Centenario de un asesinato

Germán Rodas Chaves

Trabajadores del Puerto Principal se movilizaron en 1922 por la crisis económica. El presidente José Luis Tamayo envió la orden de una represión brutal contra los huelguistas. Foto: Archivo

El 14 de noviembre de 1922, el presidente José Luis Tamayo envió un telegrama al general Enrique Barriga, jefe militar de la Zona de Guayaquil, en el que le decía: “Espero que mañana a las 6 de la tarde me informará que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil, cueste lo que cueste…”.

Cumplidas las disposiciones, Tamayo volvió a escribir el 17:

“…la disciplina y bravura de sus tropas salvaron a Guayaquil expuesta a desaparecer en medio del espantoso huracán de pasiones y de crímenes; con su cultura y magnanimidad escatimaron la sangre, limitándose a repeler solo a sus criminales agresores…”.

Los trabajadores organizados fueron el núcleo de las protestas de 1922. Surgieron en Guayaquil en el contexto de una economía centrada en el comercio y la banca, mientras en la Sierra se mantuvo el latifundio tradicional y la explotación de los trabajadores rurales, sobre todo indígenas.

El crecimiento de la organización de trabajadores en el puerto ocurrió en medio de la crisis económica que se había generado en la segunda década del siglo XX. El Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil, que logró la autorización para emitir billetes sin respaldo, se consolidó como el principal acreedor del Estado. Desde 1920 la recesión se agravó y los precios del cacao se derrumbaron. En 1922 la situación se tornó crítica por la inestabilidad bancaria,
la crisis fiscal y el empobrecimiento de las mayorías.
La huelga general

El 15 de octubre de 1922 se constituyó la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (FTRE); dos días después se inició la huelga de los ferrocarrileros, quienes exigían la mejora de sus haberes. La recientemente creada FTRE apoyó a los huelguistas. Luis Maldonado Estrada fue uno de los orientadores de esta circunstancia que concluyó el 26 de octubre con resultados positivos para los huelguistas y, en general, para la clase obrera, pues sus demandas fueron atendidas casi en su totalidad.

Fue el inicio de una agitación generalizada entre los trabajadores guayaquileños, alentados por los resultados de la lucha de los ferrocarrileros. El 8 de noviembre de 1922, la Gran Asamblea de Trabajadores (GAT), de Luz y Fuerza Eléctrica y de los Carros Urbanos, remitieron peticiones a los gerentes, exigiendo mejoras salariales y el cumplimiento de la jornada laboral de 8 horas. Ante los reclamos de los trabajadores eléctricos y del transporte, otros grupos expresaron su apoyo. Fue organizándose así un respaldo creciente que paralizó a la ciudad de Guayaquil.
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Una vez que la GAT articuló la adhesión de los trabajadores, artesanos y pueblo en general, se proclamó la huelga general indefinida. Cuando el movimiento popular había tomado impulso, el síndico de motoristas y conductores, José Vicente Trujillo, y el síndico de los trabajadores de la empresa de carros, Carlos Puig, propusieron que se incorporara en la plataforma de lucha la baja del cambio del dólar. Se dijo: “con lo cual remediaríamos la situación del país”.

Para el 14 de noviembre, la GAT convocó a una marcha. Antes, Trujillo dio a conocer las ideas centrales del preproyecto de decreto presidencial que se remitiría a Tamayo para la creación de un Comité Ejecutivo Económico con amplias atribuciones para solucionar la crisis. Trujillo dejó claro que, de aceptarse, los trabajadores deberían desistir de la huelga.

La marcha del 14 de noviembre llegó hasta la Gobernación, donde Trujillo entregó al gobernador las resoluciones. La FTRE, al margen de lo acordado, también hizo llegar una petición suscrita por su secretario general, Abel González, planteando la incautación total de giros para la baja del cambio, abolición de los Estancos de Tabacos, el de la sal y el monopolio azucarero; la promulgación de una ley que grave las tierras incultas y el estímulo y protección de la agricultura, la industria y el comercio.

Estos planteamientos –redactados por el dirigente Luis Maldonado– procuraron, asimismo, que la FTRE recuperara la iniciativa y la conducción política de las movilizaciones.

Para el 15 de noviembre, la Junta de la FTRE convocó a una reunión de los dirigentes de la huelga, mientras los síndicos Trujillo y Puig hacían esfuerzos para que la propuesta trasmitida a la Gobernación fuera acogida por el presidente Tamayo, quien había ordenado que en la madrugada de ese mismo 15 de noviembre arribaran a Guayaquil nuevos contingentes armados.

Mientras la mañana del 15 de noviembre tanto en la Gobernación como en la casa del Gobernador, se buscaba un arreglo, en la calle había malestar creciente por la falta de respuesta pública del régimen; tras bastidores, se discutía el proyecto de incautación de giros.

Tamayo respondió, a través de la Gobernación del Guayas, al pedido de incautación de giros y sobre la conformación del Comité Ejecutivo Económico, haciendo observaciones al preproyecto y señalando que para la redacción final del mismo debían involucrarse en su elaboración Eduardo Game, José Rodríguez y Víctor Emilio Estrada, lo cual dejó en claro que debían formar parte del arreglo todos los sectores de la banca, sin la participación en este asunto de los dirigentes populares. Las disposiciones de Tamayo se conocieron rápidamente en medio de la generalizada indignación ciudadana.


La masacre

Para fortalecer su postura, la Gran Asamblea organizó núcleos de control del paro que estaban vigentes. Una de estas comisiones descubrió que una panadería de la calle Coronel estaba trabajando. La comisión pidió al propietario, de apellido Chambers, que la cerrara; este llamó a la Policía, que arremetió contra los comisionados y varios panaderos. La confrontación dejó un muerto: el obrero Alfredo Baldeón, quizá la primera víctima del 15 de noviembre y a quien el escritor Joaquín Gallegos Lara lo volvió personaje central de su novela de 1946, ‘Las Cruces sobre el Agua’.

Hubo manifestaciones por la muerte de Baldeón; luego, una represión sistemática y creciente. La idea de que Guayaquil estaba en manos de los trabajadores en huelga agudizó el temor del régimen en Quito y de los notables de Guayaquil. Al inicio, los militares intentaron dispersar a bala a los manifestantes o impedir cualquier tipo de desmán, pero luego abrieron fuego a todo grupo de protesta que hallaban en la ciudad. La masacre fue ejecutada sin importar nada.

Para esconder los hechos, las tropas optaron por retirar muchos cadáveres –en algunos casos heridos– y lanzarlos a la ría de Guayaquil. Les abrieron con bayonetas el abdomen esperando que las aguas ocultaran un crimen que laceró la historia del país y que, a la par, se constituyó en antecedente de nuevas e importantes jornadas de lucha del pueblo ecuatoriano.

Fuente: El Comercio. Diario ecuatoriano www.elcomercio.com 13 de noviembre de 2022

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