Historia Social comparada de los pueblos de América Latina. Independencia y formación social republicana. II. Luis Vitale

Luis Vitale. Historia Social comparada de los pueblos de América Latina.

Independencia y formación social republicana II

Siglo XIX. Tomo II. I Parte. Capítulo II

LAS PROTESTAS, LAS REBELIONES Y LOS MOVIMIENTOS PRECURSORES DE LA INDEPENDENCIA

Izquierda: «Bolivia caliente». Victoria Crisorio. Foto: Carolina Crisorio.

La frecuencia y el encadenamiento de los movimientos contra las autoridades españolas, demuestra que la Revolución por la Independencia no fue un estallido circunstancial, sino la culminación de un proceso con momentos pre-revolucionarios y otros de retrocesos transitorios que se venía gestando desde la segunda mitad del siglo XVIII. Las manifestaciones de este proceso -que entregó valiosas experiencias a la vanguardia política de los criollos y mestizos- fueron variadas y respondieron a veces a contenidos de clase distintos: las protestas y rebeliones contra los abusos de las autoridades coloniales; levantamientos indígenas de carácter separatista, como los de Túpac Amaru; las insurrecciones de esclavos negros combinadas con las demandas políticas, como las de José Leonardo Chirino en Venezuela y fundamentalmente, la revolución negra de Haití. Finalmente, los movimientos abiertamente separatistas y anticolonialistas de los criollos (20)

REBELIONES CONTRA IMPUESTOS Y ESTANCOS

Las protestas contra los abusos de las autoridades españolas, el aumento de impuestos y el estanco del tabaco no tuvieron la intencionalidad política de romper con el nexo colonial; pero fueron forjando una praxis de lucha contra las instituciones, que contribuyó a desarrollar una conciencia política y una reafirmación de autonomía.

Uno de los más importantes movimientos de protesta contra el estado colonial se produjo en México en 1623 y culminó en el incendio del palacio de Gobierno y en la renuncia del virrey Gelves, por exigencia de criollos y mestizos ante los elevados impuestos. Cuatro años después se rebeló el obispo Manso, en pos de la abolición del repartimiento indígena y la administración local para los criollos. Esta reivindicación, hecha por primera vez en América Latina de manera tan tajante, fue elevada al virrey Escalona por el obispo Juan de Palafox, provocando la crisis y la movilización popular de 1645. Palafox no estaba dispuesto a romper con la monarquía española, pero la dinámica de su movimiento conducía al enfrentamiento con el estado colonial.

En la Real Audiencia de Quito, miles de criollos, mestizos e indígenas se amotinaron durante cuarenta días, del 22 de mayo al 3 de Julio de 1765, en protesta contra el estanco del tabaco y las medidas aduaneras. Para una mayor ilustración, nos permitimos transcribir parte del informe elaborado por las autoridades coloniales de Quito: La noche del día 2 de Mayo, empezó la más lastimosa tragedia que puedan referir las historias; a las 11 se juntaron tumultuosamente los Barrios todos tocando a rebato, en todas sus iglesias, y con ímpetu el mas violento, acometieron la Casa real de la Aduana y Estanco; la que al punto saquearon y arruinaron totalmente en menos de 3 horas con pérdida de más de 30.000 pesos (…) Amaneció el día 23, acompañado de las inquietudes del bulgo, y de los temores de la ciudad, pues se habían esparcido Voces, de que enfurecida la plebe, quería acometer a otras casas de particulares. (…) Señor Obispo Doctor Don Pedro Ponze Carrasco, quien subió a la parroquia de San Roche adonde después de haber hablado al Pueblo, prometio en nombre del rey, que se quitaría la Aduana, para siempre y también el estanco del Aguardiente hasta dar parte al Señor Virrey en Santa Fe (…) Ynsistia essa plebe, en que se les entregasen las Armas, y se depocitassen en algun Combento, y en que saliessen de la Ciudad quanto antes todos los Europeos, chapetones. (…)  El día miércoles 26 amanecieron los Mosos, mas insolentes y atrevidos que nunca con el frenesí y empeño rabioso de matar a todos los Europeos o chapetones, assi vecinos desta ciudad, como forasteros. (…) Las capitulaciones que eneste dia se hicieron son estas:

1a. Que seles entregassen atodos los Barrios las piezas todas de Artilleria,  los fusiles, y lanzas de la Sala de Armas, para depocitarlas en los Combentos, o Yglessias, como tambien los informes = Consedido.
2a. Que salgan todos los Europeos, solteros y no solteros, de Quito = Consedido lo primero= delos no solteros negado, y saldrán dentro del término de 8 días.
3a. Que se quite el Corregidor, y el fiscal deel Rey, y salgan tambien como que son Europeos = negado: pero si ellos pidiesen salir seles dara libre facultad, para asserlo enel modo, y por el tiempo que jusgaren combeniente los Señores dela Real Audiencia.
4. -Que no haya soldados de guardia en Quito, y se quiten los 50 que hai con sus Oficiales = Concedido.
Acordados ya estos artículos por la Real Audiencia con Acto público, que luego se pregono por toda la Ciudad en la forma acostumbrada, se repartieron los Barrios las piezas, los fusiles, las lanzas, y la caja de Guerra, y entre los más festivos Vítores, se retiro Cada partido a su Barrio. Entre tanto Corrió Voz, por toda la ciudad, como se hiban asercando en gran numero los Yndios armados que habian Sido llamados delos Barrios: Esta notizia asusto atodos y pusso en gran cuidado assi alos señores Ministros, como tambien alos mismos alzados(…)

En esto finalmente paro la tormenta y este fuel el termino detantas revoluciones e inquietudes que obligaron por el espacio de 43 días a esta Ciudad, a costa delos Caudales, que se perdieron, y de serca de 300 hombres, entre muertos y heridos.(21)

Gerardo Venegas opina que «la insurrección de los estancos inaugura o inicia la ruptura del bloque de clase colonial; por un lado la burocracia colonial (propietaria, obrajera y hacendaria) incluido el alto clero y los comerciantes de ultramar, por otro, los latifundistas (además dueños de minas y obrajes) más los comerciantes urbanos» (22). El conflicto es objetivamente de carácter anticolonial, pero «en este momento de la lucha no existe conciencia de la necesidad de una República o de una monarquía republicana, como tampoco hay bases objetivas que nos permitan vislumbrar indicios de constitución del estado Nacional» (23)

En otras colonias, como en la Capitanía General de Chile, también se agudizaron los movimientos de protesta a raíz del aumento de los derechos de aduana y alcabala, decretados por el rey en 1776. Los criollos de Santiago se levantaron ese mismo año contra las nuevas medidas impositivas, obligando a renunciar al contador González Blanco, luego de varios meses de agitación. En su informe al rey, el gobernador Alvarez de Acevedo dejó claramente establecido que en dicha protesta habían participado connotados miembros de la sociedad. La agitación política acaecida en Santiago hizo decir el 4 de abril de 1777 al periódico parisino Courrier de L»Europe: «Aquí se asegura que el reino de Chile, que depende de España, se encuentra en abierta rebelión contra su soberano.» (24)

LA REVOLUCION SOCIAL Y ETNICA DE TUPAC AMARU

El levantamiento general y masivo de Tupác Amaru, que en 1780 abarcó a casi todo el territorio del antiguo imperio incaico, debe ser calificado como una revolución social y étnica. No fue una rebelión más, sino una auténtica revolución dirigida contra el sistema de dominación colonial.

Si bien es cierto que la mayoría de los participantes fue indígena, las últimas investigaciones prueban que un sector apreciable de mestizos y españoles pobres estuvieron involucrados en el enfrentamiento como resultado de sus roces con los corregidores y otros representantes del estado colonial. Estas contradicciones entre la pequeña burguesía rural y urbana con los corregidores también se dieron entre los corregidores y los caciques o «curacas», que hacían las veces de encargados de reclutar fuerza de trabajo y del reparto y cobranza de las mercancías a sus comunidades.

Algunos autores, como Oscar Cornblit, han destacado la participación activa de los «forasteros», es decir de los indios que no pertenecían a los ayllus de la zona y, por lo tanto, al ser despojados de sus tierras se habían trasladado allí en busca de trabajo o huyendo de la mita. Cabe aclarar que en los censos, la población tributaria aparecía clasificada en dos categorías: originarios y forasteros, además de «Montrescos» u originarios de la zona pero sin tierras. El indio forastero pagaba la mitad del tributo de un originario y no tenía la obligación de incorporarse a la mita de la zona. Cornblit sostiene que «Túpac Amaru recibió el apoyo principal de su propia comunidad, para la cual constituía un líder notable, y de la masa de indios de los errantes, o que se habían establecido recientemente, o residían próximos a su influencia. Resulta bastante significativo que las rebeliones se extendieron como el fuego a través de aquellas regiones con una mayor proporción de indios forasteros, es decir las zonas de La Paz, Chuquisaca y de las provincias del obispado de Cuzco que rodean al lago Titicaca (…) La gran movilidad geográfica de los indios más desarraigados era un factor esencial que posibilitó la rápida difusión de la revuelta». (25)

Sin desconocer la importancia de los indios «forasteros», Jurgen Golte opina que los participantes más activos eran de las zonas en conflicto, por ser los más directamente expoliados.

La causa de estructura que motivó esta revolución social fue sin duda la opresión colonial, tanto étnica como cultural y política, pero hubo una forma específica de explotación económica en la zona andina. Ella fue el sistema de «repartimiento de efectos «, introducido en el siglo XVII.

Los «repartimientos de efectos» -distintos a los repartimientos de indios- estaban destinados a lograr una mayor integración de los aborígenes y mestizos a la economía de mercado y a conseguir una mano de obra segura, régimen de explotación defendido por Carrió de la Vandera, probable autor del Lazarillo de Ciegos Caminantes.

Para lograr estos objetivos se reforzó el papel de los corregidores, dándoles nuevas funciones, como las de forzar la venta de mercancías a la población indígena y mestiza y exigir el pago de estos «repartimientos de efectos» mediante el uso de la fuerza policial.

Jurgen Golte sostiene que «con el repartimiento forzoso de mercancías por el corregidor, se rompía la autosubsistencia de los productores campesinos, quienes tenían que aceptar los bienes distribuidos y estaban forzosamente obligados a vender sus productos o fuerza de trabajo para poder pagar las «mercancías» que se les había repartido. (…) El volumen de repartimientos se triplicó entre los años 1754 y 1780, pasando de 1.224.108 pesos a 3.672. 324 pesos «. (26)
Los corregidores compraban sus cargos en cifras que fluctuaron entre 6.000 pesos en 1712 y 8.5000 en 1745, llegando a más de 25.000 pesos en la segunda mitad del siglo XVIII, con lo cual se beneficiaba también la corona española. Los grandes comerciantes limeños -beneficiarios principales de este régimen de expoliación- prestaban dichas sumas a los corregidores, además de otorgarles créditos a un 8% anual para la adquisición de mercaderías.

El «repartimiento de efectos» tenía carácter obligatorio, como lo testifica en 1766 el cura Oropesa, provincia de Quispicanchis, a mediados del siglo XVIII, «luego que los corregidores llegan a cualquier pueblo de su provincia envían a sus criados con los alcaldes y alguaciles para que de casa en casa, y de hacienda en hacienda, notifiquen a los españoles e indios (de quienes anticipadamente tienen nómina) comparezcan ante sí, a sacar el repartimiento, y sus cajeros los reparten no los efectos que piden, sino los que ellos quieren darles, y sin decirles los precios, ni ajustarlos con ellos, les entregan sus envoltorios (…) Si algunos de los llamados no comparecen, mandan a los alcaldes y alguaciles y mozos que tienen destinados para semejantes diligencias, que los traigan, y si no los hallan, los envían a sus casas el repartimiento o llevan a sus mujeres por fuerza y se lo entregan.» (27)

El retraso en el pago de las mercaderías acarreaba el remate, la pérdida de las propiedades y utensilios de labranza y hasta la libertad individual, hechos denunciados, por ejemplo, por el cura de Corporaque en 1778: «se les arrasan las cosechas, y quedan los desdichados imposibilitados, y sin medios, no solamente para poder pagar los repartimientos, sino también para poder mantener su familia». (28)

Otro informante manifestaba: los «ponen en la cárcel, y el tiempo que están presos pierden su trabajo personal tan necesario para mantenerse ellos, sus mujeres e hijos. A los que totalmente no tienen de donde pagar los venden a los obrajes adonde perpetuamente quedan esclavizados» (29)

Paralelamente, se había impuesto en el siglo XVIII el pago del tributo en dinero, medida que obligaba a los indígenas a vender su fuerza de trabajo por un salario o acelerar la venta de su producción comunal al mercado.
Estas fueron las causas coyunturales y específicas regionales que, sumadas a las causas estructurales de dominación colonial, motivaron las rebeliones de mediados del siglo XVIII en el Alto Perú. Entre 1730 y 1739 se registraron diez rebeliones, la mitad en la década 1740, once de 1750 a 1759, veinte entre 1760 y 1769 y sesenta y seis de 1770 a 1779 «(30)

En la mayoría de ellas hubo corregidores y oficiales muertos, además de miles de indígenas y mestizos. Los movimientos de protesta «se producían en el momento en que el corregidor o sus servidores trataban de efectuar el reparto o cobrarlo.(…) El escenario de las rebeliones era, por lo general, el pueblo. Los participantes eran los campesinos indígenas y, a veces, los españoles pobres, mestizos y arrieros. A fines de la década del 70, la creciente participación de población no-campesina de pueblos y pequeñas ciudades, incluso de los caciques, fue base para formas más complejas de levantamientos violentos de carácter supraregional». (31)

Las principales rebeliones fueron las de 1730 en Cochabamba y Oruro, la de Tarma y Jauja en 1742 y la de Huarochiri en 1750. En ésta ultimaron al corregidor Villa de Moros, «lo mismo que a las personas que le acompañaban (…) se contrajeron a formar tropas, quebrar caminos, destruir puentes y propagar la insurrección en los pueblos circunvecinos» (32) La rebelión de 1742, que se prolongó hasta 1755, fue liderada por Juan Santos Atahualpa, quien se decía descendiente de los incas, hablaba latín, además del español y quechua.(33) un dirigente tan capaz y carismático como Túpac Amaru, en su región «pudo aventajar la capacidad de maniobras del ejército español, contando por otra parte con un apoyo considerable de las tribus que vivían más allá de la frontera de la cultura colonial. Sin embargo no pudo ampliar el movimiento mediante un apoyo popular que proviniese del seno de la sociedad colonial española» (34)
Meses antes del gran levantamiento de Túpac Amaru se produjeron dos rebeliones: la de Arequipa el 1 de febrero de 1780 y la del Cuzco, encabezada por Lorenzo Farfán de los Godos el 13 de abril, donde participaron también artesanos.

Estos movimientos de rebeldía contra los invasores estaban impregnados de una ideología aparentemente utópica, pero que tenía sus raíces en una tradición milenaria y en el recuerdo idealizado de la era incaica. Los centros de «esta tendencia nacionalista inca fueron escuelas de caciques de Lima y Cuzco, en las que aprendían no sólo los conocimientos de la época, sino también entraban en contacto con otras como las del inca Garcilaso de la Vega y su interpretación utópico-renacentista del Imperio de los incas. Su lectura pudo ofrecer una nueva vía hacia la recuperación de un pasado parcialmente sepultado. Todo en su relación con el mesianismo incaico de las masas campesinas, ese movimiento constituyó el elemento de unidad ideológica entre desiguales aliados de la rebelión: caciques y campesinos». (35)

Una muestra de la fuerza de esta ideología se encuentra en la carta enviada por Juan Manuel, obispo del Cuzco, a Jusef Antonio de Areche, nuevo comisionado o visitador del rey, el 1 de abril de 1781: «Si los comentarios de Garcilaso no hubieran sido toda la lectura e instrucción del Insurgente José Gabriel Tupa Amaro; (…)  si lo que habla de los Señores Virreyes que governaron los principios de este Reynado de las reales Audiencias, y demás Jueces, no se hubiese permitido dar tan fácilmente a la prensa, y en una palabra, si éstas y otras lecciones de algunos autores regnícolas no hubieran tenido la aceptación del Traydor en lo mucho que en ellas se vierte sobre la conquista no emprendería Tupa Amaro el arrojo detestable de su revelión».(36)

Lo fundamental de esta ideología es que daba una apoyatura trascendental para un proyecto alternativo de poder. Las rebeliones indígenas no eran sin causa ni destino, sino que planteaban una sociedad alternativa, basada en una experiencia milenaria de vida. En la carta de 1781 citada, el obispo del Cuzco manifestaba: «Tienen a los ojos las imágenes de sus ascendientes, los escudos con que ennoblecían los Reyes a sus abuelos, y es consiguiente presten adoración a los que consideran autores de sus honores».

El investigador boliviano Mariano Baptista Gumucio opina también que el «retorno a la utopía del incanato» fue el motor que motivó a las masas indígenas dirigidas por Túpac Amaru. (37). Así se inció la gesta de José Gabriel Condorcanqui nacido el 24 de mayo de 1740, hijo de Miguel Condorcanqui y Rosa Noguera, que adoptó el nombre de Túpac Amaru en memoria del inca que había encabezado en el siglo XVI la resistencia contra los españoles en la zona de Vilcambamba. Junto a su compañera, Micaela Bastidas, que peleó en todos los frentes, inició la insurrección el 4 de noviembre de 1780. Con el apresamiento del corregidor Antonio de Arriaga de la provincia de Tinta, donde se había criado Túpac, a 25 leguas del Cuzco. Prestamente, Túpac Amaru estableció su cuartel general en Tungasuaca, obligando al corregidor a redactar una carta dirigida al cajero colonial en la que se ordenaba entregar todos los fondos y las armas. De este modo, Túpac Amaru, montado en su caballo blanco y vestido de terciopelo negro, dirigía la actividad insurreccional enviando cartas a los caciques principales en las cuales les encargaba (…) la detención de los corregidores»(38).

El 17 de noviembre de 1780 logró derrotar en Sangarará a un ejército de más de 600 españoles. En lugar de avanzar hacia el Cuzco, como le insinuaba su compañera Micaela, prefirió regresar a Tungasuca, llevándose más de 400 fusiles. Después del notable triunfo de Túpac en Sangarará, Micaela, «que no se quedaba atrás de su marido» (39) le envió una carta reprochándole no haber marchado sobre el Cuzco. «parece que una noticia que le envió Túpac Amaru tuvo el efecto de tranquilizarla un poco. Pero nada más que eso, pues un día después de su mencionada carta, el 7 de diciembre, le escribe otra en un tono más reposado, aunque con iguales censuras e insistencias sobre la necesidad de dirigir todo el poderío indígena contra la vieja capital del Tahuantinsuyo» (40).

Mientras tanto, en el Cuzco se formaron dos bandos: uno, dispuesto a resistir y otro, a entregarle la ciudad a Túpac Amaru. Después de un mes y medio de negociaciones con los cuzqueños, Túpac Amaru se decidió a atacar el 8 de enero de 1781, pero fue derrotado. Los españoles recibieron refuerzos de Lima, llegando a constituir un ejército de 17.000 hombres, que avanzaron sobre Tinta, aplastando a Túpac el 21 de marzo de 1782. Junto con el líder indígena cayeron prisioneros Micaela y sus dos hijos, logrando salvarse Diego, hermano de Túpac Amaru, y el hijo Mariano. A Micaela le cortaron la lengua y la mataron de un garrotazo. A Túpac Amaru le ataron sus extremidades a cuatro caballos y como no lograron despedazarlo, lo descuartizaron, cortándole la cabeza, los brazos y los pies.

No obstante esta derrota, la rebelión prosiguió al mando del hermano de Túpac Amaru, Diego Cristóbal, en la región de Collao, abarcando parte del sur de Perú y el altiplano boliviano. «Los hechos de armas de esta etapa son más importantes que de los de la anterior, contándose entre ellos la conquista de Sorata y la desolación casi completa de La Paz». (41) Diego Cristóbal estableció su cuartel general en Lesangro, cerca del lago Titicaca, contando con la colaboración de Mariano, el hijo de Túpac Amaru, y su sobrino Andrés, conquistador de Sorata, luego de tres meses de asedio.

En Bolivia había surgido otro líder indígena, Julián Apasa o Túpac Catari, quien puso sitio a La Paz el 13 de marzo de 1781 con su ejército de 40.000 indígenas (42). Pronto se le sumó Andrés, que también había adoptado el nombre de Túpac Amaru. Después de varios combates, los españoles lograron romper el cerco el 17 de noviembre de 1781.
Un poco más al norte de la zona de operaciones de Túpac Catari, en el corregimiento de Larecaja, combatió Andrés Mandigure, conocido con el nombre de Andrés Túpac Amaru, sobrino de José Gabriel Concorcanqui. Fue, quizás, «el más brillante de los rebeldes. Bajo su conducción los rebeldes tomaron la ciudad de Sorata, un acontecimiento de importancia en la historia de los levantamientos» (43) . Por otra parte, actuaba el hermano de José Gabriel, llamado Diego Cristóbal, en la región de Puno. En enero de 1781 controlaba la zona, resolviendo en mayo de ese año poner sitio a Puno. Boleslao Lawin sostiene que «los hechos de armas de esta etapa son más importantes que la anterior, contándose entre ellos la conquista de Sorata y la disolución casi completa de la Paz (44). Mientras tanto en la provincia de Chyanta (Audiencia de Charcas) continuaba el combate iniciado por Tomás Catari en julio de 1780, llevando a sitiar Chuquisaca en febrero de 1781.

Otro foco insurreccional estalló en Oruro el 10 de febrero de 1781, pero con la especificidad de que fue acaudillado por los hermanos Rodriguez, de ascendencia española, dueños de una mina de plata.

Estas rebeliones que se prolongaron hasta 1782 ocasionaron un número incalculable de muertos. Escritores contemporáneos de los sucesos como Sahuaraura, estimaron las bajas en cerca de 100.000 personas. (45) Solamente en el sitio de La Paz habrían muerto unos 6.000. Las pérdidas económicas fueron elevadísimas; más de dos millones y medio de pesos en gastos militares, es decir el equivalente a las recaudaciones anuales del Virreinato del Perú.
La insurrección indígena se propagó rápidamente al norte argentino. «El gobernador Andrés Mestre, quién dirigió la cruel represión del movimiento Tupamarista, afirma que los indios y la plebe urbana estaban impresionados del eco que les ha hecho el nombre de Túpac Amaru. Los núcleos rebeldes en la región de Jujuy fueron capitaneados por el mestizo José Quiroga, de unos 40 años de edad e intérprete en la reducción de San Ignacio de Indios Tobas; Quiroga aprovechó sus relaciones con los Tobas y con los indígenas del Chaco, donde había servido como soldado, para organizar -en febrero de 1781- un vasto movimiento tupamarista»(46). El 28 de marzo intentaron el asalto de Jujuy y en abril la rebelión se extendió a Salta. En mayo y junio lograron coordinar acciones con los revolucionarios del Alto Perú, que estaban sitiando La Paz. Según Boleslao Lewin, » la actividad de los insurrectos en el actual territorio argentino terminó, prácticamente a fines de Junio, aunque seguían ardiendo algunos focos rebeldes».(47)

La prueba de que este vasto movimiento insurreccional abarcó gran parte del antiguo imperio incaico la tenemos en la influencia que ejerció en Ecuador y Colombia. En Quito el empleado judicial, Miguel Tovar y Ugarte, envió una carta a Túpac Amaru incitándole a extender su alzamiento a la Real Audiencia de Quito. Por este acción, Tovar fue apresado el 24 de noviembre de 1781 y condenado a diez años de cárcel. En la región de Nueva Granada, el movimiento de los comuneros de Socorro reivindicaba la figura de Túpac Amaru. Los comuneros luchaban por sus propias reivindicaciones, pero en muchas de sus actividades y manifestaciones contra las autoridades españolas se hacía sentir la influencia de Túpac Amaru.

Las repercusiones del movimiento revolucionario de Túpac Amaru llegaron hasta el oeste de Venezuela, como lo prueban documentos recién descubiertos en este país, entre ellos un «libro privado» del obispo Mariano Martí Estadella, encargado de la diócesis de Caracas de 1770 a 1784. El obispo testimonia que la rebelión de los comuneros de Socorro llegó hasta la región andina de Venezuela, a San Cristóbal, Mérida y Trujillo. En Nirgua, el obispo encontró a Joseph Gómez Montero, español americanizado, protagonista del movimiento de los comuneros, quien le manifestó que Túpac Amaru vivía y que su imagen había desplazado al retrato del rey español no sólo en Quito sino en la mismísima Audiencia de Santa Fe de Bogotá. Por lo cual el obispo de Caracas considera «que el levantamiento de Santa Fe tiraba o miraba a coronación, que algunos han entendido del Inca o de Túpac Amaru (…) los rebeldes del Perú habían ganado a Lima a fuego y sangre y la ciudad de Quito se había entregado sin resistencia» (48) Aunque gran parte de estas noticias no eran veraces, demuestran la onda expansiva, tanto militar como ideológica, del movimiento indígena de Túpac Amaru. (49)

La política de alianzas llevada adelante por Túpac Amaru y sus compañeros indígenas tenía por finalidad concretar un frente con los mestizos y los criollos, disconformes con las medidas que la administración colonial implementó a raíz de las reformas Borbónicas; sobre todo buscó acuerdos con los pequeños propietarios del campo, de minas, obrajes y comercios, afectados por el sistema de «repartimientos de efectos «, impuesto por los corregidores, y por el aumento de las alcabalas. Los caciques o curacas sirvieron de puente entre la población aborigen y los mestizos y blancos para tratar de concretar este frente policlasista contra los corregidores y la administración local de la colonia. » Los caciques estuvieron ocupados en aplacar los temores de criollos y mestizos, quienes creían, no sin razón, que las acciones de los indígenas podrían dirigirse también contra ellos minando su posición de dominio sobre los mismos». (50)

En una de sus proclamas, Túpac Amaru decía: «Sólo siento de los paisanos criollos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga algún perjuicio, sino que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos» (51). Fundamentaba su proposición de alianza en un programa común de reivindicaciones inmediatas, como lo expresó en una carta dirigida al padre José Paredes : «me es preciso hacerle a V. -escribía Túpac Amaru- una breve insinuación de mi empresa, la que solamente se dirige a quitar los abusos, malas costumbres y latrocinios que se han experimentado por los que han gobernado en este Reyno» (52).

No obstante estos llamados a la acción común, la alianza de indígenas con mestizos y criollos se fue resquebrajando hasta quedar sólo peleando los aborígenes, salvo el caso de los hermanos Rodríguez en Oruro y de un Balderrama de la provincia de Condesuyos.

Un punto clave del programa de Túpac Amaru fue el término del sistema de mitas, atnato minera como la que regía en los obrajes textiles. Una semana después del grito de Tinta, Túpac «mandó abrir en su presencia el obraje de Pomacanchi, ordenó que se abonara a los operarios lo que el dueño les adeudaba y los bienes restantes los repartió entre los indios» (53)

El objetivo de Túpac Amaru se hizo claramente político al proclamarse rey de Perú, Chile, Quito y Tucumán. La dinámica de su lucha lo llevaba a un proceso separatista respecto de la metrópoli española, razón por la cual no resulta extraño que los ingleses se interesaran por el destino de este movimiento. Algunos datos revelan la intención de Túpac Amaru de introducir paulatinamente la idea de luchar contra la dominación política española.

Boleslao Lewin sostiene que cuando Túpac Amaru «obtuvo su resonante victoria de Sangarará y su dominio estaba extendiéndose a todo el altiplano Perú- Boliviano y a algunas regiones argentinas, al dirigirse a sus vasallos (criollos) de Arequipa se refirió a las «amenazas hechas por el reino de Europa» y les prometió que en «breve se verían libres de todo (…) este documento indica con bastante claridad el propósito de romper los lazos con España». (54)
Esta opinión del mejor tratadista de la vida y obra de Túpac Amaru induce a pensar que este gran líder del movimiento indígena fue también uno de los precursores de la independencia, un hombre capaz de concebir y combinar la revolución política contra el colonialismo español con la revolución social en defensa de su etnia y de su pueblo.

LA REBELION DE LOS COMUNEROS

El más importante movimiento de protesta contra el régimen impositivo español sucedió en el Vireynato de Nueva Granada en 1781, abarcando desde Socorro, en la región central de la actual Colombia, hasta los Andes venezolanos.
El motivo desencadenante de la rebelión de los comuneros fue el régimen impositivo y fiscal de la dinastía borbónica y las arbitrariedades cometidas por el Visitador Regente Francisco Gutiérrez de Piñeras, quién llegó incluso a tener roces con el Virrey Florez a fines de la década de 1770. Pero la protesta contra la política fiscal no fue más que la expresión coyuntural de un proceso más de fondo, de causas estructurales de descontento.
Por un lado, la oligarquía terrateniente criolla que, aspiraba a ocupar cargos claves en la administración del aparato estatal colonial y a establecer alguna forma de autonomía regional. Por otro, los artesanos y pequeños comerciantes afectados por los impuestos y la introducción de mercancías que les hacían competencia; los campesinos sin tierra y los indígenas; los esclavos y el proletariado embrionario agrícola y minero.
Obviamente estos intereses eran contradictorios puesto que los terratenientes criollos eran los más interesados en liquidar el sistema de Resguardos, que de alguna manera protegía a los indígenas; y redoblar la explotación de los esclavos y asalariados. De todos modos, estas capas sociales contrapuestas se unieron coyunturalmente para protestar con la política fiscal y los abusos del Visitador Regente.
Asimismo, es importante destacar la especificidad de la región donde estalló el conflicto: Socorro, en la zona Santanderana, donde se había producido un importante crecimiento demográfico durante el siglo XVIII. Allí existía un vasto sector de campesinos hambrientos de tierra, que se constituyó en uno de los motores de la insurrección, por razones diametralmente opuestas a las de los terratenientes criollos.

Estas causas generales y específicas habían suscitado el estallido de movimientos de protestas, como los de las zonas de Vélez en 1740 y de Neiva en 1767. A principios de 1780 se produjeron amotinamientos y protestas en Mogotes, Sinacota, Charalá, Tunja y Onzaga, fenómeno que obligó al Visitador Regente a suprimir ciertos impuestos al algodón y los hilados.

La rebelión comunera de 1781 tuvo un desarrollo contradictorio, que el investigador colombiano Mario Aguilera ha sintetizado en la siguiente periodización: «a)una etapa inicial de tumultos, donde el liderazgo fue asumido por las capas dominantes. La alianza de grupos sociales y la generalización de la protesta trajo consigo la estructuración del ejército común, cuyo alto organismo, el Consejo Supremo de Guerra, se constituye en un poder paralelo a la corona; b) una etapa, enfocada no desde el punto de vista de la pugna entre los capitanes de la región del Socorro y de Tunja, sino de las contradicciones generadas al interior de las filas de los comuneros del Socorro: de un lado, las capas sociales altas, que pretendían únicamente suplantar a las autoridades coloniales o al menos impedir la ejecución de las medidas fiscales, y de otro, los sectores sociales pobres que buscaban conjuntamente el derrumbe de las instituciones coloniales y la instauración de un nuevo orden económico y social; c) la tercera etapa del movimiento se inicia con la capitulación de los sectores poderosos, en la medida en que las Capitulaciones satisfacen sus demandas económicas. En contraposición surge la acción desesperada del Comandante José Antonio Galán, que tiene como escenario la hoya del Magdalena, donde las desigualdades sociales y los anhelos libertarios de las masa oprimidas encuentran como perspectiva la proclamación de un nuevo rey de América: el inca Túpac Amaru» (55).

El 16 de marzo de 1781 estalló la rebelión de los comuneros en el Socorro, precisamente cerca de los muros de la casa Municipal donde se había pegado el Edicto real con los nuevos impuestos. La vendedora Manuela Beltrán se atrevió a romper el Edicto y lo lanzó en pedazos al aire con gesto desafiante. Centenares de personas asaltaron los estancos, persiguieron a los funcionarios, saquearon sus casas y pusieron en libertad a los presos, apoderándose de las alcabalas, tabaco, aguardiente y otras rentas fiscales. Los criollos acomodados, como Salvador Plata, trataron de apaciguar a los rebeldes mediante una resolución del Cabildo que suspendía la vigencia de algunos tributos e impuestos. No obstante, la rebelión se propagó rápidamente a San Gil, Simacota y Mogotes.

Las autoridades coloniales huyeron de Socorro y la ciudad quedó en manos de los sectores populares. Días después se reunieron en la plaza de Socorro unos mil delegados de distintas zonas, que nombraron el 17 de abril un comando dirigente, presidido por Juan Francisco Berbeo, en representación del común, el pueblo.
La alianza coyuntural entre los criollos acomodados y los pequeños comerciantes, artesanos y oprimidos en general se mantenía sobre la base de la hegemonía de los terratenientes y medianos propietarios, que se presentaban como Capitanes del «común». (56). En la región de Santander, de un total de 45 capitanes, 34 eran terratenientes, 5 pequeños comerciantes y 6 artesanos y jornaleros. Los pequeños comerciantes, como Ignacio y Pablo Ardila, controlaban la venta de carne y otros artículos en la plaza del Scocorro y sólo aspiraban a reformar la política fiscal. En cambio, los artesanos, jornaleros o indígenas planteaban reivindicaciones sociales de fondo.

Berbeo, un criollo acomodado, se puso al frente del movimiento para que las masas no desbordaran los objetivos reformistas. De todos modos, tuvo que adoptar medidas drásticas para garantizar el éxito de su movimiento, como la creación del Supremo Consejo de Guerra, que de hecho fue un poder paralelo, llegando a ejercer justicia local. El ejército del Común se financió con el dinero saqueado a la Real Hacienda y con la administración del estanco de aguardiente y las Salinas de Zipaquirá, además de préstamos y multas.

Presionado por el pueblo, Berbeo avanzó hacia la capital, Santa Fé con un ejército de aproximadamente unas 20.000 personas, que había recorrido centenares de kilómetros desde cerca de Bucaramanga hasta Zipaquirá, casi a las puertas de Bogotá, hecho que da una idea del enorme territorio «liberado» por el «común». A esa altura de los acontecimientos ya había emergido un ala plebeya y revolucionaria encabezada por José Antonio Galán, Juan Dionisio Plata, Juan Agustín Serrano e Isidro Molina.

El primero era hijo del gallego Martín Galán y de la nativa Paula Francisca Zorro. Nacido en Charalá, muy jóven fue incorporado al batallón de «pardos» y enviado a Cartagena. Su primera acción, al frente de una pequeña columna que llevaba como divisa «Unión de los oprimidos contra los opresores», fue ocupar Facatativá, donde incitó a los indígenas a recuperar las tierras de sus antiguos «resguardos».

Derrotados los españoles en puente Real el 7 de mayo de 1781, Berbeo amenazó con ocupar Santa Fé, para forzar a las autoridades coloniales a un acuerdo conciliatorio (57). En la capital cundía el terror en las familias acomodadas, pero un gran júbilo entre los oprimidos, al decir del informe anónimo enviado desde Santa Fé al general Miranda, encargado de la defensa: «la plebe de Santa Fé se halla contentísima y muy alegre con la venida de estos hombres (los comuneros), llamándolos sus redentores y amigos». (58)

Las autoridades que quedaban en la capital, especialmente la Junta de Tribunales, acordó nombrar una comisión para iniciar las negociaciones con Berbeo, recayendo los cargos en el Arzobispo Antonio Caballero y Góngora y el alcalde Eustaquio Galavis.

Percibiendo que Berbeo estaba dispuesto a conciliarse con los enemigos del pueblo, los capitanes del Socorro, Antonio Monsalve y Francisco Rosillo le enviaron una nota el 23 de mayo, con el fin de que no cayera en vacilaciones.
Desoyendo estas advertencias, Berbeo firmó el acuerdo de Zipaquirá el 8 de Junio de 1781 con el Arzobispo. (59) Las autoridades coloniales tuvieron que aceptar la abolición y la rebaja de algunos impuestos, la extinción del estanco del tabaco, la disminución del impuesto a la alcabala en un 2%, la eliminación de peajes y para los indígenas la garantía de los Resguardos, la rebaja de tributos, la exoneración del pago de los servicios religiosos y el derecho a quedar como administradores y beneficiarios de las minas de sal. Los criollos lograron, asimismo, la promesa de no ser más marginados de la administración pública. Por su parte, Berbeo se comprometió a desmovilizar el «ejército del común» y a reprimir a los exaltados, que no acataran las capitulaciones firmadas. El ala plebeya de los comuneros desconoció el Acta de capitulación, con lo cual se inicia una nueva fase de la rebelión, caracterizada por una polarización social y política. En la nota que Galán envía el 23 de septiembre de 1781 al consejo de capitanes del Socorro no sólo denuncia «a los que nos han dejado vendidos, avariciosos, pícaros y traidores, a lo que no hallamos otro remedio que volver a acometer con más maduras reflexiones», sino que plantea la necesidad de avanzar sobre la capital.

Los indígenas habían comenzado a ocupar haciendas desde hacía varios meses, con el fin de recuperar sus tierras de «Resguardo» y terminar con el tributo, Sensible a esta última reivindicación, Galán decretó el no pago de tributos a su paso por Chiquinquirá, Susá, Ubaté y Tausa.

Las comunidades aborígenes de Pasto se negaron a pagar los tributos impuestos por el Visitador Gutiérrez de Piñeres: «El motín, en que el grueso de los manifestantes lo componían los indios iba creciendo por momento, en forma cada vez más amenazante, frente al vetusto edificio, en actitud de asaltar el refugio del doctor Peredo para hecharlo de la ciudad» (60).

Más de 1,500 indígenas se alzaron en Támara, Pore, Morcotes, Paya y Pisba, en la zona de Tocaima y los Llanos, alcanzando a la Sabana de Bogotá. Los aborígenes de las líneas exigieron la administración de la sal, que se les había prometido en las Capitulaciones de Zipaquirá.

Ante el incumplimiento del punto de las capitulaciones referente a las Resguardos, los indígenas redoblaron el combate. Un informe enviado desde Santa Fé al general Miranda manifestaba este malestar: «Con motivo de ellas han ocurrido todos los indios de los pueblos extinguidos a pedir sus tierras y Salinas, y se han librado despachos para que se les restituyan las que no estuviesen vendidas al contado, y de ello ha resultado que los indios con grande ardor están tratando de desalojar a los blancos y mestizos que las ocupan». (61)

Paralelamente crecía la participación de los asalariados, aunque de manera desigual. Aguilera anota que «no fue igual la expresión insurgente de las regiones de trabajadores libres (Socorro, San Gil, etc.), a la de las regiones de trabajadores serviles o semiserviles (Tunja, Sogamoso)»(62).

En algunas zonas actuaban conjuntamente trabajadores libres con indígenas y esclavos, particularmente en la región de Antioquía, liderados por el capitán mulato José Ignacio Zapata. En la zona de Villavieja, junto a los esclavos -dice un informe: «hay muchos libres encubiertos, así concertados como arrendatarios, todos metidos en la facción siendo aun peores los libres que inducen a los esclavos». (63)

La rebelión de los esclavos había comenzado en la provincia de Mariquita, en el norte del Virreynato, propagándose rápidamente a Antioquía, donde existían más de 10.700 esclavos. En el informe del alcalde de Medellín, Juan Callejas, a las autoridades de Ríonegro se decía; «Habiéndose dado aviso de que los negros esclavos de esta ciudad intentan sublevarse y proclamar la libertad, usando de la fuerza por medios bárbaros y crueles, he procurado indagar la certeza de sus intentos». (64)

El 25 de julio de 1781, los esclavos de la hacienda Villavieja, de propiedad de Joaquín Arce, amordazaron al administrador «cantando a boca llena que toda la hacienda les pertenece como herederos de los jesuitas». (65) El 9 de diciembre del mismo año, se descubrió un levantamiento general que los esclavos estaban preparando en toda la región de Antioquía con el pretexto de que se les estaba ocultando una Cédula Real que decretaba su libertad.

La liberación de los esclavos practicada por Galán el 18 de junio de 1781 en las minas de Malpaso (Mariquita) fue importante, afirma Aguilera, pero «se le hace aparecer como un acto individual, es decir, como un chispazo del líder más sobresaliente de la insurrección comunera (…).  Mas aparte, se pierde de vista la continuidad de una posición política; la de los sectores oprimidos del común. Es decir, que no se advierte que la rebelión que abandera Galán en Tolima y Huilla es el pináculo de la radicalización de las masas desheredadas que participaron en el movimiento comunero de 1781». (66)

La rebelión de los comuneros abarcó miles de kilómetros del Virreynato de Nueva Granada: del Socorro y Tunja hasta Santa fé, gran parte de la hoya del río Magdalena, Antioquía, el Choco, el Valle del Cauca hasta Popayán; extendiéndose hasta los Andes venezolanos, de San Cristóbal hasta Mérida donde se plegaron significativos contingentes indígenas.
Los comunero de Venezuela, dirigidos por Juan José García de Hevia, se apoderaron de los fondos de la real hacienda y del estanco del tabaco en San Cristóbal, Mérida y otras ciudades. Algunos hacendados, opuestos a la revolución comunera, fueron expropiados, entre ellos José Nepomuceno Uzcátegui. Desde Mérida se enviaron emisarios a Barinas y al Zulia para extender el movimiento. Mientras tanto, más de 2.000 personas marcharon sobre Trujillo. Ante la falta de respaldo en esa ciudad, comenzaron las vacilaciones de los dirigentes, quienes terminaron retrocediendo sin combate y dispersando las tropas. (67)

Los pasquines de La Grita, pegados en distintas paredes proclamaban: «Los principales lugares de este reino, cansados de sufrir las contínuas presiones con que el mal gobierno de España nos oprime, con la esperanza de ir a peor según noticia, hemos resuelto sacudir tan pesado yugo y seguir otro partido para vivir con alivio». Era una clara demostración del anhelo libertario de romper con el nexo colonial por parte de algunos sectores del movimiento comunero. Los criollos acomodados tuvieron más temor al alzamiento de los indígenas y esclavos que a las medidas del Estado colonial; por eso, se apresuraron a firmar la Capitulación de Zipaquirá.

Los líderes más radicalizados como el ya mencionado García de Hevia y Vicente Aguiar, trataron de extender el movimiento hasta Maracaibo, según un documento reproducido por el especialista venezolano en el tema, J.N. Contraras Serrano: «la intención era llegar a Maracaibo y Caracas, diciendo que sólo esto faltaba para sublevarse todas las Indias contra los nuevos tributos, ya que el Reino de Lima y el de Santa fé estaban sublevados por lo mismo» (68)
El desenlace del levantamiento general de los Comuneros de Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela se produjo el 13 de octubre de 1871 con el descuartizamiento de Galán. Arciniegas sostiene que Berbeo y Nieto dieron informaciones sobre el paradero de Galán a las autoridades coloniales para lograr, con esta delación, no ser juzgados por su participación en el levantamiento: «En la captura de Galán el trabajo más eficaz estuvo a cargo de estos capitanes de marcha atrás. Con tan buen resultado que, así como se colgó en la horca al charaleño, los antiguos fingidos guerrilleros murieron todos en la cama». (69)

También fueron asesinados otros líderes como Isidro Molina y Lorenzo Alcantuz, mientras que Hipólito Galán, José Tomás Velandia y Antonio Pabón fueron condenados a cadena perpetua. La posición de la Iglesia fue abiertamente contrarrevolucionaria, desde la actitud del Arzobispo Caballero y Góngora hasta la jerarquía eclesiástica de las provincias, donde los clérigos intervinieron para disolver las manifestaciones de protesta, amenazando con la excomunión, como lo hicieron los sacerdotes Joaquín de Arrojo en El Socorro y Filiberto Estevéz en Oiba y Puente Real.

No obstante, hubo curas que estuvieron junto a su pueblo, como el franciscano Villamizar de la parroquia Guadalupe, el presbítero Erazo que incitó a los esclavos y los curas de Tunja que aletearon al «capitán del común», Isidro Molina, diciéndole que «no pecaba en tomar las rentas reales». (70)

La religiosidad popular se expresó en consignas como aquella de que los socorranos «no eran gente del Socorro sino ángeles que habían bajado del cielo a favorecer a los pobres». (71) Algunos llegaron a corear: «muera el mal gobierno y viva la fe de jesucristo», asimismo se nombró capitana de la movilización social a «Nuestra Señora del Socorro», con el fin de legitimizar la insurrección popular. En fin, la religiosidad popular desempeñó un papel importante para contrarrestar, en nombre de Cristo, el peso de la ideología reaccionaria de la alta jerarquía eclesiástica.
Las raíces étnicas también jugaron un papel fundamental. Está demostrada la influencia decisiva que ejerció Túpac Amaru en la rebelión comunera de Nueva Granada y los Andes venezolanos. Numerosos capitanes del «común», entre ellos Javier de Mendoza en los llanos y Juan Olaya en Tolima, adoptaron medidas y resoluciones en nombre del rey inca Túpac Amaru. En Tocaima también fue proclamado Tupac Amaru como soberano. En Lagunillas, pueblo de la Capitanía General de Venzuela, el «común» se apoderó de la aldea al grito de ¡Viva el rey del Cuzco!. El 14 de junio de 1781 «en el pueblo de Silos se juntaron todos los del común y en voz alta decía un documento de la época- con bandera, pífano y tambor se hizo voz: Que viva el Rey Inca y muera el Rey de España y todo su mal gobierno». (72) El gobernador de Mariquita, Juan  Félix de arellano, denunciaba que el capitán comunero, Jacinto Arteaga, de gran influencia en Espinal, Coello, Upito, La Mesa, Bitiuma y Anapoima, incitaba a cantar: «Viva el Rey Inca/ y mueran los chapetones,/que si el Rey tiene calzones;/ yo también los tengo/ y si tiene vasallos/ con bocas de fuego/ yo también los tengo,/ con hondas, que es mejor». (73) Juan de Dios Zamora, administrador del estanco de aguardiente de San José, informaba que «le consta que todos generalmente decían: Viva el rey Inca y muera el mal gobierno del Rey de España» (74). Los indígenas, como los coyaimes y natagaimas, expresaron abiertamente su deseo de que los gobernara el rey del Cuzco, a quien se creía ya triunfante según las noticias difundidas por un artesano limeño, Melchor Guzmán, residente en Santa Fé. (75)
El hecho más relevante fue la proclamación de Túpac Amaru como Rey hecha en reiteradas ocasiones por el capitán más popular de los comuneros, José Antonio Galán, como lo testifican los documentos del Archivo Histórico Nacional de Colombia. El funcionario de Mariquita, Francisco Navarro de Amaya, informaba que Galán llegó a «sembrar la semilla de que con este Reino no se juntaría más mío Monarca, que Inca era a quien iba a proclamar tal».(76)
Este énfasis en proclamar Rey a Túpac Amaru muestra que el ala plebeya y revolucionaria de los comuneros aspiraba no sólo a protestar contra el estanco, los impuestos y otras medidas decretadas por el Visitador Regente, sino también a plantear una forma de autonomía política que de hecho cuestionaba el sistema colonial español. La cédula del pueblo citada apuntaba a tal fin: «A más de que si estos dominios tienen/ sus propios dueños, señores naturales,/ ¿Por qué razón a gobernaros vienen/ de otras regiones malditos nacionales?/ De esto nuestras desdichas nos provienen,/ y así, para excusar fines fatales,/ unámonos, por Dios, si les parece,/ y veamos el reino a quien le pertenece?(…) con qué ánimo, qué gente en contra nuestra,/ que no hay, por Dios, me atrevo a asegurarlo,/ pues Quito, Popayán y su palestra/ a Tupac Amaro gritan por amarlo…».
En síntesis, la rebelión de los comuneros colombianos y venezolanos, iniciada como movimiento de protesta contra el régimen impositivo y tributario español, se transformó rápidamente en el proceso de la lucha en una acción contra el estado colonial, fenómeno que conducía a una dinámica independentista. Por eso, la rebelión de los comuneros es uno de los movimientos precursores más importantes de la Independencia. No por azar, descendientes de estos comuneros participaron más tarde en el proceso independentista. El 11 de agosto de 1815, Blas Lamota, coronel de infantería español decía en carta al rey: «Y si V.M. pidiera los autos y expedientes de la sublevación que en los años de 1780 consternó la capital de Santafé, hallaría en ellos que fueron los cabecillas de ella, los padres y parientes de los que han promovido y mantenido la de 1810» (77).

LAS INSURRECCIONES DE ESCLAVOS NEGROS DE CONTENIDO POLITICO-SEPARATISTA

No obstante las pruebas documentales y los hechos objetivos resaltantes que confirman el papel de precursores de la Independencia a estas rebeliones, la mayoría de los historiadores considera las insurrecciones negras del siglo XVIII como una manifestación más de las rebeliones de esclavos. Esta tendencia de la historiografía tradicional de menospreciar el papel jugado por los negros, zambos y mulatos en el proceso independentista condujo a que durante muchas décadas se ignorara a la revolución haitiana como la primera república independentista de nuestra América.

En rigor, los movimientos libertarios de los negros de la región del Caribe fueron precursores de la independencia haitiana y venezolana, interinfluyéndose a través de contactos entre islas antillanas y la costa firma caribeña. Esta relación se hizo por encima de las fronteras coloniales y de las diferencias idiomáticas, puesto que los negros de las islas de habla inglesa se comunicaban con los de habla francesa y española. La coordinación emergía diáfana de los problemas comunes y de la explotación también común.

Desde el levantamiento político-social de los esclavos de Jamaica a mediados del siglo XVIII hasta la revolución haitiana de 1795, se sucedieron una serie de rebeliones negras que postularon tanto la igualdad social y la abolición de la esclavitud como la lucha anticolonial. Este sector de negros no sólo tenía conciencia de clase y de etnia oprimida, sino que al mismo tiempo fue forjando una conciencia política cuya más alta expresión se dio en la revolución haitiana.

Los esclavos de Jamaica, Granada, Guadalupe y las Guayanas realizaron movimientos que rebasaban las reivindicaciones sociales inmediatas al comprender que la abolición de la esclavitud estaba ligada con la necesidad de romper el nexo colonial. Franceses de avanzada, como Víctor Hughes, colaboraron en la rebelión de los esclavos de la isla de Guadalupe y Jamaica «Además dirigió una contienda similar en San Vicente en 1797» (78)

Aparte de Haití, Venezuela fue la colonia que más generó movimientos negros precursores de la Independencia. El más importante de ellos fue acaudillado por José Leonardo Chirino, que había tomado conocimiento de la revolución haitiana en un viaje que hizo a la isla. No por casualidad, su movimiento estalló el 10 de marzo de 1795, casi paralelo con el de Toussaint de Louverture. Junto a Chirino actuaba José Caridad Gonzáles, hombre bien informado de los acontecimientos que había desencadenado la Revolución Francesa. El movimiento de Chirino adquirió un marcado tinte anticolonialista, en el que participaron no sólo negros, zambos y mulatos sino también indígenas. Se combinó así la lucha de los aborígenes por la tierra y el término del tributo con el combate de los negros por la abolición de la esclavitud y la igualdad social. Chirino proclamó la «ley de los franceses» es decir, la república, como forma de gobierno surgida del derrocamiento de la monarquía de «los Luises».

La rebelión se inició en la hacienda El Socorro, en la zona de Coro, al noroeste de Caracas, ajusticiando de inmediato a varios terratenientes.

Al cabo de varios combates, la insurrección fue aplastada por el ejército, pero sus planteamientos libertarios siguieron influenciando a los ulteriores movimientos precursores de la Independencia. El proceso incoado contra Chirino quedó rotulado con el nombre de «Sedición e insurrección en contra de la corona española». El objetivo estratégico de José Leonardo era la liberación de los esclavos y la ruptura con el imperio español. Por eso, el historiador venezolano Manuel Vicente Magallanes sostienen que el movimiento de Chirino constituye «el primer intento de Independencia registrado en nuestros anales históricos» (79)

LOS PRECURSORES DE LA INDEPENDENCIA

Estos movimientos se dieron tanto en las colonias hispanoamericanas como en Brasil, donde en 1789 estalló una rebelión dirigida por Francisco José Da Silva Xavier, llamada «Tiradentes». Esta conspiración, iniciada en la ciudad de Villa Rica, fue apoyada por algunos empresarios mineros, afectados por la crisis del oro, y por una minoría ilustrada que aspiraba a una república liberal. Aunque la rebelión fue aplastada por el vizconde de Barbacena, resurgió con la conjuración de los «alfaiates» de Bahía en 1798, que agrupó a criollos y mulatos con la intención de crear la «República Bahiense».

En Ecuador, el más destacado de los precursores fue Eugenio Espejo, bautizado en Quito, en 1752 con el nombre de Francisco Javier Eulogio Santa Cruz y Espejo. Se recibió de médico, pero por su calidad de mestizo se le negó el reconocimiento oficial del título. Su padre, Luis Chusing, era un indio picapiedrero que llegó a ejercer la cirugía en el Hospital de la Misericordia; su madre, María Catalina Aldes, era «chola mulata», hija de esclava. Espejo fue uno de los hombres más cultos de la colonia, autor del libro El Nuevo Luciano (80), donde criticaba a la Iglesia y denunciaba las órdenes como ignorantes y retrógradas, además de numerosos opúsculos científicos, filosóficos y sociales. Fue secretario de Sociedades Patrióticas y editor del periódico «Primicias de la Cultura», órgano de la Sociedad de Amigos del País, disuelta por el Estado colonial.

Al presentar «primicias»…»el 5 de enero de 1792, Espejo criticó el periodismo formal que se hacía en la colonia, apegado a los cánones españoles. Alejandro Carrión Aguirre apunta que Espejo alcanzó a esbozar una teoría del periodismo: «El discurso destinado a adoctrinar domina su periódico, estando en razón de aquella época estrechamente limitado al campo de la información en sí (…) Previendo que el temor a las autoridades arredrara a los posibles colaboradores, insinuó la conveniencia de la colaboración anónima y sugirió que se la entregara deslizándola por debajo de la puerta de la Biblioteca. No podemos saber cómo habría evolucionado su «papel periódico», ya que apenas vivió hasta el número 7, que salió el jueves 29 de marzo de 1792- apenas tres meses de vida» (81).
En «Primicias…» también planteó los fundamentos de una nueva pedagogía por cuanto «vivimos en la más grosera ignorancia y en la llamada «Escuela de la Concordia», adonde asistieron numerosos artesanos.
Aunque tomó conocimiento del pensamiento ilustrado francés y manejaba con soltura las ideas de Hobbes, Montesquieu y Voltaire -puestas de manifiesto en su ensayo La ciencia blancardina (1780) donde compara a estos autores con Platón, Aristóteles y Maquiavelo en relación al tema del poder y del deber social Espejo tuvo mayor influencia de las ideas liberales españolas. En sus escritos se trasluce un deseo de retornar al cristianismo de los primeros tiempos. Dentro de esta concepción -dice Arturo Andrés Roig- «tiene lugar en Espejo la revaluación del utopismo clásico. La cuestión se relaciona de modo muy interesante con el problema de la verdad. Sabemos que Espejo, en contra del probabilismo, al que ataca durante en El Nuevo Luciano de Quito, se había declarado «verista». Ahora bien resulta que su «verismo» no es incompatible, según surge de sus escritos, con lo utópico, entendido como momento metodológico dentro del pensar político. El regreso a la Utopía de Moro se da en Espejo, como es lógico pensarlo, dentro de una comprensión del ya lejano pensamiento renacentista, que es la reelaborada en el siglo XVIII. Las ideas políticas de Voltaire, su concepción de la crítica de textos, a la que adhiere Espejo declaradamente y la apertura hacia el género utópico que se había manifestado el escritor francés constituyen el marco de aquel regreso(…) Es importante recordar que en el libro de Moro, tan admirado por Espejo, se afirma que el origen de todos los males se deriva de la «propiedad privada» (…) Si leemos con cuidado el valiosísimo estudio de Espejo Defensa de los curas de Riobamba (1786) veremos que el tema del «endeudamiento» no aparece referido al indígena, que no es considerado «deudor», a pesar de que así surgía, de hecho y jurídicamente, del sistema de «concertaje, sino que es atribuido al terrateniente obrajero. Se relaciona con esta posición la lucha de Espejo por la generalización del sistema de salario pagado en moneda y, sobre todo, de salarios justos». (82)
Eugenio Espejo apoyó sin vacilaciones la rebelión de Túpac Amaru en una sátira titulada «El retrato del Golilla». En su lucha por la Independencia fue encarcelado tres veces. Difundía sus manifiestos libertarios a través de pasquines que pegaba en las paredes quiteñas, aprovechando la oscuridad de la noche. Su estilo sarcástico hacía regocijar a los criollos, pero sólo en el interior de sus casas. En 1792, denunciaba que «además de la extracción de dinero que experimenta esta provincia para Europa, los negociantes quiteños llevan plata y oro para Lima, a traer ropas, vinos y todo lo que se llama mercadería. De acá no pueden llevar más que algunos pocos sayales, algunos tejidos de hilo, que dicen trencillas y a tal o cual baratijas muy menudas de las que no resulta venta alguna al común. En semejantes coyunturas ha quedado la provincia sin dinero y en breve se hará absolutamente exhausta de él»(83).
Espejo fué uno de los primeros en plantear la nacionalización del clero. Quería un clero patriota, culto y progresista que cumpliera su misión, sin intervenir en los asuntos del Estado.
Su lucha por la Independencia no se limitó a la Real Audiencia de Quito. «Escribía cartas clandestinas – dice uno de sus biógrafos- para todos los confines de América para fundar la democracia republicana en cada país. » (84) En una de sus tantas detenciones por pegar pasquines, Espejo fue trasladado a Bogotá para ser juzgado con la siguiente carta de presentación a las autoridades de Quito: «Hierven las ideas liberales, no solamente en la cabeza de Espejo, sino en la de muchos literatos y personas de grande influencia, por lo que los remito a Bogotá. » (85) En Bogotá Espejo logró contactar con Nariño, Zea y otros luchadores por la Independencia.

En 1789 regresó a Quito más convencido que nunca de sus ideas libertarias y de la necesidad de difundirlas a nivel continental. De ahí, su nutrida correspondencia con revolucionarios de Lima, Santa Fé de Bogotá y Popayán. En 1794 estuvo a punto de viajar a México, Venezuela y Argentina para anudar contactos con quienes compartían su misma concepción continental de la revolución por la Independencia. Su estrategia fue denunciada a la corona española por Molina, Presidente de la Real Audiencia de Quito. Poco después, Espejo era apresado y moría en la cárcel en diciembre de 1795, probablemente envenenado.

Luego fue procesado su hermano Juan Pablo, por seguir las mismas ideas, acusado de ser junto con Eugenio «los autores de los letreros sediciosos que aparecieron por repetidas veces en la ciudad de Quito, incitando al pueblo a la rebelión (…) estar en consultas secretas con Santa Fé de Bogotá para la sublevación, de donde esperaban noticias para la insurgencia (…) haber divulgado en el pueblo de Quito que uno de los primeros postulados de la revolución que se pondrían en práctica sería el reparto de las enormes riquezas de los nobles entre la gente del pueblo «para que todos fuesen iguales» y ofrecer que también los ilimitados bienes de los conventos de la Provincia se destinarían a fines que aproveche el pueblo común» (86)

En Colombia, diez años después del levantamiento de los Comuneros, se destacó Antonio de Nariño, quien en 1793 tradujo del francés los principios sobre los derechos del Hombre. A causa de su prédica en favor de la libertad fue condenado a diez años de cárcel en Africa, de donde logró fugarse para continuar la lucha en pro de la Independencia. Fuertemente influenciado por la Revolución Francesa, regresó a Colombia en 1797 para preparar la revolución separatista. El 16 de Diciembre de ése año publicó un Ensayo sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada, donde señaló: «Hay un género de contribuciones que son más gravosas por los obstáculos que oponen al adelantamiento de los vasalllos, que por la cantidad que de ellos se exige o por lo que el Erario reporta. Tales son en este Reino las alcabalas interiores, y los estancos de aguardiente y de Tabaco.(…) Suprimido su estanco, se sacarán tres ventajas: el fomento de los azúcares que abundan en el reino, y que nunca merecen tanta atención como en el día, por la destrucción o atraso de las islas francesas; el producto que deben dejar al Erario los derechos, que así el azúcar como el aguardiente deberán pagar a la salida, y el remedio del Reino de que se trata(…) Parecerá una paradoja el que se diga que para la prosperidad de las alcabalas conviene suprimirlas en lo interior de reino; pero si se examina maduramente este cuento, se verá que no lo es. Las alcabalas producen en razón del consumo y de la extracción, y así producirán más o menos abundantes. Las alcabalas interiores son unos obstáculos invencibles para la prosperidad del reino, que limitan la extracción y el consumo, y por consiguiente la prosperidad del mismo ramo». (87)

Poco después fue detenido, permaneciendo en la cárcel hasta Agosto de 1803. Administró libremente su finca de Fucha, en las afueras de Santa Fe. Retornó a la vida política a raíz del levantamiento de los criollos de Quito, en 1809.
En una aguda semblanza de él José María Vergara y Vergara dijo: «aprendió por sí sólo algunas lenguas vivas y muchas artes liberales; regeneró las malas ideas literarias recibidas en el colegio; estudió agricultura aplicada a las condiciones de su suelo nativo; y en medicina sobresalió tanto, que recetaba con éxito notable(…)Sus amigos le amaron hasta el fanatismo y no reconocieron nunca ni el menor defecto en aquel su semidios; y sus enemigos lo odiaron como no ha sido odiado ningún otro hombre entre nosotros» (88).

Otro importante precursor de la independencia en Colombia, fue Fermín de Vargas, considerado el padre de la ciencia económica de su país. después de haber ejercido el cargo de Corregidor salió a las Antillas, Europa y Estados Unidos en busca de ayuda para organizar la revolución por la Independencia. «Perseguido, dice Alvaro Delgado, por el gobierno monárquico bajo la acusación de subversión y prófugo en el suelo extranjero, Vargas se pronunció por la completa libertad del comercio exterior. En ese sentido, su ideario luce más acabado y audaz que el del resto de los precursores de la Independencia en el extremo norte de Suramérica.» (89).

La conspiración de los Tres Antonios en Chile (1780) fue también un movimiento precursor de la Independencia. Los franceses Antonio Gramusset y Antonio Berney, apoyados por José Antonio de Rojas, un criollo acaudalado y culto, concibieron un plan para emancipar a Chile del dominio colonial español. El proyecto de los Tres Antonios iba más allá de un simple cambio político, puesto que el gobierno republicano que aspiraba a implantar estaría basado en un cuerpo colegiado nombrado por el pueblo, incluidos los Mapuches. Desaparecerían las jerarquías sociales, aboliéndose de inmediato la esclavitud. Uno de los puntos más notables del programa era el esbozo de un proyecto de reforma agraria que se expresaba en la redistribución igualitaria de la tierra. Planteaba, asimismo, el libre comercio con todas las naciones del mundo, como parte de un plan universal de fraternidad entre los pueblos. (90)

Denunciados por el abogado Mariano Pérez de Saravia, a quien los Tres Antonios habían comunicado sus aspiraciones libertarias, Berney y Gramusset fueron deportados de Chile en 1781. Sin embargo, sus ideas continuaron circulando, inclusive dentro de las filas del ejército. Refiriéndose a un oficial chileno de Talcahuano, un marino norteamericano anotaba en su Diario: «El fuego de la independencia está cundiendo en todos los países de América, nos decía (el oficial chileno), y los pueblos están formando grupos selectos de dos, tres, cuatro que se agrupan en clubes en todas las ciudades importantes, confederándose bajo ciertos compromisos y comunicándose las noticias unos a otros. El era uno de ellos y era un apasionado por las ideas de la emancipación (91)

En Venezuela, uno de los movimientos más relevantes fue encabezado en 1797 por Picornell, Gual y España. La Historiografía tradicional ha dado ha conocer este complot con el nombre de «Conspiración de Gual y España», omitiendo a Picornell, que en rigor fue el verdadero inspirador de un programa que no sólo planeaba la revolución democrática-burguesa, sino también la igualdad social y una clara posición en defensa de los indígenas y negros. Estos postulados fueron redactados por un preso de La Guaira, Juan Bautista Picornell y Gomilla, un mallorquí libertario que había dirigido en 1795 una conspiración en España para derrocar a la monarquía, razón por la cual fue condenado y remitido a la cárcel de susodicho puerto venezolano. Allí, Picronell logró relacionarse con el soldado José Rusiñol y, por su intermedio, con Manuel Gual, capitán retirado, y con José María España, Justicia Mayor de Macuto, quienes formaban parte de un grupo de revolucionarios venezolanos, entre los cuales estaban el intelectual Caballero, poseedor de una de las mejores bibliotecas liberales de Caracas, y los barberos Francisco Javier de León y Narciso del valle, además de otros criollos, canarios, catalanes y pardos, impactados por el movimiento de José Leonardo Chirino.

Participó, asimismo, Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar: «Yo era -dijo años más tarde Rodríguez- presidente de una junta secreta de conspiradores. Denunciados por un traidor y hechos blanco de las iras del Capitán General, logré sustraerme a las persecuciones y a la muerte, porque ya embarcado en el puerto de La Guaira en un buque norteamericano, y antes de darnos a la vela, supe que muchos de mis compañeros habían sido pasados por las armas sin juicio previo y sin capilla» (92).

Durante el proceso incoado por la Real Audiencia se pudo comprobar que los venezolanos comprometidos directamente en el conspiración pasaban de cincuenta, sin contar a los criollos influyentes que lograron eludir la condena, especialmente sacerdotes y militares.

El plan de Gual, encargado de las operaciones militares, contemplaba realizar ataques simultáneos en Caracas, Coro, Valencia, puerto Cabello, Maracaibo y Cumaná. Pero la conspiración fue descubierta. El 13 de Julio de 1797 y el gobernador español ya sabía los pormenores de la insurrección por confidencias de comerciantes y curas. De la lectura de las memorias del fiscal de la Audiencia, Level de Goda, se deduce que la burguesía criolla colaboró con el estado colonial ofreciendo milicias y actuando como delatora: «Tan pronto como el capitán General aceptó la oferta de los mantuanos, se constituyeron dos compañías del cuerpo de nobles de la ciudad, que montaron guardia frente a la sala capitular para seguridad del orden. Era aquella una prueba de fidelidad dada por el conde Tovar, el conde de San Xaviere, el conde de La Granja, Manuel Felipe Tovar el marques del Toro (…) quienes llamándose a sí mismos «humildes vasallos del rey» constituían las figuras más notables de la oligarquía esclavista de la colonia» (93).

Picornell había propuesto adelantar la fecha del levantamiento, pero Gual se opuso por considerar que ni había preparación suficiente. Se organizó la fuga de Picornell y otros presos a Curazao y de Gual y España a Las Antillas. José María España retornó a Venezuela en forma clandestina, siendo apresado después de varios meses de actividad revolucionaria y condenado a la horca en 1799. Manuel Gual aguardó ansioso el momento del retorno, pero murió en Trinidad envenenado por un espía español el 25 de octubre de 1800. Un año antes había escrito una bella carta a Francisco de Miranda: «Si por mal que le han pagado a usted los hombres, si por amor a la lectura y a una vida privada, no ha renunciado usted a estos hermosos climas y a la gloria pura de ser el salvador de su patria, el Pueblo Americano no desea sino uno: venga usted a hacerlo, Miranda. Yo no tengo otra pasión que la de ver realizada esta hermosa obra, ni tendré otro honor que de ser un subalterno de usted». (94)

El llamada a la lucha unitaria del pueblo americano fue uno de los ejes centrales del movimiento de Picornell, Gual y España. En el documento «Ordenanzas- Constituciones», Picornell planteaba una patria organizada en base al sistema republicano, federal y democrático. Bregaba tanto por la igualdad legal como étnica: «Entre blancos, indio, pardos y morenos, reine la mayor armonía, mirándose todos como hermanos de Jesucristo. » (95)

Las principales reivindicaciones económicas eran el libre comercio, la siembra y venta libre del tabaco, la abolición de los impuestos de alcabala y otros. Uno de los puntos más notables del programa estaba relacionado con las reivindicaciones para los indígenas: «queda abolido el pago de tributo de los indios naturales con que denigrativamente los tenía marcados y oprimidos el gobierno tirano que se lo impuso sobre las tierras que les usurpó, y será uno de los cuidados del nuestro darles la propiedad de las que poseen, o de otras que les sean más útiles, proporcionándoles medios para que sean tan felices como los demás ciudadanos». (96)Picornell planteó también un punto señero en el proceso de la lucha igualitaria de la mujer, exigiendo un riguroso castigo para quién las ofendiera.
El programa de Picornell, Gual y España proponía en el punto 34 la abolición de la esclavitud: queda desde luego abolida la esclavitud como contraria a la humanidad. En virtud de esta providencia, todos los amos presentarán a la Junta Gubernativa de sus respectivos pueblos cuántos esclavos tuviere con una razón jurada en su nombre, patria, edad, sexo, oficio, coste que le yuvo y años que le sirve, con más de una nota de su conducta y achaques si los hubiere, para que en su visita de la Junta General se determine y mande abonar a sus respectivos dueños de los fondos públicos lo que merezcan en justicia.» (97)

Picornell, Gual y España combinaron las reivindicaciones políticas separatistas con la igualdad social, postulando la unidad del «pueblo americano». Picornell nunca dejó de luchar por esta concepción unitaria. Fugado de la cárcel venezolana, estuvo en Curazao y otras islas antillanas, donde redactó un manifiesto introductorio a la constitución francesa de 1793, dirigido a los «americanos de todos los Estados, profesiones, colores, edades y sexos» en el que planteaba con sencillez los postulados igualitarios. En Curazao, conversó largamente con los hermanos Piar, también perseguidos políticos. Viajó a París donde se recibió de médico, pero luego retornó a su querida América. Enterado en Martinica del levantamiento independentista de Caracas, regresó a Venezuela de inmediato para ponerse al servicio de la República, pero sus méritos no fueron reconocidos ni su capacidad adecuadamente empleada. Un tanto amargado, salió para Curazao y de allí a Nueva Orleans donde se casó. Luego estuvo en la capital de la primera República Negra, Puerto Príncipe, donde curaba enfermos, actividad que siguió haciendo en Cuba en el pueblo de San Fernando de Nuevitas, donde murió en 1825 a la edad de 66 años, quizá con la esperanza de ver a Cuba libre de esclavos y de la dominación colonial. Así se acababa la vida de este mallorquí revolucionario, a quien tanto deben los Latinoamericanos por su consecuente y visionaria concepción de la unidad del continente.

Francisco de Miranda no sólo fue precursor de la independencia sino pionero de la unidad latinoamericana. Por eso, fue el hombre más buscado en Europa por el espionaje español. Miranda era considerado por los gobiernos europeos como el representante de los latinoamericanos en el exilio, que luchaban por el término de los lazos coloniales. No sólo era visitado por los exiliados sino también por la mayoría de los hombres avanzados de América que viajaban a Europa. Fue, en síntesis, el indiscutible precursor de la Independencia.

Hijo de un comerciante canario, nació en Caracas en 1750. A los 21 años viajó a España para enrolarse en el ejército. Luego combatió por la independencia norteamericana, junto a Jorge Washington, reafirmando allí su compromiso de luchar por la libertad de su América Latina. Regresó a Francia en vísperas de la gran Revolución, apoyando al ala girondina y participando en las campañas militares bajo el mando de Dumouriez. Pronto Napoleón dirá de Miranda que «es un Don Quijote, con la diferencia de que éste no está loco; este hombre tiene fuego sagrado en el alma» (98).
Miranda mantuvo un estrecho contacto con jesuitas expulsados de Hispanoamérica, quienes le informaron detalladamente sobre la situación de cada una de las colonias. De este modo Miranda pudo conocer, de primera fuente, la especificidad de cada región del continente. El jesuita Clavijero, autor de la «Historia Antigua de México», le hizo conocer Nueva España por dentro. Otros, como los padres Alegre, Caro y, sobre todo, el peruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, le enseñaron a Miranda los principales motivos de descontento en las diferentes colonias. También entrevistó al abate Raynal, gran conocedor de los problemas americanos. Estos antecedentes le permitieron evaluar mejor los movimientos de rebelión, como el de los comuneros de Colombia, el del negro Chirino, el de Picornell, Gual y España; aquilató la insurrección de Túpac Amaru como una advertencia sobre la potencialidad de lucha de los indígenas, fenómeno que influyó en su ulterior planteamiento sobre un incanato para el continente, Miranda hizo difundir por América la famosa carta del jesuita Vizcardo Guzmán, llamada «Carta a los españoles americanos», el más importante documento de propaganda anticolonial, escrito en un lenguaje accesible.

Se ha criticado a Miranda por sus acuerdos puntuales con los gobernantes ingleses en su afán de obtener ayuda militar. Ofreció a Inglaterra «status» de nación favorecida en cuanto a lo comercial, una vez que se lograra la independencia, pero «sobre la base inquebrantable de nuestra autonomía política (…) ni por un minuto consentiría yo que una fuerza extranjera ejercitase ninguna autoridad ni tomase el tono de conquistador en el país».(99). Miranda fue el primero en reprochar a los ingleses su intento de conquistar Buenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807.

Miranda no solamente pensaba en la liberación de Venezuela sino en la de todo el continente. Uno de sus planes consistía en utilizar las islas Trinidad y Barbados como puente para invadir tierra firme por el Orinoco y los Llanos, mediante «un ejército continental que penetre hasta Nueva Granada y acaso hasta Quito (…) otras fuerzas se dirigirán por el Atlántico sur hasta el Río  de la Plata» (100). De ahí, los contactos permanentes de Miranda con Saturnino Rodríguez, San Martín y O’Higgins, sus compañeros del cono sur.

Miranda fue uno de los primeros hombres de América – y quizá del mundo- en apreciar la magnitud de la opresión ejercida por la sociedad patriarcal sobre la mujer. A fines del siglo XVIII llegó a plantear que las mujeres debían ser consultadas en las actividades políticas, pues esa «mitad de individuos» tenía derecho a estar representada en el gobierno. Esta marginación de la mujer, decía Miranda, constituye una «injusticia irritante, muy digan de ser tomada n consideración por nuestros sabios legisladores americanos» (101).

Miranda fue el latinoamericano más culto de su tiempo. Leía siete idiomas, era músico y conocía las obras de arte de los países europeos que recorrió, desde Inglaterra hasta Rusia y de Noruega a Italia, convirtiéndose en la personalidad militar y política más notable de América.

Hacia 1800 estaba decidido a organizar la expedición libertadora. En carta a Manuel Gual, manifestaba desde Londres: «Trabajaremos, pues, con perseverancia y rectas intenciones en esta notable empresa (…) que cuando no nos resultase (a nosotros personalmente) más gloria que la de haber trazado el plan, y echado los primeros fundamentos de tan magnífica empresa, harto pagados quedaremos: delegando a nuestros virtuosos y dignos sucesores el complemento de esta estupenda estructura, que debe si no me engaño sorprender los siglos venideros.» (102). Miranda tardó quince años en reunir fondos y apoyos políticos para emprender su campaña libertadora, pasando momentos amargos con los diplomáticos ingleses que querían utilizarlo como peón en el tablero de ajedrez de la política británica para América.
Al fin. en 1806, pudo zarpar con doscientos hombres y una nave, llamada «El Leandro» en honor a su hijo. Recaló no por azar en Haití, la primera República independiente, donde izó el 12 de Marzo de 1806 el pabellón tricolor diseñado para América, con los colores negro, rojo y amarillo que representaban a los negros, pardos e indios, dejando curiosamente fuera a los blancos. En Haití, reafirmaba el nombre de «Ejército de Colombia para el servicio del pueblo libre de Sur América » y hacía jurar a cada uno de sus hombres «ser fiel y leal al pueblo libre del Sur  América, independiente de España» (103). En la isla ya emancipada, Miranda se entrevistó con Dessalines, manifestándole su aspiración de proclamar la Independencia por un Acta en la que convocaría a los notables de Venezuela. El primer presidente libre de América Latina le contestó: «Señor, yo os veo ya fusilado y colgado… habiáis de emplear en vuestra tarea a los notables, al papel y a la tinta. Sabed, señor, que para hacer una revolución triunfante no hay sino dos recursos: cortar cabezas e incendiarlo todo» (104).

La expedición de Miranda fue derrotada cerca de la costa de Ocumare y luego en Coro, donde no encontró ningún apoyo de la población. Sus 35 años de ausencia del país no le permitiendo calibrar la coyuntura política ni darse cuenta que, además de las fuerzas militares, era necesario un paciente trabajo de adhesión y participación de los sectores sociales interesados en la Independencia.

El Proyecto de Miranda contemplaba una organización en la que figuraban dirigentes con nombres indígenas: el Hatunapa y los Curacas, elegidos por una Asamblea formada a base de delegados de los Cabildos. Se establecería un imperio federado cuya capital sería la ciudad de Colombia, en el centro de América del Sur. El poder ejecutivo de este gobierno estaría jefaturizado por dos Incas designados por el Congreso Colombiano, integrado por ciudadanos propietarios de tierras y de más de 40 años. El poder Legislativo se compondría de dos cámaras, una de caciques vitalicios, nombrados por los Incas, y otra, la Cámara de los Comunes, elegida por votación popular. En el fondo, era una variante de monarquía constitucional. Posteriormente, Miranda contempló la posibilidad de cuatro gobiernos: uno, en México y Centroamérica; otro, integrado por Colombia, Venezuela y Ecuador; otro, por Perú, Bolivia y Chile y, finalmente, Argentina, Uruguay y Paraguay.

Después de su derrota temporal en las costas venezolanas, Miranda trató en vano de obtener ayuda de las Antillas inglesas y francesa. Posteriormente, instaló su centro de operaciones políticas en Londres, donde reagrupó a los sectores latinoamericanos de vanguardia. Allí anudaron sus planes y sueño libertarios Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, Antonio Nariño, José Antonio de Sucre, José del Pozo, Matías de Irigoyen, Saturnino Rodríguez Peña, Carlos Montúfar y muchos otros que formaban parte de la Logia «Gran reunión Americana», en la que todos se consideraban compatriotas. Por eso, no fue por azar que el estallido revolucionario contra España se produjera en forma conjunta y coordinada, con un criterio continental.

Miranda estimuló al inglés William Burke a escribir sobre la independencia de América, y apara que redactase «L a Emancipación de Suramérica», donde se narraban las actividades en pro de la independencia. Trabó amistad con Jeremías Bentham, quien le sugirió un proyecto de Constitución de la «República de Colombia». Conoció a José María Blanco, quien en Inglaterra había adoptado el nombre de Blanco White; este español planteaba que la lucha contra Napoleón era también la lucha contra la monarquía española; consecuente con este idea, preconizaba que las  colonias debían romper con la corona española e implantar gobiernos libres y autónomos. Para Blanco, la lucha por la independencia de las colonias hispanoamericanas formaba parte de la guerra nacional española. (105). Su periódico «El Español» fundado en Londres a comienzos de 1810, se convirtió en propagandista de la Independencia Latinoamericana. Ese mismo año, Miranda creó el periódico «El Colombiano», con noticias sobre las colonias. Rechazó el proyecto de la princesa Carlota Loaquina, hija de Carlos IV y miembro de la familia real portuguesa, para ser reconocida reina de América. Su agente, Felipe Montucci, había iniciado gestiones en el Río de la Plata y en el Alto Perú solicitando a Miranda que respaldara esta alternativa. Miranda respondió secamente: ni pensar en «introducir extranjeros y nuevos soberanos en aquellas provincias» (106).

La actividad de Miranda comenzó a dar tempranos retoños al estallar el proceso revolucionario independentista en casi todas las colonias hispanoamericanas entre 1809 y 1811. Muchos de los sueños de Miranda bordearon la utopía, pero en lo fundamental se cumplieron las líneas gruesas de la estrategia diseñada por el indiscutible precursor de nuestra independencia.

NOTAS

20 LINCOLN MACHADO RIBAS: Movimientos Revolucionarios en las colonias españolas de América, Ed. Claridad, Buenos Aires, 1940.

21 Archivo Nacional de Historia, Sección del Azuzy, Fondo            «Alberto Muñoz Vernaza»: Libro Documentos de la Colonia,          folios 69-78

22 GERARDO VENEGAS: Movimientos sociales urbanos (siglos XVI y XVIII), en Rev. del IDIS. 1981, Universidad de uenca, Ecuador.

23 IBID. pag. 76.

24 Citado por BOSLESLAO LEWIN: La rebelión (…). op. cit., p. 61.

25 OSCAR CORNBLIT: Levantamiento de masas en Perú y Bolivia durante el siglo dieciocho», en TULIO HALPERIN DONGHI              (comp.) :  El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica,  Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1978, p. 113 y 114.

26 JURGEN GÖLTE : Repartos y rebeliones. Túpac Amaru y las contradicciones de la economía colonial, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Lima, 1980, pp.14, 15 y 16.

27 Biblioteca Nacional, Lima, C 3969: Informes de los curas de Oropesa, San Andrés de Checa y Tinta acerca de la consulta formulada por el cabildo del Cuzco respecto de los repartimientos hechos por los corregidores 1766, citado por J. Golte: op cit., p. 114.

28 JURGEN GÖLTE op. cit., p. 122.

29 Ibid., p. 123

30 SCARLETT O’ PHELAN : Túpac Amaru y las sublevaciones del  s. XVIII», en ALBERTO FLORES GALINDO (comp): Túpac Amaru  II, Lima, 1796, p. 75. Además ver : JULIO CESAR CHAVES: Los corregimientos y la revolución de Túpac Amaru, en Actas del primer Congreso venezolano de Historia, Caracas, 1972, t. I, pp. 115 a 124.

31 J. GLOTE: op. cit., pp. 149 y 150.

32 MANUEL MENDIBURU :  Diccionario Histórico-bibliográfico  del Perú, 2nda. edición., Lima 1935, Vol. VII, p. 201.

33  Carta al padre Fray José Gil Muñoz a Fray Manuel del Santo y otros, reproducida con comentarios de Francisco A. Loayza en «Juan Santos el invencible, manuscritos de 1742 a 1755», Lima, 1952.

34  OSCAR CORNBLIT : op. cit., p. 108.

35 J. GOLTE: OP. CIT., P. 162 y 163.

36 Archivo General de Indias, Sevilla, Cuzco 29. Ver también  JOHN H. ROWE: El movimiento nacional Inca del siglo XVIII, en Revista Universitaria del Cuzco, año XLIII,  Núm. 107, 1954.

37 MARIANO BAPTISTA GUMUCIO: Aproximaciones a la acción y al pensamiento de algunas figuras de la independencia», ponencia presentada al Congreso del Pensamiento Político Latinoamericano, Caracas, 1983.

38 BORESLAO LEWIN : Túpac Amaru, ed. siglo XX, Buenos Aires,  1973, p. 81

39 Ibid., p. 35.

40 Ibid., p. 35 y 36.

41 Ibid., p. 111

42 AGUSTO GUZMAN : Túpac Katari, ED. FCE, México, 1944.

43 O. CORNBLIT: op. cit., p. 66.

44 BOLESLAO LEWIN op. cit., p. 111

45 RAFAEL SAHUARAURA TITU ATAUCHI: Estado del Perú,  a.o de  1784, Lima, 1944, p. 14.

46 BOLESLAO LEWIN : op cit., p. 122.

47 Ibid., p. 124. Oscar Cornblit estima que en las  insurrecciones indígenas desde el inicio de la rebelión de Túpac Amaru murieron 6.000 españoles y entre 100 y 200.000 indígenas.

48 RATTO-CIARLO: Resonancias de Túpac Amaru en Venezuela, en  El Nacional, Cuerpo A, p. 6 Historia, 7-6- 1981.

49 Túpac Amaru llegó a ser conocido en Brasil, donde José Basilio de Gama (1740. 1795) escribió un poema dedicado  a la rebelión del descendiente de los incas.

50 J. GOLTE: op. cit., p. 186.

51 Ibid. , p. 187.

52 Ibid., p. 188

53 BOLESLAO LEWIN: op., cit., p. 67

54 Ibid. p. 70

55 MARIO AGUILEAR PEÑA: Los comuneros. Guerra Social y lucha anticolonial, Universidad Nacional de Colombia,  Bogotá, 1985, p. 7

56 JHON PHELAN: El pueblo y el rey, Ed. Carlos Valencia,  Bogotá, 1980.

57 PABLO CARDENAS ACOSTA: El movimiento comunal de 1781 en el Nuevo Reino de Granada, Ed. Kelly, Bogotá, 1960

58 INDALECIO LIEVANO AGUIRRE : Los grandes conflictos  sociales y económicos de nuestra historia, Ed. Tercer  Mundo, décima edición, Bogotña, 1984, tomo I p. 454

59 Sus detalle pueden verse en GERMAN ARCINIEGAS :  Los Comuneros, Ed. ABC. Bogotá, 1938, y un análisis más  revelador en INES PINTO E. : La rebelión del común, Univ. Pedagógica y Tecnológica, Tunja, 1976 y FRANCISCO POSADA: El movimiento revolucionario de los Comuneros, Ed. Siglo XXI, Bogotá, 1970.

60 I LIEVANO AGUIERRA: op. cit. T.I, p. 457.

61 Ibíd., t. II, p. 471.

62 MARIO AGUILERA: op. cit., p. 50.

63 Ibid., p. 138, cita documento de BNC, Comuneros, t. 4, f.  91v.

64  Citado por I. LIEVANO AGUIRRE : op. cit., t. I, p. 461

65 BNC, Comuneros, t. 3, f.284. en M. Aguilera:op cit. p.140

66 MARIO AGUILERA: op. cit. p. 134.

67 J.N. CONTRERAS SERRANO: Comuneros venezolanos, Caracas, 1961.

68 Ibid., p. 120

69 GERMAN ARCINIEGAS: ¿Quiénes fueron los traidores?, en «El Nacional», Caracas, mayo 1981

70 Ibid., p. 100, AHN, Justicia, t.3, f 605v.

71  Ibid., p. 100, AHN, Aguardientes de Bocayá, t.2, f. 367v.

72  Citado por INDALECIO LIEVANO AGUIRRE: Op cit., t. II, p. 470.

73  BNC, Comuneros, t.4, f.128r-v, en M.AGUILERA: Op. cit.,  p. 143.

74   Ibid., p. 143, AHN, Real Hacienda, t. 25, f. 450r.

75   FRANCISCO POSADA :  El movimiento revolucionario de los comuneros, Siglo XXI ed., Bogotá, 1975, p. 54

76 Ibid., p. 69, AHN. Milicias y Marina, t. 147, f. 87v

77   Archivo General de Indias, Audiencia Santafé, Legajo 549, Sevilla, cit. por JUAN FRIEDE: La otra verdad. La independencia americana vista por los españoles, ed. Carlos Valencia, Bogotá, 1979, p. 17

78    MARGARITA GONZALES: Bolívar y la Independencia de Cuba, Ed. El Ancora, Bogotá, 1985, p. 30

79   MANUEL VICENTE MAGALLANES: Historia Política de Venezuela, p. 115, 5nta edición, Caracas, 1979.

80   Por referencia a Luciano de Samosata, satírico griego de ascendencia siria, que criticó la sociedad antigua del siglo II

81   ALEJANDRO CARRION AGUIRRE: Ensayo periodístico en Espejo,  Solano Montalvo, en Escritor del Dr. Francisco Javier              Eugenio Santa Cruz y Espejo, tomo III, p. 235, Ed. Artes Gráficas, Quito, 1923

82    ARTURO ANDRES ROIG: Momentos y corrientes del pensamiento utópico en el Ecuador, en Arte y cultura. Ecuador: 1830-1980, p. 103 a 106, corporación Editora Nacional, Quito, 1980

83    cit. por LEOPOLDO BENITEZ V. :  Precursores. Biblioteca Ecuatoriana Mínima, p. 218. Quito. p. 21.

84    ENRIQUE GARCES: Eugenio Espejo, médico y duende.  Universidad Central de Quito. p. 21

85   Ibid. p. 78

86  Ibid. p. 309

87   ANTONIO NARIÑO : Escritos políticos. Ed. Ancora, Bogotá  1982, p. 15 a 20.

88   JOSE MARIA VERGARA Y VERGARA: Historia de la literatura   en Nueva Granada, Bogotá 1974, t. II cap. XI.

89   ALVARO DELGADO : La colonia, Fondo Editorial  Suramericana, Bogotá 1976, p. 273 y 277.

90   MIGUEL LUIS AMUNATEGUI: Una conspiración de 1780,  Santiago, 1853. Del mismo autor: Los precursores de la  independencia de Chile, Santiago, 1870

91   Diario de WILLIAM MOULTON, escrtio a bordo del «Onico»,  4-1-1802, citado por Jaime Eyzaguirre: Ideario y ruta de la emancipación chilena, p- 88. Ed. Universitaria,  Santiago, 1957

92    Cit. por ALFONSO RUMAZO GONZALEZ en su introducción a  las Obras completas, de Simón Rodriguez, t.I, p. 46,              Universidad Simón Rodriguez, Caracas, 1975.

93   HECTOR MALAVE MATA: Formación Histórica del antidesarrollo de Venezuela, p. 86, Casa de las Américas, La Habana, 1974.

94   Documentos relativos a la Revolución de Gual y España, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, num. 2,  p. 302, Caracas, 1949

95  Ibid

96  Ibid, p. 355

97   Ibid. p. 347

98   CARACCIOLO PARRA PEREZ: Miranda y la Revolución Francesa, t. II, P. 182. ED. Culturales del Banco del Caribe, Caracas

99   Diario de F. Miranda, citado por MARIANO PICON SALAS: Miranda, p. 83. Ed. Monte Avila, Caracas, 1972.

100  Ibid, pp. 89 y 90.

101   LUCILA LUCIANI DE PEREZ DIAZ: Miranda, precursor del  feminismo, en  Revista Nacional de Cultura, Núm. 78-79, p. 27, Carcas, 1950

102   Citado por JOSE GIL FORTOUL: Historia Constitucional  (…), op. cit., T. I. p. 140

103   JAMES BIGGS : Historia del intento de don Francisco de  Miranda para efectuar una revolución en Sur América, pp. 37 y 38, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1950.

104   VICTOR JEAN BAPTISTE: Le fundateur devant l’ histoire, p. 246. Port-au-Prince, Haiti, 1954

105   MARIANO PICON SALAS: op. cit., p. 128.

106  Ibid., p. 131

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