Juan Paz y Miño*
Ecuador acaba de conmemorar los 121 años de la Revolución Liberal nacida del pronunciamiento de Guayaquil el 5 de junio de 1895.
Durante el siglo XIX-histórico se sucedieron tres revoluciones de trascendental importancia para el país: la primera, la Revolución de Independencia, entre 1809 y 1822, puso fin al coloniaje español; la segunda, iniciada el 6 de marzo de 1845 y conocida por ello como Revolución Marcista, acabó con el ‘militarismo extranjero’ y el predominio político-conservador del ‘floreanismo’; y la tercera fue la Revolución Liberal.
La Revolución Liberal formó parte del ascenso liberal y radical en América Latina, que expresó la presencia de una incipiente burguesía, proceso que fue consolidándose durante la segunda mitad del siglo XIX.
En Argentina y en México las reformas liberales lograron imponerse precisamente a mediados de ese siglo; y en Ecuador el caudillo Eloy Alfaro, quien fuera el personaje central, era propiamente radical, aunque su ascenso al poder unificó a las fuerzas liberales.
Sin embargo, el alfarismo hegemonizó entre 1895 y 1911, porque después del asesinato de Alfaro y de varios de sus compañeros radicales, a partir de 1912 dominaron los liberales ‘del orden’ y específicamente desde 1916 los liberales de la ‘plutocracia’, que convirtieron al Estado en un instrumento de los intereses de la poderosa banca privada del país y particularmente de la guayaquileña.
Contra semejante situación, el 9 de julio de 1925 se produjo la Revolución Juliana, que marca el inicio del siglo XX-histórico de Ecuador y que nació del agotamiento del régimen liberal.
La Revolución Liberal ecuatoriana fue un acontecimiento propio de las luchas políticas del siglo XIX-histórico y por tanto ella cerró el primer siglo republicano.
Ecuador recuerda ante todo al liberalismo radical liderado por Eloy Alfaro, porque durante sus gobiernos (1895-1901 y 1906-1911) se produjeron transformaciones fundamentales para la vida nacional, como la implantación de la educación laica, pública y gratuita; la separación entre Estado e Iglesia; la promulgación de dos Constituciones (1896 y 1906) que consagraron los más amplios derechos individuales; la expedición de la legislación civil; la integración territorial a través del ferrocarril; la creación de instituciones para el fomento del arte y la cultura, la promoción del sindicalismo liberal y el deseo por extender el régimen salarial a los campesinos montubios e indígenas; la movilización popular.
Alfaro fue, además, un líder de la causa liberal y radical reconocido en varios países. Se interesó por revivir la Gran Colombia, el sueño del Libertador Simón Bolívar; e hizo suyas las reivindicaciones de Venezuela por la Guayana Esequiba y la de Cuba por su independencia, llegando incluso a convocar un congreso latinoamericano que se realizó en México (1896) del que salió una contundente declaración antimperialista.
Ecuador tiene en la Revolución Liberal Radical un referente, no solo nacional, sino latinoamericanista, que forma parte del orgullo histórico del país.
Fuente: El telégrafo, www.eltelgrafo.com.ec, Ecuador, 6 de junio de 2016.
* Juan Paz y Miño fue vicepresidente de la ADHILAC.
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