La ruina de los artesanos y la globalización

Por Sergio Guerra Vilaboy

Uno de los episodios menos conocidos de la atribulada historia de América Latina, es el dramático desplazamiento de las artesanías nacionales por la industria europea y estadounidense a mediados del siglo XIX, favorecidas con el laissez faire de los gobiernos liberales. En realidad, este proceso había comenzado a fines  de la centuria anterior, bajo los embates de la política comercial del despotismo ilustrado, aunque la guerra de independencia y las destrucciones dejadas por la contienda contra España permitieron cierta recuperación de las producciones autóctonas.

La capacidad de las artesanías para sobrevivir ante la creciente irrupción de las manufacturas extranjeras había dependido también del aislamiento natural de algunas regiones. Los residuos de mercantilismo en el sistema impositivo de los países latinoamericanos y sus aduanas interiores, junto a los obstáculos geográficos y las malas comunicaciones, actuaban como protecciones adicionales de lenceros, sederos, zapateros, carpinteros, herreros, talabarteros y muchos otros oficios.

Pero alrededor de 1850, la irrupción de las mercancías extranjeras se intensificó, penetrando a profundidad el mercado latinoamericano, favorecidas por sus bajos costos de producción, la modernización de los transportes (comenzaba la introducción del ferrocarril y la máquina de vapor en la navegación) y por la disminución de las tarifas aduaneras. De esta forma, el vertiginoso desarrollo de la revolución industrial en Estados Unidos y en determinados países de Europa occidental y sobre todo en Inglaterra, no sólo tuvo por consecuencia la destrucción de los pequeños productores metropolitanos, sino también aniquiló a los artesanos de los territorios más atrasados al mismo ritmo con que estas áreas se integraban al mercado mundial en formación y se extendían a escala internacional las relaciones capitalistas. Era la globalización.

De esta manera, la industria norteamericana y europea, y en primer lugar la británica, fue controlando todo el mercado latinoamericano. Era lo mismo que sucedía en casi todas partes del planeta al conjuro de la revolución industrial, mientras el capitalismo se imponía como sistema mundial. En consecuencia, miles de talleres artesanales de América Latina que abastecían el consumo popular fueron aplastados por la desleal competencia de las mercancías importadas de Europa occidental y de Estados Unidos. No en balde el periódico colombiano El sentimiento democrático de Cali, del 13 de septiembre de 1849, señalaba. “Las artes mecánicas están atrasadas y marchan a su completa ruina, por la libre introducción de productos extranjeros ya manufacturados. Una mujer que hilando podría proporcionarse la adquisición de pequeñas cantidades, nada sacará de este trabajo, hoy del extranjero vienen hilos superabundantes y baratos. El herrero no tiene ocupación, porque del extranjero vienen con demasía herramientas, cerraduras y cuanto pueda producir este oficio entre nosotros con más trabajo y a mayores precios. En casi todas las artes y oficios la observación da los mismos resultados los cuales producen un malestar general, el perjuicio de muchos y la pobreza de la sociedad.”

Ante la difícil situación que se fue conformando, por todas partes los artesanos se organizaron en clubes y sociedades para luchar por leyes proteccionistas y contra la indiscriminada importación de los artículos industriales extranjeros. En México, los artesanos estructuraron en 1843 una Junta de Fomento, entre cuyos propósitos estaba la defensa de la producción autóctona; mientras en Perú los airados pequeños productores de Lima y El Callao destruyeron en 1858 las mercancías almacenadas en el puerto e impidieron su traslado a la capital. En Chile, los pequeños productores urbanos se incorporaron a la Sociedad de la Igualdad, fundada en marzo de 1850 por Francisco Bilbao y Santiago Arcos, en cuya directiva figuraban a partes iguales seis artesanos y seis intelectuales. También en Venezuela, los artesanos fueron un factor decisivo en el desplazamiento del poder de la oligarquía conservadora por el movimiento de los Monagas (1848), esperanzados en poner coto a la irrupción de las manufacturas foráneas

Sin duda el punto más alto en estas luchas en defensa de las producciones autóctonas se registró en Bogotá cuando los artesanos de la república neogranadina, vertebrados en sociedades democráticas y aliados a un sector moderado del liberalismo -llamado draconianos– encabezados por el general José María Melo, ocuparon el poder en la capital durante nueve meses (1854), tema al que por su singularidad dedicaremos nuestra próxima nota en Madre América.

Fuente: www.informefracto.com – 17 de abril de 2020

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