BREVE HISTORIA DEL BRASIL IV. A. Prieto y S. Guerra

Breve Historia del Brasil

Alberto Prieto y  Sergio Guerra
La Habana, 1991


La Minoridad

Pedro I se proclama Emperador de Brasil  (1822-1831)

La etapa iniciada con la caída de Pedro I fue la más convulsa del Imperio. Durante aquellos años en que se estructuraba el Estado nacional y se configuraban los primeros partidos, Brasil fue conmovido por una serie de movimientos populares y revueltas locales –de diferente significado político y social- que amenazaron con desmembrar al país.

A raíz de la renuncia del emperador la ira, hasta entonces contenida de las masas, se proyectó contra las propiedades portuguesas y muchos de sus dueños fueron apaleados o muertos. En las provincias, los levantamientos y protestas rebasaron los límites de la simple lucha contra los representantes y beneficiarios del antiguo poder absolutista, pues llegaron a la destitución de las autoridades municipales, como primer paso para conquistar reivindicaciones económicas y sociales de envergadura.

Frente a la tendencia revolucionaria, que cobraba fuerza en forma espontánea entre el pueblo, se formó en Río de Janeiro la Sociedad Defensora de la Libertad y la Independencia Nacional. Esta especie de club político fue organizado por liberales exaltados y moderados, aunque el predominio lo tenían estos últimos, a quienes los restauradores pusieron de mote chimangos, nombre de un ave de rapiña de Río Grande do Sul. Sus líderes eran el padre Diego Antonio Feijó, Evaristo Ferreira da Veiga y Bernardo Pereira da Vasconcelos, mientras su órgano de prensa seguía siendo la Aurora Fluminense. Eran proclives a ciertas reformas en aras de evitar los males de un gobierno despótico como el de Pedro I y para apaciguar el creciente descontento de la población nativa. Por eso pretendían disminuir las prerrogativas del poder ejecutivo en provecho de la Cámara de Diputados. La caída del primer Imperio benefició directamente a los liberales moderados, pues entregó el control del gobierno central.

Como el legítimo heredero al trono era un niño aún –la constitución de 1824 establecía que hasta tanto el príncipe no tuviera 18 años debía gobernar una regencia-, cupo a los miembros de la Asamblea Nacional, presentes en la capital el 7 de abril, la selección de los integrantes del nuevo ejecutivo. La regencia trina provisoria, como se denominó, fue conformada con dos chimangos y un representante de los partidarios del Emperador. Eran ellos el senador Campos Vergueiro, el general Francisco de Lima e Silva y José Joaquín de Campos, marqués de Caravelas, respectivamente. Durante el breve mandato de la regencia trina provisoria se tomaron algunas medidas que merecen mención. El gabinete ministerial que había dimitido el 5 de abril, fue reintegrado a sus funciones y se disminuyeron las facultades del ejecutivo –desde 1824 se le catalogaba eufemísticamente como poder moderador- al impedírsele la disolución del Congreso, el otorgamiento de títulos de nobleza, la suspensión de las garantías constitucionales y la firma de tratados con gobiernos extranjeros. Además se concedió una amnistía a los presos políticos.

El 17 de junio de 1831 la Asamblea Nacional pudo reunirse en pleno y elegir la regencia trina permanente. Al igual que el gobierno anterior, en este también predominaron los chimangos, aunque se había seguido un criterio geográfico para tratar de soslayar las rivalidades entre las provincias. Así resultó escogido un representante del norte (Maranhao), Joao Braulio Muñíz, junto a uno del sur (Sao Paulo), José da Costa Carvalho, siendo además ratificado en su puesto el general Lima e Silva. Pero el verdadero jefe de gobierno e ideólogo de la política de los chimangos era el ministro de justicia, padre Feijó.

A pesar de ser un conocido liberal moderado, Feijó se distinguió por su autoritarismo y severidad en el manejo de la administración pública, lo que quedó evidenciado con el encarcelamiento de varios prominentes líderes exaltados y especialmente con la represión de la sedición militar que sacudió la capital imperial en julio de 1831. Durante varios días, los soldados, enarbolando consignas radicales, abandonaron sus cuarteles y, desobedeciendo a la oficialidad, se lanzaron a las calles para unirse al pueblo en agitadas jornadas antigubernamentales. Entre otras demandas exigían la disolución de la Asamblea Nacional, la formación de una Convención Constituyente democrática, depuración de los funcionarios portugueses del aparato estatal y prohibición por 10 años de la inmigración lusitana. Convencido por estos hechos de que el gobierno no podía contar con la fidelidad de las tropas regulares. Feijó creó, en agosto, la Guardia Nacional. Este cuerpo militar estaba formado por los electores –todos ellos grandes propietarios sin excepción- que, reclutando y armando a los peones de sus haciendas, se convertían en los ejecutores  de la represión oficial. La Guardia Nacional solo quedó subordinada a los guises de paz de cada municipio y sirvió para reforzar el poderío de los ricos plantadores y aplastar los nuevos levantamientos, ocurridos en Río de Janeiro el 28 de agosto y el 6 de noviembre.

En consecuencia los exaltados abandonaron la Sociedad Defensora y organizaron su propio club. Así surgió la Sociedad Federal o Farroupilha –esto es, harapienta-, calificativo que expresaba la preocupación por los problemas sociales que animaba a muchos de sus fundadores. Los líderes de la asociación pretendían impulsar profundas reformas en el sistema de gobierno, con la creación de un régimen de tipo republicano-federal. Entre estos hombres merecen citarse a Cipriano Barata y Miguel de Frías.

La manifiesta impotencia del gobierno para pacificar totalmente el país sirvió de estímulo a los planes de los restauradores. En marzo de 1832 los partidarios del retorno de Pedro I fundaron la Sociedad Conservadora de la Conservadora de la Constitución Brasileña –también conocida como Sociedad Militar, por la gran cantidad de oficiales del primer Imperio inscritos-, a cuyos miembros se les llamó caramarús, derivado del nombre del periódico caramarús que les servía de vocero. Entre sus jefes se encontraba José Bonifacio Andrade  e Silva, quien de esta manera completaba una errática trayectoria política que lo había conducido de las filas del liberalismo a los brazos de la reacción. El 3 de abril los restauradores organizaron una sublevación capitalina que fracasó. La asonada fue utilizada como pretexto por Feijó para aumentar la influencia de los chimangos en el Congreso. Con ese fin propuso la destitución de José Bonifacio del cargo de tutor de pedro II, la disolución del Senado Vitalicio y otras medidas enfiladas contra la oposición neo-absolutista. Como era de esperar, la Cámara Baja –controladas por los liberales moderados- apoyó el proyecto, pero el Senado –dominado por los restauradores- lo rechazó. Para liquidar la resistencia del Senado, Feijó concibió un autogolpe de estado destinado a otorgar a la Cámara poderes de Convención Constituyente, de manera que sin el concurso de los senadores pudiese votar las medidas mencionadas. Este plan terminó por dividir a los chimangos en dos bandos, contrarios en cuanto a los métodos que se debían adoptar para solucionar la crisis y a la vez aplacar las revueltas populares que se extendían ya por todo el Brasil. En definitiva, el ala derecha de los liberales moderados, encabezada por Pereira Vasconcelos y Honorio Hermeto Carneiro Loao, futuro marqués de Paraná, consideró demasiado peligroso el proyecto de Feijó, por lo cual, con el auxilio de los parlamentarios restauradores, impuso sus criterios de que solo se confiriese poder a los diputados para modificar determinados artículos de la constitución. Esta alianza era un anticipo de la que más adelante germinaría en el Partido Conservador. La nueva correlación de fuerzas en la Asamblea Nacional puso en minoría a Feijó y determino su renuncia el 26 de julio de 1832.

La caída de Feijó propicio la formación de un gabinete ministerial de transición, hasta que el 13 de septiembre de ese año se pudo organizar otro mas estable y representativo con Carneiro Loao, Bento da Silva Lisboa y el general Antero José Ferreira de Brito. Fue este gobierno el que dio los primeros pasos para lograr un modus vivendi entre la Cámara Baja y el Senado – acuerdo del 13 de octubre -, que permitiera superar la crisis parlamentaria que tenia estancado al legislativo.

En esta crítica coyuntura se produjeron los episodios que dieron al traste con la Sociedad Conservadora y los planes para la restauración de Pedro I. La persistente agitación caramarú, puesta al descubierto con la revuelta de Ouro Preto en octubre de 1832, y sobre todo durante los disturbios de diciembre de 1833 en Río de Janeiro, condicionaron la sustitución de José Bonifacio en su puesto de tutor por el marqués de Itanhaém y la persecución de los integrantes de la Sociedad Conservadora. Por ultimo, la muerte de Pedro I en Portugal, ocurrida en 1834, quito razón de ser a la corriente restauradora.

Para solucionar de manera definitiva el conflicto surgido entre el Senado y la Cámara  -e intentar a la vez la pacificación del país-, se realizó la reforma jurídica en cumplimiento del compromiso de octubre de 1832. El 12 de agosto de 1834, el Parlamento aprobó la enmienda constitucional conocida como Ato Adicional a la constitución de 1824. la reforma fue elaborada por el diputado Pereira Vasconcelos, quien la calificó de “Código de la anarquía”. La enmienda de 1834 suprimía el Consejo de Estado, aunque como concesión a los restauradores mantenía el Poder Moderador y el carácter vitalicio del Senado. Los Consejos Generales de las provincias se transformaban en Asambleas y la inoperante regencia trina se convertía en unipersonal, mientras los electores escogían al regente por un plazo de cuatro años. Además se suprimían los mayorazgos, se creaba el llamado Municipio Neutro de la Corte y se ampliaban las facultades de los juizes de paz. El Ato Adicional fue un intento de la clase dominante para, a través de un hibrido de centralismo y federalismo –así como de ciertas reformas democratizantes-, calmar la efervescencia de las provincias. Con la misma enmienda se pretendía mediatizar, a través de mutuas concesiones entre las distintas facciones parlamentarias, los intereses contrapuestos de la oligarquía, aunque sin duda los más beneficiados eran los liberales moderados.

En cumplimiento de lo estipulado por la reforma constitucional, en junio de 1835 se llevaron a efecto los comicios para la regencia una. Los principales contendientes eran el obispo de mariana (Minas Geraes), Feijó, y el diputado pernambucano Antonio Francisco de Paula y Holanda Cavalcanti, ambos liberales moderados. El primero estaba apoyado por los epigonos de Evaristo da Veiga –quienes pretendían fortalecer el ejecutivo-, mientras el segundo era respaldado por el grupo parlamentario que respondía a Pereira Vasconcelos y por los propios restauradores. Victorioso por un estrecho margen de votos, Feijó ocupó la regencia en octubre de ese mismo año.

Pero el gobierno de Feijó apenas duró 23 meses. En ese lapso, el regente fue incapaz de contener las ya endémicas revueltas regionales, que alcanzarían su cenit en los años siguientes. La intensificación de estos movimientos se tradujo en una polarización de las luchas parlamentarias. Acorralado otra vez por la confluencia de objetivos, lograda entre los restauradores y liberales moderados partidarios de Pereira Vasconcelos, el regente –sin poder contar ya con la influencia de Evaristo da Veiga, recientemente fallecido- tuvo que renunciar el 19 de septiembre de 1837. Le sustituyó el ministro conservador Pedro de Araujo Lima.

La denominación de Feijó cierra un capítulo de la historia de Brasil signado por el predominio liberal, la aplicación de una tímida descentralización política, junto a ciertas concesiones democráticas, que alteraron muy poco el cuadro económico y social heredado de la colonia. La ascensión de Araujo Lima al gobierno equivalía a la ocupación del poder por la reacción conservadora, posición que mantendría, prácticamente sin solución de continuidad, hasta 1849. Casi al mismo tiempo se oficializó el reagrupamiento parlamentario al hacer su aparición los dos primeros partidos del país: el Regresista o Conservador y el Progresista o Liberal.

El Partido Conservador era el fruto de la fusión e las agotadas fuerzas de la restauración con el ala derecha de los liberales moderados. Sus líderes más destacados serían el propio Pereira da Vasconcelos, Carneiro Loao, Da Costa Carvalho, Joaquim José Rodrígues Torres, Paulino Soares y Eusebio de Queiroz. Todos furibundos enemigos del liberalismo político y económico, así como defensores de una monarquía fuerte y un gobierno centralizado. En contraposición, el Partido Liberal reunía a los seguidores de Feijó, junto a unos cuantos antiguos exaltados, y proponía una relativa apertura del régimen vigente acompañada de la descentralización administrativa.

A pesar de la brecha que separaba sus programas, ambos partidos coincidían en la necesidad de adelantar la fecha de la proclamación de Pedro II. Para el conjunto de la oligarquía brasileña era evidente que solo un emperador dotado de amplios poderes sería capaz de sofocar la anarquía y preservar la unidad nacional, afianzada en el sistema de privilegios y la esclavitud. Los liberales, en particular, concebían la ascensión de Pedro II como una posibilidad para desplazar a los conservadores y recobrar la dirección del Estado. Por esa razón, en 1840 impulsaron la creación del Club de la Mayoridad, presidido por el diputado Antonio Carlos de Andrade e Silva –su hermano José Bonifacio había fallecido el 5 de abril de 1838-.  La convergencia de Progresistas y Regresistas facilitó la aprobación parlamentaria (12 de mayo de 1840) de la Ley interpretativa del Ato Adicional de 1834 –victoria conservadora que redujo drásticamente los poderes de las Asambleas provisionales- y la moción del 23 de julio que aclaraba a Pedro II apto para el trono.

La desacertada política del regente Araujo Lima contribuyó  a acelerar el proceso de la mayoridad, pues era importante para resolver la penosa situación financiera del imperio –a pesar de haber contraído otro empréstito en Londres por 312  000 libras esterlinas- y para llegar a un arreglo con Inglaterra en torno a la disminución de los aranceles de aduana. Estos fueron factores adicionales que impulsaron la confluencia liberal-conservadora en pro de la coronación de Pedro II. Tras un efímero gabinete liberal –constituido por los hermanos Cavalcanti y Andrade-, los conservadores se encargaron de nuevo del poder y organizaron con derroche de lujo y solemnidad la proclamación oficial del joven Emperador de Brasil. Ese día, 18 de julio de 1841, se iniciaba el segundo Imperio.

Revuelta de los cabanos en Pará

La minoridad no solo se caracterizó por la lucha política entre liberales y restauradores, sino también por la proliferación de movimientos armados regionales. La división existente en el seno de la clase dominante, unido a una crisis económica de vastas proporciones, propició el estallido de diferentes rebeliones, casi todas prolongadas por los estratos explotados de la sociedad brasileña: campesinos, peones, artesanos, gauchos y esclavos. Los levantamientos, instigados en sus inicios por alguno de los sectores oligárquicos en pugna, no tardaron en sobrepasar los intereses de los grandes propietarios y de vinieron contiendas en pro de mejores condiciones de vida, reivindicaciones económicas y en contra de los privilegios de la propia aristocracia rural y los comerciantes portugueses. Ejemplo de estos movimientos sociales fueron la Cabañada en Pará y la Balaiada de Maranhao. En algunos lugares, las masas populares fueron confundidas y manejadas en provecho de los grupos más retardatarios, llevándolas, incluso, a combatir a sus aliados naturales. Tal fue el caso de los alzamientos ocurridos en Pernambuco y Halagaos. Otras, como la Sabinada de bahía o la guerra de los farrapos en Río Grande do Sul, eran expresión de los conflictos promovidos por la oligarquía y sectores afines, que para dirimir sus contradicciones internas utilizaban los sentimientos de rebeldía de los explotados trabajadores rurales, así como a los desposeídos de las ciudades. A pesar de las diferencias entre estos movimientos, todos tuvieron en común su contribución a la erupción del “volcán de la anarquía”  -como lo definió el padre Feijó- y formaron parte del clima de violencia social y reivindicaciones insatisfechas que marcó el período de la regencia.

Uno de esos levantamientos populares fue el de los cabanos en el Grao Pará, que se desarrolló entre 1833 y 1839. Tanto el gobierno de la provincia como el comercio, al igual que sucedía en el resto de Brasil, se encontraba en manos del reducido círculo de espectadores lusitanos radicados en la capital de Pará: Belem. El resto de la población estaba formada por una pequeña élite de latifundistas criollos que aspiraba a desplazar a los aborrecidos mercaderes portugueses; cierto número de esclavos negros y una gran masa mestiza sin tierras –jurídicamente libres-, explotada en condiciones inhumanas para la obtención de las llamadas drogas del serrato. Estos últimos vivían en miserables cabañas a la vera de los abundantes ríos de la provincia y –junto a los pueblos indígenas sometidos a un proceso de destribalización forzosa- aportaron la base social de la rebelión, razón por la cual se denominó la Cabañada.

Tras la independencia –lograda en Pará mediante la coordinación de las huestes del canónigo liberal Batista de Campos y las tropas imperiales- los portugueses se mantuvieron en usufructo del gobierno de la provincia. Esa situación conservó latente la agitación de las masas contra la minoría extranjera expoliadora y provocó frecuentes levantamientos –entre 1823 y 1824 incluso Batista de Campos se hizo del poder en Belem- que en ocasiones contaron con el respaldo de las tropas regulares.

La caída de Pedro I  desató las pasiones populares en Pará, que fueron aceleradas por la desafortunada política del Imperio y las autoridades locales. En 1832 el clérigo Batista de Campos inició un alzamiento en la comarca de Río Negro, que terminó con el sometimiento del presidente de Pará, Machado de Olivera, a sus designios. Cuando el gobierno imperial trató de sustituir  a De Olivera por un conocido restaurador, José Mariano, el Consejo General de Belem –dominado por los adeptos de batista de Campos-, lo rechazó, después de violentos enfrentamientos entre liberales y caramarús.

En diciembre de 1833 asumió el mando en la convulsionada provincia norteña Bernardo Lobo de Souza. Su estreno como presidente fue la persecución de los opositores. Encarceló, deportó y obligó a servir en el ejército a los más conspicuos liberales. Los castigos y represalias provocaron la irritación popular, generándose un amplio frente que aglutinó a los hacendados criollos, la población mestiza explotada y las tribus indígenas. De esa forma nació la rebelión de los cabanos. Sus principales líderes eran, además de Batista de Campos, los hermanos Vinagre –Francisco Pedro, Antonio Raimundo, Manuel y José- y Eduardo Nogueira Angelim. Entre ellos se distinguía un experimentado periodista liberal de Maranhao, Vicente Ferrerira Lavor, quien a través de las columnas de A Sentinela contribuía a divulgar la prédica revolucionaria y a orientar la rebelión cabana contra la minoría explotadora portuguesa y el régimen de privilegios: Así en el Grao Pará se gestaron las premisas para un gran levantamiento armado.

La convocatoria en octubre de 1834 de las Asambleas provinciales –en cumplimiento de lo dispuesto en el Ato Adicional-, en vez de calmar los ánimos, precipitó los acontecimientos. La sublevación de los cabanos se anotó su primer triunfo el 7 de enero de 1835 cuando fue ocupada Belem gracias a la decisiva acción de los campesinos mestizos y las masas indias. El presidente, el comandante de armas y demás autoridades de la provincia fueron ejecutados, a la vez que se perseguía implacablemente a todos los miembros del bando portugués. El primer gobierno      cabano –ya habían fallecido Batista de Campos y Manuel Vinagre- fue encabezado por un rico hacendado recién liberado de prisión: Feliz Antonio Clemente Malcher, quien trató de contener la radicalización del movimiento cabano, para lo cual juro fidelidad al Emperador y dispuso el encarcelamiento de sus líderes más avanzados, los hermanos Vinagre, Nogueira Angelim y el periodista Ferreira Lavor. Detectado su doble juego, Malcher fue depuesto y ajusticiado el 19 de febrero de 1835.

En su lugar fue designado Francisco Pedro Vinagre segundo presidente cabano, quien también reveló intenciones moderadoras. Como su antecesor estaba mas preocupado con mantener el “orden” y tranquilizar a las masas, que en hallar solución a los agobiantes problemas de la población campesina. A pesar de su manifiesta inclinación al entendimiento con los representantes del gobierno central, los planes conciliadores fueron frustrados por la oportuna intervención de su hermano Antonio Raimundo, quien impidió el desembarco de las tropas regulares que respondían al vicepresidente legalista Angelo Custodio Correa. No obstante la comprobada complicidad del presidente cubano en estos sucesos , Francisco Pedro no fue molestado y se mantuvo en el ejercicio de sus funciones.

Pero la derrota de los cubanos no estaba lejana. Como nuevo presidente de la provincia, la regencia designo al mariscal Manuel Jorge Rodríguez, que para cumplir su misión contaba con numerosas tropas de infantería e importantes efectivos navales al mando del almirante John Taylor. Ante esta nueva amenaza el jefe de los cubanos, Francisco Pedro, llego a un compromiso con las fuerzas gubernamentales para facilitar la pacificación de Pará. Este acuerdo permitió a las tropas imperiales ocupar Belem el 25 de junio de 1835. Derrotados, los cubanos se retiraron hacia el interior, desde donde lanzaron, con el respaldo de la población rural más humilde y las irredentas tribus indígenas, una incontenible contraofensiva que les dio otra vez acceso a la capital. Sin posibilidad de contener ese alud popular, el mariscal Rodríguez huyo a la isla Tatuoca, protegido refugio en donde instalo la sede de su gobierno.

Por segunda ocasión los cubanos eran dueños de la provincia. Como los hermanos Vinagre habían muerto fue designado Eduardo Nogueira Angelim como tercer presidente cubano. Bajo su dirección las disposiciones revolucionarias fueron más audaces. Proclamo la Republica de Pará, separo la provincia del Imperio, y adopto medidas contra los portuguses. Pero en la práctica los líderes cubanos no sabían qué hacer con el poder que tenían. Incapaces de salir del espontaneismo y el caudillaje, limitados por la ausencia de un programa concreto, la rebeldía social estaba condenada al fracaso. La llegada de apreciable contingentes militares, junto a una poderosa escuadra imperial, puestos a las órdenes del brigadier José de Sousa Soares de Andrea, marco el fin de la Cabañada. La acumulación de tantos efectivos bélicos posibilitó la ocupación definitiva de Belem por las tropas gubernamentales el 13 de mayo de 1836. Unos meses después era capturado el propio expresidente Nogueira Angelim. A pesar de estos reveses, los cabanos pudieron refugiarse en las intrincadas selvas de Pará, desde donde resistieron todavía por más de tres años. Se estima que hacia 1839, al concluir la guerra, de los 100 000 habitantes que aproximadamente tenía la provincia, 40 000 habían muerto en los incendios, destrucciones y masacres perpetrados por los efectivos del gobierno central. Resta solo agregar que de todos los levantamientos del período de la regencia, este fue por su amplitud y proyección social el de mayor importancia.

Guerra de los cabanos en Alagoas y Pernambuco

La denominada guerra de los cabanos, que se propagó por las regiones de Halagaos y Pernambuco, nada tuvo que ver con el movimiento que con el mismo nombre estremeció  a la provincia de Pará. El conflicto de los cabanos del noroeste fue provocado por las luchas políticas entre los liberales exaltados y los restauradores, radicados en la capital de Pernambuco, y tuvo un carácter reaccionario.

Los antecedentes de la guerra de los cabanos se hallan en las disputas, típicas de la época de la regencia, que dividieron a la clase dominante brasileña en dos bandos, aparentemente irreconciliables. Como parte de esas pugnas, el 15 de septiembre de 1831 se produjo un motín liberal, que sumó un batallón de infantería de Recife al movimiento sedicioso. Los rebeldes protestaban contra las maniobras de la sociedad absolutista Colunas do Trono y el predominio de los comerciantes lusitanos sobre la actividad económica y la administración pública en la opulenta provincia del noreste. La asonada fue sofocada con relativa facilidad por las fuerzas imperiales, lo que no impidió que el 15 de noviembre estallara  otro levantamiento liberal con resultados idénticos al anterior.

La reacción portuguesa, atemorizada por la creciente intranquilidad liberal, pretendió en abril de 1832 dar un golpe para apoderarse sorpresivamente de todos los resortes del poder. Derrotados también por los efectivos gubernamentales, los restauradores lograron levantar en armas a las masas campesinas del interior que, engañadas con consignas y promesas demagógicas, concebían falsas esperanzas con el retorno de Pedro I. De esta forma comenzó la guerra de los cabanos, verdadera rebelión campesina manejada en beneficio de los intereses de la facción caramarú. Dirigida por Antonio Timoteo, Manuel Alfonso de Melo y otros jefes, la sublevación restauradora se regó por el serrato: los cabanos ocuparon las localidades de Una, Jacuipe, Barra Grande y Paneles de Miranda. El 30 de julio de 1832 los alzados en Pernambuco y Alagoas  proclamaron su adhesión a la causa del depuesto Emperador. Sin embargo, ya entre los meses de agosto y septiembre se producía el primer avance sostenido de las fuerzas del gobierno, obligando a las confundidas masas de negros, mestizos e indios a pasar a la lucha guerrillera.

Mientras la guerra de los cabanos se estancaba en el serrato, en Recife se producía el 16 de enero de 1834 una revuelta encabezada por los liberales exaltados Francisco y Antonio Carneiro. El propósito de la Carneida era lograr la expulsión de los portugueses y promover la aplicación de medidas efectivas contra los cabanos. La sublevación de los exaltados fue sofocada por el nuevo presidente de Pernambuco, Manuel de Carvalho Paes de Andrade, viejo luchador republicano de la fenecida Confederación del Ecuador. El propio Carvalho fue el artífice de la liquidación del conflicto de los cabanos. La presión sostenida de las tropas gubernamentales, la pérdida del apoyo de la población campesina, la imposibilidad de continuar recibiendo refuerzos por parte de los restauradores de Recife y la muerte de Pedro I en Portugal, fueron elementos que aceleraron la descomposición del movimiento cabano, convertido en grupos errantes que ya solo procuraban esconderse en el serrato. Su último cabecilla, Vicente de Paula, derrotado en Japaranduba el 29 de mayo de 1835, se mantuvo fugitivo por las áreas intrincadas del interior hasta su captura en 1850.

Casi simultáneamente los restauradores habían tratado de apoderarse del gobierno en la vecina provincia de Ceará. El 2 de enero de 1832 el líder pro absolutista Joaquim Pinto Madeira, con un grupo de sus partidarios, ocupó la villa de Crato y anunció su respaldo al regreso de Pedro I. la mal llamada República de Camiri fue aplastada en noviembre por el ejército imperial guiado por el general Pedro Labatut.

La Balaiada

Con la denominación de la Balaiada se agrupan rebeliones y levantamientos de las clases explotadas de Maranhao –esclavos y población libre del serrato- que se extendieron de 1831 a 1841. Por entonces la provincia tenía cerca de 200 000 habitantes, de los cuales 90 000 eran esclavos y el resto sertanejos dedicados a la producción agrícola y a la cría de ganado. Como en otras partes de Brasil, la administración estatal y la actividad mercantil estaba todavía dominada por los portugueses, lo que originaba permanentes conflictos con los grandes propietarios criollos.

Desde principios de siglo, la economía de Maranhao era afectada por la declinación de las ventas de su principal artículo de exportación, el algodón, desplazado de los mercados internacionales por el boom de la producción del sur de los Estados Unidos. Por esa razón, tanto los hacendados criollos como los comerciantes lusitanos hacían todo lo posible para descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de los campesinos y demás clases oprimidas.

Fue precisamente en esta coyuntura que hizo su aparición el movimiento de las balaios. En un principio la Balaiada no fue más que la irrupción de bandas campesinas armadas en las zonas rurales, las cuales actuaban de manera autónoma unas de otras, y que respondían a la dirección de diferentes caudillos. Agobiados por la terrible situación económica, los bailaios deambulaban por el interior de Maranhao en busca de sustento, dedicándose a robar en los caminos o a asaltar y saquear las haciendas. Influida por el grupo liberal de la localidad, los Bem-te-vis  -que en lo fundamental representaban los intereses de la pequeña burguesía urbana-, la rebelión balaia se convirtió en un verdadero azote para los restauradores.  Entre sus líderes descollaban el vaquero mestizo Raimundo Gomes –más conocido como Cara Preta- y el indio Manuel Francisco dos Anjos Ferreira, llamado el balaio por su antiguo oficio de fabricar cestos. En determinadas oportunidades los balaios operaban en coordinación con los negros cimarrones, agrupados en palenques. El más importante de estos refugios era el de Tocangüira, encabezado por el “emperador” Cosme Bento dos Chogos.

El primer alzamiento balaio se produjo en diciembre de 1838 en la villa de Manga –diminuta población a orillas del río Iguará- y se extendió después a otras localidades hasta cubrir la zona más habitada y próspera de Maranhao –márgenes del Itapicuro y Paraiba-, así como el sertao de Piaui adentro. En junio de 1839 los balaios ocuparon la estratégica plaza de Caxias, segunda villa de la provincia y crearon un Consejo Militar en el que ocuparon sitio varios de sus jefes y algunos representantes de los Bem-te-vis. Pero no pasó mucho tiempo sin que los Bem-te-vis perdieran confianza en los bailaios y, preocupados por la proyección revolucionaria del movimiento, pactaron con los enviados del gobierno central.

La traición de los Bem-te-vis, la falta de objetivos bien determinados por los balaios, así como las afectaciones   producidas por la carencia de un mando único –junto a los efectos propios  del caudillismo-, dieron al traste con las perspectivas de éxito. El resultado fue la involución paulatina de las bandas armadas, convertidas de nuevo en simples salteadores del sertao.

En 1840 el coronel Luis Alves de Lima –hijo del exregente y futuro barón, marqués y luego duque de Caxias- fue nombrado en la dirección de la provincia para acabar con la revuelta de los balaios. Explotó al máximo las rivalidades intestinas de las partidas campesinas, predispuso a los balaios contra los esclavos fugitivos y contó con la inapreciable colaboración de los Bem-te-vis. Las poderosas fuerzas militares del gobierno terminaron por imponerse. Cuando el 1841 les fue concedida la amnistía a los involucrados en la Balaiada, Maranhao ya había sido pacificada a sangre y fuego.

La República Farroupilha

Hacia 1835 comenzó en el sur de Brasil la famosa guerra de los farrapos. Esta rebelión de Río Grande do Sul fue consecuencia de la lucha de la clase dominante local contra el centralismo político-administrativo de Río de Janeiro. A diferencia de otras sublevaciones del período de la Minoridad, en esta los grandes estancieros que dirigían el movimiento farroupilho tuvieron éxito en impedir que las masas desposeídas pasaran por encima de las metas que ellos habían trazado.

A darle esa especialidad a la rebelión de los farrapos contribuyó la singular estructura económica de la región y el extraordinario poderío de los estancieros locales. Río Grande do Sul no estaba ligado, como las demás regiones de Brasil, al comercio exterior. Su fuente de ingresos dependía casi exclusivamente de la venta en el mercado nacional –concretamente en el área de la plantación azucarera-, de tasajo, ganado y cueros . Pero los acaudalados dueños de esclavos, que orientaban la política del imperio, no estaban interesados en valorizar los artículos riograndeses –en particular el tasajo, principal alimento de las dotaciones de trabajadores negros-, por lo que mantenían bajos los aranceles de importación a las carnes saladas, para propiciar las compras del tasajo barato procedente de los estados de la cuenca del Plata. Solo cuando estas regiones vecinas eran afectadas por guerras civiles, las carnes brasileñas alcanzaban buenos precios y la prosperidad se esparcía por las estancias de Río Grande do Sul. Por este motivo los ganaderos brasileños exigían reformas a la política aduanera del Imperio. Ellos no comprendían que en última instancia, la utilización del trabajo esclavo en los saladeros hacía menos competitiva su producción, pues quedaba por debajo de los niveles de productividad que lograban los estancieros argentinos y uruguayos que disponían de mano de obra asalariada. Otras causas de la pugna de Río Grande do Sul con el gobierno central eran la designación desde Río de Janeiro del gobierno central eran la designación desde Río de Janeiro del presidente de la provincia y demás funcionarios de jerarquía en el gobierno local, así como el predominio portugués en la esfera mercantil.

La conspiración de los estancieros de Río Grande do Sul se había iniciado en 1832, cuando el acaudalado ganadero Bento Goncalves da Silva, en unión del farmacéutico Pedro José de Almeida, dirigió la fundación de la Sociedad de los Continentinos. En marzo de 1835, bajo el eco de la rebelión de los cabanos en Pará, comenzó la sublevación farroupilha. Ya el 19 de septiembre las fuerzas de Bento Goncalves lograron ocupar la principal ciudad de la provincia: Porto Alegre. Los primeros enfrentamientos con las tropas imperiales duraron casi un año, mientras los estancieros cifraban sus esperanzas en que el gobierno central cedería a sus peticiones. Convencidos, tras la batalla de Seival el 10 de septiembre de 1836, de que la regencia no estaba dispuesta a transigir, Antonio de Souza Neto dio a conocer la creación de la República de Río Grande do Sul, presidida por Bento Goncalves. Casi paralelamente, el periódico insurrecto O Povo publicaba la convocatoria de una Convención Constituyente, a celebrarse en la villa de Piratini. Sin embargo, el presidente Goncalves no pudo ocupar su cargo hasta un año después, ya que cayó prisionero de las fuerzas gubernamentales, y permaneció encarcelado hasta su espectacular fuga en 1837. Al año siguiente, los forroupilhos ponían bajo asedio las principales villas de Río Grande do Sul y mantenían en perenne jaque a las tropas imperiales, auxiliadas por los países vecinos. Al frente del ejército de los farrapos se distinguieron Bento Goncalves, Bento Manuel Ribeiro, David Canabarro, Antonio de Souza Neto y el italiano Guisseppe Garibaldi.

Con vistas a establecer comunicación con el exterior a través del océano Atlántico, los riograndenses decidieron extender su influencia a la provincia limítrofe de Santa Catarina. Responsabilizado con esta tarea marchó el general Daví Canabarro, quien el 22 de julio, ocupó durante unos meses la villa de Laguna, proclamada capital de la fugaz República Juliana.

A pesar de los triunfos de la rebelión farroupilha, el curso ulterior de la lucha estaba limitado por los intereses de los grandes estancieros. Los ganaderos sureños no solo temían la radicalización del movimiento, sino también a la posibilidad de separar definitivamente la provincia del Imperio, pues perderían el mercado del tasajo, lo que sería una catástrofe para la sensible economía de Río Grande do Sul. Por eso eran defensores acérrimos del régimen federalista y contrarios a la independencia. Ello permite entender las actuaciones oscilantes de algunos jefes farroupilhos, como Bento Manuel Ribeiro que, guiados por sus ambiciones, con frecuencia pasaban de un bando a otro.

Como en otras partes de Brasil, la designación del barón de Caxias en 1842 como presidente de la provincia fue la señal para la determinación del conflicto. La combinación de hábiles concesiones gubernamentales con la escisión farroupilha en civilistas y militares –más el aislamiento, la represión y el agotamiento de los que continuaban peleando- propició el ocaso de la rebelión en Río Grande do Sul. Por fin el 1ro de marzo de 1845, tras 10 años de tenaz resistencia gaucha a los soldados del Imperio, se pactó  la paz que liquidó la guerra de los farrapos. El gobierno fulmínense se vio obligado a satisfacer muchas de las demandas de los estancieros riograndenses al concederles una amplia amnistía, el fortalecimiento de la asamblea local y el aumento de las tarifas de importación a las carnes saladas.

La Sabinada y la efímera República Bahiana.

La Sabinada  y la formación de la república en Sao Salvador de Bahía fueron sucesos vinculados a los movimientos federalistas que se produjeron en Brasil en la primera mitad del siglo XIX, directamente emparentadas con la rebelión de los farrapos en Río Grande do Sul. Precedida por virulentas agitaciones locales, como las de abril de 1828 y enero de 1835, la Sabinada fue un claro indicio del descontento existente entre las capas medias urbanas –intelectuales, profesionales, oficiales del ejército- por algunos de los hechos que habían tenido lugar en 1837. Nos referimos a la presentación en la Asamblea Nacional de la Ley Interpretativa del Ato Adicional –que restringía la autonomía de las provincias-; la prisión en Sao Salvador del líder farroupilho Bento Goncalves y la dimisión del regente Feijó.

El 7 de noviembre de 1837, bajo la dirección del galeno Francisco Sabino Alvares da Rocha, se sublevó la guarnición del fuerte de Sao Pedro, permitiendo la huida del presidente de la República de Río Grande do Sul. Desde ese instante la Sabinada quedó comprometida con la lucha de sus hermanos sureños y ganó la adhesión de las tropas acantonadas en la antigua capital colonial. Ocupada la ciudad, los sublevados procedieron a separar Bahía del Imperio y a establecer la república, mientras el depuesto gobierno buscaba refugio en la isla de Itaparica.

Pero la ofensiva de las fuerzas imperiales fue favorecida por un conjunto de circunstancias. La República Bahiaza no se proponía atraer a los sectores explotados de la sociedad, lo que la aisló y mantuvo restringida al perímetro urbano de Sao Salvador. La aristocracia rural no se mostró interesada en el riesgoso experimento capitalino e incluso los grandes latifundistas de la zona de Reconcavo brindaron su colaboración a las tropas enviadas por el gobierno de Río de Janeiro. En marzo de 1838 los efectivos gubernamentales, a las órdenes del viejo general Joao Crisóstomo. Calado, pusieron sitio a la república. Al final, las fuerzas legalistas se impusieron sobre los defensores de Bahía guiados por Sergio Veloso. Tomada la ciudad, los republicanos fueron víctima de una cruel venganza. Los que podían escapar a la matanza indiscriminada eran condenados a muerte. El propio Francisco Sabino  fue sancionado a la pena capital aunque, favorecido por la amnistía dictada al ascender al trono Pedro II, fue deportado al Matto Grosso, donde falleció en 1847.

En general, las rebeliones del período de la regencia tuvieron un dominador común: sirvieron para revelar la magnitud del descontento de las masas oprimidas. Puestas a actuar separadamente, sin ningún tipo de coordinación y careciendo de una ideología definida, los levantamientos populares no podían ir más allá de la ocupación formal del poder local. Estos elementos, más las limitaciones propias de las guerras campesinas, incapaces de transformar la sociedad en sentido revolucionario, explican la encrucijada que cerró el paso a los movimientos sociales del siglo XIX. De ahí que siempre los vencedores fueron los acaudalados propietarios criollos. La liquidación de las sublevaciones y revueltas regionales  se vio favorecida por un factor adicional: la superación de la crisis económica heredada de la época colonial, en virtud de la expansión cafetalera por el valle del Paraiba. Ello creó los requisitos mínimos de estabilidad para lograr la pacificación del país y el triunfo de las fuerzas centrípetas representadas por el gobierno imperial.

Lucha entre liberales y conservadores

Durante la década del 40 arreció la lucha entre liberales y conservadores por el control del gobierno central. Desde la caída del efímero gabinete de la Mayoridad, ocurrida el 23 de marzo de 1841, el Partido Regresista se hizo cargo del poder en Río de Janeiro e implantó una política de definido corte conservador, destinada a aniquilar la oposición liberal y los continuados esfuerzos de descentralización administrativa.

Manifestaciones de esa política fueron leyes del 23 de noviembre y el 3 de diciembre de 1841. la primera restablecía el Consejo de Estado, extinguido por el Ato Adicional de 1834. Este órgano consultivo, integrado por 12 personas nombradas por el Emperador, debía opinar sobre el uso del Poder Moderador, especie de cuarto poder –creado bajo la inspiración de las ideas del filósofo francés Benjamín Constant- que, por encima de los otros tres, otorgaba atribuciones extraordinarias al jefe de Estado. Entre esas facultades estaba la de escoger al líder del gabinete ministerial, quien a su vez quedaba encargado de la designación de los ministros y de convocar a elecciones para la Cámara de diputados.

La otra ley que hemos mencionado era la que determinó la reforma del código criminal. En este caso se devolvía al gobierno central la competencia sobre las acciones judiciales y de la policía, lo que aumentaban las prerrogativas a esta última. La reforma del código criminal puso fin a la relativa autonomía que en este terreno disfrutaban las provincias.

Estas medidas provocaron la intranquilidad liberal. Para colmo, el 1ro de marzo de 1842 el gobierno conservador disolvió la Cámara Baja, en la cual la mayoría de los escaños estaba en manos del partido Progresista. La festinada disposición conservadora desbordó la paciencia de la oposición liberal, alarmada ante el ímpetu y la agresividad de sus tradicionales rivales políticos, quienes sin dudas se inclinaban al restablecimiento del régimen autoritario.

La respuesta de los liberales no  se hizo esperar. En principio apareció una sociedad secreta, denominada Clube dos Patriarcas Invisíveis, que capitalizó el creciente descontento. Esta asociación fue la encargada de organizar las revueltas armadas que tuvieron su centro de Sofocaba (Sao Paulo) en Barbacana (Minas Geraes) y que también se hicieron sentir en puntos tan distantes como Pernambuco, Ceará y Río de Janeiro. Particularmente las insurrecciones de Minas Geraes y Sao Paulo, dirigidas por prominentes figuras del liberalismo como los senadores Feijó, Campos Vergueiro y el diputado Teófilo Otoni, fueron una seria amenaza al orden conservador y a la estabilidad del poder imperial.

El movimiento comenzó en la provincia de Sao Paulo el 17 de mayo de 1842. Ese día el presidente liberal Rafael Tobías de Aguiar se negó a aceptar su destitución, dispuesta por el gobierno conservador de Río de Janeiro, y proclamó que solo obedecía las órdenes del Emperador. El padre Feijó y el senador Campos Vergueiro, líder del Partido Liberal, se presentaron sin demora en Sao Paulo y ofrecieron su respaldo al ejecutivo provincial. Durante algunas semanas la fortuna pareció sonreír a las fuerzas rebeldes, encabezadas por el mayor Francisco Galvao de Barros Franca, hasta que apareció en el teatro de operaciones el barón de Caxias. Experto en reprimir a las masas y en aplastar rebeliones populares, no afrontó muchas dificultades para desarticular los efectivos paulistas y apresar a sus más connotados jefes, excepto al presidente Tobías, que asombrosamente logró escapar hacia el territorio de la República farruopilha (Río Grande do Sul).

Mientras agonizaba la sublevación en Sao Paulo se producía el estallido de la rebelión en Minas Geraes. Retrasada por la falta de noticias sobre los sucesos de Sao Paulo, el movimiento mineiro se inició el 13 de junio en la villa de Barbacana. Aquí José Feliciano Pinto Coelho da Cunha y el diputado Teófilo Otoni proclamaron su desacato a las autoridades conservadoras. A pesar de la victoria militar obtenida en el combate de Queluz, el descalabro sufrido por los rebeldes en Santa Luzia el 21 de agosto, frente a los soldados del barón de Caxias, resultó concluyente para las armas liberales en Minas Geraes.

No obstante, el triunfo conservador en Sao Paulo y Minas Geraes fue pírrico ya que Pedro II, abrumado por estos y otros problemas, disolvió en 1844 el cuestionado gabinete imperial. Esa decisión estuvo en parte determinada por la actitud intransigente de los conservadores en relación con la trata de esclavos, asunto que organizaba más de una fricción con Inglaterra. El gobierno fluminense había firmado en 1826 un tratado con Gran Bretaña que comprometía a Brasil a liquidar el tráfico negrero. Ese acuerdo quedó en el papel, pues la trata no solo continuo, sino que se incrementó. Por ello el gobierno inglés redobló su presión desde 1846, para obligar al Imperio brasileño a prorrogar el tratado de 1826 –que caducaba en 1845- y a cumplirlo. Para la estabilidad financiera de Brasil era indispensable llegar a un acuerdo con Inglaterra, pues desde Londres llegaba el dinero –como el empréstito de 1843 por valor de 732 000 libras esterlinas- que permitía cubrir los permanentes déficits presupuestarios del Estado. Además del empecinamiento en la cuestión de la trata, los conservadores también eran renuentes a cualquier tipo de conciliación con los liberales, victoriosos en las elecciones parlamentarias de 1843.

Para algunos historiadores otro factor que propició la caída del ministerio conservador fue la existencia de la llamada facción áulica. Compuesta por un grupo de políticos y cortesanos, sin vínculos con los dos partidos tradicionales, tuvo una fuerte ascendencia sobre el monarca. Entre sus dirigentes estaban Aureliano de Souza Coutinho y Paulo Barbosa da Silva. En la casa de este último, en las márgenes del río Joana , se fundó el influyente Club de Joana. La actividad de la facción áulica hirió los intereses de liberales y conservadores y preparó las condiciones para el entendimiento entre ambas agrupaciones.

La conjugación de todos estos elementos posibilitó que entre 1844 y 1848 los liberales ocuparon el poder en Río de Janeiro. El acceso al gobierno del llamado Partido Progresista no vino acompañado de los esperados cambios democráticos, sino, por el contrario, del mantenimiento de la orientación aristocratizante y autoritaria implantada por los conservadores. De ahí la expresión popular de que entre los dos partidos solo había diferencia de rótulo. Eso también explica la facilidad con que los políticos de la época mudaban de filiación y el desprestigio que fue minando las bases del liberalismo brasileño. El gabinete liberal fue el artífice de una serie de medidas retardatarias, poco diferente de las adoptadas por sus predecesores. El ejemplo más elocuente fue la reforma electoral de 1846 que, basándose en la desvalorización de la moneda brasileña exigió el cálculo metálico para el censo electoral. Ello quería decir que la renta requerida para ejercer el sufragio era mucho mayor que antes, lo que hacía más restrictivo y oligárquico el sistema electoral. Probablemente la única medida positiva de la administración liberal fue la tarifa Alves Branco de 1844, que aumentó los impuestos de aduana a las mercaderías importadas. Esta disposición, extraña en un partido proclive a las doctrinas económicas manchesterianas, posibilitó la pacificación de Río Grande do Sul y brindó cierto respiro a los artesanos locales y a la naciente manufactura nacional.

Rebelión praieira

Contra el régimen retardatario entronizado por los conservadores, con el auxilio liberal, insurgió la rebelión praieira de Pernambuco en 1848. Este movimiento significó el último grito del liberalismo radical decimonónico para acabar con un sistema heredado de la época colonial. En ese sentido la sublevación praieira era continuadora de las mejores tradiciones revolucionarias de los pernambucanos, manifestadas en la rebelión republicana de 1817 y en la Confederación del Ecuador. En fechas más recientes, el hervidero de renovación política y social de Pernambuco había conducido a episodios como la setembrizada, la novembrada, la abrilada y la carneida.

El recrudecimiento de la explotación de los trabajadores, el avance de la monopolización de la tierra y las actividades mercantiles, agudizaron las contradicciones latentes en la sociedad nordestina. En la primera mitad del siglo XIX, la propiedad del suelo se había ido concentrando en manos de un puñado de latifundistas, como el aso de la opulenta familia Calvalcanti que se había adueñado de un tercio de los ingenios azucareros y áreas de cultivo de la provincia. En ninguna otra parte de Brasil, se había dado un proceso semejante de concentración de la propiedad territorial. Algo parecido sucedió en la esfera mercantil, dominada por una reducida élite de origen portugués. Para los campesinos, aparceros, peones, pequeña burguesía urbana y otras capas de trabajadores libres, la situación había devenido en un verdadero infierno y alentaba, desde 1844, toda clase de protestas y manifestaciones contra los arrogantes mercaderes portugueses y los insaciables senhores de engenho.

Como representante del descontento popular se proclamó el Partido Liberal local, conocido como de la Praia porque el periódico que le servía como vehículo de difusión –O Diario Novo- se editaba en la calle de ese nombre. La agrupación, fundada en 1842, se había destacado por vincularse a las masas populares y luchar encarnizadamente contra los privilegios de los comerciantes extranjeros y de los grandes hacendados, especialmente la familia Cavalcanti. A pesar de ello, el Partido Liberal de Pernambuco no era una organización homogénea: al lado de la facción radical –enemiga de la poderosa oligarquía local- figuraba un ala moderada identificada con los proyectos del Partido Conservador y temerosa de las potencialidades revolucionarias del movimiento.

En los años de 1845 a 1847, cuando gobernaba en la provincia nordestina el liberal Chichorro de Gama, se produjeron vehementes manifestaciones antilusitanas como preludio a la violencia incontenible de las airadas masas. En diciembre de 1847, al grito de mata marinheiro, algunos portugueses fueron muertos y sus comercios saqueados. En junio de 1848 estos hechos sangrientos volvieron a repetirse. Tanto Chichorro de Gama como los presidentes que le sucedieron en el cargo, Vicente Peres de Mata y Antonio da Costa Pinto, fueron impotentes para obtener la ira popular. Inclusive, el 10 de junio la Asamblea de Recife, dominada por los praieiros, sacó una ley por la que se obligaba a emplear exclusivamente brasileños en los comercios portugueses, distanciando aun más a los liberales pernambucanos de sus opositores.

Los democráticos sucesos de Pernambuco tuvieron honda resonancia en la capital imperial. El gabinete liberal de Pedro II, incapaz de poner bajo control la situación del noroeste y acosado por la oposición, tuvo que dimitir. En su lugar se formó un ministerio conservador encabezado por el exregente Pedro  Araujo Lima, ahora marqués de Olinda.

La caída del gobierno liberal en Río de Janeiro y la desafortunada gestión del nuevo presidente pernambucano Herculano Ferreira pena, nombrado el 19 de octubre, provocaron el desenlace de los acontecimientos. En ello incidieron también dos factores de orden externo: la influencia de la oleada revolucionaria europea de 1848 y el impacto producido por las ideas del socialismo utópico. Uno de los principales difusores de estas doctrinas entre la intelectualidad pernambucana era un ingeniero francés apellidado Vauthier. A través de periódicos como O Republico, O Diario Novo y A Voz de Brasil, dabana conocer su avanzado pensamiento hombres como Antonio Borges da Fonseca, Antonio Pedro de Figueiredo y Luis Inacio Ribeiro Roma. Es justo consignar que ellos le insuflaron cierta perspectiva social al movimiento que sus promotores no creían incompatible con la ideología liberal burguesa.

El definitiva, la sublevación pareira se inició el 7 de noviembre de 1848 en Igaracu y Olinda, extendiéndose más adelante a la propia capital de Pernambuco y otras zonas de la provincia. El programa de la rebelión, titulado Manifiesto al Mundo, fue dado a conocer en 1849. Entre sus principales postulados se recogía lo siguiente: la nacionalización del comercio; el trabajo como derecho para todos los habitantes; garantías individuales y libertad de prensa; plena independencia de los poderes del Estado; extinción del Poder Moderador y establecimiento del sufragio universal. A pesar de ser una plataforma de contenido democrático, tenía limitaciones de peso. Era un programa que recogía exclusivamente las demandas de la pequeña burguesía urbana y soslayaba las reivindicaciones fundamentales de las demás clases oprimidas. Lo más notable era que abordaba el problema de la esclavitud, piedra de toque para convertir la lucha en una verdadera revolución democrática.

No obstante, cuando la sublevación praieira se extendió al interior de Pernambuco logró arrastrar no solo a los campesinos sin tierra y aparceros, sino  también a muchos esclavos. Así en las zonas rurales el capitán Pedro Ivo llegó a organizar una hueste popular, aunque sin poder convertir la insurrección en un amplio movimiento de masas.

La rebelión comenzó a declinar después de la derrota sufrida en Recife, el 2 de febrero de 1849, en la cual murió combatiendo el jefe principal de los praieiros, el diputado liberal Pedro Nunes Machado. A partir de ese  descalabro el resultado final era previsible. Pedro Ivo, conocido como el capitao da Praia, fue el último en deponer las armas, aunque mantuvo encendida la llama de la sublevación hasta 1850.

La derrota de la insurrección pernambucana de 1848 fue en cierta forma el último estertor del liberalismo radical de la primera mitad del siglo XIX, frustrado una y otra vez en sus aspiraciones para imponer un programa de transformaciones democráticas avanzadas. La liquidación de la rebelión praieira dio inicio a un período de relativa tranquilidad política, uno de los pilares sobre los cuales se irguió el segundo Imperio.

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