La encargada del montaje fue la diseñadora teatral Mónica Raya, recientemente nombrada Coordinadora del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM.
Raya no aboga por el crédito de directora. Se autodenomina, en cambio, adaptadora e investigadora en escena.
La obra del también autor de Visión de los vencidos, cuenta la historia del otro Quetzalcóatl, menos conocido que el dios: Un hombre de carne y hueso, admirable gobernador de la cultura tolteca, quien bajo su régimen levanta con gran esplendor la ciudad de Tula, su capital.
Rescatar las raíces -sobre todo en estos tiempos, donde instituciones como la Secretaría de Educación Pública toma absurdas medidas como comenzar las lecciones de historia a partir de la llegada de los españoles a Mesoamérica- es de una importancia trascendental.
Los relatos de los pueblos originarios son bellos, intensos y nos ayudan a explicar -con una nueva alternativa quizá fantástica- el espacio que habitamos. Reconocerlo como parte de la construcción de los mexicanos nos da identidad y nos anima a erguirnos con el orgullo de poder decir que nuestros mitos son tan entrañables para el mundo mesoamericano como los griegos para la antigüedad clásica.
La obra habla de eso que marcó la grandeza y el posterior olvido de las culturas prehispánicas de México: el implacable tiempo. No obstante, la riqueza de la historia, los diálogos en el texto son un tanto obsoletos, difíciles de digerir e incluso un tanto repetitivos, en especial los de los hechiceros-búho. Se trata de reflexiones filosóficas llevadas a escena.
La atención del público es sin duda acaparada por la vista. La gigantesca escenografía y los alucinantes trajes de una superproducción de la que pocas veces podemos gozar en nuestro país, lo dejan con la boca abierta.
Y es que el fuerte de Raya es evidente. Utiliza como base una enorme cantidad de elementos prehispánicos -las formas piramidales, los cenotes, los plumajes-, los reinterpreta e inserta la más pura modernidad al servicio del montaje: un mapping (proyecciones que construyen sobre una superficie) perfectamente cuidado.
La pieza se acompaña de bases sonoras del músico Jorge Reyes -un clásico en el rescate de nuestras raíces musicales-, las cuales se funden con los vigorosos bailes -interpretados por Gustavo Sanders, Priscila Solórzano, Daryl Guadarrama, Pablo Gálvez, Omar Cervantes y Nikú Barmat- en los espacios casi oníricos.
Escenificación para conocer más de nosotros mismos y, de paso, deleitarse con un espectáculo visual de primera calidad.
Fuente: www.proceso.com.mx 30 de noviembre de 2017
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