Sergio Guerra Vilaboy
Unos minutos antes de las diez de la noche, del 30 de mayo de 1961, fue ejecutado el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo por un comando de siete personas, organizado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Ese día, que luego sería declarado “gesta nacional”, el aborrecido tirano viajaba hacia una de sus fincas en su Chevrolet azul celeste de 1957, sólo acompañado por el chofer, cuando cayó en la emboscada preparada por los conspiradores, que lo aguardaban en tres autos.
Según la versión del conductor, el capitán Zacarías de la Cruz, tras los primeros disparos Trujillo le dijo que estaba sangrando y que detuviera el automóvil, lo que hizo de inmediato, cegado por los faros de los vehículos agresores. En plena carretera y parapetados detrás la carrocería del encerado Chevrolet, ambos respondieron el intenso fuego de los atacantes hasta que cayeron heridos. El dictador, que agonizaba en el pavimento con seis tiros en su cuerpo, recibió un disparo de gracia de Antonio de la Maza, cuyo hermano había sido asesinado por órdenes directas de Trujillo, quien al efectuarlo exclamó “¡Este guaraguao no come más pollos!”. Se calcula que el tiroteo duró unos diez minutos, durante los cuales el auto del sátrapa recibió sesenta impactos de bala de diferentes calibres.
Existen numerosas pruebas del papel jugado por Estados Unidos en estos sucesos, desde las propias memorias del presidente Dwight D. Eisenhower, las declaraciones del director de la CIA William Colby ante el congreso de su país en 1975, hasta el propio informe oficial presentado al Senado norteamericano, el 20 de noviembre de ese mismo año, sobre actividades de inteligencia para eliminar líderes extranjeros. En este último documento se reconoce que: “Funcionarios americanos claramente deseaban el derrocamiento de Trujillo y ofrecieron tanto estimulo como armas a los disidentes locales que buscaban su caída y cuyos planes incluían asesinato. Los funcionarios americanos también les entregaron a esos disidentes pistolas y rifles.”
Trujillo y Anastasio Somoza
El gobierno de Estados Unidos, que durante tres décadas había apoyado la tiranía trujillista, descubrió de repente, como declaró poco antes de la ejecución el subsecretario de Estado Douglas Dillon que: “Trujillo es un tirano, un torturador y asesino”. La causa de este giro de 180 grados no eran los últimos crímenes del viejo dictador, como el brutal asesinato de las hermanas Mirabal, el 25 de noviembre de 1960, o el de los exiliados españoles Jesús de Galíndez y José Almoina, verdaderos escándalos internacionales, sino porque se había convertido en un obstáculo para alinear a todos los gobiernos latinoamericanos en la política norteamericana contra la Revolución Cubana.
Por eso Washington pasó de intimidar a Trujillo para que hiciera concesiones democráticas a tomar medidas drásticas contra su persona. Como parte de esa nueva postura, Estados Unidos suspendió la venta de armas y consiguió que la propia Organización de Estados Americanos (OEA), el 21 de agosto de 1960, adoptara sanciones colectivas contra la República Dominicana. Las mismas incluían el rompimiento de las relaciones diplomáticas después del atentado trujillista en Caracas contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt, el 25 de junio de ese año, uno de los enemigos jurados del gobernante dominicano, como bien describe Eliades Acosta en su libro La telaraña cubana de Trujillo (2012).
Ante la negativa del dictador dominicano a dejar el poder, Estados Unidos envió a Santo Domingo a William D. Pawley, el mismo emisario que dos años atrás realizara similares gestiones con el dictador cubano Fulgencio Batista, las que también fracasaron, dejando sólo la alternativa del magnicidio. La acción fue ejecutada con éxito por un grupo de militares y políticos de los propios círculos trujillistas, contando con la complicidad de los generales Juan Tomás Díaz y José René Román Hernández (Pupo), a la sazón secretario de las Fuerzas Armadas.
El plan preveía formar después una junta cívico-militar, pero la rápida reacción de los órganos represivos, encabezados por el propio hijo del dictador Ramfis Trujillo, quien rápidamente regresó de Francia, impidió el golpe de estado y todos los conjurados, excepto dos, fueron torturados salvajemente y asesinados. Todavía durante siete meses la dictadura logró prolongarse sin “el jefe”, pero imponentes protestas y manifestaciones populares, junto a la presión norteamericana, terminaron por hacer huir del país a sus familiares y los representantes más connotados de la vieja dictadura, que se llevaron hasta el cadáver de Trujillo.
Fuente: www.informefracto.com – 25 de mayo de 2021
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