La efímera confederación peruano boliviana

Por Sergio Guerra Vilaboy

La unión de las repúblicas de Perú y Bolivia en un sólo estado se consiguió en 1836 gracias a los esfuerzos de uno de los generales que había servido a las órdenes de José de San Martín y Simón Bolívar: Andrés de Santa Cruz. La realización del ideario integracionista se posibilitó con su elección a la presidencia de Bolivia (1829), cuando tras la caída del presidente José de La Mar la anarquía sacudía al Perú y existían tres gobiernos paralelos con sedes en Lima, Trujillo y Cuzco. Al frente del ejército boliviano, Santa Cruz impuso por la fuerza la estabilidad en Perú y, el 20 de octubre de 1836, declaró constituida la Confederación Peruano-Boliviana.

La división política de la nueva república se fundamentaba en las íntimas vinculaciones históricas de los pueblos de Perú y Alto Perú, centros del antiguo Tahuantinsuyo, desvertebrados ahora en tres estados confederados. Los del Norte y Sur de Perú, separados por el desierto de Islay, quedaron gobernados respectivamente por Luis José de Orbegoso, rico propietario de Trujillo, y Pío Tristán, mientras el altoperuano, alejado de los otros dos por un brazo de la cordillera andina, era presidido por el general José Miguel de Velasco. La cohesión de la nueva república descansaba en dos pilares: la fortaleza del general Santa Cruz, declarado su Protector –el mismo título utilizado por el general San Martín en Perú—y una carta magna inspirada en la vitalicia de Bolívar.

Desde su nacimiento, la Confederación Peruano Boliviana encontró un adversario en Chile, bajo la influencia de Diego Portales. El antagonismo se ahondó por las medidas nacionalistas de Santa Cruz que perjudicaban los intereses comerciales chilenos, dominantes en el Pacífico. El Protector del estado peruano-boliviano derogó el tratado mercantil con Chile, que favorecía al puerto de Valparaíso en detrimento de El Callao, y aumentó los aranceles a las mercancías que no entrasen directamente en sus puertos. Estas disposiciones amenazaban el tácito monopolio mercantil chileno en el Pacífico, vinculado a casas comerciales inglesas establecidas en el territorio austral y condujo a Chile a declarar la guerra a los confederados el 26 de diciembre de 1836. 

En su contienda contra Perú-Bolivia, los conservadores chilenos lograron aliarse al gobierno de Buenos Aires, encabezado por el dictador Juan Manuel de Rosas, aunque en la práctica los argentinos no tuvieron una participación importante en el conflicto y el ejército de la confederación los venció en las batallas de Yruya y Montenegro (1838). En realidad, el principal escenario del conflicto militar se encontraba en la vertiente del Pacífico. En la segunda mitad de 1837, el ejército chileno, dirigido por el almirante Manuel Blanco Encalada, desembarcó en el desierto de Islay. La resistencia de los confederados, y su parcial éxito en la batalla de los Balcones de Paucarpata, en diciembre de 1837, llevaron a los contendientes a concertar un tratado de paz que estipulaba la firma de un nuevo acuerdo comercial, única condición para la retirada del cuerpo militar invasor.

Descontentos los conservadores chilenos con estos resultados, Blanco Encalada fue llevado a consejo de guerra y comenzaron los preparativos para otra agresión. La segunda expedición chilena contó con la complicidad de los emigrados peruanos Agustín Gamarra y Manuel Ignacio Vivanco. En esta oportunidad, las fuerzas invasoras estaban al mando del general Manuel Bulnes y desembarcaron en el litoral peruano en julio de 1838. Para derrotar a Santa Cruz, los chilenos azuzaron las contradicciones dentro de la Confederación. Poco después del reinicio de la contienda, las elites norperuanas, en la región menos beneficiada por el nuevo proteccionismo comercial, auspiciaron la sublevación antigubernamental. La anarquía se extendió de nuevo por todas partes –a fines de 1838 coexistían siete gobiernos en el territorio confederado— y los ejércitos chilenos pudieron seguir avanzando tranquilamente hacia el norte, hasta vencer a las tropas de Santa Cruz en la batalla de Yungay, el 18 de enero de 1839.

La reorganización de las fuerzas peruano-bolivianas se hizo imposible por el pronunciamiento del general Velasco contra el Protector. Después de su victoria, el gobierno chileno impuso como condición para la paz la separación de las repúblicas de Perú y Bolivia, que quedaron bajo el control de los conservadores Gamarra y Velasco, tras el derrocamiento de Santa Cruz. Sin mayores asideros y combatida a muerte por los intereses comerciales coaligados de ingleses y chilenos, desapareció la efímera Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839).

Fuente: www.informefracto.com – 5 de enero de 2021

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