Sergio Guerra Vilaboy
El 17 de junio de 1954, haciendo caso omiso a las denuncias del gobierno de Jacobo Arbenz en los foros internacionales, se inició la agresión de Estados Unidos a Guatemala que puso fin al proceso democrático iniciado hacia una década. Un llamado Ejército de Liberación, concentrado en Nicaragua y Honduras, invadió Guatemala bajo la dirección del ex coronel Carlos Castillo Armas, mientras barcos norteamericanos bloqueaban sus costas.
En su ofensiva, los invasores ocuparon las poblaciones de Bananera y Morales, aprovechando las instrucciones del presidente Arbenz a sus fuerzas de evitar choques en los límites con Honduras, para no dar pretexto a una guerra con el vecino país. Mientras esto ocurría en los territorios fronterizos ocupados por los “liberacionistas”, sus aviones, suministrados por Estados Unidos, bombardeaban la capital y otras ciudades guatemaltecas. Ese era el diseño de la operación secreta de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contra el gobierno democrático de Guatemala, denominada PBSUCCESS, cuyo eje era la invasión del contingente militar contrarrevolucionario encabezado por Castillo Armas, entrenado y armado por el gobierno estadounidense.
Cuando la agresión parecía flaquear, y la Confederación de Trabajadores de Guatemala (CTG) llamaba al pueblo a formar comités de defensa, se produjo la traición de los desmoralizados mandos militares. Ya unas semanas antes de la intervención, la jefatura del ejército había cuestionado a Arbenz por los alcances de su programa y sus vínculos con el comunista Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), aprovechando la llegada a un puerto guatemalteco del barco sueco Alfhem, con armas compradas a Checoslovaquia.
Puesto entre la espada y la pared, el presidente Arbenz se opuso a las exigencias de los altos mandos de las fuerzas armadas y prefirió renunciar el 27 de junio, considerando erróneamente que su permanencia al frente del gobierno era el obstáculo para liquidar a los invasores y preservar los logros de la revolución, ingenuidad tan parecida a la cometida recientemente en Bolivia. Pero la junta militar que sucedió a Arbenz pronto fue sustituida por otra más a la derecha, que ilegalizó al PGT y comenzó a negociar con los invasores (30 de junio), mientras el mandatario depuesto se asilaba en la embajada de México. Como colofón, las huestes a sueldo de Castillo Armas entraban victoriosas en ciudad Guatemala el 3 de julio.
Era el principio del fin de un proceso de cambios sin precedentes iniciado el 24 de junio de 1944 cuando el pueblo guatemalteco, volcado a las calles, provocó la caída de la dictadura de Jorge Ubico; seguida después, el 20 de octubre, por el derrocamiento de su efímero sucesor, el general ubiquista Federico Ponce, por un movimiento cívico-militar encabezado por Jorge Toriello y el capitán Jacobo Arbenz. Tras la adopción de la primera constitución democrática en la historia del país, fue elegido a la presidencia el prestigioso profesor Juan José Arévalo (1945).
Durante su mandato, se elevó el nivel de vida de la población y entró en vigor una avanzada legislación laboral y social, adoptándose una política exterior independiente. La Revolución Guatemalteca se radicalizó desde 1951, bajo la presidencia de Jacobo Arbenz, quien acometió una reforma agraria, promulgada el 17 de junio de 1952, dirigida a expropiar las tierras ociosas de los latifundios y que afectaba en primer lugar al monopolio norteamericano United Fruit Company.
La derrota de la Revolución Guatemalteca y la instauración de un gobierno hechura de la oligarquía y Estados Unidos, cerró el único capítulo verdaderamente democrático en toda la atribulada historia de la tierra del quetzal, que el poeta Luis Cardoza y Aragón retratara, parafraseando al barón de Humboldt con una sola frase: los diez años de primavera en el país de la eterna tiranía.
Fuente: www.informefracto.com – 26 de junio de 2020.
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