10 de enero de 1830
Al señor general don José María Paz:
Mendoza, Enero 10 de 1830. El general que firma ha creído indispensable en esta ocasión dirigirse al único o al principal que aún está con las armas en las manos sosteniendo una guerra que provocaron a las provincias unos jefes, entre cuya nomenclatura se registra muy principalmente el general a quien es dirigida la presente nota.
Sea dado al general que firma hacer una pequeña digresión a su principal objeto, para recordar en secreto y como en la confianza de pueblos de una misma familia, los males de ella misma y a que el decoro nacional aconseja no dar un manifiesto, que más bien sería la historia de nuestros errores que la justificación de uno de los partidos que se chocan.
Las prensas se han hecho sudar para abrir heridas al individuo, no al hombre público; y bajo el pretexto de hacer manifiestos justificando una atroz e injustificable guerra, y un asesinato sin ejemplo, no se ha hecho otra cosa que desahogar pasiones innobles y estampar insultos personales, no menos falsos que vergonzosos. El que firme es hombre y provoca, sin embargo, a que se le cite un solo acto de esta clase contra sus encarnizados enemigos. Un contramanifiesto habría sido el medio indicado por el hombre vengador. Siguiendo las huellas de sus contrarios, se les habría excusado al menos su mancha; pero decidido a hacer la guerra, de un modo regular, ha abrazado el partido de la moderación.
Bajo estos principios ha combatido el infrascripto por dos veces; y aunque en una y otra ocasión se le ha hecho la guerra a muerte, el que firma la ha regularizado y la ha hecho lo menos afligente que le ha sido dado. Así ha debido ser, señor general, cuando entre los soldados de sus filas no se ven sino ciudadanos pacíficos, pero que decididos a ser libres, se enrolan voluntarios, dejando sus fortunas y comodidades, al paso que han tenido siempre que batirse con los que profesan el oficio de la muerte.
El infrascripto ha empuñado las armas por dos ocasiones; pero en ellas ha recibido orden para verificarlo. De su gobierno en una, y de la Convención, en otra. Ha hecho la guerra, pero ejecutivamente y obedeciendo, jamás deliberando. Sin embargo, se le culpa acaso que ha hecho verter sangre, y se le culpa acaso por los mismos que la acordaron, y echando al ejército nacional, que sublevaron contra las provincias, nos han puesto en el deber sagrado de perecer o ser libres.
La sangre se vierte ahora, es verdad. Se verterá acaso infinito, pero el mundo imparcial y la severa historia dará la justicia al que la tenga entre los que intentan dominar, y los que pelean por no ser esclavos. Este es el sencillo punto de vista en que debe considerarse la cuestión que nos divide, y esta es, sin duda, la razón que decidiría al mismo general Paz cuando en Arequito tomó una principal parte a las órdenes del general Bustos.
Por esta misma cuestión se ven los regimientos y los ejércitos de las Provincias Unidas sembrados en el vasto cementerio que se ha hecho de sus campos. Por ésta, la provincia del oriente ha chocado y rechazado tres expediciones que se han hecho para dominarla. Por ésta, el pueblo de Santa Fe ha sido asimismo un campo de batalla. Por ésta, la provincia del Paraguay ha sido igualmente invadida, y los esfuerzos de dominación no han sido más felices que en todo el resto del territorio. Recuérdense los campos del Gamonal, de Cepeda, Cruz Alta, Fraile Muerto, San Nicolás, Rincón de Gómez, Chicuaní, Navarro, Puente de Márquez, etc., etc., y en todos ellos se verán los regimientos tendidos y amontonados los cadáveres de argentinos, sin otra pretensión que la de dominar a los pueblos.
Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba y casi todos los pueblos han sufrido incursiones de tropas territoriales con el sólo objeto de dominarlos. Catamarca, Salta y Tucumán eran auxiliadas hace poco por la misma política que ha influido en los sucesos ya recordados para que levantasen tropas unos jefes destinados allí con el fin de subyugar los pueblos. Las víctimas, Borges, Peralta, Ubedas, Pallardeles, Dorrego y cien otros que aún humean, han sido sacrificados a este ídolo.
¿Qué resta, señor general? Un ejército que había costado inmensos sacrificios, un ejército que en alas del pundonor nacional se había formado a incalculables esfuerzos de las provincias, y que costaba media existencia a los argentinos, ni bien se distrae de su objeto, cuando lanzado sobre las provincias, se ha proclamado conquistador. Si no se ha avanzado más, es por el singular empeño de las provincias, cuya decisión y honorables compromisos son casi ilimitables. A sus esfuerzos es que ha contramarchado de San Luis, hasta donde han alcanzado sus armas.
Ya al parecer ni hay probabilidades, ni esperanza siquiera de una segura y permanente quietud para las provincias. Ellas descansan tranquilas en sus perfecciones, y de repente se lanzan sobre ellas los escuadrones y regimientos que vienen a dar la ley bajo cualquier pretexto, teniendo que comprar sus libertades a costa de la sangre de sus hijos y de sus fortunas. Se calman o pacifican, pero estas paces ya no son otra cosa que una tregua temporal, que bien pronto es rota por la misma, mismísima mano y por el mismo resorte que obró en el primer rompimiento, que pudiera datarse desde que se hizo la primera asamblea que nombraron los pueblos.
Las repetidas lecciones que desgraciadamente hemos recibido de estas aciagas verdades, debe hacernos más avisados y precavidos. Las armas que hemos tomado en esta ocasión no serán envainadas sino cuando haya una esperanza siquiera de que no serán los pueblos nuevamente invadidos. Estamos convenidos en pelear una sola vez para no pelear toda la vida. Es indispensable ya que triunfen unos u otros, de manera que el partido feliz obligue al desgraciado a enterrar sus armas para siempre.
Estas garantías o probabilidades de una segura paz sólo pueden ofrecerse en la Constitución del país. Las pretensiones locales en el estado de avances de la provincia no es posible satisfacerlas sino en el sistema de federación. Las provincias serán despedazadas tal vez, pero jamás dominadas. Al cabo de estos principios, el general que firma y sus bravos, han jurado no largar las armas de la mano hasta que el país se constituya según la expresión y el voto libre de la República. Entre tanto, le es grato asegurar al general que firma que su resolución será sostenida por la misma fuerza y con igual decisión.
El infrascripto se mueve a este objeto, y se mueve invitando al general Paz para que emplee su cooperación al preindicado fin. En su negativa no verá sino una barrera y un obstáculo a la Constitución del país que es preciso allanar previamente.
Si el general Paz identificase sus miras con los caros intereses de la provincia de Córdoba, y con los de la nación, para sacarla de la condición humillante que tiene, haciéndola aparecer constituída, no faltarían seguridades y garantías que tranquilizasen hasta al más comprometido. Con este objeto se hace un despacho ex profeso al Excmo. señor gobernador de Santa Fe.
El que firma saluda al señor general Paz con atención.
Juan Facundo Quiroga
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