Por Sergio Guerra Vilaboy
Una de las peores dictaduras de la historia latinoamericana, junto con la de Trujillo en República Dominicana, fue la de Anastasio Somoza García (1896-1956) en Nicaragua, nacida también de la intervención de Estados Unidos. Tras la obligada retirada de los marines, Tacho Somoza quedó convertido desde 1933 en jefe de la recién creada Guardia Nacional, ascenso facilitado por su formación en escuelas norteamericanas y las relaciones políticas de su esposa.
Al frente de este cuerpo militar, Somoza, en complicidad con el embajador de Estados Unidos Arthur Bliss Lane, fue el autor intelectual del asesinato de Augusto C. Sandino en 1934 y de la masacre de sus combatientes ya desmovilizados, crímenes que lo convirtieron en el hombre fuerte del país. Dos años después, mediante un golpe de estado, Somoza desalojó del Palacio de Tiscapa al presidente Juan Bautista Sacasa y, después de unos amañados comicios, ocupó la primera magistratura (1937). A consolidar a Tacho Somoza en el poder contribuyó su viaje oficial a Estados Unidos, invitado por el propio presidente Franklyn D. Roosevelt, a quien se atribuye la frase formulada en esa ocasión: “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Desde los primeros momentos, el régimen de Somoza se caracterizó por su carácter represivo y sanguinario. Las duras persecuciones comenzaron en 1937 contra estudiantes opositores de la Universidad de León, detenidos, torturados y confinados a la isla del Maíz, convertida en virtual reclusorio. En los años de la Segunda Guerra Mundial, para ponerse a tono con el clima internacional antifascista, hizo algunos cambios cosméticos e incluso entregó la presidencia al anciano Leonardo Argüello (1947), quien sólo pudo gobernar pocos días, pues al intentar limitar el poderío somocista fue derrocado por la Guardia Nacional, dirigida por su hijo Tachito. La desorganizada resistencia fue aplastada por este cuerpo militar y las brigadas somocistas paramilitares llamadas Cascos de Acero, aunque varias naciones se negaron a reconocer el nuevo gobierno.
También la conflagración mundial sirvió a Somoza para incrementar su riqueza, apoderándose de bienes alemanes, como los de la familia Bahkle, dueña de las mejores haciendas cafetaleras y otras propiedades. Además, se nutrió con comisiones recibidas de empresas norteamericanas al facilitarles la explotación de yacimientos auríferos o la exportación de maderas y caucho, así de tolerar los juegos de azar, la venta de alcohol y el contrabando.
La llegada de la guerra fría le permitió a Tacho Somoza legitimar la situación creada con el golpe militar contra Argüello y echar abajo el Código del Trabajo, que él mismo había promovido, desarticulando las organizaciones obreras recién surgidas y al Partido Socialista nicaragüense (Comunista), surgido en 1944 con su apoyo, que lo había respaldo en una huelga organizada por los conservadores. Al mismo tiempo, aplastó el levantamiento guerrillero del veterano general sandinista Ramón Raudales, quien una década después repetiría su intento y caería combatiendo a la dictadura somocista.
En 1950 Somoza firmó un acuerdo, conocido como el “Pacto de los generales”, con el viejo caudillo conservador Emiliano Chamorro, con el pretexto de enfrentar el “peligro comunista”, que le permitió reformar de nuevo la constitución y regresar a la presidencia en ese mismo año, en sustitución del amaestrado títere suyo Víctor Román y Reyes, puesto en el cargo para guardar las apariencias. En 1948 intervino abiertamente en la guerra civil de Costa Rica y siete años después intentó derrocar al gobierno de José Figueres con una invasión militar. También respaldó la agresión norteamericana contra el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala en junio de 1954.
En ese mismo año fracasó un complot de ex oficiales de la propia Guardia Nacional para eliminar al dictador en la Carretera Panamericana y la mayoría de los participantes fueron asesinados. Pero el 21 de septiembre de 1956 el patriarca de la familia gobernante, Anastasio (Tacho) Somoza García, fue tiroteado en una fiesta en León por el joven poeta Rigoberto López Pérez, ejecutado en el propio lugar del magnicidio por la escolta presidencial. El dictador, trasladado de urgencia a un hospital militar de Estados Unidos en la zona del canal, murió una semana después. Además de su cuantioso patrimonio, calculado al momento de su muerte en más de doscientos millones de dólares, que lo hacía uno de los hombres más ricos del continente, dejaba el poder en Nicaragua a sus hijos Luis y Anastasio Somoza Debayle, herederos de una dictadura sangrienta, prolongada durante otras dos décadas, hasta el triunfo de la revolución sandinista en 1979.
Fuente: www.informefracto.com – 24 de noviembre de 2020
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