Eusebio Leal, el imprescindible historiador de La Habana. Sergio Guerra Vilaboy

La primera vez que escuché el nombre de Eusebio Leal Spengler (1942-2020) fue en un Consejo de Dirección de la desaparecida Escuela de Historia en 1975, que debatía su admisión a la carrera en los recién creados cursos nocturnos para trabajadores.

Aunque carecía de título de bachiller, venía avalado con valiosas recomendaciones por su labor como Director del Museo de la Ciudad de La Habana, entre ellas de Raúl Roa y Juan Marinello.

De familia muy pobre, tuvo que trabajar desde niño para ayudar a su madre, a la que idolatraba. Al triunfo de la Revolución, leyó en un periódico que su padre, de igual nombre, al servicio de la dictadura de Batista, había huido del país. Católico y de formación autodidacta, con apenas 16 años comenzó a laborar en el gobierno municipal y alcanzó el sexto grado (1959), apoyado por el historiador de La Habana Emilio Roig Leuchsenring. En 1967, tres años después del fallecimiento de su mentor, lo sustituyó en ese cargo, pese a la reticencia de algunas figuras del gremio.

En 1975 matriculó la Licenciatura en Historia, en un grupo muy numeroso al que di clases, en el que se distinguía, vestido siempre de gris, por no tomar notas, de lo que se encargaba Raida Mara, sentada al lado y durante mucho tiempo su ayudante en la Oficina del Historiador. Mucho después de graduado, tuve la oportunidad de escuchar su erudita disertación doctoral (1997) con El diario perdido de Céspedes y la reconstrucción de La Habana Vieja. Su primer logro había sido la restauración del antiguo Palacio de los Capitanes Generales, seguido desde 1981 de parte del centro histórico y sus fortalezas, en un proyecto integral que promovía en su popular programa de televisión Andar La Habana. Recuerdo su satisfacción cuando renació la primera calle hasta el mar y la urbe fue declarada Patrimonio de la Humanidad (1982). A continuación, consiguió comprometer al presidente Fidel Castro con su causa, quien una madrugada-para sortear cualquier oposición-firmó un decreto otorgando plenas facultades a la Oficina del Historiador.

En 1987 fuimos los dos únicos cubanos en el I Seminario Internacional de Historia Latinoamericana en Perú. En un inmenso salón repleto de ponentes, público y prensa, pidió a los organizadores mencionar el XX aniversario de la caída del Che en Bolivia. Rechazada la propuesta, al hacer uso de la palabra echó a un lado su ponencia original e improvisó una conferencia magistral sobre el guerrillero argentino cerrada con una ovación. El revuelo obligó a un receso para calmar a los asistentes encendidos por su elocuencia. Fue en esos mismos días que me hizo recorrer Lima, arrastrándome a una antigua iglesia, abierta por un sorprendido párroco a dos supuestos sacerdotes centroamericanos en peregrinación. También allí me regaló su primer libro, Regresar en el tiempo (1986), en el que estampó, aludiendo a que su hijo Javier era entonces mi alumno, “Para el Amigo que ha enseñado a dos generaciones de Leales”.

Además de esta obra, y de muchos ensayos, artículos y prólogos –como el que le hizo en 2002 a La Habana-Veracruz, las dos orillas– Eusebio Leal fue autor, entre otros libros, de Detén el paso caminanteVerba VolantFiñes, La Luz sobre el Espejo, Poesía y Palabra, Para no Olvidar, Fundada Esperanza, Patria Amada, Legado y Memoria, Hijo de mi Tiempo y Aeterna Sapien, lo que explica que se le dedicara la Feria Internacional del Libro de la Habana (2018).

Para la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC), de la que era Miembro de Honor, fue un verdadero mecenas. Puso la Casa Benito Juárez, su segunda gran obra restaurada en La Habana Vieja, como sede permanente, abriendo siempre los coloquios con su impresionante verbo. También dio entusiasta respaldo a Chacmool, Cuadernos de Trabajo Cubano-Mexicanos, revista editada por el historiador yucateco Carlos Bojórquez Urzaiz y el autor de esta nota, cuyo Consejo Asesor integraba desde su fundación (2003), acompañándonos en todas las presentaciones.

Otra obra suya fue la refundación de la Academia de la Historia de Cuba en 2010, sobre las cenizas de un problema fabricado por su sucesor en la Presidencia de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNIHC), después de resistir los ataques de que fue víctima por restituir estatuas y placas de personalidades históricas controvertidas. Lamentablemente no logramos restablecer la Facultad de Historia en la Universidad de La Habana, que incluiría la carrera de Patrimonio de su querido Colegio San Gerónimo, como imaginamos una mañana de 2014, en la calle de madera, antes de presentar un libro mío de la Editorial Boloña.

Aquejado de grave enfermedad y muy debilitado por varias operaciones, renacía al pronunciar sus vibrantes discursos, como el del acto por el bicentenario de la muerte de Francisco de Miranda en 2016 y, contra todo pronóstico, pudo brillar en el 500 aniversario de La Habana, ciudad que tanto le debe, a la que consagró su vida Eusebio Leal, ese hombre excepcional de nuestro tiempo.

Fuente: www.informefracto.com – 1 de agosto de 2020

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