Luis Vitale. Historia Social comparada de los pueblos de América Latina. Independencia y formación social republicana. Siglo XIX. Tomo II. I Parte.
Capítulo VIII
CARACTERIZACIÓN GENERAL DEL PERÍODO 1810-1850
La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por un aceleramiento del período de transición al capitalismo, por la gestación del Estado Nacional y por el comienzo de un nuevo tipo de dependencia. Rotos los lazos con España, la clase dominante necesitaba otros mercados para la colocación de sus productos agropecuarios y mineros. Los encontró en las metrópolis europeas, en pleno avance industrial. Para asegurar mejores precios y mayor demanda de sus productos plasmó un pacto neocolonial por el cual se comprometió a permitir la entrada indiscriminada de manufacturas extranjera. De este modo, quedó sellada la dependencia, desperdiciándose una oportunidad histórica para iniciar un proceso autónomo de industrialización, que en aquella época era todavía posible.
Sin embargo, se ha exagerado al afirmar que América Latina pasó de su condición de colonia española o portuguesa al de colonia inglesa. Esta caracterización no resiste un análisis riguroso porque es obvio que desde principios del siglo XIX, nuestros países fueron políticamente independientes. Tampoco se convirtieron automáticamente en semi-colonias, porque las riquezas nacionales se mantuvieron en manos de la burguesía criolla.
Se inauguró entonces un nuevo modelo de acumulación, diferente al del período colonial que fue la base de la consolidación de la clase dominante criolla. Este es uno de los puntos centrales en los que diferimos de aquellos autores que insisten en la prolongación de lo colonial hasta 1850. Si bien es cierto que durante la primera mitad del siglo XIX supervivieron manifestaciones heredadas de la Colonia, sería falta de rigor histórico minimizar la importancia de la ruptura del nexo colonial; en primer lugar, porque la independencia política formal dio paso a una nueva formación social, caracterizada básicamente por el control económico y político que pasó a ejercer, de manera directa, la clase dominante nativa; en segundo lugar, porque los excedentes económicos, que anteriormente se drenaban hacia la península ibérica, ahora fueron retenidos en gran medida por dicha clase, constituyéndose en el fundamento material de un proceso de acumulación interno de capital.
Por otra parte se ha exagerado sobre una crisis total que habría sufrido la economía latinoamericana durante varias décadas post-independencia. Efectivamente, las guerras de la independencia, y las guerras civiles, provocaron en áreas de la economía un descenso de la producción, hubo escasez y penuria de capitales, pero la economía de exportación siguió funcionando con mayor libertad de mercados y precios que en la época colonial. No sólo aumentó la producción agropecuaria y de plantaciones, sino que también hubo un relativo auge de la producción artesanal en algunos países latinoamericanos.
Otro fenómeno no debidamente evaluado es la fuga de capitales españoles durante los primeros decenios de las repúblicas emergentes. Las investigaciones efectuadas en algunos países muestran que la cuantía de estos capitales fue elevada en proporción a las exportaciones. Por ejemplo, en México el proceso fue tan manifiesto que el gobierno tuvo que dictar un decreto prohibiendo la fuga de capitales de los realistas.(262) No obstante, el ministro Alamán estimó que salieron del país unos doce millones de pesos.(263)
Esta fuga de capitales -dice José Valadés- “mermó la economía de la república, puesto que muchos negocios quedaron paralizados”.(264) John Lynch apunta que “es imposible cuantificar el monto del capital que se llevaron los españoles de México”.(265)
Las metrópolis europeas no colocaron capital productivo, con excepción de las inversiones norteamericanas en el azúcar cubano, y de las inglesas en las minas de México, Perú, Bolivia, Chile y el norte Argentino, que terminaron siendo rentables. En Londres, se formaron 26 sociedades mineras en 1824-1825.
Las compañías de minas organizadas por Inglaterra en Chile paralizaron sus trabajos en 1927, “porque el resultado de la explotación no correspondía a los desembolsos hechos”.(266)
En México, hubo inversiones británicas en las minas de plata entre los años 1825 y I 828, pero pronto descendió la producción. Las principales compañías inversoras fueron: la Anglo Mexican Mining Association, la United Mexican Mining As., la Mexican Co. y otras cuatro más, cada una de las cuales declaró capitales nominales que variaban entre 200.000 y 1.000.000 de libras esterlinas. “De las siete compañías referidas, la única que sobrevivió hasta finales del siglo XIX fue la United Mexican Mining Association”.(267)
En Argentina, la River Plate Mining Association fue la encargada de explotar las posibilidades de inversión en las minas de La Rioja, pero encontró competidores criollos -entre ellos Facundo Quiroga y “para sacárselos del paso, la burguesía comercial porteña dicta una ley bancaria que hace tabla rasa a la autonomía provincial de La Rioja”.(268)
Aunque estas inversiones no tuvieran éxito, de todos modos plantean un problema teórico. La colocación de capital productivo norteamericano en los ingenios azucareros de Cuba y la inversión directa de capital financiero inglés en las minas de México, Argentina y Chile fue una fase protoimperialista del capital decimonónico.
Las formas de penetración foránea fueron, en general, indirectas, especialmente a través de empréstitos, ya sea para que los Estados latinoamericanos “sanearan’ su hacienda pública, aumentaran la importación o financiaran las obras de infraestructura.
México tuvo que enfrentar desde el comienzo de su Independencia la deuda que contrajo con España por un monto de 8.500.000 pesos. En 1824, contrató dos empréstitos con las Casas Goldschmidt y Barclay por 3.200.000 libras esterlinas cada uno, de los cuales se obtuvieron sólo 10.000.000 de pesos mexicanos, descontadas las comisiones, amortizaciones e intereses pagados por adelantado. México se comprometió a pagar 32.000.000 de pesos por la capitalización de intereses no pagados correspondientes a los años 1831, 1837, 1846 y 1850.(269)
Los primeros gobiernos de la República de Venezuela se endeudaron a tal punto que, en 1860, gran parte de la renta nacional estaba comprometida: para la amortización de la deuda extranjera el 50% de las importaciones de la Gauira y Puerto Cabello y el 30% para amortizar los empréstitos de ese año que bordeaban los 3 millones de pesos.
Los gobiernos latinoamericanos recibieron la mitad del empréstito contraído, que de hecho era “atado” ya que parte de él debía ser invertido en mercancías europeas. Al cabo de 20 años, por el complejo sistema de amortizaciones e intereses acumulados no pagados, tuvieron que abonar cerca del triple del préstamo solicitado.
La sutil telaraña que el imperio británico tejía con los empréstitos fue captada por Vicuña Mackenna en el siglo pasado, al señalar: “Es en nuestro concepto, un asunto el más grave este de los empréstitos que ha hecho de nuestra pobre América una inmensa hipoteca a la Bolsa de Londres, y de la que son acreedores esos navíos que pasean nuestras costas saludando como por mofa nuestra bandera de deudores”.(270)
Las casas comerciales extranjeras residentes en Venezuela llegaron a controlar no sólo los productos de exportación, sino que a través de la usuraria ley de 1834 lograron apoderarse de grandes extensiones de tierra por hipotecas no pagadas. Las Casas Blohm, Boulton, Fleury, Bliss, Graft, Keogh, Mecklembury, establecidas desde 1830, se apropiaron tanto del comercio de exportación e importación como de la comercialización del café y del cacao, que eran los productos fundamentales de ese país.
En México, la burguesía criolla -encabezada por los Béistegui, Isidoro de la Torre, Manuel Escandón y Martínez del Río- estableció vínculos muy estrechos con sus congéneres europeos. Las casas comerciales criollas ligadas a Londres, lograron en Argentina que el presidente Rivadavia creara la Bolsa de Comercio y el Banco de Buenos Aires en 1823, que “era el símbolo y la fuente del poder de la aristocracia monetaria y del partido unitario”.(271) De los 702 accionistas de este Banco, 381 eran ingleses, cantidad que aumentó años más tarde a 589.
En Valparaíso y Santiago de Chile existían a fines de la década de 1820 las siguientes Casas Comerciales extranjeras: Waddington, Haigh, Head, Huth, Gibbs, Hill, Hemingway, que controlaban el comercio de exportación de minerales y trigo y gran parte del comercio interior. Los viajeros europeos, como Eduardo Poepping, Gabriel Lafond du Lucy y otros han dejado vivos testimonios de los mercados latinoamericanos inundados por las mercancías europeas.
Los gustos, las modas y hasta ciertas costumbres criollas fueron cambiando con la invasión de manufacturas y comerciantes extranjeros, que impusieron la costumbre del “five o’clock tea”, desplazando al mate y otras infusiones criollas.
La viajera inglesa, María Graham, comentaba su visita a la casa del gobernador Zenteno, recién llegada a Valparaíso en 1822: “En un día frío y lluvioso como éste es agradable encontrarse en una habitación donde hay un tapiz inglés, una estufa inglesa y hasta carbón inglés encendido”.(272) Los pianos desplazaron a las guitarras criollas y los rebozos fueron sustituidos por los chales de satén o de terciopelo francés.
NOTAS
262 F. BANEGAS GALVAN: Historia de México, Morelia, 1923, libro II, vol, 1, p. 35.
263 LUCAS ALAMAN: Historia de México, México, 1852, t. V, p. 845.
264 JOSE VALADES: Orígenes de la República Mexicana, Ed. Mexicanos Unidos, México, 1982, p. 96
265 JONH LYNCH: Las revoluciones hispanoamericanas, op. Cit., p. 85, señala que Mackenzie estimó dicha fuga de capitales en 140 millones, y ward en 36,5 millones. (H.G.WARD: Mexico in 1827, Londres, 1828, T. I, p. 379-382.)
266 ROBERTO HERNANDEZ: Valparaíso en 1827, P. 45., Valparaíso, 1927.
267 MARIA CRISTINA URRUTIA DE STENELESKI y GUADALUPE NAVA DE OTERO: La Minería (1821 – 1880), en México en el siglo XIX, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.
268 MILCIADES PEÑA: El paraíso terrateniente, p. 39, Ed. Fichas, Segunda edición, 1972.
269 CARLOS SANJUAN VICTORIA y SALVADOR VELAZQUEZ RAMIREZ: La formación del Estado y las políticas económicas (1821 –1880), en México en el siglo XIX, P. 88, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.
270 BENJAMIN VICUÑA MACKENNA: El ostracismo del general D. Bernardo O’Higgins, Valparaíso, 1860.
271 MIRON BURGUIN: Aspectos Económicos del federalismo argentino, Buenos Aires, 1960.
272 MARIA GRAHAM: Diario de su residencia en Chile (1822), Ed. América, p. 211, Madrid s/f
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