Dictaduras camaleónicas de los cuarenta

Por Sergio Guerra Vilaboy

Las consignas antifascistas de la Segunda Guerra Mundial, obligaron a varios dictadores latinoamericanas a reinventarse ante la oleada democratizadora y la nueva política de Estados Unidos. Eso explica las sorpresivas aperturas de Anastasio Somoza en Nicaragua, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Fulgencio Batista en Cuba y Getulio Vargas en Brasil, para remodelar la imagen represiva de sus regímenes, así como borrar sus devaneos fascistoides, los coqueteos con los nazis y el falangismo español.

Para ponerse a tono con la situación internacional, los dictadores camaleónicos se apresuraron a legalizar a los partidos de oposición y fuerzas de izquierda–incluyendo al Partido Comunista-, estableciendo relaciones con la Unión Soviética. El primero que dio este giro teatral de ciento ochenta grados, y el que más lejos llegó, fue Batista, verdadero hombre fuerte de Cuba desde 1934. Tras su visita a Estados Unidos (1938), ordenó a su presidente títere Federico Laredo Brú, la excarcelación de más de tres mil presos políticos, el regreso de los exiliados, el reconocimiento de la autonomía universitaria y la libre actividad de los partidos políticos. Para ganar las elecciones de 1940, Batista tejió una alianza electoral con el Partido Comunista, que bajo la influencia del browderismo,-corriente dominante en su homólogo norteamericano-, adoptaría el nombre de Partido Socialista Popular (PSP), al que favoreció con la incorporación de dos de sus dirigentes a su gabinete, permitiéndoles tener su propia prensa, una emisora de radio y el control de la recién creada Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC).

El sanguinario dictador de la República Dominicana fue otro que hizo cambios cosméticos a su régimen, inaugurado en 1930. Trujillo aparentó dejar el gobierno entre 1938 y 1940, para recuperarlo en amañados comicios. En mayo de 1945 ofreció garantías a sus acorralados opositores, favoreciendo la creación de partidos, entre ellos uno marxista, denominado, como en la isla vecina Partido Socialista Popular (PSP). Con el consentimiento del tirano, los comunistas dominicanos fueron asesorados por los experimentados camaradas cubanos. Pero la distensión trujillista, que incluyó el reconocimiento de la Unión Soviética, sería efímera.

Somoza, aleccionado por la caída en 1944 de las aborrecidas dictaduras de Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador y Jorge Ubico en Guatemala, decidió hacer algunos cambios en Nicaragua, que dominaba desde el asesinato de Sandino en 1934. A pesar de que había llegado al extremo de reconocer a Franco, cuando todavía se hallaba en las afueras de Madrid, en 1944 permitió la actividad legal del recién creado Partido Socialista Nicaragüense (Comunista) y promulgó un Código de Trabajo que despertó la ojeriza de las elites, permitiendo a Somoza asumir pose de “demócrata progresista”.

También Getulio Vargas, encaramado en el poder en 1930, artífice del Estado Novo, inspirado en el de Mussolini, y que tenía estrechas relaciones con la Alemania nazi y los grupos fascistas autóctonos, les dio un portazo en 1942. Declaró la guerra al Eje y al año siguiente purgó sus pecados enviando un ejército de 25 mil hombres a combatirlos en el frente italiano. En 1945, convocó una constituyente, estableció relaciones con la Unión Soviética, permitió el regreso de los exiliados y liberó a centenares de presos políticos. Entre ellos el líder comunista Luiz Carlos Prestes, cuya esposa embarazada, Olga Benario, había muerto en un campo de concentración después que Vargas la entregara a los nazis (1935). Desconfiados de las verdaderas intenciones del dictador brasileño, los principales partidos, el ejército y la embajada de Estados Unidos, lo derrocaron en octubre de 1945, aunque seis años después retornaría al poder gracias a otra de sus inesperadas piruetas. Tampoco la careta democrática permitió a Batista, atrapado en sus maquiavelismos, volver a ser el hombre fuerte en Cuba después de los comicios de 1944, lo que no impidió su regreso mediante un golpe militar (1952).

Verdaderos expertos en el arte de la metamorfosis, Somoza y Trujillo nunca perdieron el control gracias a una nueva mutación a la hora de la Guerra Fría y el macartismo. Con el mismo entusiasmo con el que habían maquillado sus regímenes, aplastaron a las organizaciones obreras y partidos de izquierda que habían fomentado, convertidos ahora en campeones del anticomunismo, aunque ambos serían ejecutados en 1956 y 1961.

Fuente: www.informefracto. – 22 de septiembre de 2020

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