Agonía del Libertador

Simón Bolívar. Martin Tovar y Tovar. 1883

Por Sergio Guerra Vilaboy

El 17 de diciembre de 1830, hace 190 años, falleció Simón Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta (Colombia), donde había encontrado refugio ante el grave deterioro de su salud, después de renunciar a la presidencia de la gran república que había fundado precisamente ese mismo día en 1819. Al morir, con 47 años de edad, estaba acompañado por su médico de cabecera, el francés Alejandro Próspero Révérend, y sus edecanes, los más fieles altos oficiales de su ejército, junto a amigos íntimos.

El 8 de mayo de 1820, el Libertador había dejado Bogotá, capital de la gran Colombia, en medio del silencio hostil de sus enemigos, para viajar por el río Magdalena hacia Cartagena, con la finalidad de abandonar el país, travesía que recreó Gabriel García Márquez en su conocida novela El general en su laberinto (1989). Al llegar a la costa atlántica colombiana, su maltrecha salud había empeorado, descansando en Cartagena, Soledad y Barranquilla, hasta que finalmente, el 1 de diciembre, se trasladó a Santa Marta. Aquí fue alojado primero en el edificio de la Aduana, hasta que una semana después se mudó a la finca San Pedro Alejandrino del gaditano Joaquín Mier, en las afueras de la propia villa, con mejores condiciones para su atención.

El doctor Révérend le había diagnosticado un antiguo padecimiento pulmonar para cuya curación, siguiendo los criterios de la época, indicó arsénico. Al parecer, este remedio agravó la tuberculosis, que era su verdadera enfermedad, según el análisis científico efectuado a sus restos en Caracas (2010). El acelerado debilitamiento físico del Libertador, cuyo peso se había reducido a 38 kilogramos, era también resultado de una profunda depresión al contemplar impotente la destrucción de la obra a la que había consagrado su vida, que lo hizo exclamar angustiado: “He arado en el mar y sembrado en el viento”.

La independencia de la mayor parte de la América del Sur había sido el resultado de los éxitos obtenidos por Bolívar desde 1816, tras su regreso del exilio haitiano, gracias a la adopción de un programa revolucionario que incluía la libertad de los esclavos y la redención de los pueblos originarios. La cadena de victorias militares conseguida desde entonces por el ejército bolivariano le permitieron la fundación de Colombia y la liberación de Perú y del Alto Perú.

Pero los ambiciosos planes de unión hispanoamericana de Bolívar se vinieron abajo poco después de celebrar sus triunfos en el cerró de Potosí. Aguijoneado por la reacción antibolivariana peruana, nutrida de antiguos oficiales realistas, y la posibilidad de la desintegración de Colombia, por los planes separatistas de José Antonio Páez, tuvo que regresar a su patria, seguido poco después de la forzada evacuación de sus ejércitos de Perú y Bolivia. La postura inescrupulosa de la elite peruana, que había tolerado a regañadientes al Libertador para conseguir la derrota de España, llegó al extremo de invadir el propio territorio colombiano, donde fueron derrotados por Antonio José de Sucre (1829).

La presencia de Bolívar en Colombia avivó las contradicciones con los partidarios del vicepresidente Francisco de Paula Santander, que le reprochaban su condescendencia con Páez, la adopción de amplios poderes y la eliminación del centralismo fiscal, que había generado el descontento en Quito y Venezuela. A continuación, vinieron los intentos de magnicidio, como el frustrado por Manuelita Sáenz, el 25 de septiembre de 1828, en el Palacio de San Carlos en Bogotá, y el levantamiento “liberal” en el suroccidente de Colombia, en connivencia con los invasores peruanos. A pesar de la victoria de las armas bolivarianas, el Libertador aceptó el compromiso de restaurar las “libertades civiles” que reclamaban sus adversarios y acatar las decisiones de una convención reunida en 1830, ante la que dimitió.

En su trayecto a la costa atlántica, después de dejar la presidencia, conoció del fin de Colombia y, en Cartagena, del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, a quien consideraba su heredero político. Abatido por estos fatales sucesos, que sin duda agravaron los males que padecía, escribió en una última proclama, en la propia Quinta de San Pedro Alejandrino, una semana antes de su muerte: “Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. ¡Colombianos! Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Fuente: www.informefracto.com – 15 de diciembre de 2020

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