resolución:
l. Se autoriza al Gobierno para que en unión de la República de Colombia emprenda una expedición militar con objeto de secundar los esfuerzos de los habitantes de Cuba en la consumación de su independencia.
2. En caso de que la causa de la libertad triunfe en Cuba, el Gobierno está obligado a procurar por todos los medios que se establezca en ella la representación nacional con las mismas bases y derechos del pueblo que en las nuevas Repúblicas americanas. (48)
Casi simultáneamente, en carta del 21 de enero de 1826, dirigida a Bolívar, el Vicepresidente de Colombia, Francisco de Paula Santander, confirmaba estos preparativos cuando comentó:
[…] estoy en el siguiente plan: como con la ocupación del Castillo de San Juan de Ulúa por los mexicanos, verificada el 18 de noviembre, se ha disuelto el convenio que teníamos con el Gobierno Mexicano para darle nuestra marina, ahora he despachado un oficial a Veracruz con un nuevo plan, reducido a reunir nuestras fuerzas navales de mayor porte y emprender una operación decisiva sobre la escuadra española que está en La Habana […]
Francisco de Paula Santader
Esta escuadra es fuerte, pues los españoles la han aumentado mucho en todo el año pasado; cada una de por sí, entre la armada de México y la nuestra, es débil y no puede hacerle frente; pero reunidos somos superiores y no hay duda de que batimos a los godos. Batida esta fuerza, quedamos seguros en el interior y costas, porque los españoles no tienen en qué conducir tropas; entonces podemos disminuir el ejército y, por consiguiente, los gastos; podemos bloquear a Cuba, Puerto Rico o Canarias, o cruzar sobre los mares de Europa y reducir al gobierno español a una situación muy triste y embarazosa. (49)
Para solidificar estos planes conjuntos, Colombia y México firmaron el 17 de marzo de 1826 un tratado que regulaba su alianza para combatir a España tanto en las Antillas, como en las propias costas del Continente. (50) A este nuevo convenio se le denominó «Plan de Operaciones para la Escuadra Combinada de México y Colombia.» Como complemente del mismo se estableció incluso un código de señales para la flota de guerra (51), que fue puesta bajo el mando del Comodoro Porter.
Oposición de Estados Unidos a la independencia de Cuba
La paralización de los avanzados preparativos de la expedición colombo‑mexicano, el esfuerzo más acabado para la independencia de las Antillas de todos los ideados en el periodo, se debió a la abierta oposición del gobierno de Estados Unidos, que consideraba a Cuba y Puerto Rico no sólo dentro de su esfera de interés comercial, sino también campo propicio para la expansión territorial norteamericana. Cuando en 1808 la península ibérica fue ocupada por los ejércitos de Napoleón, Estados Unidos decidió aprovechar la ocasión para ocupar los territorios hispanoamericanos contiguos, pretensión que advirtió el Encargado de Negocios de España en Washington al señalar la existencia de un proyecto norteamericano para lograr «la reunión del reino de México y las islas de Cuba y Puerto Rico bajo estos Estados Unidos» (52). El propio Presidente Thomas Jefferson, en carta desde Monticello, del 27 de abril de 1809, escribía a su sucesor James Madison ante la posibilidad de que Napoleón cediera la Florida a Estados Unidos:
Aunque con alguna dificultad consentirá también en que se agregue Cuba a nuestra Unión, a fin de que no ayudemos a México y las demás provincias. Eso sería un buen precio. Entonces yo haría levantar en la parte más remota al Sur de la isla una columna que llevase la inscripción Ne Plus Ultra, como para indicar que allí estaba el límite de donde no podía pasarse, de nuestras adquisiciones en ese rumbo. Lo único que en ese caso nos faltaría para completar para la libertad el Imperio más vasto que jamás se vio en el mundo, desde la creación […] (53)
Thomas Jefferson
De ahí en adelante el interés norteamericano por las Antillas españolas se acrecentó, en la misma medida en que disminuía su comercio con las colonias rebeldes de Hispanoamérica. Debido a que la fuerza naval de Inglaterra impedía por el momento absorber a «Estas islas [que] por su posición local, son apéndices naturales del continente norteamericano» (54), Washington prefirió que permanecieran en manos de una potencia decadente como España, en espera de las condiciones favorables para hacer norteamericanas a las dos islas. Desde ese momento esta sería la política de Estados Unidos hacia Cuba, la que se mantendría inalterable a todo lo largo del siglo XIX. Así el Secretario de Estado del gobierno de James Monroe, John Quincy Adams, instruyó el 28 de abril de 1823 a su representante en Madrid para dar garantías a la Corona española de que «los deseos de su gobierno son que Cuba y Puerto Rico continúen unidos a la España […]» (55) Precisamente en esa misma carta estaba la descarnada formulación de la tesis de la «fruta madura»:
[…] cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta años, casi es imposible resistir a la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad.
Es obvio, sin embargo, que para ese acontecimiento no estamos todavía preparados y que a primera vista se presentan numerosas y formidables objeciones contra la extensión de nuestros dominios territoriales dejando el mar por medio […] pero hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, así como una manzana separada de su árbol por la fuerza del viento, no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norte-Americana, y hacia ella exclusivamente, mientras que la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de recibirla en su seno. (56)
John Quincy Adams
Esta decisión fue luego ratificada por Henry Clay, sustituto de Adams en la Secretaría de Estado, en las instrucciones del 27 de abril de 1825 a su nuevo diplomático en Madrid: «Este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de España. Este gobierno no desea ningún cambio político de la actual situación». (57)
Esas fueron las razones que llevaron a los Estados Unidos a oponerse a todos los proyectos de Bolívar y Guadalupe Victoria para independizar a las Antillas españolas, a pesar de que los gobernantes norteamericanos estaban convencidos de que el pueblo cubano aspiraba a su emancipación. Así lo reconoció Clay a Henry Middleton el 10 de mayo de 1825 al referirse al plan expedicionario colombiano-mexicano: «El éxito de la empresa no es nada impobrable [… ya que (SGV)] una gran parte de la población de la isla está predispuesta a la separación de España, y por consiguiente se convertiría en un poderoso aliado de las armas republicanas.» (58) La hostil política norteamericana la expuso claramente el propio Clay a fines de ese mismo año en enérgicas notas a México y Colombia, exigiendo la inmediata suspensión «de la salida de la expedición contra Cuba y Puerto Rico que se sabe se está preparando en Cartagena, o de cualquiera otra que se medite contra estas islas […]» (59)
Derecha – Henry Clay
El Congreso de Panamá y la cuestión cubana
Ante la fuerte presión norteamericana, el gobierno de Bogotá -‑como el de México-‑ se vio obligado a responder que «no aceleraría, sin grave motivo, operación alguna de gran magnitud contra las Antillas españolas, hasta que sometida la proposición al juicio del Congreso Americano del Istmo se resolviera de consuno sobre ella por los aliados». (60)
La presión norteamericana sobre Colombia y México llevò a los patriotas a postergar para el Congreso de Panamá los planes libertadores tal como lo informó el periódico El Astro de América, editado en Veracruz por el habanero José Ramón de Betancourt, en su número 77 del 20 de julio de 1826:
En Megico [sic] parece que se ha abandonado el proyecto de invadir a Cuba hasta que el asunto se discuta en el Congreso de Panamá.[sic.] Esta medida es sabia: España sin esperanza de reconquistar sus colonias, se verá obligada á reconocer la independencia que ellas han proclamado, y entonces estas salvan los gastos y evitan los riesgos de la expedición. Si aquella no lo hace, Cuba y Puerto Rico pueden ser atacadas […]61
Eso explica que entre las propuestas presentadas por Colombia al Congreso de Panamá, reunido del 22 de junio al 15 de julio de 1826, había una dirigida a que se «considerase la conveniencia de combinar las fuerzas de las Repúblicas para libertar a las islas de Cuba y Puerto Rico del yugo de España, y en tal caso, con que contingente debiera contribuir cada uno a este fin».(62)
Además, para tratar de comprometer a los delegados con la causa independentista de las dos islas caribeñas, Bolívar se las arregló para hacer coincidir en la cita de Panamá a los cubanos José Agustín Arango (63) -‑Secretario de la delegación peruana encabezada por Manuel Lorenzo de Vidaurre, la misma persona que había estado involucrada en Cuba en la conspiración de los Soles y Rayos-‑ y Fructuoso del Castillo -‑Edecán del representante colombiano-‑ con el General puertorriqueño Valero, quien se encontraba de regreso del sitio victorioso de El Callao y, en calidad de Comandante Militar del Istmo, tenía la encomienda de trasladar a Cartagena el batallón Girardot, formando parte de la movilización de efectivos para la planeada expedición libertadora. Ademàs, en la villa de Panamá también estaba el cubano José Aniceto Iznaga. que había salido de Estados Unidos para Perú a principios de noviembre de 1824 –en compañía de Pedro Pascasio J. Arias, Juan Gualberto Ortega y Francisco Melitón de Lamar, incorporados a las fuerzas colombianas–, lugar este último a donde había llegado en mayo de 1825 para conocer la respuesta de Bolívar a Arango, Las Heras y Valero. Después Iznaga se trasladó a Guayaquil y finalmente completó este largo periplo con su aparición en Panamá, justamente poco antes de que tuviera lugar la reunión del Congreso Anfictiónico, cuando ya estaban en el istmo algunas de las delegaciones invitadas. También arribaron casi simultáneamente a Panamá los jóvenes cubanos Bartolo del Castillo, hermano de Fructuoso, y Ramón Guerra, quienes finalmente se incorporarían al ejército de Bolívar. En ese contexto también hizo acto de presencia en el Istmo Antonio Hernández Iznaga, pariente de José Aniceto, la figura más importante de la conspiración de la Fernandina de Jagua (Cienfuegos), frustrado complot cubano –denominado de los Yuquinos– que pretendía apoderarse de la fortaleza ubicada a la entrada de la bahía de Cienfuegos, contando con la ayuda colombiana ofrecida por el agente bolivariano Carlos Ramos. (64)
Otra vez la oposición norteamericana impidió que el Congreso de Panamá se pronunciara sobre la cuestión de la independencia antillana, echando por tierra las esperanzas depositadas por Bolívar en el cónclave hispanoamericano.(65) La documentación histórica prueba de manera irrefutable que los enviados de Estados Unidos a Panamá tenían instrucciones terminantes de rechazar cualquier resolución en tal sentido. Se sabe que las altas esferas gubernamentales de Estados Unidos habían llegado a la conclusión de que la delegación que viajaría a la reunión hispanoamericana debía «informar a los nuevos estados de forma abierta y sin ambages que no podíamos permitir ni permitiríamos que esas islas fueran molestadas.» (66) Además, la política norteamericana era de conocimiento público, lo que sin duda influyó en el ánimo de los delegados al Congreso de Panamá, pues el propio Presidente Adams de Estados Unidos en su mensaje de 1826 acababa de declarar:
Las convulsiones a que se verían expuestas Cuba y Puerto Rico en caso de verificarse tal invasión y el riesgo de que por la misma causa cayesen en manos de alguna potencia europea que no fuese España, no permite que desatendamos estas consecuencias que podrían mirarse con indiferencia en el Congreso de Panamá. Es innecesario detenerse en este particular ni decir más, sino que todos nuestros esfuerzos con referencia a este interés, se dirigirán a conservar el actual estado de cosas, la tranquilidad de aquellas islas y la paz y seguridad de sus habitantes. (67)
Ya Santander, en informe reservado a Bolívar fechado el 9 de marzo de 1826, había alertado sobre la injerencia norteamericana: «Los Estados Unidos se han interpuesto con este gobierno para que se suspenda todo armamento contra la isla de Cuba […]» (68), con el pretexto que de otro modo pueden entorpecerse las negociaciones con España para lograr su reconocimiento a la independencia de las repúblicas hispanoamericanas.
Al conocer que México y Colombia, cediendo a la poderosa presión norteamericana, habían decidido suspender definitivaente su apoyo a la independencia de Cuba, un grupo de patriotas radicados en México, encabezados por José Francisco Lemus, líder de la frustrada conspiración de los Soles y Rayos, acordó:
En la heroica ciudad de Veracruz á 8. de Octubre de 1826, reunidos los Ciudadanos que suscriben […], naturales todos de la Isla de Cuba, dijeron: que en otra reunión […] se trató de dar impulso á la recolección, anteriormente acordada de un fondo suficiente á proporcionar los elementos necesarios para formar una expedición parcial sobre la referida Isla, bien combencidos de que en las presentes circunstancias, no era de esperarse ningún ausilio defuerza armada de las nuevas repúblicas del Continente [sic.] […] (69)
NOTAS
(29) Tomado de Vivanco, op. cit., t. II, p. 126. Bolívar le contestaría mucho después (16 y 30 de agosto de 1825) dos cartas a Paéz en las que alude a la próxima empresa libertadora. En la primera, procedente de Potosí, el Libertador le señaló: «Usted habrá visto por mis anteriores cartas, que han marchado para Venezuela mil seiscientos hombres: que dentro de tres meses marcharán otros tantos, y que probablemente en todo el año entrante iré yo, llevando seis mil hombres. Aseguro á usted que cada dia estoy más y más determinado á ejecutar esta operación [el propio Páez asegura que se refiere a Cuba, (SGV)], de que resultará un inmenso bien a Colombia». En Memorias del General José Antonio Páez, op. cit., p. 454.
(30) El texto íntegro en Vivanco, op. cit., t. III, pp. 131-133.
(31) Citado por José Aniceto Iznaga: «Peregrinación patriótica a Colombia». En Emilio Roig de Leuchsenring: Bolívar […], op. cit., p. 146.
(32) Citado por Mariano Abril: Antonio Valero. Un héroe de la independencia de España y América, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1971, p. 147. En otra carte de Sucre dirigida a Bolívar, fechada el 20 de septiembre de 1826, el Gran Mariscal de Ayacucho dice «me convida usted a la expedición a La Habana; no sólo la acepta por mil motivos de gratitud y de gloria, sino que la anhelo; creo que ella a un tiempo sirve a los destinos de Colombia y de la América». Citado por Francisco Pacheco: «Cuba y la solidaridad latinoamericana», en María Cristina Llerena [compiladora]: Sobre la guerra de los 10 años. 1868-1878, La Habana, Edición Revolucionaria, 1973, p. 337.
(33) Según se desprende de la correspondencia del Libertador, poco después de la batalla de Ayacucho Bolívar vaciló en emprender la liberación de Cuba, en un momento en que incluso pensó retirarse a la vida privida ante los grandes problemas a enfrentar. Así en carta a Santander, del 20 de diciembre de 1824, le escribe: «Desde que los negocios del Perú se empeoraron tan horriblemente […] estoy resuelto a dejar este gobierno y el de Colombia.» Y añade: «Me parecía bien que el gobierno de Colombia […] intimase a la España que si en tanto tiempo no reconocía la independencia de Colombia y hacía la paz, estas mismas tropas irían a la Habana y Puerto Rico. Más cuenta nos tiene la paz que libertar esas dos islas: J`ai ma politique á moi. La Habana independiente nos daría mucho que hacer, la amenaza nos valdrá más que la insurrección. Si los españoles se obstinaren, Sucre puede ir a una parte, y Páez a otra […]». En Obras Completas, loc. cit., t.II, pp. 58-60. Esta misma idea la reiteró en carta a Santander del 20 de mayo de 1825. Sin duda las presiones de los patriotas cubanos, y el mismo peligro que significaba la presencia española en Cuba, al no verificarse el reconocimiento, determinaron que Bolívar siguiera adelante con su viejo anhelo de contribuir a la emancipación antillana.
(34) José Aniceto Iznaga: «Por que Cuba y Puerto Rico no fueron libertadas por Bolívar. El Congreso de Panamá de 1826», En Roig: Bolívar […], op. cit., p. 156.
(35) Citado por Ponte: José Antonio Miralla […], op. cit., pp. 90-91. Se sabe que los planes y destinos de la expedición se realizaron con gran discreción, al extremo que el General Lino Clemente, nombrado por Colombia Comandante General de la Escuadra de Operaciones no los conocía. El 10 de noviembre de 1825 el Encargado de Negocios norteamericano en Bogotá escribía al Secretario Henry Clay: «Indudablemente hay aquí preparativos para una expedición militar fuera de Colombia. Todos saben el objeto de ella, pero nadie sabe a punto fijo el lugar de destino. Sin embargo, como las posesiones del enemigo en los mares americanos están restringidas a las dos islas de Cuba y Puerto Rico, no es aventurado decir que la expedición se dirigirá a alguna de ellas. Casi toda la fuerza naval de la República se halla reunida en este puerto. [Cartagena, SGV]». Citado por Roldán Oquendo, op. cit., p. 72.
(36) Tomado de Vivanco, op. cit., t. III, p. 175.
(37) Véase Lucila Flamand: «La emancipación de México y la lucha independentista de Cuba», en México y Cuba. Dos pueblos unidos en la Historia, México, Centro de Investigación Científica Jorge L. Tamayo, 1982, t. I, p. 14. Más detalles en Adrián del Valle: Historia documentada de la conspiración de la Gran Legión del Aguila Negra, La Habana, Imprenta «El Siglo XX», 1930. Según este autor, en 1826, aprovechando el viaje a La Habana del músico José Rubio, se envió una copia de la institución del Aguila Negra que en poder de Manuel Rojo en La Habana sirvió para organizar la sociedad en Cuba. Para esos fines se elaboraron unos estatutos más atemperados y sencillos. Véase el texto íntegro del acta constitutiva de la Legión en del Valle, op. cit., p. 105 y ss.
(38) Ibid., pp. 94-95. El documento íntegro en las pp. 110-111.
(39) Véase Emeterio S. Santovenia: Bolívar y las Antillas hispanas, Madrid, Espasa-Calpe S.A., 1935, p. 69. Según Vivanco, op. cit., t. II, p. II, en abril de 1822 el agente mexicano Eugenio Cortés había alquilado en Estados Unidos la fragata Poccahontas of Baltimore y la goleta Highlander para recoger una expedición en Veracruz dirigida a liberar a Cuba. El mismo autor señala (p. 166) que Santa Anna llegó a tener movilizados en octubre de 1824 a 700 hombres y 4 buques y que el mando de la expedición de vanguardia sería confiado al Capitán Ricardo Toscano. Además, en Campeche los cubanos emigrados, encabezados por Sentmanat, llegaron a formar dos compañías que recibieron instrucción militar (p. 174). Al parecer la expedición no llegó a salir en marzo de 1825, como estaba previsto, por las noticias sobre refuerzos militares recién llegados a La Habana, así como al no contar con la autorización del Congreso mexicano.
(40) El texto íntegro de la carta en Luis Chávez Orozco: Un esfuerzo de México por la independencia de Cuba, México, Publicaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, 1930, pp. 123-125. El propio Santa Anna dirigió un manifiesto a los habitantes de la isla de Cuba, fechado en Campeche el 7 de marzo de 1825, en donde entre otras cosas decía: «Cubanacanos: […] A la República de Méjico, a esta nación poderosa, vuestra vecina, no puede serle indiferente la desgracia vuestra. Desea vuestra regeneración política, ora forméis un Estado distinto de su confederación, ora os agregueis á ésta ó á la República de Colombia. De cualquier modo os lo aseguro a nombre de mi Gobierno, contad con sus recursos y cooperación.» En José Luciano Franco: Armonía y contradicciones cubano-mexicanas (1554-1830), La Habana, Casa de las Américas, 1975, p. 82. Según otra carta de Santa Anna a su gobierno, fechada el 26 de agosto de 1824, necesitaba 500 mil pesos para los gastos, los batallones 7 y 10 de línea, más el 13 (con 850 plazas) que él mismo dirigía, y la milicia que personalmente entrenaba, para completar 4 mil hombres con 12 piezas de artillería volante y dos obuses. Vivanco, op. cit., t. III, pp. 165-166.
(41) Francisco J. Ponte Domínguez: La masonería en la independencia de Cuba, op. cit., p. 39. Según algunos autores José Francisco Lemus, encarcelado en Cuba por su destacada participación en la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, fue desterrado a España de donde pasó a México via Gibraltar. El periódico el Aguila Mexicana publicó la noticia del arribo de Lemus a México el 4 de junio de 1826. Véase Pérez Guzmán, op. cit., p. 88.
(42) Citado por Vidal Norales y Morales: Iniciadores y Primeros Mártires de la Revolución Cubana, La Habana, Imprenta Nacional de Cuba, 1963, t. I, pp. 119-120. Los subrayados son del original.
(43) A esparcir esta idea contribuyó que en la segunda reunión organizada por el gobierno mexicano con los patriotas cubanos –la primera se había celebrado el 16 de agosto de 1825 con la presencia de 21 antillanos–, en busca de apoyo para la independencia de la Isla, asistió el propio Vicepresidente de México General Nicolás Bravo, excompañero de armas de José María Morelos, quien en un brindis expresó: «Prometo a los cubanos que si el Gobierno no me nombra jefe de la expedición libertadora de su patria, iré a ella como simple soldado.» Citado por Roldán Oquendo, op. cit., p. 82.
(44) En carta al Canciller de su nación, Torrens comunicaba desde Bogotá la importancia de trasladar a Miralla a México: «Siendo mui interesante que el Sr. Coronel D. Igno. Basadre represente a V.E. a la mayor brevedad para informarle de algunos negocios importantes en la isla de Cuba, saldrá de aquí el 15 del corriente en compañía del Sr. Miralla, Comisionado de dicha isla en esta capital en la que ha residido un año con objeto de pedir a este gobierno en cuplimiento de su comisión los medios de hacer la independencia de aquel país, pero no habiéndole resuelto aquí nada después de haber estado aquí un año en contextaciones, se ha determinado a hacer la propuesta al nuestro y yo considerando las ventajas que nos resultarán de semejante medida he aprovechado la coyuntura de hacer a mi patria un servicio positivo […] Yo me prometo que por el influjo que goza dicho Miralla en la isla, y por el conocimiento geográfico, topográfico y estadístico que tiene de toda ella, el govierno sacará muchas ventajas, y que mis conatos serán coronados con un feliz resultado.» [sic.] Tomado de Eduardo Labougle: «José Antonio Miralla. Poeta Argentino», en Ponte: José Antonio Miralla […], op. cit., p. 130.
(45) Publicado el 8 de junio de 1825. En Roldán Oquendo, op. cit., p. 96.
(46) El documento completo aparece en las Memorias del General José Antonio Páez, op. cit. pp. 466-474. Puede también observarse en este texto el permanente temor de los criollos blancos a una repetición de los sucesos de Haití.
(47) En una carta de un alto oficial de esta Armada, fechada el 23 de octubre de 1825 y dirigida a su hermano en Estados Unidos se decía: «Presumo habrás oído que se prepara una expedición contra la isla de Cuba: consiste ésta en un navío de 74, cinco fragatas, seis corbetas, un cierto número de bergantines, goletas, lanchas cañoneras, etc. El número de tropas es de diez a doce mil hombres y creemos generalmente que por la opinión de sus naturales será fácil el logro de la empresa sin derramamiento de sangre. Nuestra salida está detenida porque se esperan de Nueva York dos fragatas que deben llegar por momentos; de suerte que dentro de pocos días me verás otra vez en el campo de la guerra […] Las operaciones de la Armada serán dirigidas por el general Lino Clemente, el comodoro [Renato, (SGV)] Beluche y yo. Yo creo [que] está deseada expedición no encontrará oposición en los generosos habitantes de la opulenta isla de Cuba […]» Citado por Roldán Oquendo, op. cit., p. 89. Por otra parte, la Gaceta Extraordinaria de México publicó el 11 de marzo de 1826 una carta procedente de Cartagena donde se señalaba: «Aquí he encontrado muy en caliente la expedición para la isla de Cuba, tanto que el Gobierno ha dispuesto que en todo marzo estén aquí diez mil hombres y listas las fuerzas navales compuestas al presente de cinco fragatas, algunos corsarios, dos fragatas más que se esperan del norte americano de un momento a otro, y un navío y otra fragata suecos que están en la bahía y que trata la nación de comprarlos.» (Ibid., p. 90)
(48) Citado por Chávez Orozco, op. cit., p. XLIV.
(49) Citado por Gabriel Giraldo Jaramillo: Colombia y Cuba, Bogotá, Editorial Minerva Ltda., 1953, p. 63 y Emeterio S. Santovenia: Armonía y contradicciones en torno a Cuba, op. cit., p. 77. El Canciller colombiano le escribiría unos días despues (26 de enero de 1826) al Libertador: «se trata ahora de unir las dos escuadras colombiana y mexicana, destruir la enemiga y si se conviene en mi indicación, perseguir luego el comercio español en sus propios muelles.» Citado por Roldán Oquendo, op. cit., p. 86.
(50) Santovenia, Armonía […] op. cit., p. 78. Al parecer este acuerdo sustituyó al rubricado entre los dos gobiernos el 19 de agosto de 1825 sobre la cooperación colombiana con México para la rendición de San Juan de Ulúa y que fue dado por terminado el 17 de enero de 1826 tras la capitulación de esa fortaleza.
(51) Una copia de este acuerdo se entregó, por ejemplo, al capitán de un barco mexicano que por esos días debía zarpar de Acapulco, hacia Jamaica, por la ruta del Cabo de Hornos. En las instrucciones secretas se le decía: «Podrá ser que cuando V.S. se encuentre en la latitud del Cabo, la escuadra combinada de México y Colombia se halle en los mares de esta última nación o en el Archipiélago de las Antillas y siendo muy posible que en la ruta de ese navío encuentre V.S. con dicha escuadra o con algunos de los buques que la componen, ha dispuesto el Presidente se instruya a V.S. [del código de señales (SGV)] […] para prevenir una equivocación […] Citado por Roldán Oquendo, op. cit., p. 86.
(52) Citado por Philip S. Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, La Habana, Editora Universitaria, 1966, p. 181.
(53) Citado por José Ignacio Rodríguez: Estudio histórico sobre el origen, desenvolvimiento y manifestaciones prácticas de la idea de la anexión de la Isla de Cuba a los Estados Unidos de América, La Habana, La Propaganda Literaria, 1900, p. 50.
(54) Tomado de José Luciano Franco: Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe 1789‑1854, La Habana, Academia de Ciencias, 1965, t. II, p. 264.
(55) Citado por Foner, op. cit., p. 208.
(56) Tomado de Rodríguez, op. cit., pp. 57-58.
(57) Foner, op. cit., p. 226.
(58) Tomado de Piero Gleijeses: «The Limits of simpathy: The United States and the independence of Spanish America», Journal of Latin American Studies, Cambridge University Press, # 24, p. 242.
(59) En Roig, op. cit., p. 41. Hay un error evidente en la cita, pues aparece la palabra «ideas» por «islas», el cual hemos corregido.
(60) José Aniceto Iznaga: «Por que Cuba y Puerto Rico no fueron libertadas por Bolívar. El Congreso de Panamá de 1826», en Roig, op. cit., p. 155. A pesar de ello, cansado de esperar por el prometido apoyo colombiano, el Comodoro Porter zarpó de Veracruz el 2 de diciembre de 1826 rumbo a las costas de Cuba, donde por varios meses hostilizò a los barcos españoles. La suspensión de la expedición libertadora a Cuba causó crecidos gastos tanto a México como a Colombia. Como ha comentado Roldán Oquendo: «Desde entonces, fines de 1826, los planes de expedición a Cuba quedaron de hecho terminados para Colombia, dejando una tremenda pérdida en dinero, razón principal del caos económico a que se enfrentó el país desde ese año.» (Op. cit., p. 95).
(61) Tomado de José Luciano Franco, Documentos para la Historia de México, La Habana, Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba, 1961, p. 361. También desde Mérida, una carta dirigida al Capitán General de Cuba, fechada el 27 de abril de 1826 dice sobre la situación política mexicana: «Todo es confusión. El Congreso sumerjido en su laberinto inconsebible, y total desunión de los miembros de que se compone [sic.]; porque habiéndose formado en estos desgraciados paises una orden bajo el nombre de Aguila Negra, y á la sombra de la Masonería Yorkina, uno de ellos le corresponden y otros son sus enemigos, completamente satisfechos, que estos no se dirijen á otro objeto, sino destruir á todo peninsular Europeo y virtuoso padre de familia.» Ibid., pp. 364-365.
(62) Tomado de Foner, op. cit., p. 234. En las instrucciones dadas por Bolívar a los delegados del Perú, aceptadas también por Colombia, se decía: «Como mientras las islas de Puerto Rico y Cuba pertenezcan al Gobierno español, tendrá éste un medio para mantener la discordia y fomentar turbulencias y aun amenazar la independencia y la paz en diferentes puntos de América, procurarán ustedes hacer que el Congreso resuelva sobre la suerte de dichas islas. Si el Congreso, consultando los verdaderos intereses de los pueblos que representa, creyera conveniente libertarlas, celebrarán un tratado en el cual se señalen las fuerzas de mar y tierra y las cantidades con que cada Estado de América debe contribuir para esta importante operación, y en el cual se decida si dichas islas, o algunas de ellas separadamente, se agregan a alguno de los Estados Confederados, o se les deja en libertad para darse el Gobierno que tengan por conveniente.» En Roig: Bolívar […], op. cit., pp. 28-29. Sucre por su parte instruyó de la forma que sigue a los delegados de Bolivia al cónclave: «El objeto primordial de la liga de las fuerzas de mar y tierra que debe solicitarse ardientemente es: Primero. Defender cualquier punto de los aliados que sea invadido. Segundo. Expedicionar contra las islas de Cuba y Puerto Rico. Tercero. Expedicionar contra España, si tomadas estas islas no hiciere la paz con los confederados.» (Ibid., p.31)
(63) Arango, desde Panamá, había escrito a Bolívar el 18 de noviembre de 1825, antes de la reunión continental: «Todos los puntos de la Isla siguen en una gran efervescencia; y la emigración es continua. La alarma del Gobierno está en la mayor actividad, debido no sólo a la progresión del espíritu de Independencia, sino también a otra Proclama del general Santana al Ejército, con que pensó hacer el desembarco en la Isla; pasó sin previsión ni cordura que no justifica sus buenos sentimientos y deseos impotentes por si solos. Yo me tomo la libertad de recordarle a V.E. la emancipación de Cuba, pues aunque no sea digna por si, lo es por pertenecer a la América, patrimonio y teatro de las glorias de V.E.» Citado por Vivanco, op. cit., t. IV, p. 240.
(64) Véase, Pérez Guzmán, op. cit., p. 79.
(65) El mismo Iznaga cuenta como su hermano Antonio Abad se enteró en Jamaica «de la oposición que hacían los Gobiernos inglés y americano a las miras de Bolívar y el Congreso de Panamá, con respecto de libertar a Cuba y Puerto Rico.» En «Peregrinación […], loc. cit., p. 148.
(66) En Gleijeses, op. cit., p. 499.
(67) Iznaga «Por que Cuba […]», loc. cit., pp. 154‑155.
(68) Citado por Gustavo Vargas Martínez: Reflexiones sobre el sueño bolivariano de la patria grande, México, Editorial Domes, 1985, p. 77. El propio delegado colombiano al cónclave de Panamá, General Pedro Briceño Méndez comentó a Santander: «No he podido descifrar el objeto de los Estados Unidos del Norte en la interposición a favor de los españoles». Citado por Giraldo Jaramillo, loc. cit., p. 66.
(69) En Chávez Orozco, op. cit., p. 135.
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