La tradición democrática y revolucionaria de Mayo

Selección de Documentos. Aportes al debate del Bicentenario

Eduardo Azcuy Ameghino.

Cátedra de Historia Económica y Social Argentina. Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Buenos Aires. Argentina. 2008

 

Aspirar al mando exclusivo de las demás provincias y renovar en nuestro continente el sistema metropolitano, adoptado por la anti­gua España, sería un error contrario a los principios que sirven de base a nuestra cons­titución, y a nuestro patriotismo sería un problema; más claro no haríamos más que imitar a los mismos tiranos que detestamos.

Juan José Castelli

 

El país no sería menos infeliz por ser hijos suyos los que gobernasen mal.

Mariano Moreno

 

La patria es un amor en el umbral un pimpollo terrible y un miedo que nos busca no dormirán los ojos que la miren no dormirán ya el sueño pesado de los bueyes.
Leopoldo Marechal

Presentación

El objetivo de esta selección de documentos es remarcar que existió una voluntad de independencia previa a su realización; re­cordar el contenido revolucionario de los hechos y las acciones llevadas adelante por los patriotas; y enfatizar que en el marco de la unidad antiespañola se desplegó una corriente política (hete­rogénea y relativamente inorgánica) que no se contentó con re­emplazar a España en la cúspide del sistema colonial, sino que procuró acompañar la guerra de liberación con reformas profun­das en la vieja convivencia económica, social y política.

Esta corriente, que llamamos democrática por sus posturas críticas frente al continuismo de diversas manifestaciones del an­tiguo régimen, estuvo encabezada por Moreno y Castelli y orientó la política de la Junta hasta fines de 1810, cuando fue derrotada políticamente (mediante la frustración del congreso que se había convocado) por la elite terrateniente mercantil de Buenos Aires, temerosa de las consecuencias que podía aparejar una “tentativa prematura” de declaración de la independencia.

Sin embargo, poco tiempo después, en otro sitio y bajo otras formas, la perspectiva democrática volvió a manifestarse en la política llevada adelante por José Artigas, que en las llamadas Ins­trucciones del Año XIII retomó lo esencial del programa que ha­bían llevado adelante los dirigentes más radicales y decididos surgidos del pronunciamiento de Mayo.

De este modo, en el contexto de las experiencias morenista y artiguista de la revolución, los dirigentes rioplatenses más avan­zados produjeron importantes formulaciones críticas y reformis­tas de pilares fundamentales del viejo orden virreinal.

En esta dirección, y con participaciones desiguales, los inte­grantes de la corriente democrática de Mayo aunaron la lucha por la libertad de comercio con la defensa –proteccionismo­de las artesanías locales; propusieron, y en el caso de Artigas realiza­ron, importantes medidas de redistribución de tierras y entrega de lotes a diversas categorías de campesinos labradores y pastores; y sostuvieron la necesidad de un sistema de unidad de tipo fede­ral entre todos los pueblos y provincias que confluían en la lucha contra la metrópoli, propuesta que alcanzaría su máxima expre­sión con la Liga de los Pueblos Libres impulsada por los patriotas orientales.

Pero, por sobre todo, sostuvieron con fiereza los objetivos an­ticoloniales del movimiento; el papel de la guerra como único medio de conseguirlos; y la necesidad de la participación de los sectores populares de la época en la empresa libertadora, ofre­ciendo para ello un lugar a algunas de sus reivindicaciones esen­ciales en el programa general de la revolución.

Dadas estas coordenadas interpretativas, los documentos que se exponen a continuación aparecen también asociados a la con­sideración de problemas tales como:

La caracterización de los sucesos de Mayo: si se trató de una revolución, y en caso afirmativo, de qué tipo.

La relación entre las causas internas y externas del pronun­ciamiento, es decir si lo acontecido fue una pura consecuencia de los factores externos (invasión napoleónica a España y caída de la monarquía borbónica) o el resultado de la conjunción de éstos con una serie de antecedentes internos en los que se ex­presa el aprendizaje, la organización y la acción conciente de los revolucionarios, activos desde varios años atrás.

El papel jugado por Gran Bretaña, que si bien consideró los sucesos de 1810 como favorables a la expansión de sus intereses comerciales, condicionó su apoyo –dado que debía acompasarlo a la prioridad estratégica que otorgaba a su alianza con España en la lucha contra Napoleón­a que no se produjera ninguna mani­festación pública que sugiriera el carácter independentista del proceso en curso.

En suma, interrogantes, problemas y debates, directamente vinculados con el signo y la valoración que, en el Bicentenario de Mayo, asignemos a aquellos días fundacionales de la que final­mente sería nuestra República Argentina.

1) Fragmentos de un bando atribuido a Túpac Amaru, promulgado durante la insurrección de indios y mestizos peruanos y altoperuanos en 1780 y 1781

“… Por cuanto es acordado en mi Consejo por junta prolija, por repetidas ocasiones, ya secretas, ya públicas, que los reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes cerca de tres siglos, pensio­nándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos, piezas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, au­diencias, corregidores y demás ministros; todos iguales en la tiranía, ven­diendo la justicia en almoneda con los escribanos de esta fe, a quienes más puja y a quienes más da, entrando en estos empleos eclesiásticos y se­culares sin temor de Dios; estropeando como bestias a los naturales del reino; quitando las vidas a todos los que no supieron robar, todo digno del más severo reparo. Por eso y por los demás clamores que con generalidad han llegado al cielo, en el nombre de Dios Todopoderoso, ordenamos y mandamos que ninguna de las personas dichas pague ni obedezcan cosa alguna a los ministros europeos intrusos…”

2) Proclama de la Insurrección de La Paz, dirigida por Pedro Murillo, 20­/7/­1809.

“Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos some­tida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador in­justo, que degradándonos de la especie humana nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos; hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, su­friendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido un pre­sagio cierto de humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad como favorable al orgullo nacional del español. Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria altamente deprimida por la bastarda política de Madrid. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas des­graciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. ¡Valerosos habitantes de La Paz y de todo el im­perio del Perú! Revelad vuestros proyectos para la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos, no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar entre todos, para ser en adelante tan felices como desgraciados fuimos hasta el presente”.

Derrotado el intento revolucionario, los patriotas paceños fueron asesina­dos por la represión realista. Años después, el 25 de Mayo de 1812, Bernardo Monteagudo, recordando los sucesos de La Paz, se refirió al ajusticiamiento de algunos generales españoles:

“Yo los he visto expiar sus crímenes y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdoba para observar los efectos de la ira de la patria y bendecirla por su triunfo. Ellos murieron para siempre y el último instante de su agonía fue el primero en que volvieron a la vida todos los pueblos oprimidos”.

3) Alocución revolucionaria de Antonio Beruti, efectuada el 25 de mayo de 1810 exigiendo la renuncia del gobierno español

“Señores: venimos en nombre del pueblo a retirar nuestra confianza de manos de ustedes: el Pueblo cree que el ayuntamiento ha faltado a sus de­beres, y ha traicionado el encargo que se hizo: ya no se contenta con que sea separado el virrey; bien informados como estamos de que todos los miembros de la junta han renunciado, el Cabildo ya no tiene facultad para sustituirlos por otros, porque el Pueblo ha reasumido la autoridad que había transmitido, y es su voluntad que la Junta de Gobierno se componga de los sujetos que él quiere nombrar, con la precisa indispensable condi­ción, de que en el término de quince días salga una expedición de qui­nientos hombres para las provincias interiores, a fin de que, separados los que las esclavizan, pueda el pueblo en cada una de ellas votar libremente por los diputados que han de venir a resolver de la nueva forma de go­bierno que el país debe darse. Y hago esta declaración, señores Vocales, protestando de que si en el acto no se acepta, pueden ustedes atenerse a los resultados fatales que se van a producir, porque de aquí vamos a marchar todos a los cuarteles a traer a la plaza las tropas que están reunidas en ellos, y que ya no podemos ni debemos contener en el límite del respecto que hubiéramos querido guar­dar al Cabildo. Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete, no estamos en circunstan­cias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia ha sido para evitar desastres y la efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles, y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toquen la campana, y si es que no tienen el badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Si ó no! Pronto señores, decirlo ahora mismo porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volve­mos con las armas en la mano, no respondemos de nada”.

4) Algunas referencias documentales sobre las actividades revolucio­narias antes y durante el pronunciamiento de Mayo
La princesa Carlota Joaquina de Borbón –hermana de Fernando VII y es­posa del rey de Portugal­, cuya corte se había instalado en Río de Janeiro luego de la invasión napoleónica, fue tentada por los patriotas de Buenos Aires para que se hiciera presente allí (“sin tropas ni séquito”, como le pediría Belgrano) y encabezara formalmente un nuevo gobierno sostenido por los criollos. Las vi­cisitudes de estas intrigas, llenas de especulaciones y traiciones, dieron lugar a que en noviembre de 1808 la princesa le escribiera las siguientes líneas al vi­rrey Liniers:

“Se me ha comunicado que en la fragata inglesa Mary va un individuo lla­mado Paroissien cirujano de profesión y de nacionalidad inglés, que habla regularmente el dialecto español, y que este mismo lleva cartas para va­rios individuos de esa capital, llenas de principios revolucionarios y sub­versivos del presente orden monárquico; tendientes al establecimiento de una imaginada y soñada república, la que siempre hace está proyectada por una pequeña porción de hombres miserables y de pérfidas intencio­nes, que no sirven más que para comprometer el honor de sus buenos y honrados conciudadanos. Pero como por pequeña que sea la tal maqui­nación, siempre es diametralmente opuesta a las leyes, a los derechos de mi real familia y contra el legítimo soberano de esos dominios… ”

El 1 de enero de 1809 un sector de los españoles de Buenos Aires –encabe­zados por el alcalde Alzaga­y los cuerpos militares que le respondían exigieron la renuncia “del francés Liniers” y su reemplazo por una Junta “como en Es­paña”. Antes de ceder a la intimación, el virrey consultó con los jefes de los cuerpos militares criollos quienes le dieron su apoyo, forzando la retirada de los amotinados. Estos hechos fueron evocados por la Gaceta Mercantil del si­guiente modo:

“Los sucesos en la península abrieron los ojos sobre sus derechos a los ame­ricanos, excitaron a los españoles a imitar a sus hermanos de Europa, y a po­nerse en guardia contra la política del héroe de la Francia, cuyos emisarios se insinuaban entre los americanos con las dulces caricias de la libertad. Todas estas causas produjeron un movimiento el día 1 del año 9 en que estuvieron de acuerdo los primeros padres de la patria, porque creyeron con justicia que dado el primer paso se salvaba el escándalo, y la independencia comenzaba en el suelo americano. Entonces, como dijo Castelli, se ganaba perdiendo, y se ganaba si se ganaba, porque debiendo dar el resultado la fuerza que con­sistía en las milicias urbanas, si se formaba la Junta y no era puramente ame­ricana, por la influencia que le dio su existencia se haría que acabase y comenzaría el gobierno independiente y del país. Y si las milicias se oponían y preponderaban, a la sombra de su poder podía trabajarse para que sin más­cara se elevase el gobierno patrio”.

El coronel español Fornaguera en oficio al consejo de regencia informaba que

“se manifestaron los primeros síntomas de la insubordinación e independen­cia que los insurgentes tenían fermentado en secreto mucho tiempo antes del memorable día 1 de enero citado (1809)”.
También afirma que para el cabildo del 22 trató de atraer votos en apoyo de su postura realista
“aunque de nada sirvió, porque el asunto no dependía ya de los votos sino de la fuerza, y el fuego había tomado demasiado incremento para sofocarlo, por manera que Cisneros fue depuesto y establecida la junta revolucionaria”.

Una crónica de la época se refiere a los sucesos del cabildo abierto del 22 de mayo:

“Se citaron con esquelas quinientos vecinos, y por temor de las violencias que esperaban sólo concurrieron doscientos, y entre ellos muchos pulperos, mu­chos hijos de familia, talabarteros, hombres ignorados… Se les obligó a votar en público y al que votaba a favor del jefe, se le escupía, se le mofaba, hasta el extremo de haber insultado al obispo, y gritándole chivato al prefecto de los betlemitas”
Carta anónima del 26­5­10 dirigida al mercader José Gorostiaga:
“Ya se declaró la independencia a favor de ellos, pues nosotros ya no compo­nemos nada por haberlo hecho ellos todo por la fuerza de las armas y procu­ran tener a su partido a los europeos y ésto no lo han de conseguir en muchos años, y tal vez puede que les cueste caro este atropellamiento a todos los que han nombrado para componer la Junta. Son tupamaros”.

Y refiriéndose a los sucesos del día 21 de mayo, cuando se comenzaron a re­partir cintas blancas entre los adherentes al movimiento, se agrega que:

“ninguno les decía nada motivado a que ellos tenían la fuerza, y para dar este golpe habían tenido muchas juntas secretas en una casa donde se juntaban y trataban el plan para ello”.

Ramón Pazos a Francisco Juanicó, 26 de mayo de 1810:

“La mañana del lunes, French, Beruti (oficial de las cajas) y un Arzac que no es nada, fueron a la plaza como representantes del pueblo y repartieron re­tratos de Fernando VII y unas cintas blancas que la tropa traía en el sombrero y otros atadas en los ojales de la casaca que decían significaba la unión de eu­ropeos y patricios, pero yo a ningún europeo la he visto, y ayer ya había una cinta roja encima que me dicen que significa guerra, y la blanca paz para que se escoja”.

Se relata en la Reseña histórica escrita por Tomás Guido:

“La casa del señor Vieytes en la calle Venezuela y la de Nicolás Rodríguez Peña en la de la Piedad, servían frecuentemente de punto de reunión a los iniciados en el pensamiento de formar un gobierno independiente de la antigua metró­poli. Se inventaban excursiones al campo y partidas de caza para disfrazar el verdadero intento de este figurado pasatiempo”.
En un informe del oficial español Francisco de Orduña, de agosto de 1810, se lee: “Aquella misma noche (del 24) reunidos los facciosos en el cuartel del cuerpo urbano de patricios, convinieron y pusieron en ejecución, ayudados de lo ín­fimo de la plebe alucinada, el deshacer la junta publicada el día anterior, y a consecuencia de un escrito que presentaron al cabildo, forjado por ellos y fir­mado por los jefes y varios oficiales urbanos, todos naturales de acá y por otros individuos de baja esfera, armados todos, pidiendo a la voz y con ame­nazas la deposición del presidente y vocales de la junta, y que se reemplacen con los que ellos nombraban, así hubo de hacerlo el cabildo y se publicó el día 25 la nueva Junta muy a su gusto, y con dolor de los sensatos y más honrados vecinos”.

En Diario de un testigo (anónimo), se cuenta:

“Amanecieron el lunes 21 en la plaza Mayor, bastante porción de encapotados con cintas blancas al sombrero y casacas, en señal de unión entre americanos y europeos, y el retrato de nuestro amado monarca en el cintillo del sombrero, de que vestían a todo el que pasaba por allí. Comandábalos French, el del co­rreo, y Beruti el de cajas. Eran seiscientos hombres, bajo el título de legión in­fernal: en efecto todos estaban bien armados y era mozada de resolución”.

En Diario de varios sucesos (anónimo), se dice:

“… habiéndose notado (el 22 y 23) que una parte crecida de patricios estuvie­ron armados de pistolas y puñales debajo de sus vestidos los cuales sostenían se depusiese al virrey, y aunque no hubiera sido suficientes votos por este principio hubieron seguido el grito en consecución de sus depravadas ideas”.

En Diario de los sucesos ocurridos en Buenos Aires entre mayo 21 y junio 6 (anónimo), se lee:

“Las noticias de España sirvieron de pretexto a un corto numero de hombres para poner en ejercicio un plan de independencia que tenían meditado y con­ferido muchos tiempos hace. Ganaron a los comandantes de los cuerpos vo­luntarios predisponiendo su tropa… Amenazaron después al cabildo con terribles conminaciones para que prestase su nombre y representación”.

Sobre la instalación de la junta del 25, dice Juan Manuel Beruti en sus Me­morias Curiosas:

“… Esto se estaba coordinando hacía algunos meses… si el cabildo del 1 de enero (1809) hubiera coordinado la cosa como al presente lo hubiera conseguido…”

Del informe de los oidores de la audiencia sobre el pronunciamiento de Mayo:

“Hemos visto la alegría de sus semblantes y los regocijos con que publican su soñada felicidad; hemos oído sus agrias quejas del gobierno español, los pro­nósticos de sus futuras ventajas y sus particulares atrevidas insinuaciones; hemos presenciado sus resentimientos por los castigos de La Paz, su des­afecto a las demostraciones de la nación, su intimidad con los extranjeros más sospechosos y el anhelo con que se busca y estudia la constitución de los Estados Unidos. Y todo nos hace recelar, con fundamentos que tocan ya en evidencia, que difícilmente desistirán de un pensamiento formado por al­gunos desde la invasión de los ingleses y adoptado en el día por el deseo de todos los revolucionarios”.

5) La opinión de Mariano Moreno sobre la opresión colonial

“La América en ningún caso puede considerarse sujeta a aquella obligación; ella no ha concurrido a la celebración del pacto social de que derivan los mo­narcas españoles los únicos títulos de la legitimidad de su imperio. La fuerza y la violencia son la única base de la conquista, que agregó estas regiones al trono español; conquista que en trescientos años no ha podido borrar de la memoria de los hombres las atrocidades y horrores con que fue ejecutada, y que no habiéndose ratificado jamás por el consentimiento libre y unánime de estos pueblos, no ha añadido en su abono título alguno al primitivo de la fuerza y violencia que la produjeron. Ahora, pues, la fuerza no induce derecho, ni puede nacer de ella una legítima obligación que nos impida resistirla ape­nas podamos hacerlo impunemente; pues, como dice Juan Jacobo Rousseau, una vez que recupera el pueblo su libertad, por el mismo derecho que hubo para despojarle de ella, o tiene razón para recobrarla, o no la había para qui­társela” (Sobre la Misión del Congreso).

6) Mariano Moreno, en carta a Feliciano Chiclana, reprocha las dudas sobre la ejecución del ex­-virrey Liniers

“Amigo del alma: Después de tantas ofertas de energía y firmeza pillaron nues­tros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones, y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta nos los remiten presos a esta Ciudad. No puede Ud. figurarse el compromiso en que nos han puesto, y si la fortuna no nos ayuda veo vacilante nuestra fortuna por este solo hecho. ¿Con qué confianza encargaremos obras grandes a hombres que se asustan de su ejecución? ¿Qué seguridad tendrá la Junta en unos hombres que llaman a examen sus órdenes y suspenden la que no les acomoda? Preferiría una derrota a la desobediencia de estos jefes, y no permita el cielo que continúen
una conducta que al fin podría arruinarnos a todos. (…) No se descuide en elevar al criollaje y hacerlo tomar interés en esta obra.
Que nadie mande sino los hijos del país, que conozcan estos sus ventajas…”

7) El 10 de julio de 1810 el embajador inglés en Río de Janeiro, Lord Strangford, informa a su gobierno sobre la política que adoptó frente a los revolucionarios de Mayo

“Me sería difícil creer que serviría los intereses de Su Majestad si le quitara a esa gente toda esperanza en cuanto a la colaboración futura de Inglaterra; y por otro lado, es igualmente evidente que en el estado actual de las circuns­tancias en España europea sería impolítico y poco apropiado darles dema­siado aliento. Por lo tanto, me he limitado a seguridades generales, que no pierdo oportunidad de reiterar, de que en el supuesto de que el gobierno de Su Majestad se inclinara a apoyar la causa de la independencia, sólo dos cosas podrían ocurrir que impedirían a Inglaterra presentarse como eficaz amigo y protector de las colonias españolas, a saber: un intento prematuro por parte de esas colonias de declararse independientes (…) o que se preste cualquier clase de atención a las propuestas que pudieran emanar ya sea de la Francia, ya sea de otras potencias bajo su control. He hecho esta declaración clara y reiteradamente, y he tenido oportunidad últimamente de que se la ponga en conocimiento de todos los partidarios de la independencia en Buenos Aires, por intermedio de una persona que pertenece a ese partido”.

8) Fragmentos de un artículo de Mariano Moreno en la Gaceta de Bue­nos Aires (16/­9/­1810) titulado “A propósito de la conducta del capitán Elliot”, donde se expone la naturaleza agresiva del colonialismo inglés.

“Las divisiones de pueblos hermanos y relacionados íntimamente no son muy duraderas, y el momento preciso de una unión indisoluble es aquel en que, aprovechándose los extranjeros de la debilidad consiguiente a toda división, ejecutan las miras ambiciosas que al principio habían dis­frazado entre los halagos de una amigable protección; entonces vuelve el pueblo sobre sí mismo, y formando contraste entre los extranjeros que los amenazan, y los hermanos discordes a quienes amenaza igual peligro, desechan los resentimientos de sus discordias domésticas y se reúnen con vigor para su común defensa.

(…) Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservación de sus intereses y derechos, y no deben fiar sino de sí mismos. El extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ven­tajas puedan proporcionarse. Recibámoslo enhorabuena, aprendamos las mejoras de su civilización, aceptemos las obras de su industria, y fran­queémosle los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenas; pero miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas, en medio del embelesamiento que les habían producido los chiches y abalo­rios.

Aprendamos de nuestros padres, y que no se escriba de nosotros lo que se ha escrito de los habitantes de la antigua España con respecto a los cartagineses que la dominaron:

Libre, feliz España, e independiente
Se abrió al cartaginés incautamente:
Viéronse estos traidores
Fingirse amigos, para ser señores;
Y el comercio afectando,
Entrar vendiendo para salir mandando.

9) Otras referencias de Moreno a los ingleses

“Yo he visto en la plaza llorar muchos hombres por la infamia con que se les entregaba; y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando, a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1560 hombres ingleses que, apode­rados de mi patria, se alojaron en el fuerte y demás cuarteles de esta ciudad” (Memoria sobre la invasión inglesa).

“…. principalmente de la Inglaterra, mediante a que conocemos en dicha na­ción, en primer lugar, ser una de las más intrigantes por los respetos del se­ñorío de los mares, y lo segundo por dirigirse siempre todas sus relaciones bajo el principio de la extensión de miras mercantiles, cuya ambición no ha podido nunca disimular su carácter…” (Plan de Operaciones)

“Las historias antiguas de la Francia y de otras naciones demuestran eviden­temente que no tantas veces solicitó Portugal la amistad y alianza, como las diferentes que se las propusieron las distintas naciones, por sus intereses y fines particulares. No se ha soterrado aún en los anales de las historias la me­moria del procedimiento y conducta que la Francia y otras naciones han usado con la dinastía de Portugal, después de auxiliarla, haciéndola sacrificar y ven­diéndola a sus miras particulares de ambición e intrigar por fines privados. Últimamente, si Portugal entrase a profundizar con más política cuál es el abatimiento en que la Inglaterra lo tiene por causa de su alianza, presto ha­llaría la refinada maldad de sus miras ambiciosas, pues no debe creer que aquel interés sea por el auxilio de sus tropas, ni de su marina, porque clara­mente se deja entender que sus fines no son sino chuparle la sangre de su es­tado, extenuándolo de tal suerte que tal vez sus colonias americanas se conviertan en inglesas algún día, porque si después de otros fines particula­res, el principal fuese la extracción que hace de sus frutos coloniales, ¿qué más podría apetecer la Inglaterra?, y entonces, ¿para qué necesitaría su amis­tad y alianza?” (Plan de Operaciones)

10) Expresiones de Moreno exponiendo aspectos de su concepción de la democracia y la libertad

Señalaba Moreno en el prólogo a la traducción del Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau:

“La gloriosa instalación del gobierno provisorio de Buenos Aires ha producido tan feliz revolución en las ideas, que agitados los ánimos de un entusiasmo capaz de las mayores empresas, aspiran a una constitución juiciosa y duradera que restituya al pueblo sus derechos, poniéndolos al abrigo de nuevas usur­paciones. Los efectos de esta favorable disposición serían muy pasajeros si los sublimes principios del derecho público continuasen misteriosamente reser­vados a diez o doce literatos, que sin riesgo de su vida no han podido hacer­los salir de sus estudios privados… La obra de la constitución es absolutamente imposible en pueblos que han nacido en la esclavitud, mientras no se les saque de la ignorancia de sus propios derechos en que han vivido. El peso de las cadenas extingue hasta el deseo de sacudirlas, y el término de las revoluciones entre hombres sin ilustración suele ser que, cansados de des­gracias, horrores y desordenes, se acomodan por fin a un estado tan malo o peor que el primero, a cambio de que los dejen tranquilos y sosegados. (…) Tan reciente desengaño (se refiere al fracaso de la resistencia antinapo­leónica en España para darse un gobierno confiable y una constitución) debe llenar de un terror religioso a los que promueven la gran causa de estas pro­vincias. En vano sus intenciones serán rectas, en vano harán grandes esfuer­zos por el bien público, en vano provocarán congresos, promoverán arreglos y atacarán las reliquias del despotismo. Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de va­cilar algún tiempo entre la incertidumbre, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía”.

En la Gaceta de Buenos Aires, y a propósito de las razones de su creación, Moreno afirmó:

“Una exacta noticia de los procedimientos de la Junta, una continuada co­municación pública de las medidas que acuerde para consolidar la grande obra que se ha principiado, una sincera y franca manifestación de los estor­bos que se oponen al fin de su instalación y de los medios que adopta para alla­narlos son un deber en el gobierno provisorio que ejerce, y un principio para que el pueblo no se resfríe en su confianza (…) El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir los delitos”.

Tampoco la reflexión acerca de la libertad de pensamiento y de expresión es­tuvo ausente en Moreno:

“Seamos, una vez, menos partidarios de nuestras envejecidas opiniones, ten­gamos menos amor propio; dese acceso a la verdad y a la introducción de las luces y de la ilustración; no se reprima la inocente libertad de pensar en asun­tos de interés universal; no creamos que con ella se atacará jamás impune­mente el mérito y la virtud, porque hablando por el mismo su favor y teniendo siempre por árbitro imparcial al pueblo, se reducirán a polvo los escritos de los que indignamente osasen atacarles. La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas aparecen en todo su esplendor y brillo. Si se oponen restricciones al discurso vegetará el espíritu como la materia; el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”.

En el Plan de Operaciones Moreno da muestra del modo como se articula­ban sus convicciones ideológicas con las necesidad de la movilización popular

“El Gobierno debe tratar, y hacer publicar con la mayor brevedad posible, el reglamento de igualdad y libertad entre las distintas castas que tiene el Es­tado, en aquellos términos que las circunstancias exigen, a fin de, con este paso político, excitar más los ánimos; pues a la verdad siendo por un princi­pio innegable que todos los hombres descendientes de una familia están ador­nados de unas mismas cualidades, es contra todo principio o derecho de gentes querer hacer una distinción por la variedad de colores, cuando son unos efectos puramente adquiridos por la influencia de los climas”.

11) Fragmentos del “Plan Revolucionario de Operaciones” en el que Ma­riano Moreno propone la confiscación de las minas altoperuanas y su es­tatización al servicio de la patria en construcción

“Entremos por principios combinados, para desenvolver que el mejor go­bierno, forma y costumbre de una nación es aquel que hace feliz mayor nú­mero de individuos; y que la mejor forma y costumbres son aquellas que adopta el mismo número, formando el mejor concepto de su sistema. Igualmente es máxima aprobada, y discutida por los mejores filósofos y gran­des políticos, que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina de la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un estado, sino cuando también en nada remedian las gran­des necesidades de los infinitos miembros de la sociedad.

(…) Igualmente deduzco también de qué sirven, por ejemplo, quinientos o seis­ cientos millones de pesos en poder de otros tantos individuos, si aunque giren, no pueden dar el fruto ni fomento a un estado que darían puestos en diferen­ tes giros en el medio de su centro, facilitando fabricas, ingenios, aumento de agricultura, etc.
(…) En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navega­ción, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y vir­tuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben
evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan”.

12) Belgrano y la necesidad de proteger las “industrias” americanas

Fragmentos de artículos publicados durante 1810 en el Correo de Comercio de Buenos Aires:

“Ni la agricultura ni el comercio serían, casi en ningún caso, suficientes a es­tablecer la felicidad de un pueblo sino entrase a su socorro la oficiosa indus­tria; porque ni todos los individuos de un país son a propósito para desempeñar aquellas dos primeras profesiones, ni ellas pueden sólidamente establecerse, ni presentar ventajas conocidas, si este ramo vivificador no entra a dar valor a las rudas producciones de la una, y materia y pábulo a la perenne rotación del otro: cosas ambas que cuando se hallan regularmente combina­das no dejarán de acarrear jamás la abundancia y la riqueza al pueblo que las desempeñe felizmente”.

“(…) 2º. El modo más ventajoso de exportar las producciones excedentes de la tierra, es ponerlas antes en obra, o manufacturarlas. 3º. La importación de las materias extranjeras para emplearse en manufacturas, en lugar de sacar­las manufacturadas de sus países ahorra mucho dinero, y proporciona la ven­taja que produce a las manos que se emplean en darles nueva forma. (…) 5º. La importación del mercaderías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo lleva tras de si la ruina de una nación”.

“Si una nación navega por otra, o hace el monopolio de sus mercaderías, que viene a ser lo mismo, la agricultura y las manufacturas de éstos serán res­tringidas o aniquiladas, según el interés que encontrara en ello la primera; es decir que el trabajo del pueblo y desde luego la población, los recursos del Estado vendedor, estarán en las manos del Estado navegante”.

13) Orden dictada por Juan José Castelli a las autoridades altoperua­nas para poner fin a los abusos que se cometían contra los indios

“Cuartel general del ejército auxiliar y combinado, de la libertad, en Tiahuanaco 25 de mayo de 1811 y segundo de la libertad de Sur América.
Los sentimientos manifestados por el gobierno de estas provincias desde su instalación se han dirigido a uniformar la felicidad en todas las clases dedicando su preferente cuidado hacia aquella que se hallaba en estado de elegirla más ejecutivamente. En este caso se consideran los na­turales de este distrito, que por tantos años han sido mirados con aban­dono y negligencia, oprimidos y defraudados en sus derechos y en cierto modo excluidos de la mísera condición de hombres que no se negaba a otras clases rebajadas por la preocupación de su origen.

Así es que después de haber declarado el gobierno superior con la jus­ticia que reviste su carácter que los indios son y deben ser reputados con igual opción que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, em­pleos, destinos, honores y distinciones por la igualdad de derechos de ciu­dadanos, sin otra diferencia que la que presta el mérito y aptitud, no hay razón para que no se promuevan los medios de hacerlos útiles reformando los abusos introducidos en su perjuicio y propendiendo a su educación, ilustración y prosperidad con la ventaja que presta su noble disposición a las virtudes y adelantamientos económicos.

En consecuencia ordeno que siendo los indios iguales a todas las demás clases en presencia de la ley, deberán los gobernadores intenden­tes dedicarse con preferencia a informar de las medidas inmediatas o pro­visionales que pueden adoptarse para reformar los abusos introducidos en perjuicio de los indios, aunque sean con el título de culto divino, promo­viendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad sobre repar­timiento de tierras, establecimiento de escuelas en sus pueblos y excepción de cargas o imposiciones indebidas, pudiendo libremente in­formarme todo ciudadano que tenga conocimientos relativos a esta ma­teria a fin de que impuesto del pormenor de todos los abusos por las relaciones que me hicieren pueda proceder a su reforma.

Últimamente declaro que todos los indios son acreedores a cualquier destino o empleo de que se consideren capaces, del mismo modo que todo nacional idóneo, sea de la clase y condición que fuese, siempre que sus vir­tudes y talentos los hagan dignos de la consideración del gobierno y a fin de que llegue a noticia de todos, se publicará inmediatamente con las so­lemnidades de estilo, circulándose a todas las juntas provinciales y sub­alternas para que de acuerdo con los ayuntamientos celen su puntual y exacto cumplimiento, en inteligencia de que en el preciso término de tres meses contados desde la fecha deberán estar ya derogados todos los abu­sos perjudiciales a los naturales, y fundados todos los establecimientos necesarios para su educación, sin que a pretexto alguno de dilate, impida
o embarace el cumplimiento de estas disposiciones.

Y estando enterado por suficientes informes que tengo tomados de la mala versación de los caciques por no ser electos con el conocimiento ge­neral y espontáneo de sus respectivas comunidades y demás indios, aun sin traer a consideración otros gravísimos inconvenientes que de aquí re­sultan, mando que en lo sucesivo todos los caciques ­sin exclusión de los propietarios o de sangre­no sean admitidos sin el previo consentimiento de las comunidades, parcialidades o ayllus que deberán proceder a ele­girlos con conocimiento de sus jueces territoriales por votación conforme a las reglas generales que rigen en estos casos”. Juan José Castelli. ­José Bernardo de Monteagudo, secretario.

14) Belgrano, Castelli, Vieytes y el acceso democrático a la tierra

“Siendo los indios iguales a todas las demás clases en presencia de la ley, de­berán los gobernadores intendentes reformar los abusos introducidos en per­juicio de los indios, aunque sean con el título del culto divino, promoviendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad sobre el reparto de tie­rras” (Juan José Castelli, Proclama de 1811).

“Mientras el hombre no tenga en propiedad la posesión del campo que cul­tiva, mientras no se halle asegurado que los frutos que le proporciona su sudor han de ser exclusivamente suyos, y mientras no tenga la libertad de disponer de ellos y de sus facultades a su arbitrio, sin que haya fuerza alguna que bajo ningún pretexto, ni aun bajo el especioso de bien público, le altere el goce y posesión de estos derechos, serán vanos, serán infructuosos e inútiles todos cuantos esfuerzos se hagan para inclinarlos al trabajo (…) Distíngase aún más al labrador libertándolo enteramente de aquellas pensiones que pudieran re­traerlo de este ejercicio necesario. Déseles en propiedad aquella pequeña por­ción de tierra que se estime necesaria no sólo para su precisa subsistencia, sino también para que pueda de algún modo adelantar su fortuna por medio de su constante aplicación, (…) sea esta propiedad sagrada, y esté a cubierto de las interesadas miras del ambicioso que quiera echarse encima de estos preciosos patrimonios” (Hipólito Vieytez. Semanario de Agricultura, 1804).

“Es necesario prevenir los inconvenientes de la falta de propiedad en las nue­vas poblaciones que se promovieren y de que tanto carecemos, así tendremos que las propiedades serán más repartidas y que nuestros labradores saldrán del estado infeliz en que yacen debido a la falta de propiedad de los terrenos que ocupan… El repartimiento, pues, subsiste a poco más o menos como en los tiempos primeros, porque aun cuando hayan pasado las tierras a otras manos, estas siempre han llevado el prurito de ocuparlas en aquella exten­sión aunque nunca las hayan cultivado… Se podría obligar a la venta de los te­rrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacen plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de gran­des propietarios“ (Manuel Belgrano, Correo de Comercio, 1810).

15) Moreno y la unidad democrática y federal de las Provincias

En Sobre la Misión del Congreso, Moreno señala:

“Disueltos los vínculos que ligaban los pueblos con el monarca, cada provin­cia era dueña de sí misma, por cuanto el pacto social no establecía relación entres ellas directamente, sino entre el rey y los pueblos (….) No hay, pues, in­conveniente en que reunidas aquellas provincias, a quienes la antigüedad de íntimas relaciones ha hecho inseparables, traten por sí solas de su constitu­ción. Nada tendría de irregular que todos los pueblos de América concurrie­sen a ejecutar de común acuerdo la grande obra que nuestras provincias meditan para si mismas…”.

16) Oficio de la Junta del Paraguay (redactado por José Gaspar de Francia) a la Junta de Buenos Aires, realizando una de las primeras formulaciones de la unidad confederal de las provincias y pueblos del viejo virreinato (20­/7­/1811)

“No es dudable que abolida o deshecha la representación del Poder Supremo, este recae o queda refundido naturalmente en toda la Nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo participante del atributo de la Soberanía. De este principio tan importante como fecundo en útiles consecuencias y que VE. sin duda lo habrá reconocido se deduce ciertamente que reasumiendo los pueblos sus Derechos primitivos se hallan todos en igual caso, y que igual­mente corresponde a todos velar sobre su propia conservación (…) La con­federación de esta Provincia con las demás de nuestra América, y principalmente con las que comprendía la demarcación del antiguo virreinato, debía ser de un interés más inmediato, más asequible, y por lo mismo más na­tural, como de Pueblos no sólo de un mismo origen, sino que por enlace de particulares recíprocos intereses, parecen destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos. (La provincia del Paraguay) por sí misma y a esfuerzos de su propia resolución se ha constituido en libertad, y en el pleno goce de sus derechos; pero se en­gañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había sido entre­garse al arbitrio ajeno, y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso nada más habría adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio, que el cambiar unas cadenas por otras, y mudar de amo. La provincia del Para­guay reconoce sus derechos, no pretende perjudicar aun levemente los de ningún otro Pueblo, y tampoco se niega a todo lo que es regular y justo. Su vo­luntad decidida es unirse con esa Ciudad y demás confederadas no sólo para conservar una recíproca amistad, buena armonía, comercio y corresponden­cia, sino también para formar una sociedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad».

17) Artigas y la revolución anticolonial en la Banda Oriental: los orígenes de una nueva modulación de la corriente democrática de Mayo (Oficio de Artigas al gobierno del Paraguay, 7 de diciembre de 1811)

“Cuando las revoluciones políticas han reanimado una vez los espíri­tus abatidos por el poder arbitrario –corrido ya el velo del error­, se ha mi­rado con tanto horror y odio el esclavaje y humillación que antes les oprimía, que nada parece demasiado para evitar una retrogradación en la hermosa senda de la libertad. Como temerosos los ciudadanos de que la maligna intriga les suma de nuevo bajo la tiranía, aspiran generalmente a concentrar la fuerza y la razón en un gobierno inmediato que pueda con menos dificultad conservar sus derechos ilesos, y conciliar su seguridad con sus progresos. Así comúnmente se ha visto dividirse en menores es­tados un cuerpo disforme a quien un cetro de fierro ha tiranizado. Pero la sabia naturaleza parece que ha señalado para entonces los límites de las sociedades y de sus relaciones, y siendo tan declaradas las que en todos respectos ligan a la Banda Oriental del Río de la Plata con esa Provincia, yo creo que por una consecuencia del pulso y madurez con que ha sabido declarar su libertad, y admirar a todos los amadores de ella con su sabio sistema, habrá de conocer la recíproca conveniencia e interés de estre­char nuestra comunicación y relaciones del modo que exijan las circuns­tancias del estado. Por ese principio he resuelto dar a Ud. una idea de los principales acontecimientos en esta Banda, y de su situación actual, como que debe tener no pequeño influjo en la suerte de ambas provincias.

Cuando los americanos de Buenos Aires proclamaron sus derechos, los de la Banda Oriental, animados de iguales sentimientos, por un enca­denamiento de circunstancias desgraciadas no sólo no pudieron recla­marlos, pero hubieron de sufrir un yugo más pesado que jamás. La mano que los oprimía, a proporción de la resistencia que debía hallar si una vez se debilitaban sus resortes, oponía mayores esfuerzos, y cerraba todos los pasos. Parecía que un genio maligno presidiendo nuestra suerte presen­taba a cada momento dificultades inesperadas que pudieron arredrar los ánimos más empeñados. Sin embargo, el fuego patriótico electrizaba los corazones y nada era bastante a detener su rápido curso: los elementos que debían cimentar nuestra existencia política se hallaban esparcidos entre las mismas cadenas y sólo faltaba ordenarlos para que operasen. Yo fui testigo así de la bárbara opresión bajo la que gemía toda la Banda Oriental, como de la constancia y virtudes de sus hijos; conocí los efectos que podía producir y tuve la satisfacción de ofrecer al gobierno de Buenos Aires que llevaría el estandarte de la libertad hasta los muros de Monte­video, siempre que se concediese a estos ciudadanos auxilio de municio­nes y dinero.

Cuando el tamaño de mi proposición podría acaso calificarla de gigantesca para aquellos que sólo la conocían bajo mi palabra, yo es­peraba todo de un gobierno popular, que haría su mayor gloria en contri­buir a la felicidad de sus hermanos si la justicia, conveniencia e importancia del asunto pedía de otra parte el riesgo de un pequeño sacri­ficio que podría ser compensado con exceso: no me engañaron mis espe­ranzas, y el suceso fue prevenido por uno de aquellos acontecimientos extraordinarios que rara vez favorecen los cálculos ajustados. Un puñado de patriotas orientales cansados ya de humillaciones habían decretado ya su libertad en villa de Mercedes. Llena la medida del sufrimiento por unos procedimientos los más escandalosos del déspota que les oprimía, habían librado sólo a sus brazos el triunfo de la justicia; y tal vez hasta entonces no era ofrecido al templo del patriotismo un voto ni más puro, ni más glo­rioso, ni más arriesgado; en él se tocaba sin remedio aquella terrible al­ternativa de vencer o morir libres, y para huir este extremo era preciso que los puñales de los paisanos pasasen por encima de las bayonetas ve­teranas. Así se verificó prodigiosamente y la primera voz de los vecinos orientales que llegó a Buenos Aires fue acompañada de la victoria del 28 de febrero de 1811; día memorable que había señalado la providencia para sellar los primeros pasos de la libertad en este territorio, y día que no podrá recordarse sin emoción cualquiera que sea nuestra suerte.

Los ciudadanos de la villa de Mercedes, como parte de estas provin­cias se declararon libres bajo los auspicios de la Junta de Buenos Aires, a quien pidieron los mismos auxilios que yo había solicitado. Aquel gobierno recibió con el interés que podía esperarse la noticia de estos aconteci­mientos; él dijo a los orientales: Oficiales esforzados, soldados aguerri­dos, armas municiones, dinero, todo vuela en vuestro socorro. Se me mandó inmediatamente a esta Banda con algunos soldados, debiendo re­mitirse después hasta el número de tres mil con lo demás necesario para un ejército de esta clase, en cuya inteligencia proclamé a mis paisanos convidándoles a las armas. Ellos prevenían mis deseos y corrían de todas partes a honrarse con el bello título de soldados de la patria, organizán­dose militarmente en los mismos puntos en que se hallaban cercados de enemigos, en términos que en muy poco tiempo se vio un ejército nuevo, cuya sola divisa era la libertad.

Permítame Ud. que llame un momento su consideración sobre esta admirable alarma con la que simpatizó la campaña toda, y que hará su mayor y eterna gloria. No eran los paisanos sueltos, ni aquellos que de­bían su existencia a su jornal o sueldo los solos que se movían: vecinos es­tablecidos, poseedores de buena suerte y de todas las comodidades que ofrece este suelo, eran los que se convertían repentinamente en soldados, los que abandonaban sus intereses, sus casas, sus familias, los que iban, acaso por primera vez, a presentar su vida a los riesgos de una guerra, los que dejaban acompañadas de un triste llanto a sus mujeres e hijos, en fin, los que sordos a la voz de la naturaleza oían sólo la de la patria. Este era el primer paso para su libertad , y cualesquiera que sean los sacrificios que ella exija, V.S. conocerá bien el desprendimiento universal, y la ele­vación de sentimientos poco común que se necesita para tamaña empresa y que merece sin duda ocupar un lugar distinguido en la historia de nues­tra revolución.

Los restos del ejército de Buenos Aires ­que retornaban de esa pro­vincia feliz­fueron destinados a esta Banda, y llegaban a ella cuando los paisanos habían libertado ya su mayor parte, haciendo teatro de sus triun­fos el Colla, Maldonado, Santa Teresa, San José y otros puntos. Yo tuve en­tonces el honor de dirigir una división de ellos con solos doscientos cincuenta soldados veteranos, y llevando con ella el terror y espanto de los ministros de la tiranía hasta las inmediaciones de Montevideo, se pudo lo­grar la memorable victoria del 18 de mayo en los campos de las Piedras, donde mil patriotas, armados por la mayor parte de cuchillos enastados, vieron a sus pies novecientos sesenta soldados de las mejores tropas de Montevideo perfectamente bien armados; y acaso hubieran dichosamente penetrado dentro de sus soberbios muros si yo no me viese en la necesi­dad de detener sus marchas al llegar a ellos, con arreglo a las órdenes del jefe del ejército.
V.S. estará instruido de esta acción en detalle por el parte inserto en los papeles públicos. Entonces dije al gobierno que la patria podía contar con tantos soldados cuantos eran los americanos que habitaban la cam­paña, y la experiencia ha demostrado sobrado bien que no me engañaba. La Junta de Buenos Aires reforzó el ejército, del que fui nombrado Se­gundo Jefe y que constaba en el todo de mil quinientos veteranos y más de cinco mil vecinos orientales; y no habiéndose aprovechado los primeros momentos después de la acción del 18 en que el temor había sobrecogido los ánimos de nuestros enemigos, era preciso pensar en un sitio formal, a que el gobierno se determinaba, tanto más cuanto que estaba persuadido que el enemigo limítrofe no entorpecería nuestras operaciones, como me lo había asegurado, y porque el ardor de nuestras tropas, dispuestas a cualquier empresa, y que hasta entonces parece habían encadenado la vic­toria, nos prometía todo en cualquier caso.

Así nos vimos empeñados en un sitio de cerca de cinco meses, en que mil y mil incidentes privaron que se coronasen nuestros triunfos, a que las tropas estaban siempre preparadas. Los enemigos fueron batidos en todos los puntos, y en sus repetidas salidas no recogieron otro fruto que una retirada vergonzosa dentro de los muros que defendían su cobardía. Nada se tentó que no se consiguiese: multiplicadas operaciones militares fueron iniciadas para ocupar la plaza, pero sin llevarlas a su término, ya porque el general en jefe creía que se presentaban dificultades invenci­bles, o que debía esperar órdenes señaladas para tentativas de esta clase, ya por falta de municiones, ya finalmente porque llegó una fuerza extran­jera a llamar nuestra atención.

Yo no se si 4.000 portugueses podían prometerse alguna ventaja sobre nuestro ejército, cuando los ciudadanos que le componían habían redo­blado su entusiasmo, y el patriotismo elevado los ánimos hasta un grado incalculable. Pero no habiéndosele opuesto en tiempo una resistencia, es­perándose siempre por momentos un refuerzo de 1.400 hombres y muni­ciones que había ofrecido la Junta de Buenos Aires desde las primeras noticias de la irrupción de los limítrofes, y habiéndose emprendido últi­mamente varias negociaciones con los jefes de Montevideo, nuestras ope­raciones se vieron como paralizadas a despecho de nuestras tropas; y las portuguesas casi sin oposición pisaron con pie sacrílego nuestro territo­rio hasta Maldonado.

En esta época desgraciada, el sabio gobierno ejecutivo de Buenos Aires creyendo de necesidad retirar su ejército con el doble objeto de sal­varle de los peligros que ofrecía nuestra situación, y de atender a las ne­cesidades de las otras provincias, y persuadiéndose a que una negociación con el Sr. Elío sería el mejor medio de conciliar la prontitud y seguridad de la retirada con los menores perjuicios posibles a este vecindario he­roico, entabló el negocio, que empezó al momento a girarse por medio del Sr. Don José Julián Pérez venido de aquella superioridad con la bastante autorización para el efecto. Estos beneméritos ciudadanos tuvieron la for­tuna de trascender la sustancia del todo, y una representación absoluta­mente precisa en nuestro sistema, dirigida al Señor General en Jefe Auxiliador, manifestó en términos legales y justos ser la voluntad general no se procediese a la conclusión de los tratados sin anuencia de los orien­tales, cuya suerte era la que se iba a decidir. A consecuencia de esto fue congregada la asamblea de los ciudadanos por el mismo jefe auxiliador, y sostenida por ellos mismos y el Excmo. Sr. Representante, siendo el re­sultado de ella asegurar estos dignos hijos de la libertad que sus puñales eran la única alternativa que ofrecían al no vencer; que se levantase el sitio de Montevideo sólo con el objeto de tomar una posición militar ventajosa para poder esperar a los portugueses, y que en cuanto a lo demás res­pondiese yo del feliz resultado de sus afanes, siendo evidente haber que­dado garantido en mí desde el gran momento que fijó su compromiso.

Yo entonces, reconociendo la fuerza de su expresión y conciliando mi opinión política sobre el particular con mis deberes, respeté las decisio­nes de la superioridad sin olvidar el carácter de ciudadano; y sin desco­nocer el imperio de tal subordinación recordé cuanto debía a mis compaisanos. Testigo de sus sacrificios, me era imposible mirar su suerte con indiferencia y no me detuve en asegurar del modo más positivo cuanto repugnaba se les abandonase en un todo. Esto mismo había hecho cono­cer al Sr. Representante, y me negué absolutamente desde el principio a entender en unos tratados que consideraré siempre inconciliables con nuestras fatigas, muy bastantes a conservar el germen de las continuas disensiones entre nosotros y la corte del Brasil, y muy capaces por sí solos de causar la dificultad en el arreglo de nuestro sistema continental. Se­guidamente representaron los ciudadanos que de ninguna manera podían serles admisibles los artículos de la negociación; que el ejército auxiliador retornase a la capital si así se lo ordenaba aquella superioridad, y decla­rándome su general en jefe protestaron no dejar la guerra en esta Banda hasta extinguir de ella a sus opresores, o morir dando en su sangre el mayor triunfo a la libertad.

En vista de esto, el Excmo. Sr. Representante determinó una sesión que debía sostenerse entre dicho Señor, un ciudadano particular y yo.

En ella se nos aseguró haberse dado ya cuenta de todo a Buenos Aires y que esperásemos la resolución, pero que entretanto estuviésemos convenci­dos de la entera adhesión de aquel gobierno a sostener con sus auxilios nuestros deseos, y ofreciéndosenos a su nombre toda clase de socorros cesó por aquel instante toda solicitud. Marchábamos los sitiadores en re­tirada hasta San José y allí se vieron precisados los bravos orientales a re­cibir el gran golpe que hizo la prueba de su constancia: el gobierno de Buenos Aires ratificó los tratados en todas sus partes. Por él se priva de un asilo a las almas libres en toda la Banda Oriental, y por él se entregan pueblos enteros a la dominación de aquel mismo Sr. Elío bajo cuyo yugo gimieron. ¡Dura necesidad! En consecuencia del contrato, todo fu prepa­rado y comenzaron las operaciones relativas a él.

Permítame Ud. otra vez que recuerde y compare el glorioso 28 de fe­brero con el 23 de octubre, día en que se tuvo noticia de la ratificación: ¡que contraste singular presenta el prospecto de uno y otro! El 28, ciuda­danos heroicos haciendo pedazos las cadenas y revistiéndose del carác­ter que les concedió naturaleza, y que nadie estuvo autorizado para arrancarles; el 23, estos mismos ciudadanos unidos a aquellas cadenas por un gobierno popular… Pero V.S. no está aún instruido de las circuns­tancias que hacen acaso más admirable al día que debiera ser más aciago, y temo que en alguna manera me será imposible dar una idea exacta de los accidentes que la prepararon; puedo sólo ofrecer en esta relación que usando de la sinceridad que me caracteriza, la verdad será mi objeto. Ha­blaré con la dignidad de ciudadano sin desentenderme del carácter y obli­gaciones de coronel de los Ejércitos de la Patria con que el gobierno de Buenos Aires se ha dignado honrarme.

Aunque los sentimientos sublimes de los ciudadanos orientales en la presente época son bastante heroicos para darse a conocer por sí mis­mos, no se les podrá hallar todo el valor entretanto no se comprenda el es­tado de estos patriotas en el momento en que, demostrándolo, daban la mejor prueba de serlo. Habiendo dicho que el primer paso para su liber­tad era el abandono de sus familias, casas y haciendas, parecerá que en él habían apurado sus trabajos, pero este no era más que el primer eslabón de la cadena de desgracias que debía pesar sobre ellos durante la estan­cia del ejército auxiliador; no era bastante el abandono y detrimento con­siguiente, esos mismos intereses debían ser sacrificados también.

Desde su llegada, el ejército recibió multiplicados donativos de caba­llos, ganados y dinero, pero sobre esto era preciso tomar indistintamente de los hacendados inmenso número de las dos primeras especies y si algo había de pagarse, las escasez de caudales del estado impedía verificarlo. Pueblos enteros habían de ser entregados al saco horrorosamente, pero sobre todo la numerosa y bella población extramuros de Montevideo se vio completamente saqueada y destruida: las puertas mismas y ventanas, las rejas todas fueron arrancadas, los techos eran deshechos por el sol­dado que quería quemar las vigas que le sostenían, muchos plantíos aca­bados, los portugueses convertían en páramos los abundantes campos por donde pasaban, y por todas partes se veían tristes señales de desola­ción. Los propietarios habían de mirar el exterminio infructuoso de sus caros bienes cuando servían a la patria de soldados y el general en jefe se creía en la necesidad de tolerar estos desórdenes por la falta de dinero para pagar las tropas, falta que ocasionó que desde nuestra revolución y durante el sitio no recibiesen los voluntarios otro sueldo, otro emolu­mento que cinco pesos, y que muchos de los hacendados gastasen de sus caudales para remediar las más miserable desnudez a que una campaña penosísima había reducido al soldado. No quedó, en fin, alguna clase de sacrificios que no se experimentase y lo más singular de ellos era la des­interesada voluntariedad con que cada uno los tributaba, exigiendo sólo por premio el goce de su ansiada libertad; pero cuando creían asegurarla, entonces, entonces era cuando debían apurar las heces del cáliz amargo. Un gobierno sabio y libre, una mano protectora a quien se entregaban con­fiados, había de ser la que les condujese de nuevo a doblegar la cerviz bajo el cetro de la tiranía.

Esa corporación respetable, en la necesidad de privarnos del auxilio de sus bayonetas, creía que era preciso que nuestro territorio fuese ocu­pado por un extranjero abominable, o por su antiguo tirano; y pensaba que asegurándose la retirada de aquél, si negociaba con éste, y prote­giendo en los tratados a los vecinos, aliviaba su suerte, si no podía evitar ya sus males pasados. Pero acaso ignoraba que los orientales habían ju­rado en lo hondo de sus corazones un odio irreconciliable, un odio eterno a toda clase de tiranía; que nada era peor para ellos que haber de humi­llarse de nuevo, y que afrontarían la muerte misma antes que degradarse del título de ciudadanos que habían sellado con su sangre. Ignoraba sin duda el gobierno hasta donde se elevaban estos sentimientos, y por des­gracia fatal los orientales no tenían en él un representante de sus dere­chos imprescriptibles, sus votos no habían podido llegar puros hasta allí, ni era calculable una resolución que casi podría llamarse desesperada; en­tonces el tratado se ratificó y el día 23 vino.

En esta crisis terrible y violenta, abandonadas las familias, perdidos los intereses, acabado todo auxilio, sin recursos, entregados sólo a sí mis­mos, ¿qué podía esperarse de los orientales sino que luchando con sus in­fortunios cediesen al fin al peso de ellos y víctimas de sus mismos sentimientos mordiesen otra vez el duro freno que con un impulso glo­rioso habían arrojado lejos de sí? Pero estaba reservado a ellos demos­trar el genio americano renovando el suceso que se refiere de nuestros paisanos de la Paz, y elevarse gloriosamente sobre todas sus desgracias; ellos se resuelven a dejar sus preciosas vidas antes que sobrevivir al opro­bio e ignominia a que se les destinaba, y llenos de tan recomendable idea, firmes siempre en la grandeza que los impulsó cuando protestaron que jamás prestarían la necesaria expresión de su voluntad para sancionar lo que el gobierno auxiliador había ratificado, determinan gustosos dejar los pocos intereses que les restan y su país, y trasladarse con sus familias a cualquier punto donde puedan ser libres, a pesar de trabajos, miserias y toda clase de males.

Tal era su situación cuando el Excmo. Poder Ejecutivo me anunció una comisión que pocos días después me fue manifestada, y consistió en constituirme jefe principal de estos héroes, fijando mi residencia en el de­partamento de Yapeyú, y en consecuencia se me ha dejado el cuerpo ve­terano de blandengues de mi mando, 8 piezas de artillería con tres oficiales escogidos y un repuesto de municiones. Verificado esto em­prendieron su marcha los auxiliadores desde el Arroyo Grande para em­barcarse en el Sauce con dirección a Buenos Aires y poco después emprendí yo la mía hacia el punto que se me había destinado. Yo no seré capaz de dar a V.S. una idea del cuadro que presenta al mundo la Banda Oriental desde ese momento; la sangre que cubría las armas de sus bravos hijos recordó las grandes proezas que continuadas por muy poco más ha­brían puesto el fin a sus trabajos y sellado el principio de la felicidad más pura. Llenos todos de esta memoria oyen sólo la voz de su libertad, y uni­dos en masa marchan cargados de sus tiernas familias a esperar mejor proporción para volver a sus antiguas operaciones. Yo no he perdonado medio alguno de contener el digno transporte de un entusiasmo tal; pero la inmediación de las tropas portuguesas diseminadas por toda la cam­paña, que lejos de retirarse con arreglo al tratado se acercan y fortifican más y más, y la poca seguridad que fían sobre la palabra del Sr. Elío a este respecto, les anima de nuevo y determinados a no permitir jamás que su suelo sea entregado impunemente a un extranjero destinan todos los ins­tantes a reiterar la protesta de no dejar las armas de la mano hasta que él haya evacuado el país y puedan ellos gozar una libertad por la que vieron derramar la sangre de sus hijos recibiendo con valor su postrer aliento; ellos lo han resuelto y yo veo que van a verificarlo. Cada día veo con ad­miración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia; unos que­mando sus casas y los muebles que no podían conducir, otros caminando leguas a pie por falta de auxilios, o por haber consumido sus cabalgadu­ras en el servicio. Mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha manifestando todos la mayor energía y resigna­ción en medio de todas las privaciones. Yo llegaré muy en breve a mi des­tino con este pueblo de héroes y a la frente de seis mil de ellos que obrando como soldados de la Patria sabrán conservar sus glorias en cual­quier parte, dando continuos triunfos a su libertad. Allí esperaré nuevas ór­denes y auxilios de vestuarios y dinero y trabajaré gustoso en propender a la realización de sus grandes votos.

Entretanto, V.S. justo apreciador del verdadero mérito, estará ya en estado de conocer cuanto es idéntica a la de nuestros hermanos de esa provincia la resolución de estos orientales. Yo ya he patentizado a V.S. la historia memorable de su revolución; por sus incidentes creo muy fácil conocer cuáles puedan ser los resultados. Y calculando ahora bastante fundadamente la reciprocidad de nuestros intereses, no dudo se hallará V.S. muy convencido de que sea cual fuere la suerte de la Banda Oriental, deberá trasmitirse hasta esa parte del Norte de nuestra América, y obser­vando la incertidumbre del mejor destino de aquella, se convencerá igual­mente de ser estos los momentos precisos de consolidar la mejor precaución. La tenacidad de los portugueses, sus miras antiguas sobre el país, los costos enormes de la expedición que Montevideo no puede com­pensar, la artillería gruesa y morteros que conducen, sus movimientos des­pués de nuestra retirada, la dificultad de defenderse por sí misma la plaza de Montevideo en su presente estado, todo anuncia que estos extranjeros tan miserables como ambiciosos no perderán esta ocasión de ocupar nuestro país. Ambos gobiernos han llegado a temerlo así, y una vez veri­ficado nuestro paso más allá del Uruguay, a donde me dirijo con celeridad sin que el ejército portugués haga un movimiento retrógrado, será una alarma general que determinará pronto mis operaciones; ellas espero nos proporcionarán nuevos días de gloria, y acaso cimentarán la felicidad fu­tura de este territorio.

Yo no me detendré en reflexiones sobre las ventajas que adquirirían los portugueses si una vez ocupasen la plaza y puerto de Montevideo y la campaña oriental; V.S. conocerá con evidencia que sus miras entonces se­rían extensivas a mayores empresas, y que no habría sido en vano el par­ticular deseo que ha demostrado la corte del Brasil de introducir su influencia en esa interesante provincia. Dueños de sus límites por tierra, seguros de la llave del Río de la Plata, Uruguay y demás por mar, y au­mentando su fuerza con exceso, no sólo debían prometerse un suceso tan triste para nosotros como halagüeño para ellos sobre este punto, sino que cortando absolutamente las relaciones exteriores de todas las demás pro­vincias y apoderándose de medios de hostilizarlas, todas ellas entrarían en los cálculos de su ambición, y todas ellas estarían demasiado expuestas a sucumbir al yugo más terrible. Después de la claridad de estos principios, y de las sabias reflexiones que sobre ellos ha escrito el editor del Correo Brasilense, entiendo que nada resta que decir cuando de otra parte la co­nocida penetración de V.S. llevará al cabo estos apuntamientos, teniendo también presente que las operaciones político­militares, que impulsa el sistema general de los americanos, demasiado expuestas a entorpeci­mientos fatales por las violentas continuas alteraciones del diferente modo de opinar, influyen lo bastante sobre conservar la intención de nues­tros enemigos, por consiguiente deben conciliar toda nuestra atención, excitar toda nuestra vigilancia y apoyarla en la mayor actividad. De todos modos V.S. puede contar en cualquier determinación con este gran resto de hombres libres, muy seguro de que marcharán gustosos a cualquier parte donde se enarbole el estandarte conservador de la libertad, y que en la idea terrible, siempre encantadora para ellos, de verter toda su san­gre antes que volver a gemir bajo el yugo, sólo sentirían exhalar sus almas al único objeto de no ver sus grillos. Ellos desean no sólo hacer con sus vidas el obsequio a sus sentimientos, sino también a la consolidación de la obra que mueve los pasos de los seres que habitan el mundo nuevo. Yo me lisonjeo los tendrá V.S. presente para todo y hará cuanto sea de su parte porque se recoja el fruto de una resolución que sin disputa hace la época de la heroicidad.
Dios guarde a V.S. muchos años. Cuartel General en el Dayman, 7 de diciembre de 1811. José Artigas.

18) Instrucciones dadas a los diputados artiguistas a la Asamblea del Año XIII

Constituida la Asamblea del año XIII, el pueblo oriental en armas y reu­nido en Congreso, elaboró ­bajo la dirección de Artigas­el Programa revolu­cionario que, luego de la derrota política del morenismo, reinstalaría en el Río de la Plata la vigencia de las tendencias más decididamente independentistas y democráticas Instrucciones que se dieron a los representantes del Pueblo Oriental para el desempeño de su encargo en la Asamblea Constituyente fijada en la ciudad de Buenos Aires:

“Primeramente, pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona de España, y familia de los Borbones, y que toda conexión política entre ellas y el estado de la España, es, y debe ser totalmente disuelta. Art. 2º. ­No admitirá otro sistema que el de Confederación para el pacto recí­proco con las provincias que formen nuestro estado.

Art. 3º. ­Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imagina­ble.
Art. 4º. ­Como el objeto y fin del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y los pueblos, cada provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del gobierno supremo de la nación.
Art. 5º. ­Así este como aquél se dividirán en poder legislativo, ejecutivo y ju­dicial.
Art. 6º. ­Estos tres resortes jamás podrán estar unidos entre si, y serán inde­pendientes en sus facultades. (…)
Art. 18º. ­El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas cons­titucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
Art. 19º. ­Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires donde re­sida el sitio del gobierno de las Provincias Unidas.
Art. 20º. ­La constitución garantirá a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana, y que asegure a cada una de ellas de las violencias do­mésticas, usurpaciones de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía, que con la fuerza armada intente alguna de ellas sofocar los principios pro­clamados. Y asimismo prestará toda su atención, honor, fidelidad y religiosi­dad, a todo cuanto crea, o juzgue necesario para preservar a esta provincia las ventajas de la libertad, y mantener un gobierno libre, de piedad, justicia, mo­
deración e industria.
Delante de Montevideo, 13 de abril de 1813. Artigas”.

19) Artigas y la unidad democrática y federal de las provincias y pueblos

“La Provincia Oriental entra en el rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una parte integrante del estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con las demás provincias es el de una estrecha e indisoluble confederación ofensiva y defensiva. Todas las provincias tienen igual digni­dad, iguales privilegios y derechos, y cada una de ellas renuncia al proyecto de subyugar a otra.” (José Artigas. Proyecto de acuerdo con Buenos Aires, 1813).

“Esta independencia no es una independencia nacional: por consecuencia ella no debe considerarse como bastante a separar de la gran masa a unos ni a otros pueblos, ni a mezclar diferencia alguna en los intereses generales de la revolución“ (Fragmento del convenio suscrito en 1814 por Artigas con los de­legados del Directorio Mariano Amaro y Francisco Candioti
“La Banda Oriental del Uruguay entra en el rol para formar el estado deno­minado Provincias Unidas del Río de la Plata. Su pacto con las demás pro­vincias es el de una alianza ofensiva y defensiva. Toda provincia tiene igual dignidad e iguales privilegios y derechos, y cada una renunciará al proyecto de subyugar a otra. La Banda Oriental del Uruguay está en el pleno goce de su libertad y derechos; pero queda sujeta desde ahora a la constitución que or­ganice el Congreso General del Estado legalmente reunido teniendo por base la libertad” (José Artigas. Propuesta de Artigas a los comisionados del Direc­torio, 1815)

20) Artigas y el reglamento de tierras

Frente a la solución de tipo policial, propiciada por los grandes terrate­nientes y hacendados de la época para restaurar el orden social conmocionado por la revolución y la guerra, Artigas repartió tierras a los patriotas que qui­sieran trabajarlas dictando el Reglamento de septiembre de 1815, que entre otras disposiciones establecía:

“1º. ­El señor alcalde provincial, además de sus facultades ordinarias, queda autorizado para distribuir terrenos y velar sobre la tranquilidad del vecindario, siendo el juez inmediato en todo el orden de la presente ins­trucción. (…) 6º ­Por ahora el señor alcalde provincial y demás subalternos se dedica­rán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello re­visará cada uno, en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles y los sujetos dignos de esta gracia, con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad, y a la de la pro­vincia. 7º. ­Serán igualmente agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros, y éstos a cualquier extranjero. (…) 11º. ­Después de la posesión serán obligados los agraciados a formar un rancho y dos corrales en el término preciso de dos meses, los que cum­plidos, si se advierte omisión se les reconvendrá para que lo efectúen en un mes más, el cual cumplido, si se advierte la misma negligencia, será aquel terreno donado a otro vecino más laborioso y benéfico a la provin­cia. 12º. ­Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos eu­ropeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la provincia para poseer sus antiguas propiedades”.

21) Artigas y los indios

“Yo deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden de sus intereses como nosotros los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica y saldrán de aquel estado de aniquilamiento a que los sujeta la des­gracia. Recordemos que ellos tienen el principal derecho, y que sería una de­gradación vergonzosa para nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa, que hasta hoy han padecido por ser indianos”.

“Es preciso que a los indios se los trate con más consideración, pues no es dable cuando sostenemos nuestros derechos excluirlos del que justamente les corresponde. Su ignorancia e incivilización no es un delito reprensible. Ellos deben ser condolidos más bien por esta desgracia, pues no ignora V.S. quién ha sido su causante, ¿y nosotros habremos de perpetuarla? ¿Y nos pre­ciaremos de patriotas siendo indiferentes a este mal?” (Notas de Artigas al ca­bildo de Corrientes, 3­5­1815 y 31­1­1816).

 

Indice de los documentos


1) Fragmentos de un bando atribuido a Tupac Amaru, promulgado durante la insurrección de indios y mestizos peruanos y altoperuanos en 1780 y 1781
2) Proclama de la Insurrección de La Paz, dirigida por Pedro Murillo, 20­7­1809.
3) Alocución revolucionaria de Antonio Beruti, efectuada el 25 de mayo de 1810 exigiendo la renuncia del gobierno español.
4) Algunas referencias documentales sobre las actividades revolucionarias antes y durante el pronunciamiento de Mayo.
5) La opinión de Mariano Moreno sobre la opresión colonial.
6) Mariano Moreno reprocha las dudas para la ejecución del ex-­virrey Liniers.
7) El 10 de julio de 1810 el embajador inglés en Río de Janeiro, Lord Strangford, informa al gobierno sobre su política respecto a los revolucionarios de Mayo.
8) Fragmentos de un artículo de Mariano Moreno en la Gaceta de Buenos Aires (16/­9/­1810) titulado “A propósito de la conducta del capitán Elliot”, donde se desenmascara la natura­leza agresiva del colonialismo inglés.
9) Otras referencias de Moreno a los ingleses.
10) Expresiones de Moreno exponiendo aspectos de su concepción de la democracia y la libertad.
11) Fragmentos del “Plan Revolucionario de Operaciones” en el que Mariano Moreno pro­pone la confiscación de la minas altoperuanas y su estatización al servicio de la patria en construcción.
12) Belgrano y la necesidad de proteger las “industrias” americanas.
13) Orden dictada por Juan José Castelli a las autoridades altoperuanas para poner fin a los abusos que se cometían contra los indios para consolidar su participación en la guerra an­ticolonial.
14) Belgrano, Castelli, Vieytes y el acceso democrático a la tierra.
15) Moreno y la unidad democrática y federal de las Provincias.
16) Oficio de la Junta del Paraguay (redactado por José Gaspar de Francia) a la Junta de Buenos Aires, realizando la primera formulación de la unidad confederal de las provincias y pueblos del viejo virreinato (20­/7/­1811).
17) Artigas y la revolución anticolonial en la Banda Oriental: los orígenes de una nueva mo­dulación de la corriente democrática de Mayo 18) Instrucciones dadas a los diputados artiguistas a la Asamblea del Año XIII 19) Artigas y la unidad democrática y federal de las provincias y pueblos 20) Artigas y el reglamento de tierras
21) Artigas y los indios

 

Fuentes documentales utilizadas


Archivo Artigas. Comisión Nacional Archivo Artigas. Montevideo, 1953­2006.
Archivo General de la Nación Argentina, sala X, 10­8­5 y X, 2­3­9.
Belgrano, Manuel. Escritos económicos. Raigal, Buenos Aires, 1954.
Biblioteca de Mayo. Senado de la Nación. Buenos Aires, 1960.
Gaceta de Buenos Aires. Junta de Historia y Numismática Americana. Buenos Aires, 1910.
Gaceta Mercantil, 25 de mayo de 1826. Biblioteca de la Universidad de La Plata.
Mayo Documental. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires, 1961­1965.
Mayo, su filosofía, sus hechos, sus hombres. Consejo Deliberante, Buenos Aires, 1960.
Moreno, Mariano. Escritos políticos y económicos. Orientación Cultural, Bs. As., 1961.
Moreno, Mariano. Plan Revolucionario de Operaciones. Plus Ultra, Bs. As., 1965.
Museo Mitre. Documentos del Archivo de Belgrano. Buenos Aires, 1914.
Ruiz ­Guiñazú, Enrique. El presidente Saavedra y el pueblo soberano de 1810. Estrada, Bs. As., 1960.
Vieytez, Hipólito. Antecedentes económicos de la Revolución de Mayo. Raigal, Buenos Aires, 1956.