CRONICA DE LA REVOLUCION DE MAYO XI. Carta VIII

Carta firmada por José Darregueira

Buenos Aires, 23 de mayo de 1810

Querido compañero y paisano: Comprendo la ansiedad de su ánimo bien traducida en su billete. Hace como dos horas que nuestro M. (¿Moreno?) me mandó rogar que lo viese porque lo que tenía que decirme era muy urgente y muy grave. Fui al instante y lo encontré paseándose muy agitado de pared a pared, por su bufete y a puerta cerrada. Así que me vio me dijo:

-Amigo, estamos perdidos; si es cierto lo que me dicen, pronto vamos a la horca, porque el poder se afirma en manos de los europeos, y lo primero que van a hacer es exterminarnos (1): hemos errado el golpe, querido D… Debíamos haber dado los primeros: destituir a Cisneros y tomar el gobierno, porque el que da primero da dos veces… ¡pero ustedes no me han querido creer, y aquí nos tiene usted perdidos!
Todo esto me lo decía paseándose agitado y sin darme lugar a preguntarle nada. Al fin le pude preguntar:

-¿Pero qué hay?

-¿Pues qué, usted no lo sabe todavía?

-No sé nada sino que el Cabildo se ocupa de nombrar la Junta.

-¡Buena Junta! ¡ya lo verá usted!

-Pero dígame usted por Dios qué es lo que usted sabe.

-Lo que sé es que acaba de estar aquí Escalada (don Juan Antonio) a decirme que sabe de buena fuente que lo han reducido a Saavedra a que consienta en que Cisneros quede de presidente del nuevo gobierno con el mando de las armas, entrando él y Castelli, con Sola y un europeo cualquiera.

-A mí también me lo han dicho, pero le puedo asegurar a usted que Saavedra se ha negado: hace un momento que ha sido llamado al Cabildo con algunos otros comandantes, y todos le han declarado al Cabildo de un modo terminante que lo que el pueblo quiere y ordena es la separación lisa y llana del virrey.

-Eso ha sido, me contestó, un mero juego; yo estoy al cabo de todo. Martín y los demás amigos han salido muy satisfechos de esta intimación que le han hecho al Cabildo, y muy creídos de que éste va a separar al virrey; pero no es así. El Cabildo, que ya está seguro de que Saavedra acepta la combinación, va a persistir, y va a mandar que se publique el bando dejando a Cisneros en su puesto y con el mando de las armas. Las primeras medidas van a caer sobre nosotros; no tardaremos en ir a las cárceles y de allí a las horcas. ¡Váyase usted por Dios! Averigüe bien lo que haya, prevenga a Beruti y a French: háblele claro a Martín; y convénzase de que es preciso andar pronto, pronto. No deje de verme más tarde. Apercíbase usted de que en el bando del Cabildo se va a mandar convocar una junta o congreso general del virreinato nombrada por los jefes del interior. Ya usted comprende lo que será este congreso nombrado por nuestros enemigos, y dígame usted si nuestras vidas no están pendientes de un hilo.

-Pero, mi amigo, le dije, todo eso es imaginario, y no puede ser. ¿De quién lo tiene usted?

-Tengo compromiso de honor de guardar secreto.

-Pues yo también tomo ese compromiso: se lo juro.

-¡Pues bien! el mismo Núñez se lo ha dicho a Escalada para que nos prevengamos.

-¿Qué Núñez, Justo José, el escribano del Cabildo?

-¡El mismo!

-¡Cáspita!, entonces la cosa es seria.

-Ya lo creo. Váyase usted; estoy esperando a Planes para que alborote esta noche a nuestros amigos.

-Yo le juro a usted -me agregó-, que si esto no se ataja, no quiero saber de nada, ni he de salir ya de mi casa para nada. No cuenten conmigo.
Con eso salí rápidamente y me fui a lo de Peña. Eran las cinco de la tarde; allí estaba Belgrano, y ya se sabía mucho de esto aunque por meras referencias, agregándose que el correo tenía orden de no dejar salir postas ni ningún extraordinario hasta segunda orden. Yo les impuse de todo lo que me había dicho M. reservando solamente el origen, pero dando mi palabra de honor sobre la verdad de los hechos. Allí se sabía que Saavedra y los comandantes se habían negado a la pretensión del Cabildo; pero los más concordaban con M., en que si el Cabildo insistía y tienen la audacia de llevar adelante su funesto plan, era porque ya contaba con que don Cornelio lo había aceptado confidencialmente. En esto entró allí Castelli; y Peña le dijo:

-¿Qué piensas hacer tú si te llaman a la Junta?

-¿Yo? resistirme. -Muy bien -dijeron todos. Pero Tagle que estaba sentado y caviloso (como anda siempre) en un rincón, se paró y dijo:

-Miren ustedes; Castelli debe aceptar. Fíjense ustedes en que si don Cornelio ha hecho lo que se sospecha, habrá sido por debilidad o por inadvertencia, y que no se le debe dejar solo. Nuestra única garantía, pues, es de que lo acompañe Juan José mientras nos desenvolvemos y obra el pueblo. Castelli impedirá toda medida peligrosa: asistirá al conciliábulo, le mostrará a don Cornelio el abismo a que nos llevan, le hará oír la voz del patriotismo y cómo es que quieren abusar de su rectitud y de su ánimo moderado, para perdernos; y don Cornelio es hombre que desde que se aperciba de todo esto, ha de volver sobre sus pasos y se ha de poner todo entero con nosotros: yo tendré confianza en él, desde que éste -designando a Castelli-, esté a su lado y entre a la Junta del virrey.

Sobre esto se discutió bastante, hasta que convinieron todos en que Castelli debía aceptar si lo nombraban, y en que si no lo nombraban era preciso ir a la revolución armada, con el pueblo, porque se contaba con que Saavedra no haría ni podía hacer operar su cuerpo contra los demás y contra sus propios oficiales.

Volví con todo esto a lo de M… y antes de oírme me dio un papelito que decía: «Todo está resuelto como le dije a usted hoy, y el bando pronto ya para que se fije con la fecha de mañana 24 en las esquinas desde la madrugada.» Es de la misma persona, me dijo M… y entran Saavedra y Castelli en la Junta. Entonces le di conocimiento de todo; pero estaba más inquieto y excitado que antes, y me dijo que nada de eso lo aquietaba.
Estaban con él French, Beruti, Arzac y cuatro o cinco más. El furor de todos era grande, y salieron poco después para esparcir la alarma en los cuarteles, y echar gente desde la aurora que arrancara los bandos de las esquinas, y de las manos de los que los anduvieran fijando. Siento su enfermedad de la garganta: anoche lo sentí en efecto muy ronco, y debe haberle hecho mal el aire y la humedad que reinaban en las galerías. No he cumplido su encargo porque no he visto a G… (¿Guido?) en todos estos días, y habiéndole preguntado a Núñez si lo había visto, me dijo que en la asamblea de anoche de seguro que no estaba. Planes estaba en lo de M… pero era otro hombre que en los días anteriores: lo he notado mustio y me ha parecido que M… lo había metido en gran miedo. Su caro amigo.

J. D.(2)

NOTAS
(1) Nos consta que desde el 22 a la medianoche, el doctor Moreno estaba bajo el influjo de estas aprensiones. Sentado y caviloso en el suelo de la galería del Cabildo, le habló así a un amigo de cuya boca lo tenemos.
(2) ¿José Darregueira?

Vicente Fidel López:  Crónica de la Revolución de Mayo. Buenos Aires. Editorial El Quijote. 1945.

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