La huida de Batista y el triunfo de la Revolución Cubana

Por Sergio Guerra Vilaboy

El 22 de diciembre de 1958 el general Francisco Tabernilla Dolz, jefe del Estado Mayor Conjunto –jefatura suprema de todas las instituciones armadas cubanas-, informó a los altos mandos militares “que consideraba perdida nuestra causa”, por lo que era necesario negociar con el Ejército Rebelde. Aunque en su versión de estos acontecimientos el dictador Fulgencio Batista escribió que estas conversaciones con Fidel Castro se hicieron a sus espaldas, para Luis Buch, un testigo de estos hechos:

“La actuación posterior de Cantillo [el general batistiano que negoció con Fidel Castro] no dejó lugar a dudas de que la solicitud había sido hecha con la anuencia de Batista.” Prueba de ello es que una semana antes de la huida de Batista el propio general Tabernilla Dolz se entrevistó con el embajador norteamericano Earl Smith para comunicarle el plan de formar una junta militar e impedir el triunfo de la Revolución. Según relata el propio diplomático en sus memorias: “El general Tabernilla quería dar escolta a Batista para que saliera de Cuba. No debería parecer que Batista se iba como fugitivo, sino que la junta lo obligaba a irse.

En consecuencia, en las ruinas de un viejo ingenio azucarero, se produjo el 28 de diciembre una entrevista secreta del general Eulogio Cantillo, jefe de operaciones del Ejército Nacional, con Fidel Castro. En la reunión se acordó que los militares se sublevarían contra Batista el 31 de diciembre a las tres de la tarde e impedirían un golpe de estado y la fuga del dictador. Pero Cantillo incumplió todo lo pactado con Fidel Castro.

El 1 de enero de 1959, en horas de la madrugada, este general –nombrado por Batista antes de huir jefe supremo de todas las fuerzas armadas- no sólo permitió la fuga del dictador y los principales personeros del régimen –aunque algunos no tuvieron tiempo de hacerlo y se asilaron en embajadas latinoamericanas-, sino que en contubernio con diplomáticos de Estados Unidos nombró presidente provisional a Carlos M. Piedra, el juez más antiguo del Tribunal Supremo. Pero este magistrado nunca pudo ocupar el cargo al no conseguir el quorum requerido de ese mismo órgano para que le tomara el juramento de rigor.

En respuesta a la maniobra golpista de Cantillo, Fidel Castro lo desconoció, exigió la rendición incondicional de todos los efectivos enemigos y convocó a una huelga general. Además, dio instrucciones al Ejército Rebelde para que continuara la ofensiva sobre las guarniciones que no se rindieran incondicionalmente, con la cooperación del pueblo y los militares pundonorosos que aceptaran sumarse a la revolución. En esas circunstancias, los planes fraguados por Cantillo y la embajada norteamericana, para impedir el triunfo insurgente, se esfumaron.

Ante el ultimátum, el coronel José María Rego Rubido, jefe de la plaza de Santiago de Cuba, aceptó pasarse a los rebeldes en la noche del 1 de enero, lo mismo que hizo el jefe del Distrito Naval comodoro Manuel Carnero, con las tres fragatas y otras naves de guerra ancladas en la bahía santiaguera. Ello evitó una sangrienta batalla por Santiago de Cuba y contribuyó a frustrar el golpe en La Habana, lo que explica que Fidel Castro nombrara a Rego Rubido jefe del Ejército y al capitán de navío Gaspar Brooks al frente de la marina de guerra. Horas después se constituía el Gobierno Revolucionario presidido por Manuel Urrutia –llegado días antes en un avión con armas enviado por el gobierno de Venezuela-, quien sin dilación designó a Castro al frente de todas las fuerzas armadas.

Fracasada la intentona golpista en la capital, al general Cantillo no le quedó otro remedio que entregar el mando en Columbia, el principal cuartel del país, al coronel Ramón Barquín, liberado de su prisión. Aunque este oficial, encarcelado desde 1956 como líder de una conspiración militar anti batistiana, también intentó maniobrar para preservar al Ejército Nacional, ofreciendo a Fidel Castro el gobierno, pronto comprobó que tampoco tendría éxito. Impotente, traspasó su jefatura a Camilo Cienfuegos, quién siguiendo estrictas instrucciones de marchar exclusivamente con sus fuerzas hacia la capital, se presentó el 2 de enero en el campamento de Columbia, el más grande del país. Simultáneamente, las tropas del comandante Che Guevara, quien había recibido las mismas indicaciones ocupaban sin disparar un tiro la fortaleza de La Cabaña.

En la noche del 1 de enero Fidel Castro había entrado en Santiago de Cuba, proclamada capital provisional de la república, en espera de conocer el curso de los acontecimientos en La Habana, donde no descartaba todavía una gran batalla con los restos del ejército batistiano o incluso una intervención militar de Estados Unidos, pues barcos de guerra norteamericanos merodeaban por el horizonte. Sin saber todavía el desenlace, el máximo líder rebelde y sus tropas, en tanques y camiones, emprendieron al día siguiente su avance por la carretera central hacia La Habana, que ante el colapso total del enemigo devino en una verdadera marcha triunfal coronada en Columbia una semana después. Se abría una nueva época en la historia de Cuba.

Publicado por informefracto.com 31 de diciembre de 2019

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