Por Sergio Guerra Vilaboy
Como referimos en nuestras dos notas anteriores de Madre América, la Revolución Haitiana de 1791 causó un efecto telúrico en el Caribe, provocando por todas partes sublevaciones de esclavos, como fue el caso de la Capitanía General de Venezuela, donde tuvo como epicentro las serranías de Coro y como líderes a José Caridad González y José Leonardo Chirino.
El primero, José Caridad González, era un negro libre procedente del reino del Congo, que gozaba de gran prestigio porque había ganado un litigio de tierras, tenía cierta cultura y dominaba, junto con su lengua africana, el castellano y el francés. Además, era el líder natural de los loangos, antiguos esclavos de esta etnia congolesa, llegados a través de Curazao, y que habían conseguido su libertad. El segundo, José Leonardo Chirino, era en la jerga de la época un zambo, esto es, hijo de una indígena libre con un esclavo al servicio de la familia Chirino. Por su condición de zambo nació libre, pudo contratarse como jornalero y luego, al servicio de un comerciante de Coro, navegar por el Caribe y visitar Saint Domingue, donde conoció la Revolución Haitiana desde sus comienzos.
Impactado por las leyes igualitaristas de Francia de 1790, que beneficiaban a los mulatos y negros libres y, sobre todo, por el gigantesco levantamiento esclavo en Saint Domingue al año siguiente, que obligó a Francia a abolir en 1794 ese abominable régimen de expoliación en todas sus colonias, Chirino se propuso replicar estas conquistas sociales en Venezuela. Con esa finalidad, decidió organizar un levantamiento de esclavos, mulatos y negros libres semejante al de Saint Domingue, contando con el importante apoyo de José Caridad González. Convertidos ambos en líderes principales del incipiente movimiento revolucionario igualitarista venezolano, hicieron del trapiche de la hacienda Macanillas, cerca de Curimagua, el centro de la conspiración. Fue precisamente en este sitio donde estalló la sublevación el 10 de mayo de 1795, encabezada por González y Juan Cristóbal Acosta, que les permitió apoderarse de la cercana hacienda El Socorro, en las serranías de Coro, con el objetivo de imponer “la ley de los franceses”.
Aunque los insurrectos planeaban apoderarse de todas las plantaciones de la región y ocupar la villa de Coro, el saqueo de las primeras haciendas y la alegría por la libertad recién conseguida los llevó a festejar sus primeros triunfos, sin extender y consolidar el movimiento revolucionario. La inacción de los sublevados favoreció a las autoridades coloniales que movilizaron de inmediato tropas bien equipadas con dos cañones. En el desigual enfrentamiento armado murieron unos veinte cinco esclavos, entre ellos sus líderes, y varias decenas quedaron heridos. Los que no lograron escapar de la matanza, fueron apresados y recibieron diversos castigos, incluida la muerte.
José Leonardo Chirino no pudo llegar a tiempo para participar en el combate decisivo. Enterado de lo ocurrido, se internó en la serranía con la intención de reorganizar a sus partidarios y atraerse a la población indígena. Con esa finalidad, estableció contacto con el cacique y los indios de Pecaya, prometiéndoles la eliminación de la demora, esto es, un tributo especial que agobiaba a los aborígenes y que ahora se les exigía en dinero efectivo. Tres meses después, debido a la traición de un antiguo conocido, fue capturado por las autoridades españolas y trasladado a Caracas para ser juzgado por la Real Audiencia.
El 10 de diciembre de 1796 este tribunal lo condenó a la horca, sentencia que se ejecutó en la Plaza Mayor de la capital venezolana. Para desalentar futuras rebeliones, y como escarmiento, la cabeza de Chirino fue exhibida en macabro espectáculo dentro de una jaula de hierro, colocada en el camino hacia los Valles de Aragua y Coro. Como parte de las crueles represalias, sus familiares fueron vendidos como esclavos y dispersados por distintos sitios de la colonia. En 1995, al conmemorarse el bicentenario de estos acontecimientos, el gobierno y el pueblo de Venezuela, rindieron merecido tributo a José Leonardo Chirino, ocasión en que fue develada una placa en el Panteón Nacional, a la memoria de este luchador social, uno de los grandes próceres de Nuestra América.
Fuente: informefracto.com 20 de enero de 2020
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