Carta de Buenaventura Arzac a su querido amigo V.
Buenos Aires, 24 de mayo
Mi querido V.: No me esperes y vente al instante al cuartel de Húsares porque Martín quiere hablar contigo. Están aquí Rivadavia, Darregueira, Vieytes, Echeverría y gran número de amigos. Pancho ha dejado su escondite, y está también aquí. Lo que más ha indignado a los oficiales y a la tropa es que estos brutos del Cabildo han mandado dar un reloj a los oficiales de la guardia de honor que le mandaron hacer a Cisneros y cien pesos a la tropa, como si con esto quisieran comprarlos. Los oficiales han rehusado el reloj y los soldados han tirado la plata al foso. Todo está ya aclarado. A las ocho se reunió la Junta en el fuerte, y al ir a tomar en consideración los asuntos, don Cornelio y Castelli le dijeron a Cisneros, que por mejor voluntad que tuvieran para acompañarlo, les era imposible responder del orden público: que el pueblo estaba armado, concentrado en los cuarteles, resuelto a derrocar al gobierno y hacer una revolución si el virrey no renunciaba en aquella misma noche: que su influjo era nulo para evitar esto; y que ni el uno podría contener a sus amigos, ni el otro contener a su propio regimiento, que estaba ya sublevado y decidido a seguir a sus oficiales. Castelli agregó:
-Hemos venido, señor Presidente de la Junta, a declararle a V. E. que cualquiera que sea la resolución en que lo encontremos, nos retiramos para mandar nuestras renuncias al Cabildo.
El virrey los oyó con un ceño de marcado despecho, y con aire concentrado contestó:
-Esperemos a mañana.
-Es inútil y es imposible; no hay tiempo: la borrasca está encima, revienta por momentos, y nosotros no podemos separarnos de la línea en que nos colocan nuestros compromisos y lo que debemos a la tierra en que hemos nacido.
El virrey se levantó entonces, comenzó a pasearse por el salón; y como viera que Castelli y Saavedra se levantaban para retirarse, se acercó y les dijo:
-Renunciemos todos entonces.
Se aceptó la indicación y han pasado su renuncia colectiva ahora a las nueve. El ánimo de todos los amigos es no permitirle al Cabildo que vacile y que busque otros emplastos. La plaza está ocupada por multitud de los nuestros; y así que el Cabildo se reúna mañana se le presentará una representación escrita que tendrá que adoptar o se lo llevará el diablo. Chiclana está otro, desde que Saavedra se ha decidido; anda él mismo con la representación del pueblo recogiendo firmas, como andamos todos. Vente pronto que te necesitamos aunque sea ronco, que aquí te abrigaremos y te daremos mate caliente.
Otra novedad. ¿Qué te parece que ha contestado el Cabildo a la renuncia de la Junta virreinal? Habían sido gente de jopo alto. Pues dicen que no admiten la renuncia: que nosotros no somos pueblo, y que no tenemos derecho de influir en la menor innovación de lo que está resuelto y hecho; que teniendo la Junta el mando de las armas, está estrechada a sujetar con ella a los descontentos, y a tomar contra nosotros providencias prontas y vigorosas; y que de lo contrario, el ayuntamiento hace responsables a los Miembros de la Junta de las consecuencias que puedan venir por cualquier variación de lo ya resuelto. ¿Qué tal? Esto se llama ser mentecatos. Dime ahora si no estabas engañado en la idea que tenías de Leiva, que es el alma del Cabildo. Veremos si mañana sigue jugando a dos caras. La indignación es tremenda. Hemos mandado llamar a M., pero nos ha contestado con Boizo que después de lo que ha pasado, no saldrá de su casa para nada. Peña y Castelli se han reído, y cuentan con que ha de ayudarnos cuando vea que la cosa se hará a su gusto. Tuyo de corazón.
B. V. A.
Vicente Fidel López: Crónica de la Revolución de Mayo. Buenos Aires. Editorial El Quijote. 1945.
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