Poker de espanto en el Caribe

Por Sergio Guerra Vilaboy

Poker de espanto en el Caribe (1955) tituló el escritor dominicano Juan Bosch al libro que dedicó a un estudio comparado de las peores tiranías de la región. Al margen de ciertas diferencias de estilos, las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Gerardo Machado y Fulgencio Batista en Cuba, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominica, así como las dinastías de los Somoza en Nicaragua y los Duvalier en Haití, tuvieron en común la absoluta subordinación a Estados Unidos.

Todas ellas surgieron en sociedades capitalistas atrasadas, dependientes e inestables, donde era muy extendida la miseria de la mayoría de la población, sobre todo en el medio rural. Salvo en Cuba, y en la Venezuela de los cincuenta, la burguesía y las capas medias no tenían gran desarrollo y estaban constreñidas por el retraso secular y la presencia avasallante del capital norteamericano. El atraso y la ignorancia fue un factor que facilitó a los dictadores erguirse sobre las diferencias sociales y raciales para buscar cierta base entre los sectores marginados, más pobres y despolitizados.

Casi todas estas tiranías propiciaron el apoyo de figuras destacadas de la intelectualidad, a las que entregaron prebendas y privilegios. A su vez, algunos escritores, historiadores y cientistas sociales creyeron ver en los regímenes fuertes –“cesarismo democrático” le llamó el venezolano Laureano Vallenilla Lanz- una solución a los endémicos males de sus países, marcados por lo que consideraban, imbuidos por la filosofía positivista, una fatalidad étnica, que los había hundido en la pobreza, el atraso, la inestabilidad y la anarquía política.

Los sátrapas caribeños fueron, sin excepción, depredadores de las arcas públicas y no tuvieron escrúpulos de ningún tipo para enriquecerse a costa del estado y del sector privado que le hiciera sombra, aunque siempre tuvieron el tino de no tocar a las compañías de Estados Unidos, con las que trataron de asociarse cuando existió esa posibilidad. Estos regímenes autocráticos terminaron por crear poderosos patrimonios familiares–quizás sólo a Machado en Cuba le faltó tiempo para lograrlo-que lesionaban los intereses y áreas de influencia de otros sectores nacionales.

Este poder económico, fuera de toda regulación, fue un factor adicional que propició las largas permanencias en el poder de estos regímenes autoritarios, a veces más allá de la desaparición del dictador fundador de la dinastía, como ocurrió con Somoza en Nicaragua, asesinado en 1956, y Duvalier en Haití, muerto por causas naturales en 1971. Somoza y Trujillo fueron probablemente los que más lejos llegaron en su control monopólico de áreas y ramas completas de la economía nacional, extendido, en ambos casos, a más de la mitad de las empresas y esferas productivas de sus países.

Una regularidad de todas las tiranías caribeñas fue su capacidad para adaptarse a los vaivenes de la política norteamericana. Eso explica las “aperturas democráticas” impulsadas por Somoza, Trujillo y Batista en la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, así como su conversión en campeones del anticomunismo a la hora de la guerra fría. Tanto Batista, como Machado, Somoza hijo y Trujillo, resistieron e incluso desafiaron las exigencias norteamericanas para abandonar el poder cuando dejaron de ser útiles a los intereses de Estados Unidos. En los cuatro casos, fueron presionados por Washington para que dejaran el gobierno y permitieran soluciones políticas mediatizadas que evitaran el triunfo de revoluciones populares desencadenadas por su desenfreno e intolerancia, pues sólo dos de ellos (Bisonte Gómez y Papa Doc) dejaron el poder por causas naturales.

La negativa a apartarse en el momento en que Estados Unidos lo consideraba oportuno, junto al fracaso de maniobras de último minuto para dejar en su sitio a títeres suyos, facilitaron el triunfo de revoluciones populares que precisamente era lo que se quería evitar con sus precipitadas salidas. Así ocurrió en Cuba (1933 y 1959), Venezuela (1958) y Nicaragua (1979), mientras en República Dominicana obligó a la intervención militar de Estados Unidos para aplastar la revolución de abril de 1965. Quizás ese inesperado desenlace tenía en mente Juan Bosch cuando advirtió: “Decir tiranía, en el poker de espanto del Caribe, vale tanto como decir hampa. Pero esta la otra faz, en la cual la revolución significa ejercicio de la dignidad”.

Fuente: www.informefracto.com – 12 de febrero de 2021

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