La independencia argentina: una concepción continental

Hassan Pérez Casabona *

Izquierda: José de San Martín venció, entre otros combates, en las batallas de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817 y Maipú, el 5 de abril de 1818

Viajar en el tiempo es una aventura apasionante. Aún más cuando la travesía que nos remonta a hechos, procesos y figuras inmortales, se realiza de la mano de dos de nuestros más brillantes historiadores, que han consagrado sus vidas a hurgar en las raíces que nos sustentan como pueblos.

 

Mirar hacia el pasado no es un ejercicio fatuo, ni debe concebirse como actividad exclusivamente relacionada con los profesionales de la ciencia o la docencia histórica. Es una empresa que –eso sí, asumida con rigor y compromiso, sin dogmatismos ni simplificaciones- se erige en coraza insustituible para encarar los complejos desafíos contemporáneos y futuros.

 

Ese fue el espíritu que se apoderó de la sesión organizada por el capítulo cubano de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC), a propósito de la celebración este 9 de julio del bicentenario de la proclamación de la independencia de la actual República Argentina.

 

Derecha: Sergio Guerra Vilaboy, presidente de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC)

 

En el encuentro disertaron los doctores Sergio Guerra Vilaboy, Jefe del Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana y Pedro Pablo Rodríguez, Investigador Titular del Centro de Estudios Martianos, institución donde se efectuó el homenaje.

 

Guerra Vilaboy, autor de una vasta obra de obligatoria consulta en la mayoría de las casas de altos estudios latinoamericanas, y quien preside además la ADHILAC, explicó que dicha organización ha desarrollado en los últimos años numerosos encuentros de similar naturaleza, desde que en el 2004 se cumplieran doscientos años de ese suceso telúrico que representa la Revolución Haitiana.

 

El reconocido profesor, que obtuvo en el 2010 el “Premio Extraordinario Casa de las Américas por el Bicentenario de la Emancipación Hispanoamericana” con la obra Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, comenzó planteando que, a diferencia de lo ocurrido en Cuba, donde la declaración de independencia se produjo en el propio acto de alzamiento encabezado por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, ello no sucedió así en Argentina ni en ningún otro sitio de la región.

 

En ese país tan cercano para los cubanos, entre muchas razones por ser donde nació el Guerrillero Heroico Ernesto Che Guevara, dicho acto se produjo mucho después de iniciada la lucha.

 

Aclaró, en ese sentido, que si bien existe una corriente historiográfica que señala que quienes se sublevaron en los diferentes países solo se “cubrieron con la máscara de Fernando VII”, pues tenían los objetivos independentistas definidos, no considera que ello ocurrió exactamente de esa manera.

 

Eso no niega, precisó, que determinados figuras como Francisco de Miranda, Bernardo O´ Higgins y Simón Bolívar sí tuvieron esa aspiración nítida, pero ella no era la asumida por la mayor parte de sus contemporáneos.

 

La explicación radica, en que buena parte de aquellos hombres se consideraban españoles-americanos y rechazaron con energía la ocupación francesa de la península ibérica, pero sin otras pretensiones, lo que en buena medida le insufló una impronta difusa a la arrancada de muchos de esos procesos. [1]

 

Retomando el tema de las diferenciaciones con nuestro país expuso que, contrario a los enfoques tradicionales -que señalan la inexistencia en la mayor de las Antillas de la maduración necesaria para sumarse a la oleada que tenía lugar en el resto del continente-  tiene la seguridad de que realmente operó lo contrario, y que las respuestas hay que buscarlas en razones de otra índole.

 

A guisa de ejemplo citó el caso de la Banda Oriental del Uruguay que, siendo colonizada en el siglo XVIII, proclamó su independencia en 1828. No es posible creer, añadió, que dicho acto implica necesariamente establecer una analogía con la capacidad de poseer una visión integral como nación, en detrimento de la experiencia cubana.

 

En su exposición se refirió a varios hitos, como la proclamación de la independencia en Venezuela el 5 de julio de 1811, primer territorio donde ello acaeció oficialmente. Aunque a esa altura el cura Miguel Hidalgo había levantado a medio México, puntualizó, la asunción expresa de dicha voluntad tuvo lugar con Morelos en noviembre de 1813, ya asesinado Hidalgo.

 

Habló además de otros eventos, como la creación en Quito en 1809 de la denominada “Junta de los Marqueses” y de la que sobrevino en septiembre de 1810, que llegó incluso a reconocer la soberanía de Fernando VII. En diciembre de 1812 –un ejemplo de la presencia de cubanos por todas partes- Francisco Calderón, al frente de sus tropas,  es fusilado allí. En resumen, el proceso abortó sin levantar las banderas de la independencia, algo que igualmente no  hizo Chile al reconocer, en septiembre de 1812, al monarca español destituido, ni tampoco la proclamó tras el fracaso del primer estado chileno y la Batalla de Rancagua.

 

En el Río de la Plata, el 25 de mayo de 1810, se constituyó la “Junta de Mayo” que reconoció a Fernando VII y no fue legitimada por el gobierno de España. Ello hizo que ambos bandos, los “realistas” y “criollos”, se enfrentaran prácticamente defendiendo la misma cosa.

 

Es importante tener en cuenta, comentó, que los campos se fueron deslindando en las plazas donde sí se promulgaba la independencia, habida cuenta de que no estaba formada una conciencia nacional como la entendemos hoy.En el caso argentino, profundizó más tarde en la llamada “Asamblea del año 1813” y en el Congreso de Tucumán, foro donde se proclamó la independencia de las “Provincias Unidas de la América del Sur”, pero que no se pronunció por un sistema de gobierno.

 

No hay que desconocer, dijo, que todavía se catalogaba la monarquía como la forma mejor aceptada por Inglaterra y Francia. Tampoco se pudieron resolver allí las contradicciones entre las provincias y la capital, aspecto que en lo adelante persistiría como germen de diversas problemáticas.

 

En su voz, igualmente, se dibujaron con múltiples matices figuras como Mariano Moreno, Manuel Belgrano y José de San Martín, de quien señaló que su campaña militar es un ejemplo inequívoco de que el proceso independentista argentino nació con una concepción continental. [2]

 

“Martí fue un político que enfocó desde ese ángulo los temas históricos”.

 

Izquierda: Pedro Pablo Rodríguez, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas

 

Pedro Pablo Rodríguez, por su parte, regaló a los presentes una amplia valoración acerca de la manera en que José Martí apreció la independencia argentina.

 

Rodríguez, uno de nuestros historiadores más encumbrados, quien transpira por cada poro de su cuerpo pasión por el quehacer de nuestro Apóstol, dejó claro que esa temática no fue tratada con sistematicidad en los documentos que disponemos por ahora de Martí.

 

“Digo hasta el momento, confesó, porque Martí siempre nos sorprende. Existen, por citar dos casos, mensuarios como La América y El Economista Americano, ambos escritos por él en Nueva York, de los cuales apenas se conservan ejemplares. De este último hay uno en la Biblioteca de Berlín, mientras que del primero se preservaron ocho. En los dos materiales aparecen temas históricos, otra muestra de su universalidad como pensador”.

 

Para Rodríguez, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, es clave entender que Martí centra la independencia gaucha a través de la figura de San Martín, al cual considera como un héroe de América y del mundo. Esta valoración adquiere mayor relieve si tenemos en cuenta que en el siglo XIX el tema del héroe era un asunto filosófico, no siempre bien justipreciado a partir de los nexos con el caudillismo.

 

Esto es algo interesante, remarcó, porque Martí no siempre tiene una visión negativa del caudillo, al punto que de San Martín planteó que era `un hombre excepcional, un caudillo útil, y un hombre lleno de virtudes´. “No en balde, es una de las figuras consagradas en su trabajo más leído: `Tres Héroes´, publicado en La Edad de Oro”.

 

“De George Washington, dijo el también miembro de la Academia de Historia de Cuba (condición que ostenta asimismo Guerra Vilaboy) habló bien pero no lo elevó a la categoría de héroe, en gran medida por que `permitió la independencia con esclavitud´”.

 

Martí, expresó, fue un político que enfocó desde ese ángulo los temas históricos. No es casual que fuera cónsul de Argentina cuando ese país constituía la cabeza de la resistencia frente a las pretensiones norteamericanas, durante la Conferencia Monetaria Internacional celebrada en la capital estadounidense. [3]

 

Adentrándose en los vericuetos de la historia, habló de cómo se pudo encontrar, gracias a diversos amigos, varios trabajos de Martí en la prensa chilena (nuestro Héroe Nacional le había dicho a Gonzalo de Quesada y Aróstegui que existían escritos suyos en periódicos de ese país), búsqueda que durante décadas resultó infructuosa. “Las pesquisas se concentraban, aclaró, en Santiago de Chile y Valparaíso y sin embargo en órganos de algunas provincias se reprodujeron artículos suyos publicados originalmente en La Nación de Buenos Aires”.

 

Añadió que gracias al rotativo bonaerense, Martí fue conocido en la región. “Ese periódico era dirigido por el hijo de Bartolomé Mitre, quien entabló amistad con él. Su padre, no puede soslayarse, escribió una biografía sobre San Martín que influyó mucho en la visión de Martí sobre esa figura.”

 

Más adelante, como si se tratase de un filme de suspense, Rodríguez reveló “En el Centro contamos afortunadamente con el ejemplar en tres tomos que leyó Martí. Es curioso observar las marcas que le realizó, no en los episodios vinculados con San Martín, sino básicamente en los asuntos de tipo general. Llama la atención que sus puntos de vista no son exactamente iguales a los de Mitre sobre el patriota argentino”.

 

De manera particular contó que en 1895, en la ciudad dominicana de Montecristi, Martí le señaló a un médico compatriota que dirigía el club del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en la ciudad una idea que, aunque no ha podido precisar donde la escribió su autor, lo ha impactado siempre: `Rivadavia, el argentino, tenía razón. Estos pueblos se salvarán´. “Ese concepto, apostilló, lo había dicho antes el Apóstol en el ensayo Nuestra América y en otros documentos”.

 

Concluyó señalando que Martí empleó a San Martín y la liberación argentina como parte de un sostén de la independencia de Cuba, Puerto Rico y de una proyección unitaria continental. Es ahí donde le otorga su verdadera trascendencia.

 

En la actividad participaron la doctora Ana Sánchez Collazo, directora del Centro de Estudios Martianos,  y el doctor Yoel Cordoví, vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba, así como el señor Ernesto Pirtfre, embajador de Argentina en La Habana, quien agradeció que “dos prestigiosos intelectuales cubanos abordaran con erudición esa cuestiones históricas relacionadas con sus país”.

 

NOTAS

 

*El autor es Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana.

 

[1] Sobre esto amplía en el texto laureado: “La crisis creada en España por la ocupación napoleónica en 1808 tuvo entre sus primeros efectos el intento de formar en Hispanoamérica juntas locales que, a semejanza de las españolas, se basaran en los cabildos, en la práctica las únicas instituciones donde los criollos estaban representados. (…) En un principio, las juntas no aspiraban a renunciar a sus vínculos históricos con la metrópoli, principal garante frente a cualquier levantamiento popular, y con la que tenían amplios y viejos lazos”, a lo que añade: “Las confusas noticias llegadas de España, referidas a las abdicaciones reales y la ocupación francesa con la colaboración de autoridades españolas, alarmaron a los habitantes de los territorios hispanoamericanos aun antes de conocer el levantamiento popular en la península”. Sergio Guerra Vilaboy: Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, pp. 48-49.

 

[2] Valorando el alcance de este proceso, explica en otra de sus obras: “La vía revolucionaria de la liberación hispanoamericana tuvo por escenario la América del Sur. En estos territorios, la emancipación solo fue posible mediante una ardua lucha militar, que puso fin a la dilatada y costosa contienda contra la metrópoli, permitiendo la formación de una constelación de estados libres. Los ejércitos de Bolívar y San Martín, salidos de sus bases logísticas en Venezuela (Los Llanos) y el Río de la Plata (Cuyo), respectivamente, cada uno imbuido de su propia estrategia de lucha y algo distantes en sus perspectivas políticas y sociales, liberaron o consolidaron la independencia, según el caso, no solo de sus respectivas patrias chicas (Venezuela y el Río de la Plata), sino también de Nueva Granada, Quito, Chile, Perú y el Alto Perú. La victoria de Ayacucho impuso la capitulación definitiva de España, que culminó 15 años de intensa guerra”. Sergio Guerra Vilaboy: Nueva Historia Mínima de América Latina, Ediciones Boloña, Oficina del Historiador de La Habana, 2014, p. 151.

 

[3] En la presentación de un valioso texto elaborado de conjunto por las cancillerías de Cuba y Argentina – cuya edición por el Centro de Estudios Martianos estuvo a cargo del propio Pedro Pablo Rodríguez y de Lourdes Ocampo Andina-  se precisa: “Martí fue nombrado cónsul de Argentina el 24 de julio de 1890 mediante decreto firmado por el presidente Miguel Juárez Celman, y el ministro de Relaciones Exteriores, Roque Sáenz Peña, y el 3 de octubre de ese año se le concedió el exequátur por el gobierno estadounidense, bajo la firma del presidente Benjamin Harrison y del secretario de estado James G. Blaine. Durante casi un año, el patriota y escritor cubano atendió las funciones inherentes a su representación, hasta que el 11 de octubre de 1891 presentó su renuncia a través de comunicación telegráfica al embajador argentino en Washington, Vicente G. Quesada, ratificada seis días después en carta al mismo diplomático”. El destacado investigador Rodolfo Sarracino, también presente en el encuentro por el bicentenario de la independencia argentina, escribió en el libro citado: “Una conclusión inicial, derivada de la lectura de sus escritos, es que el Apóstol  amó a la Argentina porque vio en ella la esperanza de la América hispana y su posible contribución a la liberación del pueblo cubano y su revolución”, a lo que incorpora esta valoración: “En realidad, para Martí no había en Hispanoamérica otro país con un potencial a la altura del argentino. Era a la vez el presente y la esperanza del futuro. En la Feria –Exposición de París (HPC)-, Martí veía en México y Venezuela el rico pasado, la cuna de la libertad; y en el gigantesco Brasil, su café y `montañas de diamantes´, pero en su mente la Argentina era, debía ser, por su vocación al trabajo, creado de riqueza y poder, el hermano mayor y paradigma de toda la América hispana, tal vez hasta un digno adversario de Estados Unidos”. Ver: “Presentación” y Rodolfo Sarracino: “La visión histórica de la Argentina en José Martí”, en: José Martí. Cónsul de Argentina. Documentos, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina y de Relaciones Exteriores de la República de Cuba, y Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2014, pp. 7 y 23-30.

 

Fuente: www.trabajadores.cu 10 de julio de 2016

 

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